TEMA 4: La santidad Homilía para la fiesta de todos los santos. Sean santos porque yo soy santo, dice el Señor. ¿Por qué Dios nos da un similar mandamiento? Es porque somos sus hijos, y si el Padre es santo, también los hijos lo deben ser. Solamente los santos esperan poseer la felicidad de poder gozar la presencia de Dios que es la santidad misma. En efecto, ser cristiano, y vivir en el pecado, es una contradicción monstruosa. Un cristiano debe ser santo…. Los mundanos, para dispensarse del trabajo para alcanzar la santidad, es decir, sin otra, les incomoda demasiado en su modo de vivir, haciendo creer que para ser santos, se necesitan hacer acciones estrepitosas, aplicarse a prácticas de devoción extraordinarias, abrazar grandes austeridades, hacer múltiples ayunos, abandonar el mundo para refugiarse en el desierto para pasar días y noches en oración. Sin duda todo esto es bueno, y es propio el camino que muchos santos han seguido; mas no es todo lo que Dios pide a todos. No, no es esto lo que nuestra religión exige, al contrario, ella nos dice: Levanten los ojos al cielo y observen si todos aquellos que ocupan los primeros puestos han hecho cosas maravillosas. ¿Donde están los milagros de nuestra Señora, de san Juan Bautista, de san José? Escuchen: Jesucristo mismo dice que muchos, en el día del juicio, exclamarán: « ¿Señor, Señor, no hemos profetizado en tu nombre; no hemos expulsado demonios y hecho milagros?...Aléjense lejos de mí, trabajadores de iniquidad, les responderá en el día del juicio; ¡Como! ¿han dominado al mar y no han sabido dominar sus pasiones? ¿Han liberado a los poseídos del demonio, y ustedes han sido sus esclavos?....Vayan, miserables, al fuego eterno; han hecho grandes cosas, y no han hecho nada para salvarse y meritar mi amor» (Paráfrasis de Mt 7,22.23). Vean por tanto que la santidad no consiste en hacer grandes cosas, sino en cumplir fielmente los mandamientos de Dios, cumplir el propio deber, en el lugar donde Dios nos ha puesto. Vemos a menudo una persona del mundo, que cumple fielmente los pequeños deberes de su estado, ser más grata a Dios, que unos solitarios en el desierto. ¿Quieren saber ahora que cosa es un santo a los ojos de la religión? Es un hombre que teme a Dios, que lo ama sinceramente y que lo sirve con fidelidad; es un hombre que no se deja inflar de la soberbia, ni dominar del amor propio, que es verdaderamente humilde y pequeño a sus ojos; que privándose de bienes de este mundo, no los desea o que, es enemigo de cada adquisición injusta; es un hombre que, poseyendo su alma llena de paciencia y justicia, no se ofende por una injusticia que le hacen. Ama a sus enemigos, no busca vengarse. Realiza todos los servicios que puede a su prójimo; comparte con gusto sus bienes con los pobres; busca sólo a Dios, desprecia los bienes y los honores de este mundo. Aspirando solamente a los bienes del cielo, se disgusta de los placeres de la vida y encuentra su felicidad únicamente en el servicio de Dios. Es un hombre que es asiduo a las funciones divinas, que frecuenta los sacramentos, y que se ocupa seriamente de su salvación; es un hombre que, tendiendo horror de cada impureza, huye de las malas compañías cuando puede, para conservar puro su cuerpo y su alma. Es un hombre que en todo se somete a la voluntad de Dios, en todas las cruces y los obstáculos que se le presentan; que no acusa a ninguno, pero reconocer que la justicia divina si posa sobre de aquel a causa de sus pecados. Es un padre bueno que busca solamente la salvación de sus hijos, dando ejemplo, y no haciendo nada que pueda escandalizarlos. Es un padre caritativo que ama sus empleados como su fueran sus hermanos y sus hermanas. Es un hijo que respeta a su padre y madre, pues lo considera como quienes ocupan el puesto de Dios mismo. Es un empleado que ve en sus jefes, a Jesucristo mismo, que lo manda por boca suya. Es lo que ustedes llaman simplemente un hombre honesto, y lo que Dios llama hombre de milagros, el santo, el gran santo. « ¿Qué hay de él? - dice el sabio- lo colmare de gloria, no porque haya hecho cosas extraordinarias en su vida, sino porque ha sido probado en la tribulación; y porque ha sido encontrado perfecto; su gloria será eterna» (Eccl 31, 910)… ¿Creen que los santos llegaron sin esfuerzo a tal simplicidad, a tal dulzura, que los llevo a renunciar a la propia voluntad, cada vez que se presentaba la ocasión? ¡Oh no! Escuchen a San Pablo: Ahí de mí, hago el mal que no quiero y no hago el bien que quiero; siento en mis miembros una ley que se rebela contra la ley de mi Dios. ¡Ah como soy infeliz! ¿Quién me liberará de este cuerpo de pecado? (Rm 7, 15.14). ¿Cuántas pruebas no debieron soportar los primeros cristianos, abandonando una religión que tendía solamente a secundar las pasiones, para abrazar una que solamente tendía a crucificar su carne? ¿Creen ustedes que san Francisco de Sales no habría hechose violencia para hacerse así humilde como era? ¡Cuántas sacrificios ha debido hacer!....Los santos se han hecho santos solamente después de muchos sacrificios y muchas violencias. En segundo lugar, digo que nosotros tenemos las mismas gracias de ellos. ¿Y ante todo, el bautismo no tiene la misma capacidad de purificación, la confirmación de fortificación, la confesión de arrepentimiento de nuestros pecados, la eucaristía para debilitar en nosotros la concupiscencia y para aumentar la gracia en nuestras almas? ¿Miren las palabras de Jesucristo, no son ellas las mismas? ¿No escuchamos cada instante este consejo: «Deja todo y sígueme»? Es aquello que convirtió a san Antonio, San Arsenio, San Francisco de Asís. ¿No leemos en el Evangelio este oráculo: de que cosa sirve al hombre ganarse el universo si se perderá su propia alma? Son aquellas palabras que convirtieron a San Francisco Javier, y que lo hicieron un celoso apóstol. ¿No escuchamos cada día: «Velen y oren siempre», «Amen a su prójimo como a ustedes mismos»? ¿No es esta doctrina que ha formado a todos los santos? En fin, mirando los buenos ejemplos, para cuanto desordenado haya en el mundo, no tenemos además algunos bajo los ojos, y así mas de cuantos podremos imitar? En fin, que gracia nos falta de aquellos santos?.... Sí, podemos ser unos santos, y debemos todos trabajar y volvernos santos. Los santos han sido mortales como nosotros, débiles y sujetos de pasiones como nosotros, tenemos los mismos auxilios, las mismas gracias, los mismos sacramentos…. ¿Podemos ser santos, porque nunca el buen Dios nos rechazar dar su gracia para ayudarnos para hacernos santos? Él es nuestro buen Padre, nuestro Salvador y nuestro amigo. Él desea con ardor vernos liberados de los males de la vida. Él quiere colmarnos de inmensas consolaciones, pregustaciones del cielo, que yo les deseo.