DOMINGO V DE CUARESMA - A

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DOMINGO V DE CUARESMA - A - 2011
1. Sea alabado y bendito Jesucristo r./. sea por siempre bendito y alabado.
Jesús, amigo, Maestro, Mesías, Hijo de Dios, Yo soy, la Resurrección y la vida.
Celebramos a Cristo resucitado por el Padre. A través de él el Padre con el poder del Espíritu
Santo, nos da vida nueva, nos resucita.
2. El Padre que resucitó a Cristo actúa por medio de él en su Iglesia. En este año jubilar
diocesano, queremos ahondar en el don de la Iglesia, por la cual y en la cual obra Cristo,
principalmente en el bautismo, derramando el Espíritu que da vida
3. El Señor resucitado que se hizo presente en casa de Marta, María y Lázaro, como
Resurrección y vida, está presente aquí, en su casa, en medio de la Iglesia reunida, para
resucitarnos y darnos vida.
En estos últimos domingos antes de la celebración anual de la Pascua, nos manifiesta y
despliega su fuerza por la palabra y el Espíritu, que obra en su Iglesia.
La novedad del bautismo la escuchamos de boca del Señor, en el diálogo con la
samaritana, como agua de vida, como surtidor de agua que salta hasta la vida eterna
En el signo de la curación del ciego de nacimiento, se nos proclamó el bautismo como
iluminación, que da vista a los que se confiesan ciego y los ilumina con la luz de la fe, para
que se entreguen al Hijo del hombre, al Señor Jesús
Hoy, con el signo de la resurrección de Lázaro, Jesús, que es la Resurrección y la vida, nos
proclama el bautismo, como nuestra participación en su resurrección, para que los
catecúmenos, se preparen en la fe a la obra de Dios en ellos; para que toda la comunidad
quiera abrirse a renovar el ser de su bautismo, en su vida, y celebrarlo en la Santa Noche de
Pascua.
4. Hemos escuchado el largo y hermosísimo pasaje que ha sido proclamado, tomado del
capítulo 11 del Evangelio según San Juan, que aconsejo leer lentamente durante la semana.
En él el Espíritu Santo nos ha testificado la gloria de Jesucristo y su actuar a favor del
hombre. Hemos sido iluminados por la luz y gloria de Cristo resucitado.
Siendo un sol que todo lo ilumina, ordenemos algunos aspectos.
4.1. Antes que nada se trata de la revelación de Jesús, para creer en él.
Dios se nos a conocer en Jesús. Conocerlo a él es conocer al Padre. Conocer al Padre y al
Hijo, por la gracia del Espíritu, es la vida misma, es la vida de Dios y es entrar nosotros en esa
vida. Por eso, la revelación de Jesús es la luz, el don de la fe en él es dejarnos iluminar y
llegar a la luz como el ciego: somos ciegos iluminados.
En el pasaje proclamados, Jesús es el maestro, porque es la Verdad Es el Mesías, ungido
por el Espíritu al salir de las aguas y hecho dador pleno del Espíritu en su Resurrección Es
quien con su palabra y con el signo de resucitar a Lázaro manifiesta su origen divino: porque
sólo Dios resucita muertos. Porque al decir ‘yo soy’, habla como Dios; porque se declara la
Vida y la Resurrección. Es el Hijo de Dios siempre unido al Padre, y uno con él, es verdadero
Dios.
En él se revela actuando el amor del Padre por los hombres, su fidelidad para con su
pueblo, como lo expresaba la profecía de Ezequiel
Por eso el texto repite que Jesús era amigo de Lázaro, y de sus hermanas.
Es amigo del hombre sujeto al pecado y a la muerte. El Verbo e Hijo de Dios se ha
acercado al hombre, hasta hacerse su amigo, su fiador, él es el Compasivo.
4.2. Aparece todo el dolor y horror de Dios por la muerte del hombre.
En su compasión, es decir, su padecer con el hombre, se manifiesta todo el dolor y horror
de Dios por la muerte del hombre. Dios no puede morir, es inmortal por su ser. Dios es
infinitamente feliz, no puede padecer. Sin embargo, como libremente se hizo amigo del
hombre, sufre sus penas, como creó al hombre para hacerle participar su propia vida
inmortal, sufre la muerte del hombre.
Por eso el Espíritu Santo nos ha descrito el llanto de Jesús, la conmoción, la turbación de
Cristo ante la muerte de Lázaro y el dolor de sus hermanas. El mismo terror que El sufrirá en
su agonía, cuando con clamor y lágrimas suplicó ser salvado y cuando sudó hasta gotas de
sangre.
La muerte fue elegida por la humanidad, al no querer la inmortalidad como don recibido
de Dios y en la comunión de vida con él
La muerte es enemiga de Dios y de su imagen el hombre, creado para colmarlo de la
misma divinidad.
Por eso, la compasión de Dios por su creatura llega hasta el extremo de padecer la
muerte en la carne, para darnos parte en su resurrección: muere el Hijo de muerte vil, para
recibir del Padre la inmortalidad en la carne y comunicarla a sus hermanos.
La muerte del hombre, con la que se une Dios, para destruirla, para salvarnos de la
esclavitud a la muerte
4.3 La resurrección de Lázaro es signo del amor de Dios y de su poder salvador.
La resurrección de Lázaro, o más exactamente, su revivificación no es aún la resurrección
inmortal totalmente partícipe de la vida de Dios. Porque Lázaro revive mortal y morirá.
Es sí un signo. Anticipa e ilumina lo que será la realidad definitiva en la pasión de Cristo y
cuando el Padre lo resucite glorioso de entre los muertos. Así cumple el Padre todo lo
prometido por boca del profeta Ezequiel.
Por la muerte y la resurrección de Jesús, su Hijo, el Padre nos regala la inmortalidad y la
vida eterna, vida de Dios. Ahora bien, ese regalo ha de ser recibido por el hombre en la
obediencia de la fe.
La potencia de Cristo, la resurrección y la vida, actúa en quien cree, en quien lo acepta
por la fe. Por eso Jesús interrogó al ciego, por eso Jesús le pregunta a Marta, para que por la
obediencia de la fe, pueda abrirse al don de Dios.
Desde este punto de vista, el pasaje culmina en la confesión de fe: “creo que eres el
Mesías”, “el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”, el que es “yo soy”.
Porque la fe es lo que deja actuar al poder salvador de Dios, entregándose a Cristo, deja
que Cristo lleve a cabo la obra del Padre por el poder del Espíritu.
Así enseña el apóstol: si el Espíritu del Padre que resucitó a Cristo habita en vosotros, el
mismo que resucitó a Cristo de entre los muertos, vivificará vuestros cuerpos mortales por el
mismo Espíritu
5. Para recibir esta buena noticia, es necesario enfrentar la muerte como hombres reales,
sin los subterfugios y mentiras de, sin taparla; despojándonos de los modos mágicos de
obviarla, enfrentando las consecuencias del temor a la muerte no enfrentada.
Estamos en una civilización que mata, para sobrevivir ; que se queda con el poder, el
dinero, el placer, como único apoyo ; desesperanza y sinsentido, que hace vivir para sí
mismo. El máximo del absurdo al que lleva la cultura del temor es a querer legitimar el
aborto, la muerte del inocente, para no sufrir los adultos.
Con mucha frecuencia simplemente huimos de la muerte, no hablando de ella, viviendo
y conversando como si no nos acechara, como el avestruz, escondiendo su tristeza.
A
veces se cubre con la engañosa imaginación de una vida temporal, mortal continuada
indefinidamente: sería el infierno y la desesperación: siempre lo mismo.
Otras veces nos ilusionamos con lenguajes que afirman la perduración de los muertos,
sin sacar todas sus consecuencias. Leía días pasados un aviso in memoriam de un difunto: su
familia lo recordaba y afirmaba que estaba vivo, porque solo mueren los que no son
recordados; pero ni es verdad que el recuerdo haga vivo al otro, ni mucho menos es verdad
que habrá siempre quien nos recuerde, si no hay resurrección de los muertos.
Debemos enfrentar la muerte con todo su terror, su sinsentido. Para descubrir el regalo
de la resurrección prometida.
6. Enfrentar la muerte como Dios, como la enemiga, con verdadera compasión y dolor por
la imagen de Dios destruida en nosotros y en los demás.
Creer en Cristo resucitado por el Padre : única victoria sobre la muerte. En la resurrección
de Cristo entramos en el mundo de lo real. Las otras “soluciones” son la magia, la mentira,
la desesperación : Dios resucita y da vida
Esperar nuestra única esperanza total, verdadera y con sentido, para cada uno y para todo
el pueblo de Dios : nuestra resurrección gloriosa con Cristo, por el Espíritu Santo que el
Padre nos ha prometido.
En toda su realidad la resurrección que esperamos es la de nuestros cuerpos gloriosos,
en la segunda venida de Cristo.
También hemos de ser conscientes que la imaginación de la reencarnación se opone
totalmente a la palabra de Dios y que está fuera de la fe cristiana. La fe católica recibida de
los apóstoles dice que después de la muerte está el juicio; que si morimos en gracia de Dios,
no perfectos hemos de ser purificados por el fuego del amor y la cruz de Cristo, que las
almas purificadas se une con Dios y esperamos resucitar gloriosos con Cristo en el último día:
ésta es la victoria definitiva.
7. Nosotros ya hemos recibido la actuación del Padre por Cristo glorioso, dándonos el
Espíritu de la inmortalidad en el bautismo y la confirmación.
Que los catecúmenos crean en Cristo resucitado y se abran para recibir ya la
inmortalidad, la victoria sobre la muerte en la noche santa de la Pascua, por el bautismo y la
confirmación
Que todos los cristianos, renovados en la fe en el poder del Padre que resucitó y glorificó
a Cristo, recordemos nuestro bautismo y nuestra confirmación. Recordar no es sólo saber un
dato. El bautismo, acción de la Trinidad, en un determinado momento, no es algo del
pasado: Fuimos y estamos siendo bautizados, recordamos, para creer ahora, para abrirnos
ahora a la realidad del bautismo, dejando que el Señor, por su Espíritu venza ahora a la
muerte en nosotros, en la esperanza de la resurrección definitiva.
En la Santa Noche de la Vigilia Pascual, luego de que sean bautizados los nuevos
cristianos, a todos se nos volverá a preguntar si creemos en Dios Padre, si creemos en Jesús,
Mesías, Dios y Señor, muerto, resucitado y glorificado, si creemos en el Espíritu Santo que
obra en la Iglesia. Si esperamos la resurrección de los muertos, de la carne, y la vida del
mundo futuro.
El bautismo y la confirmación que lo sella es una acción de Dios hecha de una vez para
siempre, una nueva creación: por eso no se repite. Pero, como somos históricos, sí debe
ratificarse, y es necesario que crezca nuestra vida nueva y no la perdamos por el pecado.
Estamos llamados a vivir ya en esa esperanza, llevados no por la muerte y el engaño, sino
por el Espíritu Santo aun en estos cuerpos mortales, vivir de la fidelidad del amor de Dios,
con el único sentido que tiene la vida, si estamos liberados de la esclavitud de la muerte :
entregarla a Dios en amor y obediencia a su voluntad.
De un modo especial el bautismo que recibimos para ser rescatados de la muerte del
pecado se actualiza en el sacramento de la penitencia, en el perdón de los pecados.
Como en el bautismo, en este sacramento del perdón, Cristo por medio de su cuerpo que
es la Iglesia nos absuelve, nos perdona, nos desata de la ligadura del pecado, para que
andemos libres en la vida nueva del bautismo, como hijos de Dios.
8. El signo de la resurrección de Lázaro, para ahondar en la realidad de Cristo, Resurrección y
vida, lo celebramos en la Santa Liturgia de esta Misa
Cristo proclamando su palabra, el Espíritu haciéndonos recordar, nos ilumina y nos da la
fe, para que creamos y nos abramos a la acción del mismo Espíritu
Participamos de la acción de gracias - ante la tumba de Lázaro - de Cristo resucitado :
acción de gracias de Cristo y de su Iglesia, de todos nosotros. Participamos de la súplica de
Cristo al Padre, que siempre lo escucha : es también nuestra súplica y es eficaz
Comemos la carne victoriosa de Cristo, como comida de inmortalidad. Recibimos el Espíritu
Santo.
Que en todo se glorificado el amor del Padre, que tanto amó al mundo que envió a su
Hijo al mundo, lo entregó por nosotros pecadores mortales, para resucitarlo y resucitarnos
con él. En todo sea glorificado y amado Jesucristo, que a nosotros siervos pecadores nos
amó, se compadeció de nosotros y llevó nuestro pecado y nuestra muerte, para darnos su
vida y su inmortalidad, él que vive y reina en la unidad del Espíritu que nos ha vivificado en el
bautismo, que es derramado en nosotros para el perdón de los pecados, y esperamos
confiados nos guíe en todo, a fin de que un día vivifique nuestros cuerpos mortales
dándonos la plena inmortalidad en la carne, para que alabemos a la SAntisima Trinidad por
los siglos de los siglos. Amén.
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