¿Hay vida después de la muerte? Rabino David Wolpe

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¿Hay vida después de la muerte?
Rabino David Wolpe
Una pregunta que se hace muy a menudo es si lo judíos creen en una vida después de la
muerte. Es un problema que tiene gran fascinación para la gente hoy en día, a pesar de
que la Bibliadice muy poco sobre que sucede después que una persona muere, y la tradición
judía tampoco da una respuesta tajante.
Por toda Europa y África se encuentran cuevas con restos de nuestros antiguos antepasados,
con herramientas y vestimentas desintegradas como única compañía. Los más tempranos
ritos humanos son ritos de entierro y servían para preparar al cadáver para otro mundo.
La creencia en la vida después de la muerte es tan antigua como la humanidad. ¿Pero cree
el judaísmo en ella? Y sí es así ¿qué clase de mundo esperamos encontrar?
La Biblia es discreta sobre este asunto. (Sin embargo los judíos bíblicos sabían sobre la
vida después de la muerte. ¿Cómo sabemos esto? Porque los judíos emergieron de Egipto
donde el culto de la vida después de la muerte—momificación, pirámides, ciudades de los
muertos—estaba muy arraigado.)
Hay algunas alusiones a la vida después de la muerte. Por lo menos dos personaje
bíblicos—Enoj y Elías—no mueren. Al final de su vida, Enoj “camina con Dios” y Elías es
llevado al cielo. En el libro de Samuel, Saúl, con la ayuda de una bruja, trae de vuelta a
Samuel de su lugar en sheol, un mundo inferior de sombras, donde Samuel parece estar
descansando. Pero en general la Biblia no dedica mucho tiempo al mundo venidero. Esta
vida, parece estar diciendo, ya es bastante compleja.
La Biblia tiene razón, cuando la gente empieza a investigar misterios sin profundizar, se
confunde.
En “Cartas desde la Tierra”, Mark Twain escribe que la gente se imagina que después que
mueran pasarán todo su tiempo recostados sobre prados verdes escuchando música de
arpas; no querrían hacer eso ni por cinco minutos mientras estuvieran con vida, escribe
Twain, sin embargo se imaginan que serían felices haciéndolo por toda la eternidad!!
Pero el espíritu humano no ceja tan fácilmente de hacerse preguntas. El judaísmo
desarrolló dos ideas sobre lo que pasa después que morimos.
La primera trata de la resurrección física, corpórea. Bíblicamente esta idea puede ser
encontrada en el Libro de Daniel, Capítulo 12. La resurrección implica que un día
despertaremos no como espíritus incorpóreos sino con cuerpos de carne y hueso.
Cuerpos levantándose de la tumba pueden dar lugar a visiones de una película de horror.
Sin embargo los defensores de la resurrección proyectan una esperanzada renovación de la
vida. El Talmud arguye que si Dios puede formar a seres humanos de la nada, tendría que
poder volver a formarlos del polvo. Además, parte de quien somos realmente incluye
a nuestros cuerpos. No somos creaturas fantasmagóricas perdidas dentro de jaulas de
carne; nuestros cuerpos son una parte integra de nosotros mismos. Cuando nuestros
cuerpos cambian, también cambiamos nosotros. Basta con preguntarle a cualquier
adolescente. ¿De modo que cuando alcanzamos la forma perfecta no deberíamos reunirnos
con nuestros cuerpos?
Cual será nuestra edad cuando seamos resucitados, ó cómo será curado un cuerpo herido,
son preguntas sin respuesta. La dificultad de estos problemas y otros relacionados llevan a
muchas personas a preferir una vida más allá de la muerte menos “corpórea”, a creer en la
inmortalidad del alma, no la del cuerpo.
Esta idea también existe en el judaísmo. Las almas son nuestra parte perdurable, y es el
alma que sobrevive.
Algunas personas han sostenido que vive en varias encarnaciones (gilgul neshamot—lo
cual significa el circulo ó ciclo de las almas.) Pero la mayoría defienden la idea de que hay
otro mundo—Olam Haba—el Mundo Venidero—donde las almas moran en paz con su
Hacedor.
En las palabras de Rav, un sabio del Talmud: “El mundo venidero no es en absoluto como
este mundo. En el mundo venidero, no se come, no se bebe, no se procrea, no se comercia,
no se envidia, no se odia, no se siente rivalidad; los justos están sentados con coronas en
sus cabezas y disfrutan a la radiante Divina Presencia.”
Hay fuentes en el judaísmo que contradicen esto, que aparentemente afirman que la muerte
es un final. Arguyendo por la vida, el Salmista le canta a Dios, “Los muertos no te alaban”
(Salmo 115:17). Y en el Talmud, una opinión es que hablar sobre alguien que está muerto
es como hablar de una piedra—es decir, los muertos no pueden oírnos. (Berajot 19ª).
Pero es sólo en los tiempos modernos que una gran parte de los judíos ha perdido la fe en la
vida después de la muerte. Durante casi todo el Medioevo, prevalecía una mezcla de
creencias en una vida futura: el Mundo Venidero, el advenimiento del Mesías, la
recompensa y el castigo después de la muerte.
Hoy en día, muy a menudo se le da otro papel a la inmortalidad. Algunas personas dicen
que la inmortalidad consiste en que nuestra influencia perdure. Ser recordado es la única
inmortalidad que podemos esperar en este mundo. Para otros, la memoria es un resultado
menos satisfactorio que la inmortalidad en su forma más pura. Como Woody Allen
escribiera una vez: “No quiero lograr la inmortalidad gracias a mi trabajo. Quiero lograrla
no muriendo.”
El problema de cómo continuamos viviendo no desaparecerá, es una preocupación central
del arte y de la literatura. Oriente y occidente. El espectro de la muerte está detrás de la
literatura occidental desde el comienzo. La literatura occidental principia con la
Epopeya de Gilgamesh, el héroe sumerio que busca la inmortalidad. El tema recorre la
obra de Homero, Shakespeare, y Dante hasta llegar a los novelistas y poetas de hoy en día.
Puede que sea cierto, como dijera Confucio: “No sabemos nada de la vida ¿qué podemos
saber de la muerte?” Pero una parte tan grande de lo que sentimos que significa la vida
depende de nuestras creencias sobre el significado de la muerte que no podemos dejar de
buscar.
Un viejo cuento folklórico nos pide que imaginemos a dos mellizos juntos en la
matriz. Todo lo que necesitan se les provee. Uno de ellos cree “irracionalmente” que hay
un mundo más allá del útero. El otro está convencido que creencias como esa son
tonterías. El primero admite que no se puede imaginar como será ese mundo, pero
igualmente se aferra a la idea de que existe. El otro apenas si puede contener su desprecio
por ideas tan pueriles.
Repentinamente, una contracción empuja “al creyente” a través del canal de parto. Todo
lo que el feto conocía se ha desvanecido. Imagínense lo que debe pensar el feto que quedó
solo—que una gran catástrofe le acaba de ocurrir a su compañero. Fuera del vientre
materno, sin embargo los padres están celebrando. Porque lo que el hermano que aún está
en el vientre ha visto es un nacimiento, no una muerte. Éste es un punto de vista clásico de
la vida por venir—es un nacimiento a un mundo que los que estamos en la tierra no
podemos ni imaginarnos.
La tradición judía enseña que los seres humanos finalmente no perecen. Tenemos dentro
nuestro chispas de lo Divino. En alguna forma que no podemos conocer ni comprender, lo
Divino perdura.
Traducido y adaptado por Ría Okret
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