La comunicación: espacio teórico para la ideología contemporánea y su crítica Vanina A. Papalini Facultad de Derecho y Ciencias Sociales - Universidad Nacional del Comahue – Argentina Licenciada en Comunicación Social – Maestranda en Comunicación y Cultura Contemporánea Asistente de docencia del área de Teoría General – Departamento de Ciencias de la Información y la Comunicación Social E-mail: [email protected] TE: 00-54-351-4815877 Dirección postal: Democracia 1450 (5009) Córdoba, Argentina Resumen: La tecnología es indicada como parte de la ideología contemporánea. Los estudios de la comunicación, al fijar como eje de sus teorías los aspectos tecnológicos, se limitan a pensar en términos de la lógica dominante. Las teorías de la recepción evitan el problema, sin tematizarlo. Este trabajo propone un lugar desde donde pensar la tecnología a la vez que una redefinición de la problemática comunicacional que permita su crítica. Palabras clave: tecnología – ideología – crítica El campo de la comunicación, como es sabido para los que transitan en él, se define en torno a un objeto de conocimiento lábil. El conjunto de teorías que, en la breve tradición de estos estudios se consideran como “propias”, lo muestran bajo diferentes luces y lo definen de maneras diversas, al punto tal que es difícil dilucidar si, efectivamente, se refieren a lo mismo. Quienes estudian la comunicación descubren, a poco de andar, una manifiesta heterogeneidad: entre los problemas abordados y el modo de abordarlos; entre los enfoques teóricos de procedencias distintas y sus correlatos metodológicos y entre los niveles de crítica o de afirmación de la sociedad instituida. Encuentros y desencuentros. La presencia de las contradicciones in nuce en el campo de la comunicación podrían llegar a constituir, tal vez, su mayor riqueza, en tanto exige la revisión constante del incierto territorio en el que la comunicación se asienta -a condición de que la interrogación sea cabal. Se ha hablado del estatuto interdisciplinar de los estudios de comunicación (Moragas Spá 1981), o transdisciplinar (García Canclini 1992). Sin embargo, la polifonía que se pone de relieve no garantiza el diálogo. Al mismo tiempo, la propensión a utilizar denominaciones que pongan a la comunicación en relación con las disciplinas constituidas bajo inspiración positivista, revela cierta incomodidad frente a unos requerimientos que no se satisfacen, pero con los cuales no se rompe. La opción de plantear los estudios de comunicación como una disciplina particular tampoco ha resultado demasiado exitosa: ni la mediología (Debray 1991) ni una comunicología siempre de emergencia,1 pueden deshacerse del estigma de la falta de método propio, de la dispersión teórica y de la inconsistencia del objeto. Esta pretensión, además de resultar excesiva, termina por ser inconducente, falta de todo sentido. ¿Acaso valdría de algo, sería más legítimo, ser ciencia que no serlo, cuando toda la región de los estudios sociales se trasvasa y desborda sus fronteras tradicionales, en la búsqueda de nuevas respuestas para una realidad nueva y cuestionando los fundamentos epistemológicos del encorsetamiento disciplinar? (Caletti 1992) Decíamos: tal vez su mayor riqueza sea justamente el constituirse como encrucijada, punto de encuentro de distintos caminos. Pero, debemos agregar, este dato es relevante si se constituye como una instancia de discusión y de intercambio. Y esto es posible y fructífero 1 Sobre las posibilidades de constituir una “comunicología”, véase Roberto Follari (2000). si –y sólo si- las voces que se encuentran son diferentes: si las ideas provienen de lugares otros y si su camino está guiado por una búsqueda cierta. Tenemos la impresión de que el tránsito que confluye en la comunicación está siendo de un único tipo: por los caminos de la teoría transita predominantemente el pensamiento de las redes y el contacto. A la vez que un pensamiento de la comunicación, es un pensamiento sobre ella; la definen, también, como campo. La comunicación se realiza en el mero hecho del cruce y en la inmediatez del contacto. La conexión es lo importante. Entenderse no es necesario. Finalmente, resulta cierto: en tanto quienes se encuentran se parecen, la discusión se torna innecesaria. Es un diálogo sin emoción ni disputa, pues quienes se relacionan, se asemejan entre sí. Por una doble vía, entonces, postulamos que la heterogeneidad de la babel comunicacional desaparece: por ausencia de la discusión (la comunicación se consuma en su función fática) y por la peligrosa similitud del pensamiento que la atraviesa. Es decir, un pensamiento “único” que se basa en la negación de la diferencia por su licuación en la diversidad.2 La tolerancia condescendiente de las disimilitudes se transforma en indiferencia, bajo la premisa de una aceptación implícita de las reglas básicas del juego. Esto es, bajo un pensamiento hegemónico que se vuelve “entorno”, que dispone el campo en el cual luego se puede jugar y la normativa del juego. El pensamiento comunicacional es parte de la ideología de la época, cuanto más asume como propia la tematización de las nuevas tecnologías y más asume su objeto desde la perspectiva de la simple vehiculización de mensajes. Las metáforas y modelos inspirados en el comportamiento maquínico, que tradicionalmente forman parte del cuerpo teórico de la comunicación, habilitan su definición como un “estar en contacto”. La idea de un mundo interconectado por redes de comunicación, soporte de la imagen del mundo globalizado, se vuelve tranquilizante pues al fin valora de un modo convincente esta incierta área de estudios. El concepto así reducido se generaliza como parte de la ideología de la época. La comunicación planteada en estos términos elimina el problema de la interpelación y el conflicto pues se realiza en el mero hecho de la conexión. Deja de ser un asunto humano, social y cultural, para ser una cuestión de tecnologías. Las teorías de la comunicación acompañan este despliegue tecnológico; algunas de ellas celebran la era de las redes; otras, lo eluden por la vía de la inmersión en prácticas populares micro, que aparentemente no estarían atravesadas por este fenómeno. La primera parte de este trabajo se aboca a desarrollar en qué sentido la tecnología en general –y las tecnologías de la comunicación en particular- ocupan un lugar en los discursos de la ideología hegemónica. La segunda parte analiza cómo el campo de estudios de la comunicación propicia esta formación discursiva cuando se inspira en una tradición profesionalista y mediacéntrica, o la soslaya -sin desmontarla- en las teorías de la recepción latinoamericanas. Finalmente, se intenta recuperar la teoría sobre la comunicación como un espacio de la crítica, incorporando la dimensión histórico-social para el análisis de la circulación de las significaciones. La tecnología en el centro de la escena moderna La definición de tecnología es eminentemente moderna: se trata de la aplicación de conocimientos científicos, para alcanzar ciertos resultados prácticos. Si bien el término reconoce una marca helénica en su origen etimológico (tejnologia –conjunto de técnicas), su significado fuerte surge de la Enciclopédie, de Diderot y d’Alembert. Es necesario plantear la escena de la modernidad, para que la tecnología adquiera su verdadera envergadura. Cuando, en los albores de la modernidad, la idea de dios como garante de la Felicidad y de la Verdad se vio desplazada, la sociedad secular naciente –en sus hombres ilustrados- asumió el desafío de sostener por sí misma estos principios. La Verdad será alcanzada a través del camino (el método) de la Ciencia. La Felicidad será obra del Progreso y será accesible, no en el más allá, sino en la vida terrena. La tecnología vincula los dos órdenes; el empleo racional de la ciencia en el mejoramiento de la vida dará impulso al progreso. La promesas de la modernidad superaban aun las divinas; el paraíso era posible durante la existencia por la intervención humana en la transformación y perfeccionamiento del mundo. La tecnología asociada al progreso será también parte del canon de la civilización: a partir de la presencia o ausencia de ciertos bienes o procedimientos se determinará el estadio alcanzado por una cultura. Estamos frente a un concepto de primordial importancia para la sociedad occidental moderna y –habría que destacar- para el modo de producción capitalista, en el que cumple 2 Distinguimos lo diverso, concebido en términos de lo diferente (como devenir de lo existente), de lo otro (lo nuevo radicalmente distinto); es decir, la diversidad es pluralidad (permanencia y cambio), pero no un papel central. El significado del término tecnología se ha extendido de una manera insospechada en los últimos años y abarca “todas las esferas de la vida en donde se valora positivamente la racionalidad. Además, una parte considerable y creciente de la tecnología no consiste en máquinas u otros aparatos materiales, sino en planos, programas, prácticas operativas, modelos de organización, procedimientos de decisión, fórmulas para la solución de problemas complejos, de tal manera que el concepto de tecnología llega a abarcar tanto la praxis técnica como sus soportes, materiales o inmateriales” (Gallino 2001:870). Si se observan de conjunto las áreas de la vida que afectan las tecnologías así definidas, se revela su magnitud, que involucra gran parte de experiencia humana: el conocimiento y el modo de aprehender la realidad, la representación del mundo, la alimentación, el trabajo, las relaciones interpersonales y hasta las expectativas frente a la enfermedad y la muerte. Sin duda hay aquí otra cosa que un conjunto de aparatos “facilitadores” de la vida. La idea de racionalidad, unida a la de eficiencia y funcionalidad, aparecen en la base de la conformación de las tecnologías contemporáneas. Así, en la reconocida labor de Mumford, la historia de la técnica no puede estudiarse separada de múltiples factores culturales que “preparan” su advenimiento.3 Mumford divide la historia de la técnica en etapas y denomina “neotécnica” a la fase actual, cuyo inicio data en el primer tercio del siglo XIX. Este período se caracteriza por la fusión efectiva entre la técnica y la ciencia.4 Desde entonces hasta hoy, el despliegue tecnológico sigue expandiendo su dominio. Sin embargo, es equivocado pensar las tecnologías como un tipo particular de descubrimiento cuyo advenimiento hace girar diferente al mundo. Mumford lo expresa de esta manera: “Detrás de todos los grandes inventos materiales del último siglo y medio no había sólo un largo desarrollo de la técnica; había también un cambio de mentalidad. Antes de que pudieran afirmarse en gran escala los nuevos procedimientos industriales era necesaria una nueva orientación de los deseos, las costumbres, las ideas y las metas. ... Para entender el papel dominante desempeñado por la técnica en la civilización moderna –dice más adelante-, se ruptura, esto es, diferencia radical u otredad. 3 La primera edición de Técnica y Civilización es de 1934; durante casi 30 años permanece en las sombras y en 1962 vuelve a aparecer con una nueva introducción del autor. Esta reedición se traduce al castellano en 1971. Hoy constituye una de las referencias básicas para cualquier interesado en la historia de la técnica. 4 La primera ola (fase eotécnica) dura hasta el siglo X y consiste en la obtención de orden y potencia con medios puramente externos. La segunda ola (fase paleotécnica) abarca hasta 1930, incluyéndose en este período la Revolución Industrial, e implica la universalización de la máquina. debe explorar con detalle el período preliminar de la preparación ideológica y social. No debe explicarse simplemente la existencia de los nuevos instrumentos mecánicos: debe explicarse la cultura que estaba dispuesta para utilizarlos y aprovecharse de ellos de manera tan extensa” (Mumford 1979:22). Tanto Mumford como Murray Bookchin (1993) subrayan que la técnica no constituye un dominio autónomo que se desarrolle al margen de la sociedad. Por la tanto, lo que produce los cambios en las sociedades no puede ser el advenimiento de una técnica, puesto que ella misma es creación histórico-social.5 “El lenguaje, las costumbres, las normas, la técnica, no pueden ser explicadas por factores exteriores a las colectividades humanas. Ningún factor natural, biológico o lógico puede dar cuenta de ellos” (Castoriadis, 1999:94). La tecnología tal como la conocemos es consustancial a esta institución social. Como indica Schmucler, “las tecnologías son las formas con las que los hombres conciben su lugar en el mundo y, por lo tanto, su relación con él. La idea de ‘dominar la naturaleza’ condiciona el pensamiento sobre el mundo y los caminos de su apropiación, de su dominio: separarse de la naturaleza y considerarla enemigo son requisitos previos para intentar dominarla. En esa forma de constituir la naturaleza, en ese apartamiento, lo que se está configurando es la naturaleza provocante del hombre, al decir de Heidegger” (1997:35-36). Dominio racional Indica Castoriadis que son dos los proyectos fuertes de la modernidad. El primero está relacionado con su ideal emancipador, con la autonomía, que se desarrolla tanto en la política como en la actividad creadora de la ciencia y el arte. El segundo se edifica, en cambio, en torno a la significación imaginaria del dominio racional. La ciencia participa de los dos proyectos durante algún tiempo. Luego, se va apartando del proyecto de autonomía para ir tras el imperativo funcional: la ciencia deviene tecnociencia, instalándose bajo el signo de una racionalidad que se expresa, básicamente, a través de la ecuación costobeneficio. 5 En el sentido en que Castoriadis usa el concepto, una “creación” no debe ser valorada positivamente por el solo hecho de serlo. “Auschwitz y el Gulag son creaciones del mismo modo que el Partenón o Nuestra Señora de París. Son creaciones monstruosas, pero creaciones absolutamente fantásticas.” Ver Cornelius Castoriadis, “El ascenso de la insignificancia”, entrevista con Olivier Morel, del 18 de junio de 1993, publicada en Ciudadanos sin brújula, Ediciones Coyoacán, México, 2000. Para este autor, la época actual es la época del “conformismo generalizado”: ha sido abandonado el proyecto de la autonomía, estamos en una fase de atonía creativa y de exigua participación política; y lo históricosocial se constituye bajo la impronta del dominio racional, de un imaginario social capitalista de ilimitada expansión de la producción y el consumo. Sociedad heterónoma: el sentido instituido es pasivamente aceptado. El mundo instituido se manifiesta como “ideológico” en la imagen de mundo con el que la sociedad se lo representa para sí, apareciendo como “respuesta” a ciertas “necesidades” que no preexisten a esa misma sociedad ni a la pregunta sino que son planteadas desde la significación imaginaria. “La imagen de sí que se da la sociedad comporta como momento esencial la elección de objetos, actos, etc., en lo que se encarna lo que para ella tiene sentido y valor. La sociedad se define como aquello cuya existencia (la existencia ‘valorada’, la existencia ‘digna de ser vivida’) puede ponerse en cuestión por la ausencia o la penuria de semejantes cosas y, correlativamente, como la actividad que apunta a hacer existir estas cosas en cantidad suficiente y según las modalidades adecuadas (cosas que pueden ser, en ciertos casos, perfectamente inmateriales por ejemplo la ‘santidad’)” (Castoriadis1993a:259). Estas elecciones están informadas por un sistema de significaciones imaginarias sociales que estructuran y jerarquizan, que invisten de valor ciertos objetos donde estas significaciones se hacen presentes. Es decir, la tecnología da, efectivamente respuesta a un imperativo funcional, pero esa definición de necesidades así como el modo en que son satisfechas no pueden pensarse si no es desde el imaginario de la sociedad capitalista. Castoriadis habla de las máquinas en este mismo sentido: “Las máquinas de las que se trata durante el período capitalista son perfectamente máquinas ‘intrínsecamente’ capitalistas. Las máquinas que conocemos no son objetos ‘neutros’ que el capitalismo utiliza con fines capitalistas, ‘apartándolas’ (como tan a menudo lo piensan, con total ingenuidad, los técnicos y los científicos) de su pura tecnicidad, y que podrían ser, también, utilizadas con ‘fines’ sociales distintos. Desde mil puntos de vista, las máquinas, en su mayoría consideradas en sí mismas, pero en cualquier caso porque son lógica y realmente imposibles fuera del sistema tecnológico que ellas mismas constituyen, son ‘encarnación’, ‘inscripción’, presentificación y figuración de las significaciones esenciales del capitalismo” (1993b:309-310). La tecnología así considerada no puede ser entendida como neutral, ni pueden proclamarse de ella “usos alternativos”. Lleva en sí misma la marca de la sociedad en la que surge y se renueva; la sociedad occidental y capitalista moderna. Tecnología e ideología No basta esta afirmación para considerar a la tecnología como parte de estructuras de poder. Hace falta todavía reintroducirla en el espacio del discurso, de las representaciones –a través de las cuales se aprehende el mundo y, en ese mismo acto, se lo hace mundopara observar cómo es significada. Consideraremos, a partir de la lectura de Valentin Voloshinov (1929) que en las arenas del signo se continúa la conflictividad de lo social; esto es, en las luchas por la apropiación de los significados se ponen en juego de manera privilegiada los procesos ideológicos. La ideología será está operación que se esfuerza por producir una “clausura semiótica”, por anclar los significados de una vez y para siempre, de fijarlos, de instituirlos; operación triunfante pero siempre falta, siempre incompleta, siempre precaria. “El concepto de ideología –indica John B. Thompson- se puede usar para aludir a las formas e que el significado sirve, en circunstancias particulares, para establecer y sostener relaciones de poder sistemáticamente asimétricas, algo que llamaré ‘relaciones de dominación’. En términos generales, la ideología es significado al servicio del poder” (1993:7). Hemos realizado una pequeña investigación para indagar en los atributos con los que se inviste a la tecnología en distintos textos no dedicados especialmente a ese tema.6 Presentados esquemáticamente, estas características son las siguientes: - Novedad: agregar a “tecnologías” el calificativo de “nuevo” es redundante. Lo tecnológico se define como “lo nuevo” siempre y cada vez más nuevo cuanto más “tecnológico”. Es una vieja significación en la que “novedad”, “progreso” y “tecnología” aparecen vinculadas por el espíritu de la modernidad ilustrada, que les otorga un valor positivo per sé. La forma de mostrar la novedad es a partir de una presentación del 6 Esta sucinta investigación no pretende explorar el tema en profundidad ni ser exhaustiva, sino que se plantea simplemente a modo de un primer indicador. Revisamos un conjunto de diarios correspondientes al primer semestre del año 2001. Hemos considerado unos cuarenta artículos de diferentes secciones de los diarios (noticias nacionales, internacionales, reportajes, publicidades no referidas a la tecnología de modo directo, etc.) de cuatro diarios publicados en distintas ciudades de la Argentina. Dos de ellos corresponden a la Capital Federal y son de circulación nacional. Los otros dos son regionales, uno se distribuye en la provincia de Córdoba y el otro en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén. “advenimiento” o nacimiento de cualquier producto tecnológico. Por extensión del valor de la “novedad”, la evidencia de la tecnología inviste de valor positivo, “predica”, la excelencia del sujeto/objeto del que se habla. Así, por ejemplo, es común que en educación se subraye la presencia de equipamiento multimedia o aulas virtuales, que por sí mismos garantizarían la calidad del “servicio”. - Felicidad: La tecnología ocupa el lugar de Dios y de la magia, realizando nuestro deseo. El discurso publicitario enfatiza especialmente este aspecto. Pueden también retomarse ideas semejantes en el discurso político. Fuera de ellos, la felicidad está ausente de las promesas, por lo menos de manera directa. - Realidad/Verdad: si la tecnología lo señala, es. La disputa puede estar, en todo caso, en cuál aparato, instrumento o técnica es más preciso. Esto vale también para el cálculo tecnocrático que planifica el futuro -por lo tanto, el futuro tiene la entidad de una realidad, puesto que ha sido prefigurado técnicamente. - Infalibilidad: Es derivada de la cualidad anterior. La tecnología naturalizada, es decir, considerada como autónoma de las relaciones sociales que la producen, no tiene falla. Las fallas, por definición, son humanas. Si un avión se cae a causa de una mala maniobra del piloto, es falla humana; pero si había sido mal ensamblado, también. La actividad de los hombres se revela sólo en caso de error. Aún así, la tecnología sigue al resguardo, separada de aquellos que la producen y en quienes se deposita el error. Al enunciar algunos de sus atributos, los textos no toman en cuenta las características físicas de los distintos objetos tecnológicos que se nombran. Su representación es difusa (connota mucho pero no “dice” demasiado). Aún cuando lo que designan sea difuso, es en cambio muy clara su tonalidad: hay un “optimismo” o valoración positiva que se hace patente en los textos y que se transfiere a los demás elementos textuales. En los textos analizados, las nuevas tecnologías pueden ser pensadas en relación a las demás significaciones, siguiendo el desarrollo teórico de S. Zizek (1992), como un designante rígido, un significante sin significado, que atribuye valor y organiza significados ambiguos o en disputa del resto de los significantes en juego. Las “nuevas tecnologías” de la comunicación Una de las vías tradicionales por las que la cuestión tecnológica ingresa al campo de la comunicación es a través de una perspectiva evolucionista en el estudio histórico de los medios. El “desarrollo” de la civilización depende de la invención de una serie de artefactos de harían “progresar” a la humanidad. En autores clásicos como Melvin de Fleur (1993)y Denis Mc Quail (1991), se pone en evidencia una concepción de la comunicación que la vincula de manera directa con la aparición de aparatos. Así, la irrupción de los medios masivos se muestra como un hito, capaz de reordenar todas las formas anteriores de la comunicación. De diferentes maneras, esta mirada está presente en la bibliografía justamente acusada de “mediacéntrica”. Un caso paradigmático es el de Mc Luhan (1970); en su determinismo tecnológico, anticipa la llegada de la sociedad de la información (en sus términos, la “aldea global”), que constituiría un nuevo estadio de desarrollo de la humanidad.7 Del mismo modo, las “nuevas tecnologías” anuncian la llegada de una nueva era, en la cual la comunicación tiene un papel importante que cumplir. Al hablar de “nuevas” tecnologías, nos referimos a un conjunto de tecnologías denominadas “de punta”,8 y que han producido cambios importantes en cuatro grandes áreas. Son: -las que se aplican en la transformación y automatización de los procesos productivos, incluyendo las que están relacionadas con la “revolución de los materiales” –nuevos, sintéticos- y la “revolución de la producción” –cambios introducidos en las actividades primarias-; -la informática y las tecnologías aplicadas a los procesos de decisión, y, de manera concomitante, al almacenamiento de la información, considerada un insumo esencial para el planeamiento y la toma de decisiones; -la comunicación masiva, las telecomunicaciones y los transportes, que implican cambios en la experiencia del tiempo y el espacio y cuyas lógicas median las relaciones sociales y, -finalmente, la biotecnología, la genética y la farmacología que, aunque también ligadas a los procesos productivos, tienen por objeto al ser humano. En su relación con la comunicación, los cambios más importantes están ligados a las redes informáticas y sus potencialidades frente a la superación del espacio y la instanteneidad de la conexión.9 Aunque en muchos casos se asume a la informática como parte del área de 7 Distinta es la consideración de la globalización como un nuevo estadio del capitalismo mundial, no como irrupción de ciertas técnicas. Véase, por ejemplo, Benjamín Coriat (1998). 8 Cf. Alvin Toffler (1981) La Tercera Ola. 9 Existe otro modo en el que las nuevas tecnologías ingresan en la agenda comunicacional, vinculaas al debate sobre las videoculturas, pero este aspecto no será tratado en esta comunicación. estudios, es necesario repensar en qué medida el procesamiento maquínico de la información mantiene alguna vinculación con la comunicación. Cuando la información aparecía en el campo, hace unas pocas décadas, venía ligada a la actividad periodística. Aquí, la posibilidad de pensar el problema y decir algo interesante frente a ello parece más bien cuestión de la ingeniería que de la comunicación. Sin embargo, hay toda una vertiente de estudios que asume que la comunicación es cuestión de aparatos. Se hace necesario, entonces, explicitar qué se entiende por comunicación y las dificultades que impone la delimitación de su campo. Comunicación: seis definiciones usuales El significado etimológico del término es bien conocido; proviene del latín comunicare, que significa “poner en común”. Su contexto de origen es bastante particular; el término adquiere resonancias religiosas en tanto comparte su raíz con comunión y comunidad. Efectivamente, no hay un equivalente griego para comunicación. Señala Sfez que comunicar “es el modo simbólico privilegiado de las sociedades de ‘política fragmentada’” (1995:41). Se hace evidente entonces, por qué no existe un concepto para la polis griega; el diálogo polémico es condición de su existencia. En la mitología, Hermes, dios habitualmente asociado a la comunicación y al comercio, tiene funciones múltiples: es el heraldo de los dioses por su elocuencia e ingenio, el promotor del comercio y el encargado de mantener la libertad de tránsito de los viajeros por los caminos, predice el futuro, conduce a los muertos ante Hades, ayudó a las Parcas a componer el alfabeto, inventó la astronomía, la escala musical, el arte del pugilato y la gimnasia y se le atribuye también la creación de pesos y medidas (Graves 1995:77). Frente a tan profusa acción, no es sino por un anacronismo -reduciendo y sintetizando su papel a una actividad social específica del presente- como se lo vincula con la comunicación. ¿Cuál es la situación histórico-social en la cual comunicare adquiere valor significativo? La Roma de las primeras comunidades cristianas, unidas (en comunión) entre sí por el Evangelio. La participación conjunta típica de la vida en comunidad no alude solamente al número de los individuos componentes sino a la calidad del lazo social; se trata de una relación de fuerte compromiso en medio de un entorno hostil. La unidad en la palabra era de la Palabra divina –una vez dicha, para ser eternamente interpretada-, es decir, unidad de sentido. En este contexto muy preciso resulta la comunicación un modo más de la unión, en el que “poner en común” es parte de un modo de vida. Aún abstrayendo el elemento religioso, sería posible seguir hablando de comunicación en el marco de las relaciones definidas en una comunidad. Ahora, ¿qué sucede cuando el término nombra un tipo de relación que tiene lugar en una sociedad, caracterizada por la impersonalidad, una normativa objetivable, la tipificación de lugares, roles y actividades? La modernidad, en su afán racionalizador, puso en jaque un tipo de vínculo anclado n la irracionalidad y en la religiosidad, que debía ser circunscrita a la esfera privada. La “puesta en común” debía sufrir transformaciones, pasar –al igual que la política- por el tamiz de la representación. Sin embargo, se resguarda el término. Para Sfez, se vuelve acuciante hablar de comunicación en una sociedad que no consigue comunicarse. “Decir y anunciar urbi et orbi que ella es ‘de comunicación’ es, para la sociedad actual, aludir a un malestar preciso, luchar contra el estallido y la desunión, la atomización posible, y recordar con nostalgia la decadencia de cierta calidad de enlace social” (1995:104-105). En la fuerte crítica que este autor propone los modos de conceptualizar la comunicación, propone dos matrices básicas en las que se moldea el pensamiento comunicacional: la metáfora orgánica (el Frankenstein) y la metáfora mecánica (la bola de billar). Para otros autores, como Armand Mattelart (1998), la primera considera la comunicación como flujos, mientras que para la segunda son transmisiones punto a punto. La metáfora de la red aparecería como un modo de superación de este tipo de modelos. En general, pueden diferenciarse seis modos en los que la comunicación aparece concebida en textos corrientes: -como simple transmisión de un estado o propiedad, que puede referirse a objetos inanimados, -como un comportamiento de un ser viviente que influye sobre otro, -como intercambio de valores sociales (en las teorías de Lévi-Strauss), -como transmisión de información, -como el acto de compartir significados socialmente intercambiados, -como formación de una unidad social teniendo en común valores, el modo de vida y un conjunto de reglas.10 La clasificación propuesta parte de la acepción más amplia (todo puede ser considerado en términos de “comunicación”, como simple transmisión) a la más restricta (ya no “poner en 10 Elaborado sobre la base de la taxonomía de Luciano Gallino, Diccionario de sociología, entrada “Comunicación”, (1995:181-183) común” sino “tener en común”, esto es, formar comunidad). Normalmente, el campo de la comunicación se concentra en la “transmisión de información” o en el “intercambio de significados”. La primera apunta al clásico esquema emisor-mensaje-receptor. El problema fundamental en este caso es a prescindencia de la consideración de los procesos sociales yl fuerza imperativa que adquiere la tecnología en los análisis. Deudora de Shannon y su preocupación por los aparatos, este modelo aparece al mismo tiempo como el más “científico-objetivo” y el más adaptado a las preocupaciones profesionales; su simplicidad tiene también que ver en su permanencia a lo largo del tiempo. La segunda podría encontrar una expresión paradigmática en el texto “Encoding/Decoding” de Stuart Hall, que tiene el mérito de reinstalar la cuestión massmediática puesta en primer plano por el esquema dominante, como un momento de un proceso social más amplio, el de circulación de significaciones. Pero este tipo de enfoque ha derivado en estudios cuyo énfasis en la recepción se despreocupa por trazar las necesarias vinculaciones con una inámica social más amplia. La atención enfocada hacia pequeños grupos o grupos subalternos muchas veces conlleva a desentenderse de las grandes tendencias y a sobredimensionar la magnitud de prácticas a todas luces marginales y muy acotadas a grupos específicos.11 En uno y otro caso, la novedad de lo tecnológico –ahora Internet- vuelve a poner de manifiesto cómo un sentido común sobre este tema permea aun el pensamiento crítico. El hecho de asignar un valor decisivo a los vehículos de los que se vale un proceso de comunicación social y la ausencia de una teoría que se aparte de la simple aceptación del mundo que es, se revela en discusiones que ven en estos medios una nueva posibilidad de expresión y de interconexión de las culturas y de los escasos actores sociales no implicados en los procesos hegemónicos. Desde nuestro análisis de la tecnología como presencia de la significación del dominio racional en torno a la cual se edifica la sociedad occidental capitalista, es absolutamente impensable considerarla, al mismo tiempo, herramienta propicia para la emergencia de una sociedad distinta. Hemos intentado mostrar cómo, a una determinada definición de comunicación, se corresponde una sociedad históricamente especificada. Estas tecnologías de la comunicación sostienen un tipo de relación sin profundidad, definida básicamente como 11 Dada la brevedad de nuestro trabajo, no podemos ampliar las consideraciones sobre las teorías en comunicación. Para una crítica de los estudios de la recepción, véase Sergio Caletti (1992), Maria contacto, sin posibilidad de que se articule un diálogo social donde el otro cuente, donde la interpelación sea más que un intercambio más o menos comprometido de mensajes fundamentalmente operativos; donde haya un tiempo para una reflexión profunda y donde se involucre la propia vida, en una praxis, teoría y práctica (y ninguno de los términos son prescindibles) de una acción transformadora. Bibliografía Bookchin, Murray (1993) Ecología de la libertad, Altamira, Buenos Aires. Bougnoux, Daniel (1999) Introducción a las ciencias de la comunicación, Nueva Visión, Buenos Aires. Caletti, Sergio (1992) “La recepción ya no alcanza”, en Luna Cortés, Carlos (coord.) Generación de conocimientos y formación de comunicadores, Opción, México. 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