Pero ¿qué es el comunitarismo? Pierre-André Taguieff (*) Artículo publicado en el diario "Le Figaro" el 17 de julio de 2003. Pese a que su contenido procede de un punto de vista exterior al de esta página, se reproduce para que el lector en castellano tenga una visión de lo que se quiere englobar/descalificar bajo el confuso término de "comunitarismo" así como animar al posicionamiento respecto a esta temática "transversal". -------------------------------------------------------------------------------El término "comunitarismo" empezó a ser utilizado, sobre todo en lengua francesa (desde los años 80), para designar de manera crítica toda forma de etnocentrismo o de sociocentrismo, todo grupo autocentrado, que implicara una autovaloración y una tendencia a cerrarse sobre sí mismo, en el contexto cultural de la "posmodernidad" donde la "apertura", y más particularmente, la "apertura al otro" está fuertemente valorizada, en una forma renovada de "cosmopolitismo". Además, el "comunitarismo" es definido por sus críticos como todo proyecto sociopolítico que pretende someter a los miembros de un grupo determinado a las normas que se suponen propias de ese grupo (su comunidad); en definitiva, controlar las opiniones y los comportamientos de todos aquellos que pertenecen a su denominada "comunidad". La tiranía de tal o cual "comunidad" es un fenómeno social observable. Llamada de atención comunitarista: la exigencia del tipo "tu debes pensar y vivir a la imagen de tu comunidad" que es a menudo lanzada a individuos que supuestamente se toman "demasiadas libertades" con respecto a lo que es comunitariamente convenido de hacer y pensar. Otra traducción posible, dentro de la ética de la autenticidad: "Sé tu mismo", sobreentendiendo que mi "ser" me viene dado por el conjunto de mis "anclajes" comunitarios. "Comunitarismo" se opone a la vez a "individualismo" y a "cosmopolitismo". Pero el término "comunitarismo" designa también una ideología cuya función es la de legitimar la reconstrucción de agrupaciones de individuos por sus orígenes, precisamente de "comunidades", en el marco de Estados-nacionales fundados sobre el principio normativo de la homogeneidad cultural y étnica, dentro por tanto, de un espacio político post-comunitarista. En este sentido, "comunitarismo" se opone a "nacionalismo" o a "nacionismo". La "comunitarización" constituye una contestación interna de la construcción nacional. Nos encontramos ante un término de polémica utilización, netamente peyorativo: nadie se afirma profundamente "comunitarista" (o no más que racista), y las "derivas comunitaristas" denunciadas son siempre las de un grupo distinto al grupo al que pertenece el denunciador. "Comunitarista" es el otro. Culpable del "repliegue identitario" - cliché asociado al discurso anti-lepenista de los años 80así como de otros ("cerramiento", "crispación", "rigidez", "arcaísmo"). La acusación de "comunitarismo" es totalmente descalificadora dentro del campo de las creencias y los valores denominados "pos-materialistas" ("individualistas" o "liberal-libertarios"): tolerancia, apertura, libertad de expresión, flexibilidad, mestizaje, etc. Esta fuerza peyorativa dirigida contra la palabra "comunitarismo" contrasta con la celebración contemporánea, en todas los ambientes políticos, de "comunidades", de "culturas" o de "identidades", en definitiva de grupos a los que suponemos portadores de valiosos e incomparables valores, que forman parte del "patrimonio cultural de la humanidad". De cara a estas culturas, estas especificidades o estas identidades comunitaristas, se nos llama a practicar la "tolerancia", se nos incita a no "estigmatizarlos", es decir, a "respetarlos". Se condena el "comunitarismo" al tiempo que se elogian las "comunidades": este contraste de pareceres es una de las paradojas que nos encontramos cuando intentamos ver más claro a través del "agujero" de las ideas recibidas sobre la cuestión. Si la palabra "comunidad" es definida en todos los diccionarios de lengua (siempre en torno a una colectividad social dotada de una unidad y de una identidad), la palabra "comunitarismo" no es objeto de cita alguna en la nueva edición del Petit 2 Robert (2002). ¿Supone éste hecho un indicador de prudencia o síntoma de enfermedad? Este "ismo" es de uso corriente después de dos decenios. La denuncia del "comunitarismo" podría quedar aparcada en los almacenes de posturas políticas disponibles, en cuanto que denuncia convenida y conveniente, no compromete a nada, fundado como está sobre una noción confusa. Podemos no obstante, ordenando las connotaciones del término, distinguir cuatro definiciones posibles, para lograr precisar los difusos contornos del "comunitarismo". 1. Modo de auto-organización social de un grupo, fundamentado en una "filiación étnica" más o menos ficticia (pero objeto de creencia), en una perspectiva etnocéntrica más o menos ideologizada, sobre el modelo de "nosotros contra los otros" (nosotros: los mejores de entre los humanos, los más humanos de entre los humanos). "Comunitarismo" se convierte en sinónimo de "tribalismo". 2. Visión esencialista de los grupos humanos, cada uno está dotado de una identidad esencial a la que suponemos se adhieren todos sus miembros o representantes. El individuo es reducido a nada más que un representante más o menos típico de lo que imaginamos es el grupo dentro de la naturaleza abstracta o de su esencia. El imaginario "comunitarista" comparte esta visión esencialista con el pensamiento racista o la ideología nacionalista. 3. Política en favor de las identidades de grupo, culturales o étnicas, fundado en el reconocimiento del valor intrínseco y del carácter irreductiblemente múltiple de estas identidad en el seno de una misma sociedad, siendo todos igualmente dignos de respeto, por tanto juzgados libres de afirmarse en el espacio social (pero no, estrictamente hablando, en el espacio público, que supone la existencia de un campo de interacción que trasciende las "comunidades"). Esta es la visión angelical del "multiculturalismo", al menos la que dan sus más firmes partidarios. 4. Pero el "comunitarismo" puede también designar la utilización política de un mito identitario fundado sobre la absolutización de una identidad colectiva. Incluso también caracterizar una política fundada sobre el "derecho a la diferencia" llevado a sus últimos extremos y radicalizado en obligación, para cada individuo, de mantener ante todo "su diferencia", es decir, su pertenencia al grupo que privilegia (digamos, una "cultura" de origen, religiosa lo más comúnmente o naturalizada). En este sentido, el "comunitarismo" aparece como una forma de neo-racismo cultural y diferencialista. Para la teoría normativa de la democracia, el término "comunitarismo", si eliminamos su fuerte carga polémica, aparece como un sinónimo impreciso de "multicomunitarismo", que designa las doctrinas políticas de la sociedad multicultural o pluriétnica ("etnopluralismo"), y que implica una concepción de la sociedad deseable como un conjunto de "comunidades" o de "minorías" yuxtapuestas, cada una viviendo según sus valores y sus normas propias, en nombre de una concepción de la tolerancia fundada sobre el relativismo cultural radical. Pero la tolerancia exigida va más allá de la simple no prohibición, que equivaldría a relegar la expresión de las identidades a la esfera privada: pretende alcanzar una reivindicación de reconocimiento positivo en el espacio público. Tolerar no significa aquí soportar lo que es juzgado difícilmente soportable, sino respetar incondicionalmente las formas de ser y de pensar de un grupo, evitando desvalorizar su autorepresentación y de afectar a la estima de cualquiera de sus miembros. De ahí que el recurso al lenguaje "políticamente correcto" acabe siendo la consecuencia necesaria de la política de reconocimiento: se hace imperativo evitar llamar la atención sobre la imagen o la dignidad de cualquier grupo social "minoritario". Desde esta perspectiva, el modelo asimilacionista es rechazado por lo que supone de violencia contra las especificidades o a los particularismos juzgados intrínsecamente e igualmente respetables. 3 El espacio social pos-nacional se etniza, es decir se racializa, y todo ello en nombre del más absoluto anti-racismo. El multicomunitarismo es un sucedáneo fraudulento del pluralismo político: al anclar las identidades colectivas (todas más o menos ficticias, inventadas o reinventadas) instaura -en nombre de la tolerancia- un espacio pluriconflictual ocupado por las acciones concurrenciales de los líderes de la identidad comunitarista (para captar subvenciones estatales, movilizar un sector del electorado, monopolizar la representación mediática, etc.). La política, en una sociedad multicomunitarista, se reduce al arbitraje permanente entre los grupos de presión con intereses opuestos, incompatibles o mutuamente excluyentes: la posibilidad misma de una referencia al bien común o al interés general desaparece. Las reivindicaciones identitarias no conocen límites, los deseos comunitaristas son absolutamente insaciables. La cuestión del "comunitarismo" se complica por sus interferencias con el nuevo radicalismo de izquierda y las estrategias de guerra cultural conducida por los fundamentalistas islámicos (los "islamistas"). Estos ambientes neo-izquierdistas apoyan significativamente la ofensiva de los militantes islamistas para romper el consenso republicano, mediante el símbolo del "velo islámico" en las escuelas. El velo constituye un símbolo ostentoso de pertenencia religiosa (donde se afirma el fermento "comunitarista") y una bandera para el combate político-religioso, como el del islamismo radical, cuyo objetivo final es "islamizar la modernidad". Este proyecto de islamización planetaria implica la ambición de una ulterior destrucción del pluralismo liberal, garantizado por la existencia de Estados de derecho y/o de democracias constitucionales. La respuesta de los republicanos, por definición defensores del principio de laicidad, es de modernizar el islam. Se trata ante todo, dentro de la cultura musulmana que les acoge, de distinguir y separar la política y lo religioso. Esto vendría a favorecer la aparición de un "islam laico", compatible con los principios de la democracia pluralista y los valores del individualismo (la fe como algo individual). Pero si este "islam a la francesa" es seguramente deseable, su generalización choca con un importante obstáculo sociopolítico: el debilitamiento, e incluso la disolución de los Estados-nacionales a la hora de la globalización. Para hacer emerger un islam "integrado", hace falta que se apoye sobre una estructura política integradora, cuyos principios fundadores sean objeto de fuerte adhesión por parte de sus ciudadanos, y a la vez sea sinceramente deseada por los candidatos a la integración. La nación francesa, el estado en que se encuentra, ¿es suficientemente cautivadora?. ¿Francia atrae hasta el punto de poder compensar con los bienes simbólicos nacionales la pérdida de una parte de la "sabia" proporcionada por los sistemas de creencias de origen?. (*) Pierre-André Taguieff es filósofo, director de investigaciones del CNRS, autor entre otros de "La Nouvelle Judéophobie", "L'Illusion populiste" y "Du progres".