COROLARIO DE PASIONES ………puesto que su corazón le era desbordante en decisión para elegir a cualquiera de los transeúntes, hijos de la calle de Taraira, quienes no tendrían más alternativa que someterse a los ofrecimientos etéreos, de su exquisita beldad. Tenía por firme la idea de que los brazos de su soledad podrían soltarla, si se sumergía en el mundo de un extraño, y su mar turbio de emociones sería calmado por los labios de un varón foráneo a quien ella le otorgaría estrambóticos placeres, degustados sólo por sus elegidos, de quienes ella intuiría su aflicción y les prometería su enmascarada piedad. El sol quemaba hasta los huesos, en la memoria de un pueblo dibujado en los rincones de la hermosa Colombia a esquinas del fastuoso Brasil, cuando Elena vertía su infinita belleza sobre los ojos de los hombres que trajinaban su desocupación en el parque del sol Andino. Al llegar la tarde su coqueteo no se notaba cansado para recibir la intromisión galante de Lucio quien con cigarrillo en boca y bigote, le sopló su fina cortesía entretejida con los más bellos piropos, insinuándole sus muchos apetitos. Esta, se dejó seducir expeditivamente por el humo de sus pretensiones, moviendo su sonrisa y blanquecinas piernas en pos de un horizonte, en donde la noche bebía y se embriagaba con los lucíferos rayos del día. Bajo la pueblerina mística, y cobijados por el techo quebradizo de la casa de éste, los dos amantes se entregaban el uno al otro, procurando alejar con sus quejidos los gritos de los grillos, aborígenes innatos de la selva a las afueras del municipio. Ella, en sus avatares amorosos desabrochó las vestiduras más dificultosas de la piel de su hombre y estando cerca de su velludo pecho poso sus largas manos y penetró sus carnes, arrancándole el corazón, sin dejarle ninguna herida y desvaneciendo, su sensual silueta esculpida por un corto corsé, de la existencia. Lucio al advertir la ausencia abrió los ojos, y proponiéndose reconfortar su organismo en el sudor del hedonismo, se sintió vacio. Bañado además con la intriga de no saber el paradero de su clandestina consorte la buscó por entre los escondrijos del pequeño cuarto y de la maltrecha cocina que derramaban su exquisito aroma. Este, al no encontrarla y seducido por la fragancia, deslizó sus pisadas hacia el cementerio debajo de su casa; necrópolis en la cual el efluvio se sentía más fuerte e intenso, ¡tanto!, que fue capaz de extraviar su discernimiento, siendo sus ideas enterradas en cada uno de los sepulcros, y su conciencia tendida sobre el silencio, en donde la soledad se le perdía y procuraba abandonarse. Llegó un momento en que los días y los años se confundieron en su deleznable memoria y descansaron sobre las arrugas de su mal o lienta y andrajosa piel, hasta el extremo en que el hueco clavado en su pecho y la falta de un corazón, le provocaron alejar el cuerpo y el aliento del susurro del aire, del hálito de las nubes, del canto ardiente del sol, de las sombras de la luna y de cada latido de cada estrella, permitiéndole también comer de cual insecto y sabandija se le cruzaran a sus ojos. Lucio era un animal furtivo sin más preocupación que recorrer cada estrecho paraje de aquellos sofocantes mausoleos cuya respiración embebió el olor exquisito que persiguió durante mucho tiempo. Además, zambullido en las voces de los muchos amaneceres y anocheceres pretendió tropezar con los súbitos barullos de los seres invisibles que subsistían junto con él en las incontables madrugadas y en los arcanos escondrijos, sin que entre ellos el perfil de Elena se asomara. Cuando decidió no esconderse más de la lobreguez de la luna y de la férvida tonada del sol, se halló recostado en la más elevada de todas las enmohecidas tumbas, entregándose a lo hondo y oscuro del universo con la intención de morir, puesto que la mujer de sus anhelos yacía confundida y dispersa en algún lugar inasequible, o tal vez creyó, que estaría inmiscuida por entre los entresijos de los cadáveres y sus interminables podredumbres ya que desbarató en alguna ocasión, embargado por sus intransigentes y dispersos juicios, con enorme vitalidad y frenesí cuantiosos sarcófagos, sin hallar más que el fuerte hedor de la carroña que él mismo acabó de descuartizar y el cual le dejaba en la yema de los dedos un terrible escozor. Se paró entonces sobre las encumbradas cimas de aquella cama de almas y se precipitó al tremebundo abismo, pero cuando caía, los boquetes lunares le aventaron desde las alturas un impetuoso remolino de luces que sorteó ágilmente las rutinarias hordas de enjambres de tábanos, y lo empujó enérgicamente a lo largo del panteón, quedando su inconsciencia apuntalada sobre un apartado tronco de cedro rojo, el cual era bañado por el albor repentino, que poco a poco iba menguando. En este, halló el olor que lo embrujó y sobre una lápida, que estaba a sus pies, el nombre de Elena, en cuyo epitafio decía: “En 1920 sucumbió al sueño eterno, Elena la extranjera, la mexicana, la seductora, la que todos los días riega este árbol con lágrimas de corazones robados de hombres de Taraira y sana las heridas con sus raíces”. Lucio quedó atrapado para siempre en el hondo vacío de su pecho y en la memoria de un pueblo, dibujado en los rincones de la hermosa Colombia a orillas del mirífico Brasil, de donde le llegan como briznas, infinidad de cabalísticas melodías y alegrías que solazan su enjaulado espíritu de vez en cuando. Nombres: OSCAR ANDRES Apellidos: VALLEJO OBANDO Documento de identidad: 87456101 Departamento: NARIÑO Municipio: SAMANIEGO Dirección: Calle 2, Cr 3 Número 3-02 Barrio: PROGRESO Teléfono fijo: 7289384 Teléfono opcional: 7289167 Celular: 3117254413 e-mail. [email protected] BREVE RESEÑA BIOGRÁFICA: ESTUDIOS SECUNDARIOS: Bachiller Académico Institución Educativa Simón Bolívar Samaniego (Nariño) 19 Julio de 2003. ESTUDIOS UNIVERSITARIOS: Universidad Nacional Abierta y a Distancia Cursando actualmente décimo semestre.