PERO, ¿EL HÁBITO HACE AL LÍDER

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PERO, ¿EL HÁBITO HACE AL LÍDER?
Por Ing. José Enebral Fernández
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Sin duda, el liderazgo es uno de los postulados de gestión empresarial a que hemos añadido
más adjetivos (transformacional, transaccional, situacional, relacional, resonante, democrático,
emocional, ético, responsable, de servicio, participativo, inspirador, capacitador, carismático,
visionario…), y del que hacemos más diversas lecturas. Tal vez habría que cuestionarse su
significado atendiendo al perfil de los nuevos seguidores: los trabajadores de la economía del
conocimiento. Surgen, en efecto, nuevos modelos de liderazgo, aunque quizá seguimos
pensando, en buena medida, en los trabajadores de la era industrial.
El lector tendrá ocasión aquí de disentir o asentir cuanto desee, pero este articulista querría defender,
de entrada, una interpretación del liderazgo que, sin descartar otras que también identificaremos,
exigiera la sanción de los liderados: “Condición del líder percibida por los seguidores, que supone una
relación satisfactoria, unas metas y compromisos compartidos, un despliegue de esfuerzos, y un
impulso de voluntades y emociones positivas”. En su caso, el líder sería así un orientador de
voluntades y esfuerzos, un catalizador de emociones positivas, dentro de un colectivo que como tal lo
reconoce.
Al llevar esta relación al marco empresarial, tenemos que pensar que los directivos-líderes tendrían
que ganarse la adhesión cognitiva y emocional de sus colaboradores, tras metas u objetivos
compartidos. Sin esta adhesión, podríamos hablar en las empresas de directivos, de jefes, de
mandos…, pero quizá no tanto de líderes, a pesar del empeño que ponemos en ello. Y al hablar de
ganarse la adhesión, no querría yo decir —ni entenderá el lector— que los trabajadores de hoy se
hayan de poner al servicio ciego de personas concretas, sino, sobre todo, de metas compartidas. No
obstante, quizá la relación entre directivos y trabajadores de la economía del conocimiento, no esté
convenientemente reflejada en el modelo líderes-seguidores: esta reflexión les propongo.
Creo, en efecto y aunque haya otras formas de verlo, que los nuevos trabajadores del saber
(universitarios, o procedentes de la formación profesional u otras vías) —dícese que figura clave de la
nueva economía— se manifiestan como profesionales en buena medida autoliderados (emerge un
nuevo marco relacional entre empresas y trabajadores), y no parecen seguir en las empresas tanto a
líderes (salvo connivencias o complicidades), como a metas u objetivos que atraen su interés, su
atención y su energía psíquica. Pero, tras estas primeras formulaciones, deseo recordar también que
el liderazgo se ha venido identificando con:
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Posición a la cabeza de la empresa, de un departamento, etc.
Tarea del primer ejecutivo, típicamente en un proceso de cambio.
Sistema, método o estilo de dirigir personas.
Función de los directivos, complementaria a la de la gestión.
Familia de habilidades interpersonales de los mejores directivos.
Habilidad específica de guiar y energizar a los demás tras metas comunes.
Actitud entusiasta, contagiosa e integradora tras un logro colectivo.
En realidad, en los tiempos que corren, más que hablar de líderes, este articulista preferiría hablar
simplemente de nuevos directivos y nuevos trabajadores; pero, al someter a consideración estas
reflexiones, cuento con que la nueva economía está todavía en camino o proceso, y con que
continuaremos seguramente hablando de líderes, aunque también lo hagamos del emergente perfil —
que con detalle nos dibujara Peter Drucker— de los nuevos trabajadores del saber:
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Visible grado de desarrollo personal y profesional.
Destreza digital e informacional.
Autonomía en el desempeño y el aprendizaje permanente.
Capacidad creativa y actitud innovadora.
Autotelia profesional y apego a la calidad.
En suma, un valioso activo para la empresa.
Drucker destacaba igualmente que estos trabajadores, cuya vinculación con la empresa está
evolucionando, se muestran más leales a su profesión que a su organización…, pero no recuerdo
haber leído nada sobre su lealtad a los grandes líderes, cuya frecuente codicia, por cierto, denunciaba
el aclamado maestro en uno de sus últimos libros. Naturalmente, al hablar de codicia —o corrupción,
narcisismo, culto al ego, etc.— no podemos generalizar, y además habría que distinguir entre
poderosos altos directivos por un lado, y directivos o mandos intermedios, de renovado papel y
reducido poder, por otro. Pero, dejando a un lado los desvelados abusos de algunos ejemplares
líderes empresariales (sería injusto citar sólo a Welch), y enfocando a los directivos intermedios, hay
que subrayar la transición de una tradicional autoridad jerárquica en las empresas a otra más basada
en el conocimiento, y la de una función directiva de mando y supervisión a otra de apoyo y servicio. A
mi juicio, estas tendencias ponen en cuestión algunos aspectos del tradicional modelo líderesseguidores.
Pero paso ya a relatar mi experiencia de búsqueda de información electrónica sobre un reciente
intento de redefinición del liderazgo en la empresa: la dirección por hábitos. El hecho de que una
conocida consultora de formación, Fycsa (ahora integrada en “élogos”), utilice esta doctrina del
profesor Fernández Aguado para predicar una nueva forma de ejercer el liderazgo, llamó mi atención
en un momento de receptividad.
Mi aproximación a la DpH
Recién fallecido Peter Drucker en noviembre de 2005, y queriendo ver qué se decía ahora sobre la
dirección por objetivos (50 años después de que el reconocido padre del management moderno
perfilara este sistema profesional de gestión), me dispuse a buscar en Internet, donde además suelo
hacer serendipitosos —interesantes y casuales— descubrimientos. Pronto encontré reparos al
sistema, y di con la denominada “dirección por hábitos” (DpH), que parecía ser una evolución
necesaria de la dirección por objetivos (DpO) y la dirección por valores (DpV). Vi luego también que
un conocido proveedor español de e-learning, José Ignacio Díez (consejero delegado de la antigua
Fycsa, ahora integrada en “élogos”), ofrecía la DpH como nuevo modelo de liderazgo, y lo ofrecía
además como su producto estrella para 2006: debía ser una contribución enriquecedora a la dirección
de personas en nuestro tiempo.
Me interesó porque nunca había yo asociado especialmente la DpO al liderazgo, de modo que la DpH
debía ser algo sensiblemente distinto: quizá menos relacionado con la gestión, y más con el liderazgo.
¿Vendría la DpH a encauzar acertadamente la dirección de personas en las empresas, y a predicar tal
vez valores como la integridad o la subordinación a la colectividad? ¿Qué se entendería por hábitos?
Ya cuando surgió la dirección por valores, me sorprendió que se la deseara relacionar con la dirección
por objetivos, y que algunas personas la vieran como un sustituto para ésta: hablo de los años 90.
Para mí la DpV no era una mala idea, y además me parecía necesario cultivar determinados valores
en las empresas (más allá de proclamarlos en pósteres), pero no me parecía realista compararla con
la doctrina de la DpO (que, si acaso y en mi opinión, se había ido adulterando en la aplicación). Había,
a mi modo de ver, que seguir trabajando profesionalmente para conseguir importantes objetivos bien
seleccionados y formulados, y había que hacerlo siendo competentes (ya se hablaba también de la
gestión por competencias) y actuando, desde luego, en el marco cultural de la organización
(creencias, valores, estilos…).
En mi búsqueda de información sobre la dirección por hábitos (DpH), llegué a un estudio de Deloitte &
Touche preparado por Miguel Ángel Alcalá, director general de la Asociación Internacional de Estudios
sobre Management: “Los retos de la DpH son dos: definir cuáles son los hábitos que convienen a las
personas, y mostrar los senderos para lograrlos. En este sentido estricto, el trabajo consiste en que la
persona conquiste la verdad de sí misma en sus acciones, y, paralelamente, el bien pleno para sí
misma, con su conducta: vivir la verdad sobre el bien realizado en cada acto, y la realización del bien
subordinado a la verdad sobre su propio ser”. Caramba, pensé yo; y seguí buscando.
De Javier Fernández Aguado, uno de nuestros reconocidos expertos y padre de esta nueva doctrina,
pude leer: “Los objetivos de la empresa pueden lograse por amenaza o por hábitos. Resulta peligroso
exigir de manera desmedida: a corto plazo suele ser muy útil porque los empleados trabajan más
durante un tiempo, pero cuando el jefe se ha ido, los trabajadores desconectan. Hay que saber
conjugar dirección por amenaza con dirección por hábitos, que consiste en convocar los mejores
deseos e intereses de cada persona en el trabajo que realiza". Me quedaba yo con que el nuevo líder
debía convocar los mejores deseos e intereses de cada seguidor, y no deseaba interpretar como
generalización lo de la desconexión cuando el jefe se va.
También de Miguel Ángel Alcalá, pude leer: “Con la dirección por hábitos (DpH) se establece una
consideración sistémica (global) del trabajo y de la persona que lo ejecuta. La DpH, junto a los frutos
del trabajo, que diversos autores centroeuropeos denominan trabajo objetivo (los frutos externos del
trabajo), trata de perfeccionar conjuntamente el trabajo subjetivo: aquello que queda en el hombre tras
haber cumplido con su deber, lo que le sucede en su mismidad. Un idéntico trabajo objetivo puede
implicar trabajos subjetivos incluso divergentes”. De nuevo me sentí sorprendido.
De Isidro Fainé, director general de La Caixa: “De una fría Dirección por Instrucciones se pasó a una
aséptica Dirección por Objetivos. Ahora, la Dirección por Valores (introducida en nuestro país por los
profesores Dolan y García), procedente del pensamiento indio; y la Dirección por Hábitos (fruto del
pensamiento del profesor Fernández Aguado), fundamentada en la cultura griega, se manifiestan
como instrumentos de calidad para seguir trabajando en beneficio de cada miembro de las
organizaciones en las que trabajamos. No se trata de sustituir la Dirección por Objetivos, como de
plantear éstos en forma de Retos, y completar el gobierno señalando las vías adecuadas para que
cada trabajador asuma esas nuevas competencias, que les permitan culminar la propuesta de
Píndaro: Llega a ser lo que debes ser”.
Estaba pensando ya en comprarme el libro de Fernández Aguado, de quien tengo otros, cuando
accedí a una presentación de la empresa proveedora de e-learning a que me refería anteriormente,
Fycsa (ahora “élogos”), preparada por Sandra Díaz para unas jornadas celebradas en Madrid (2005).
No me estaba enterando bien de lo que significaba la dirección por hábitos, pero se había nutrido mi
curiosidad y había finalmente accedido a información reciente y relacionada con el ejercicio del
liderazgo. Pude leer en seguida: “Los hábitos, las tendencias a repetir un acto, pueden convertirse en
virtudes o vicios. Los vicios son hábitos que no tienen un fin positivo para el hombre, por el contrario
las virtudes tienen el fin de perfeccionar al hombre y por lo tanto implican actos positivos (Aristóteles,
2001). Analizando el concepto desde el punto de vista de la virtud, se puede decir que son hábitos
adquiridos que facilitan la realización de actos buenos”. (Entendí que la cita se refiería a una versión
moderna de Ética a Nicómaco, escrita por Fernández Aguado, y no a una reciente reencarnación del
discípulo de Platón).
Parece que, entre los hábitos-virtudes que se proponen para el directivo, figura la coherencia, y
también la confianza en que cada colaborador aportará lo mejor de sí mismo… Pero también se
acude a las virtudes fundamentales o cardinales, para renombrar a tres de ellas y postular la
perspectiva (por la prudencia), la equidad (por la justicia), el equilibrio (por la templanza) y la fortaleza.
Según el contenido de la presentación, Fycsa-élogos apuesta por el directivo-líder que hace visibles
sus virtudes-hábitos, para servir de ejemplo a sus colaboradores: “La herramienta de gestión para
implantar la DpH son las propias conductas de los directivos que servirán de ejemplo para lograr los
hábitos de los colaboradores”.
Asimismo, leí: “La DpH es el logro de la traducción de los valores de la empresa en acciones
cotidianas buscando vencer la institucionalización que se puede provocar durante el proceso de
maduración de una empresa y mantener la motivación en niveles convenientes, que resultará de la
capacidad de personas y organizaciones de reinventarse, no de mimetizar comportamientos”. Y
también: “El directivo debe atender a todos los aspectos de la persona de forma íntegra. El verdadero
líder conquista la voluntad y las emociones de los colaboradores, no las manipula. Entiende sus
deseos y sus decisiones. Trabaja la inteligencia, la voluntad y las emociones”. (Esto último me
producía algunas reservas cuando me ponía en la piel del seguidor; yo preferiría leer que el líder ha
de conquistar la confianza o la adhesión, tras metas estimulantes, y no tanto la inteligencia, la
voluntad y las emociones; pero quizá leía ya con prevención).
Vi igualmente en la presentación una figura en que la DpO se presentaba como un avance sobre la
dirección por instrucciones (DpI) a la que sustituía, que la DpV se presentaba como un avance sobre
la DpO, y que la DpH se presentaba como un avance sobre la DpV: el avance necesario para servir
de doctrina a “líderes ejemplares”. Así como la dirección por instrucciones se identificaba con el
término “jefes”, la DpH se identificaba, en efecto, con el término “líderes ejemplares”.
Tendrá su opinión el lector, pero yo me resisto a cuestionar la vigencia de la DpO (aunque haya que
cuidar más la formulación de objetivos), y a verla gráficamente superada o sustituida por la coherencia
con unos valores proclamados, o por una predicación y cultivo de virtudes-hábitos. La DpO me parece
un sólido método profesional de gestión de personas tras metas ambiciosas pero alcanzables,
mientras que la DpV o la DpH me parecen más relacionadas con las actuaciones personales
encaminadas a la eficacia, y con los estilos de actuación, o la cultura, de cada organización (que
lógicamente formula sus propios valores o sus virtudes).
Leí más cosas, pero creo que ya les he reproducido suficientes frases que nos hablan de la DpH, y
sólo querría insistir en que, si me limito a la información electrónica recogida, se trata de contar con
líderes virtuosos-ejemplares que trabajen la inteligencia, la voluntad y las emociones de los
trabajadores, y cuya conducta servirá precisamente de ejemplo a los seguidores. Ésta debe ser una
síntesis mía demasiado simple, porque Sandra Díaz apuntaba un complejo proceso de implantación
que implicaba a:
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Equipo directivo.
Equipo de diseño.
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Tutores internos.
Equipo asesor externo.
Coaches.
Protagonistas del programa.
Grupos de debate.
Formadores y referentes.
La doctrina de Javier Fernández Aguado debe ser lógicamente más amplia y profunda —él mismo me
lo ha confirmado—, y se refiere tanto a hábitos técnicos (hard) como conductuales (soft); pero apunta
en suma a la necesaria mejora de las conductas (más allá de la consecución de resultados), aunque
esto parece depender de los hábitos y virtudes que se proclamen en cada caso, y de la fidelidad a los
mismos, sin caer en la adulteración. Ciertamente creo que se ha de pedir a los profesionales
resultados, y también conductas, si convenimos en que el fin no justifica los medios.
Se ve que los hábitos de conducta de los directivos no eran suficientemente buenos, a pesar de los
muchos seminarios que, sobre liderazgo, se han venido celebrando en las empresas en los últimos
años; no es extraño que algunas grandes organizaciones se planteen un impulso al mismo, pero
habría que asegurar su contribución —la del liderazgo— a la eficacia colectiva y a la calidad de vida
en las empresas. Ojalá la conducta de todos, de directivos y trabajadores, fuera ejemplar; pero no
estoy seguro de que los trabajadores deban guiar su conducta por la de los directivos, ni al revés; tal
vez en algún caso específico fuera útil... Yo diría que estamos ante distintas tareas, distintas
funciones, distintas exigencias, distintas responsabilidades..., que demandan diferentes prioridades en
las actitudes, los valores, las creencias, los hábitos...
Pero vayamos a la pregunta que me hacía: ¿hace el hábito al líder? Creo que el hábito (entendido
como formas virtuosas de conducta) puede hacer al monje (que tampoco), pero no al líder. Yo someto
a consideración del lector la creencia de que al líder lo hacen sus seguidores; parecería una mera
forma de verlo, pero también es una forma de decir que las cualidades del líder vendrían
determinadas por los seguidores… Pero, sobre todo, invito a la reflexión sobre la necesidad de revisar
la relación líderes-seguidores, de cara a los cambios relacionales que parece traer la nueva
economía.
Qué les propongo
Sin desestimar la mejora de nuestros hábitos, me atrevo a proponerles —volviendo sobre ello— que
centremos nuestra atención en los nuevos trabajadores del saber. No deberíamos insistir en una
elitización equivocada o exagerada de los líderes frente a los seguidores. En nombre del talento
directivo, hemos consentido muchas cosas a muchos jóvenes “con potencial”, y hoy lo sabemos bien.
En la economía del conocimiento y a medida que se vaya consolidando, lo que vale es, sobre todo, el
saber; la gestión sigue siendo importante, pero el conocimiento, nutrido por el aprendizaje y desarrollo
permanente, resulta vital, determinante. Dejemos de mimar en demasía a los directivos y
etiquetándoles de líderes, para atender, desde la profesionalidad y la ética, al aprendizaje continuo, al
conocimiento, a la innovación, a la productividad y a la competitividad de toda la organización.
Digo que lo que vale es, en muy buena medida, el saber, porque hoy cualquier producto
medianamente complejo cuenta con una materia prima esencial: el conocimiento. Muchos productos,
sin referirme a los propios PC, están llenos de “inteligencia”, de ingeniería electrónica o mecatrónica:
los automóviles, los electrodomésticos, los teléfonos, las tarjetas… Los trabajadores constituyen un
activo para la empresa en la medida en que sepan, y en que puedan contribuir a la inexcusable
innovación. Saben más que sus jefes y son conscientes de la importancia de su saber. Los
trabajadores necesitan a las empresas, pero éstas también necesitan a los trabajadores del saber.
Los trabajadores no piden que se les mime, pero sí que se les respete. (Creo que todo esto lo decía
Drucker, con bastante claridad).
Personalmente, de mi vida en una gran empresa, recuerdo que lo que más me molestaba era que me
pidieran hacer chapuzas, que no me dejaran hacer las cosas bien; no es que yo fuera entonces un
ejemplo de trabajador del conocimiento (que sin duda conocimiento para ello me faltaba), pero creo
que eso les pasa a los trabajadores a que me estoy refiriendo: les gusta hacer las cosas bien sin que
haya un departamento de calidad que se cuelgue sus medallas, y les gusta que respeten su
conocimiento y su creatividad, sin que impere lo de que las mejores ideas son las del jefe. No les
gusta que ningún líder se apropie del mérito de su aprendizaje y su desarrollo. No les gusta que la
autoridad se imponga a la razón. Temo que no les gusta sentirse liderados por alguien que no han
elegido, aunque sí deseen abrir espacio a sus emociones y sus intuiciones, acompañando
sinérgicamente a sus conocimientos.
El saber es, en verdad, valioso porque constituye capacidad para actuar; pero, más allá de ser
capaces, hemos de hacerlo bien, con buenos resultados: hemos de ser competentes en todo el perfil
competencial (conocimientos, habilidades técnicas, actitudes, fortalezas intrapersonales, habilidades
sociales, creencias, valores, hábitos de conducta…) que se nos demanda, y hemos de dotarnos de las
metacompetencias que aseguren la eficacia: entre ellas, una especie de protagonismo sobre nuestra
actividad profesional, llámese —más allá de la iniciativa— autoliderazgo, o dominio de nosotros
mismos. Puede que el término “autoliderazgo” parezca una reacción a un ejercicio quizá algo viciado
del liderazgo, pero todos deberíamos, en efecto, ser los mayores protagonistas de nuestras vidas
profesionales (por no hablar de la vida, en general).
Este postulado —“asunción de mayor protagonismo por cada individuo, en su desempeño
profesional”—, si están de acuerdo, sería de aplicación tanto a trabajadores como a directivos; si
estos últimos, además de liderarse a sí mismos, hubieran de liderar a sus colaboradores, habrían de
hacerlo de acuerdo con sus características —las de los colaboradores—, e incluso de diferente modo
en diferentes momentos. Tomemos las buenas ideas de la DpH, y todas las buenas ideas en general,
pero no perdamos de vista el emergente perfil del nuevo trabajador, permanente aprendedor, con
visible dosis de autonomía, que la situación parece ir demandando. Quizá, en el fondo, bastaría con
que fuéramos todos más profesionales, y más conscientes de nuestra dimensión de seres humanos:
casi nada.
Termino agradeciendo su atención al lector que haya pasado por aquí. Sólo añado que los
consultores tenemos tendencia a agarrarnos a las palabras —buzzwords— y quizá empiece a sonar
lo del autoliderazgo, e incluso se programen másteres en esta disciplina; para mí, el mismo se
desplegaría en:
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Autoconocimiento y autocrítica.
Aprendizaje permanente.
Afán de logro.
Autenticidad e integridad.
Compromiso y responsabilidad.
Autoconfianza.
Objetividad para percibir las realidades.
Gestión de la atención y la conciencia.
Autocontrol y templanza.
Autodisciplina e integridad.
Creatividad e intuición.
Dedicación autotélica al trabajo.
Flexibilidad y adaptación a los cambios.
Metas de contribución social.
Pensamiento reflexivo.
Capacidad de análisis y síntesis.
Perspectiva sistémica y visión de futuro.
Resistencia a la adversidad.
Quizá puedan ustedes mismos mejorar este perfil que les propongo, pero yo creo que estos rasgos
deberían estar presentes en todos los profesionales, sin distinguir niveles ni sectores. Y ahora me
agradecerán seguramente que termine, y yo les agradezco su atención. Asintamos o disintamos ante
lo que leemos, pero reflexionemos al respecto.
Ing. José Enebral Fernández
"Consultor de Management y Recursos Humanos, José Enebral Fernández, madrileño
y nacido en 1951, posee una experiencia de más de 30 años en formación continua de
titulados y directivos de grandes empresas, tanto mediante métodos presenciales como
aplicando nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Desde 1997, publica
regularmente artículos en diferentes medios impresos de su país (Capital Humano,
Training & Development Digest, Harvard Deusto, Aedipe, Dirección y Progreso, QCalidad, etc.) y también en algunos portales de la Red".
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