El mundo de los sentidos. Un ditirambo pendiente

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Categoría: Ensayo
Seudónimo: Diágoras
El mundo de los sentidos
Un ditirambo pendiente
Conmemorando el bicentenario de “La fenomenología del espíritu” de G.W.F. Hegel y los
ochenta años de “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana” de José Carlos
Mariategui.
Ensayo en memoria de Álvaro Rojas Samanez
“Y si algún mérito espero y reclamo que
me sea reconocido es el de –también
conforme un principio de Nietzschemeter toda mi sangre en mis ideas”
José Carlos Mariategui.
El mundo de los sentidos:
un ditirambo pendiente
“No digo estas cosas con el objeto de inferir
que es mejor ignorar que saber, o que no hay
diferencia alguna entre el tonto y el
inteligente a la hora de moderar sus afectos,
sino porque es necesario conocer tanto la
potencia como la impotencia de nuestra
naturaleza para poder determinar lo que la
razón puede y lo que no puede por lo que
toca al dominio de los afectos; (…)” 1
Cada cierto tiempo, necesario y terrorífico, el hombre detiene su onírica vida para voltear su
mirada, rígida y soñolienta, hacia atrás. Muchas veces se glorifica de sus obras, otras solo se
convierte en piedra, muy pocas en un ave de fuego nuevo. Verdaderamente esto es lo que nos
unifica, la extraña capacidad de reflexionar un poco acerca de nuestro espíritu, de nuestra
historia; muchos afirman que esta es la diferencia entre el hombre y el animal. Pues bien, la
razón es la responsable de que tomemos estas reflexiones y las blandamos, es responsable
incluso de las grandes tecnologías, de los “grandes acontecimientos” de nuestra historia.
Incluso le debo a la razón, y a su capacidad de cordura, la exposición teórica que deberé
sostener a lo largo de este escrito. Pero no es necesario ser inteligente o tonto, como decía
Spinoza en el epígrafe, para darse cuenta que la razón no ha sido la única que ha dominado
nuestra vida. Si bien la razón y su endiosada capacidad han beneficiado al mundo, existe otra
facultad humana/“animal” (según algunos) que también nos ha determinado, aunque de una
extraña manera: los fenómenos afectivos (Pasiones, emociones, sentimientos, etc.).
Es aquí desde donde se puede admirar la hermosa vista que tenemos si tan solo volteamos hacia
nuestra historia; la más sangrienta, horrorosa, pavorosa, inefable e indignante guerra jamás
acaecida y siempre narrada por el ganador, la guerra entre la razón y los afectos. ¿Qué tanto
hemos hablado de esta guerra? ¿Qué tantas monstruosidades y difamaciones hemos dicho acerca
de ella? No es mi propósito contarles esta guerra desde el punto de vista de un ganador y/o
alabado señor, muy por el contrario, deseo adherir una alta dosis de integración (gloriosa
palabra) justo en la vena de nuestra gnosis individual y cultural. Creo que ya se siente acerca de
qué se trata todo esto: es mi función exponer, en el presente ensayo, la particular concepción del
mundo de los sentidos, es decir, en qué medida nuestra actual cultura se encuentra determinada
por los afectos, en que medida la historia, la psicología y la filosofía han tratado a los afectos, y
de qué manera hemos informado esta pérfida guerra entre la razón y la pasión. Debemos
1
Spinoza, Baruch. Ética demostrada según el orden geométrico. Proposición XVII. Parte cuarta.
Traducción de Vidal Peña, Madrid: Alianza Editorial, 2006, p. 304.
incluirnos primero como parte fundamental de nuestras eses culturales para después alabar a
plenitud nuestros logros y maravillas. Bienvenidos pues al mundo de los sentidos.
1. Visión histórica del mundo de los sentidos.
La historia ha muerto junto con Dios. Se podría decir que esa era la exclamación de los
estudiosos de Europa a comienzos del siglo XX, y es lógico, si pensamos a esta generación
heredera de célebres personajes como Hegel y Nietzsche, ambos preclaritos pensadores. El
primero se gloriaba de haber matado al arte y a la historia, el segundo de haber matado (o
integrado) a Dios. Pero, para función de este breve ensayo, me centraré en examinar únicamente
la teoría hegeliana antes que la nietzscheana. Si bien Hegel dijo que la historia había muerto con
él, también dijo que ésta iba a renacer a través de él; obviamente Hegel no estaba hablando de
los acontecimientos acaecidos que nos preceden (a lo que comúnmente llamamos historia),
Hegel estaba hablando de los cambios culturales ocurridos en el mundo, cambios que nacían y
morían conforme la cultura se desarrollaba.2
Ahora bien, hago esta pregunta a la nada: ¿Qué personajes han señalado lo mismo que Hegel en
estos últimos años? Sinceramente no es necesario ser muy estudioso en estos temas, ni ser un
investigador locuaz para saber que Alvin Toffler, Francis Fukuyama, Marshall McLuhan,
Umberto Eco, Andrés Oppenheimer y tal vez nuestros Eduardo Zapata y Juan Biondi,3 han
detectado en sus respectivos campos de estudio que existen cambios culturales que determinan a
cada sociedad, a cada cultura. Y no solo eso, los estudiosos señalan que actualmente estamos
sometidos a un cambio cultural. Por un lado, Toffler recalcaba que existieron tanto una primera,
segunda y lógicamente una tercera ola que determinaron y determinan a la cultura mundial (el
hombre retórico, el hombre tipográfico, el hombre iconográfico y el hombre digito-virtual, que
es el hombre actual). Quizás el aporte de Toffler fue el más importante, sin desmerecer a
McLuhan con su teoría de la comunicación, o al incomprendido Francis Fukuyama, con su
célebre libro “El fin de la historia y el último hombre”.4
“Nos hallamos en el umbral de una época importante, de un tiempo de fermento, cuando el espíritu de
un salto adelante, trasciende su forma anterior y adopta una forma nueva. Toda la masa de
representaciones anteriores, conceptos y vínculos que mantienen unido nuestro mundo, se disuelve y
colapsa como una imagen en sueños. Se prepara una nueva fase del espíritu. La filosofía especialmente,
ha de dar la bienvenida a su aparición y reconocerla, mientras otros, que impotentes se le oponen, se
aferran al pasado.” (Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Conferencia del 18 de septiembre de 1806)
3
Eduardo Zapata y Juan Biondi, autores de varias investigaciones de lenguaje social y semiológico
aplicados a la realidad peruana.
4
Muchos afirman que la historia no ha muerto, y que así como se critica a Hegel el haber matado a la
historia por propia conveniencia de su apoderado Feredico Guillermo III, así a Fukuyama se le critica por
supuestamente favorecer al orden Norteamericano con su teoría. Sin embargo, el propio Fukuyama aclara
2
Como se puede constatar, gracias a estos diversos estudios, existen tres edades clasificadas de
nuestra cultura según los ámbitos de la comunicación, semiología e historia, entre los más
importantes. Particularmente la visión del campo de la semiología es muy interesante y será útil
para explicar los siguientes temas a tratar; esta ciencia ha dividido a la historia entre oralidad,
ecribalidad y electronalidad5. Sin embargo, a pesar que estos grandes estudios han aportado al
entendimiento cultural y a la descodificación social, cabe hacer la siguiente pregunta: ¿Es
posible encontrar en la historia cultural edades pertenecientes a los afectos? En todo caso,
¿porque nadie se atrevió a decir que los afectos también tienen su respectiva ubicación en esta
historia cultural? Demos cabida a esta hipótesis, la que refiere una edad histórica de los afectos,
y atrevámonos a denominarlas de la siguiente manera: edad tribal, edad platónica y el mundo
de los sentidos.
Examinemos primero la edad tribal. Digamos que esta edad cultural es propia de los hombres
retóricos, hombres dentro de una esfera natural, donde la memoria social pertenecía solo a los
mayores (solo los poderosos controlaban la memoria), donde las emociones eran expulsadas y
denominadas con una infinidad de nombres, donde el odio era justificado y necesario, donde la
ira era atribuida a los dioses, donde la alegría era una dádiva de estos últimos y la tristeza un
castigo divino. En esta etapa afectiva tribal, los primeros hombres (los egipcios, los primeros
griegos homéricos, los madianitas, etc.) derrochaban afecciones; odio, ira, cólera, tristeza,
alegría, amor, felicidad, etc. ocupaban un lugar importante en las sociedades tribales, la razón,
por otro lado, ocupaba un lugar menor, todavía sin un uso apropiado.
Con respecto al uso de las emociones en sociedades tribales, José Antonio Marina, ensayista
español, menciona, en un punto de su famoso libro “El laberinto sentimental”6, un estudio
elaborado por la antropóloga Margaret Mead. Mead señala en su mencionada investigación a
dos tribus llamadas Arapesh y Mundugumor, ambas separadas por tan solo 60 kilómetros la una
de la otra. Por un lado, la tribu Arapesh es una sociedad tribal que cultiva los afectos de
tranquilidad (la alegría, el amor, la paz, la caridad) siendo su visión de estos más relevante que
la de afectos como el odio, egoísmo, ira, entre otros7. Así pues, la tribu Mundugumor era lo
en la introducción a libro “El fin de la historia y el último hombre” la simplicidad de estas criticas, que
desconocen el trato hegeliano que Fukuyama da a la historia.
5
Biondi Shaw, Juan José y Zapata, Eduardo. La palabra permanente: verba manent, scripta volant:
teoría y prácticas de la oralidad en el discurso del Perú. Lima: Congreso de la República, 2004. 475 p.
6
Marina, José Antonio. El laberinto sentimental. Barcelona: Editorial Anagrama, 1996. Pp. 42
7
En su ensayo “la venganza de Dionisio”, Victor Krebs, profesor universitario de filosofía, señala a una
sociedad tribal similar a la Arapesh: Los Kogi, presuntamente la última y más completa civilización
sobreviviente de la América precolombina. Esta sociedad posee cierta afinidad con los Arapesh en lo
respectivo al punto de vista de las emociones. Véase: Krebs, Victor. La venganza de Dionisio; Una lectura
opuesto en cuanto a apreciación e interpretación de los consabidos fenómenos afectivos. Ellos
veían a los afectos de poderío, como la ira, cólera, enojo, resentimiento o desconfianza, como
propulsores para lograr sus metas. Las sociedades tribales en general poseen este tipo de
características, es decir, para ellas, la representación emocional/afectiva es primordial en su
vida: la razón no es importante para regir, lo son las emociones.
Sin embargo, como era predecible, esta edad cambió, este estadio cultural mutó, permutó
inefablemente con el desarrollo de la tecnología. Esta vez fue la escritura, tecnología
severamente necesaria, peligrosa y exclusiva, la que impulsaría nuestra cultura: fue en este
capítulo del mundo donde la escritura le dio a la razón una acogedora cabida. Nuestra siguiente
edad, a la que llamaremos edad platónica, comienza culturalmente en la Grecia antigua de siglo
V antes de nuestra era. Platón fue el encargado de esta primera bifurcación cultural de los
afectos. Atribuyo pues a Platón una responsabilidad en esta historia afectiva ya que su visión
acerca de los fenómenos afectivos aún sigue dando de lactar a nuestra actual cultura
postmoderna. La imperfección era para Platón el contacto de los sentidos con el objeto, el
desprecio por el cuerpo y todo lo que supone y comprende la exaltación de nuestra alegórica
alma sensible, era algo inmeritorio que desviaba al hombre de su salvación. Aristodes, o
comúnmente llamado Platón, pensaba que los conceptos y la idea de las cosas no pertenecían a
este mundo, siendo pues que sus características infinitas, perfectas e inmutables, se encontraban
concebidas en un mundo análogo a este, en un mundo suprasensible; el mundo de las ideas era
lo mas anhelado por religiosos y eruditos de la cultura histórica. Por el contrario, el mundo de
los sentidos (aquel mundo donde habitaban, cual hades, las sombras del hombre, la caverna de
servidumbre) era lo más aborrecido y “justamente” menospreciado.
Durante los siguientes siglos después de Platón, toda una cultura de represión, mutilación,
autocontrol, servidumbre y moderación fueron adheridas a los fenómenos afectivos. Incluso
desde poco antes de Platón, los edictos del emperador Asoka (320 a.C), o el código Hammurabi
(1692 a.C.), o las leyes de Manu (200 a. C.), o las famosas tablas de la ley del pueblo judío
(1250 a.C.) fueron las guardianas constantes de la moderación de los afectos. Fue así como años
de platonismo congeniaron con las diferentes culturas “civilizadas”: la religión, el
intelectualismo, la aristocracia, la filosofía y la propia psicología nos lo han demostrado. En
occidente, la oralidad sucumbió frente a la escribalidad, sobresalieron la distancia, la moral, la
negación, la autoconciencia, la dialéctica (tenía necesariamente que existir lo bueno y lo malo) y
lo establecido debía ser respetado.
arquetipal de la violencia. En: Psikeba: revista de psicoanálisis y estudios culturales, ISSN 1850 – 339x,
Nº 2, año 2006.
A pesar de esto, como mencioné anteriormente, la historia ha muerto, vivimos en una situación
donde la tecnología se ha desarrollado nuevamente y somos realmente concientes de este
cambio, somos concientes que tanto los sentidos como los afectos son necesarios para
comprender nuestra realidad.8 Estamos hablando de un cambio cultural que ha evocado al
mundo asesinado por Platón, al mundo de los sentidos, ese ditirambo pendiente en nuestra
historia que ahora se canta y baila cual bacanal desenfrenado. Esta muerte de la cultura tiene
características, algunas reconocibles y otras no, por ejemplo, hoy en día la brevedad e
inmediatez son necesarias, el interés por el proceso se ha perdido (y con él, el interés por una
conciencia histórica), el espíritu (aquel del cual Hegel tanto hablaba) ha muerto para nuestras
generaciones postmodernas, la filosofía aparentemente ha perecido (o quizás ha mutado), la
apariencia gobierna (el velo de Maya, como decía Schopenahuer), la reformulación constante de
preguntas existenciales es mas frecuente9. Nacen, producto del consumo latente de emociones,
corrientes ideológicas fuertemente afectivas, principalmente en los jóvenes. La tecnología nos
ha agrupado (el predominio de la electronalidad), nos rozamos todos, todos los días, nos
matamos y degollamos emocionalmente.10 Entonces cabe la pregunta, ¿y qué de las
percepciones culturales? ¿No es posible afirmar que, si la tecnología se desarrolla,
inevitablemente estimula nuestras percepciones11, nuestra conciencia del mundo? ¿Y si estimula
las percepciones, no estimula a caso las sensaciones y por ende a los mismos afectos? Pues sí, el
desarrollo de la tecnología estimula nuestras pasiones, emociones o sentimientos; ira, odio,
alegría, tristeza,12 entre otros, así como la realidad misma, filosóficamente explicada como la
interacción entre el sujeto y el objeto. He aquí lo que llamaríamos el mundo de los sentidos, una
edad cultural todavía no escrita hasta el final.
Sin embargo, a pesar de esto, existen personas que no reconocen a los afectos como
primordiales en nuestra era. Como ejemplo de ello podemos citar a Silvia Vegetti Finzi,
psicóloga profesional, cuando en su libro “Historia de las pasiones”, señala:
“¿Porque un libro sobre las pasiones? Rara vez una época se ha sentido tan
“decepcionada” como la nuestra. Las pasiones, que por siglos han constituido la
“La imagen, ya no concebida dentro de la visión intelectualista ni con los prejuicios que esta conlleva
en contra de la experiencia sensible, sería tal vez capaz de enriquecer nuestra realidad, proporcionarnos
nuevos recursos para el bienestar psíquico y la conciencia cultural.” Ver: Krebs, Víctor. Reflexiones
sobre la imagen en época de titanes. En: Revista Pozo de letras. Edición. Nº5, Abril, año 2007.
9
Algunas personas con las que he conversado señalan que hemos perdido las nociones que hacen más
fluida la comunicación. Antes, el símbolo hacía que la comunicación sea implícita, ahora no.
10
“En verdad, la era del digito-virtual recién comienza, y solo cabe observar su evolución y
acomodarnos, a la vez que se hace patente”. Oviedo V. Carlos. Las esferas de la comunicación en las
organizaciones: hacia una gerencia de la percepción. Lima: Jaime Campodonico, 2002. Pp. 128
11
Umbral cultural de percepción.
12
Aquellos jóvenes cuyo grupo social se reconoce como “Emos”, es un claro ejemplo.
8
base de la afirmación del yo y un poderoso nexo entre el individuo, las relaciones
privadas y la vida pública, parecen haber agotado su función. Las elecciones se
producen más por cálculo de conveniencia que por un ímpetu apasionado, como si la
fuente de las emociones se hubiera secado y nadie creyera ya en la posibilidad de
cambiar lo existente. La retórica de las pasiones resulta ya inadecuada para
describir las vicisitudes de nuestra vida, y los gestos vulgares con que se expresan en
realidad”
¿Cómo podemos atrevernos a afirmar que se ha agotado la fuente de afectos (pasiones) hoy en
día? Personas como Charles Darwin pensaban lo mismo acerca de las pasiones.13 A pesar de su
ilustrísimo conocimiento, Darwin y lejanamente la señora Vegetti no dejan de pecar de
negadores de los afectos, y principales protectores de una cultura que nos antecede. Afirmar la
no importancia de los afectos en nuestra actual cultura es un pecado grave, generalmente
cometido por los grandes pensadores y grandes eruditos historicistas. Entonces bien, la siguiente
pregunta es: ¿Qué somos con respecto a los afectos, cómo definirnos a nosotros mismos?
Aristóteles decía que la esencia de cada cosa es lo que de cada cosa se dice que es por sí misma,
es decir, que la definición del ser y de su existencia implica no solo su conocimiento actual, sino
antecedente; todo el proceso o desarrollo que implica al ser actual.14 Entonces miremos hacia
atrás y veamos cual es la herencia que la cultura platónica ha depositado en nuestro aletargado
“mundo de los sentidos”.
2.- El legado, una herencia cuestionable.
Entendamos más profundamente nuestra herencia, aquella semilla que no se cansa de atarnos y
confundirnos. No nos podríamos imaginar después de 25 siglos cuantas interpretaciones han
ocurrido en nuestra cultura, miremos nuestro propio espíritu, aquel proceso por el cual nosotros
somos; limpiemos un poco aquel “absoluto”. Primero descubramos la genealogía de los afectos
en nuestra historia, y enfoquémonos en los grandes interesados y estudiosos de las mismas: los
filósofos (los psicólogos antiguos) y los religiosos. Todavía hay algunas personas que piensan
que la filosofía es una sarta de irrealidades y superfluas conjeturas, por ello espero demostrar lo
contrario con el siguiente análisis.
Quisiera señalar a filósofos específicos y el gran vínculo que tienen sus doctrinas en nuestro día
a día altamente negador en lo correspondiente a los afectos. Empecemos por Platón. El filósofo
Darwin en su libro “La expresión de las emociones” manifiesta que los fenómenos afectivos dejarán de
carecer de todo valor ya que la razón nos ha “desarrollado” como seres civilizados y moderados.
Tendencias como la de mostrar los dientes por furia eran para Darwin vestigios de una animalidad
anterior.
14
Cf. Aristóteles. Metafísica. VII, 4, 1029b13-15.
13
separa y empaca a los más grandes determinantes del hombre; teniendo por un lado a la razón,
por otro al apetito (o deseo) y por último al espíritu. Platón creía mucho en el poder que poseía
la racionalidad humana (supra humana diría yo); de él se conoce esa famosa imagen de la razón,
cual jinete y domador de alocados y torpes caballos salvajes, que representan respectivamente a
la pasiones.15 Platón se preguntaba y después afirmaba: la razón debe domar a las pasiones.
Pero hablar de la relación de Platón (y en general cada uno de nuestros filósofos) con los afectos
en este breve ensayo sería interminable, así que lastimosamente me limitaré a señalar solo
concepciones vitales de los mencionados pensadores en general. Si proseguimos con esto,
podemos señalar que Aristóteles también tenía una idea acerca de los afectos; decía el erudito en
su Ética a Nicómano que las virtudes son un modo inteligente y mesurado de procrear las
emociones.16 Pero así como Platón afirmaba el predominio de la razón y Aristóteles su
moderación, los Estoicos,17 por otro lado, negaban a las pasiones por el hecho de que ellas eran
“compatibles con los instintos animales”, es decir por ser indignos de todo hombre.18
Pero no fue sino una corriente, la más antigua de todas, la que tomaría los estudios elaborados
acerca de los afectos basándose, hasta cierto punto, de la teoría aristotélica: la religión cristiana.
En sus comienzos primitivos, hombres como San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino
dieron a los afectos explicaciones que los ubicaron en el escenario del mundo. Agustín, por un
lado, decía que existía una voluntad que era conciente de los afectos en miras de una emoción
última, la del amor a Dios. Deseo hacer un paréntesis importante para anclar y entrelazar la idea
del amor con nuestro cristianismo actual. El teólogo más importante de nuestra sociedad post
nihilista, Joseph Ratzinger, en su célebre y conocida encíclica Dios es amor, busca por todos los
medios contradecir a Nietzsche con aquella frase del aforismo 168 del libro Mas allá del bien y
del mal: “El cristianismo dio de beber veneno a Eros: -este, ciertamente, no murió, pero
degeneró convirtiéndose en vicio”. Benedicto busca hacernos creer que el Eros griego (el amor,
una pasión) es una manera imperfecta del amor, dice Benedicto que: “El amor no es un
mandamiento sino una respuesta del don de Dios.” Pero esta respuesta se vuelve falaz cuando
el sumo pontífice reclama que el amor debe ser madurado, cito: “Esto no es rechazar el Eros ni
envenenarlo, sino sanearlo para que alcance su verdadera gracia.” Nos preguntamos entonces:
¿La verdadera forma de un afecto? Esto sin duda tiene relación con San Agustín y con los
cristianos modernos que creen poseer el amor verdadero y supremo a cualquier otro afecto.
Regresemos a la historia cristiana de las pasiones tomando en cuenta esta acotación. Tomás de
15
Platón. Filebo.
Giusti, Miguel. Debates sobre la ética contemporánea. Lima: PUCP: 2007. Pp. 11
17
Corriente filosófica.
18
En relación a esto, comparto con Nietzsche la apreciación que tenía con respecto a los estoicos:
“jeques árabes envueltos en pañales y conceptos griegos”.
16
Aquino, otro pensador religioso, también fue un principal partícipe del estudio de los afectos,
segmento a las pasiones entre los famosos estados concupiscibles y los irascibles (En los
primeros se propuso encerrar al bien y al mal, al amor y al odio, al deseo y aversión, a la tristeza
y a la alegría. Por otro lado, en el segundo empaqueto a la esperanza y la desesperación, al
temor y audacia y a la solitaria ira). Vemos pues objetivamente hasta aquí lo que ha
influenciado la iglesia católica, si bien puso a los afectos en un escenario importante, no
debemos de tachar la mutación que estos han sufrido por parte de esta religión. Veamos más.
Revisemos ahora a los sabios filósofos, encargados del estudio integral/objetivo/racional de las
pasiones, lastimosamente no podré desplayarme sino que únicamente resumiré el aporte de los
dos más grandes pensadores que particularmente han determinado el rumbo de los afectos en la
historia cultural. Por un lado, analicemos la neutralización singular y/o fiscalización y
dominación de las pasiones por parte de Descartes, por el otro lado, veamos la alta sublimación
de un judío llamado Baruch Spinoza. Empecemos con Descartes, preclarito varón (como diría
Spinoza) afirmaba que los sentidos nos engañaban, además exhibía en su doctrina una dualidad
entre mente y cuerpo, substancias independientes y autónomas. Descartes afirmaba que las
pasiones eran progenitoras de nuestras grandes alegrías pero también de nuestras desgracias.
Asimismo, quiso descubrir la mecánica de los afectos en su último escrito: “las pasiones del
alma”. De Descartes podemos rescatar la noción que llamaré Cartesianismo afectivo, que mas
adelante explicaré. Fue a partir de las investigaciones de Descartes, principalmente después su
muerte, que surgirían un sin número de pensamientos y, porque no decirlo, negaciones
afectivas. No sería sino la imperturbabilidad estoica de aquel “maldito” holandés/judío (al cual
yo le tengo una personal admiración) la que asombraría al mundo con una mecánica de los
afectos psicológicamente aplicada: Baruch Spinoza. Spinoza, para muchos el primer ilustrado,
es un personaje difícil de definir en cuanto a corriente ideológica, por no decir imposible, ya que
encierra un total misticismo y complejidad en cada proposición escrita. En su libro póstumo,
Ética demostrada según el orden geométrico, Spinoza señala una comprensión de los afectos
desde un punto de vista integrador, sin contradicciones, geométricamente demostrado. Spinoza
logró aproximarse más que cualquier ser humano a la naturaleza de los afectos hasta esa época.
De Spinoza deseo recalcar lo que llamaríamos “lo bueno y malo de los afectos”. Bueno era
todo aquello que aumentaba la potencia de obrar (alegría, amor, felicidad) y Malo todo aquello
que disminuía la misma (tristeza, odio, enojo, etc.).
Deseo detenerme hasta aquí, ya que existen muchos filósofos a los cuales no podré mencionar
por cuestiones de extensión, pero que no dejaré de recordar por sus proteicas e ineludibles
teorías respecto a los afectos. Ahora bien, empieza la esencia de este ensayo, despojándose de la
objetividad y las visiones tradicionales para preguntarse ¿Cuál fue este tan consabido aporte de
los filósofos y religiosos? Ante todo pido al lector que se esmere en mantener una mente abierta
con respecto a los afectos así como aislar por tan solo un breve momento su disparidad con lo
referido a continuación.
Seré directo, esta cultura escribal no ha hecho mas que maltratar a los afectos19, si vemos a
Platón o a los estoicos, podemos ver la primera apreciación cotidiana que tenemos muchas
veces acerca de las emociones, “son animales que están de mas –podemos decir- nos
obstaculizan del camino racional”. Pero catalogar a los afectos, que son capacidades humanas
indispensables en nuestra vida y productos de una elaboración compleja, de innecesarios o
propio de los animales20 es de esperar si contamos que de igual manera lo afirmó una cultura
que veneraba a la razón, una cultura escribal, una cultura que se cansaba de subsumir a los
afectos. La escribalidad tomó el dominio del mundo, y con él el de la memoria social. Ahora la
comunidad vulgar veía a los sentidos, pasiones y otros fenómenos como perniciosos, como
banalidades proteicas que dejarán de ser algún día.21 Platón, cuando afirmaba el predominio de
la razón negaba al ser humano, ya que negaba a su “alma sensible”, nosotros negamos a los
distintos fenómenos afectivos en la medida en que los evitamos, en la medida en que no los
afrontamos y preferimos cambiar un momentáneo odio amargo por un alegre amor
supuestamente más saludable. Se puede decir que la negación es una de las primeras
características de la edad platónica.
Por otro lado, se encuentra la religión (en general). Empecemos por el cristianismo; resume
Benedicto que el amor mayor se encuentra en Dios, que es Dios quien es la finalidad de nuestras
emociones. ¿Pero acaso pueden existir niveles de amor claramente identificados? ¿Podemos
decir que el amor que un cristiano le tiene a su Dios es superior si lo yuxtaponemos al amor de
un hombre por una mujer? Claramente no, precisamente porque las emociones no son mas ni
menos, simplemente son emociones, humanas
(según visión de muchos, darle emociones
humanas a una entidad superior/ no humana (metafísica) es productivo y satisfactorio, pero este
tema no es de este ensayo). No existe una jerarquía emocional, el amor no es mas fuerte que la
tristeza o el odio, y menos aun el amor de A superior al amor de B, y si ha sido así, es porque
“La tribu psi-psicólogos, psiquiatras, psiconeurólogos, psicoterapeutas, psicoantropólogos,
psicolinguistas- se ha ocupado de los sentimientos a rachas. Los más asiduos han sido los profesionales
de la salud. La dictadura conductista expulsó los privados aconteceres afectivos fuera del recinto
académico. No era decente degradar la sublimidad científica ocupándose de tales bobadas” Marina, José
Antonio. El laberinto sentimental. Barcelona: Editorial Anagrama, 1996. Pp. 22
20
“La opinión de que el artista se ve reducido a la actividad primitiva y, por decirlo así, animal de
registrar los datos sensorios, mientras que el más avanzado tipo de homo sapiens es capaz de pensar, fue
expresado con divertida franqueza por I.P. Pavlov, en una conferencia titulada” de los tipos humanos
artísticos y de los pensantes” (...) como si fuese bastante para los sentidos ser considerados inferiores en
su función cognoscitiva también adquirieron un significado de inmoralidad.” Arnheim, Rudolph. El
pensamiento visual. Pp. 5-6. En: Kepes, George. La educación visual.
21
Ver: Nietzsche, Friedrich. La “razón” en la filosofía. El Crepúsculo de los ídolos.
19
nosotros lo hemos definido de esta manera, nosotros hemos querido que el amor sea mayor que
el odio por mero miedo a la necesidad de las emociones.
Otra religión que ha mutado a las emociones es la budista tibetana, y es la que el científico
Masaru Emoto en su libro de autoayuda “Los mensajes ocultos del agua” de alguna manera
(connotativa) nos enseña. Esta religión cree en el principio de vibración, es decir, en “emitir una
vibración opuesta a la negativa y viceversa”.22 Según estas creencias, si tú no logras
tranquilizarte ante una pasión como el odio, lo mejor es emitir una vibración opuesta, en este
caso, el amor. Pero el problema de estas pseudos ciencias del alma es que se preocupan en
demasía por la seguridad del momento, ocupan su tiempo en hagiografías que destilan
tranquilidad, prudencia y moderación antes de profundizar en el conocimiento propio.
Entiéndase que el calvario de pasiones no debe ser negado atenuándolo mediante una reversión
vibratoria, es decir, para no decir más eufemismos, no debe ser reprimido. Recuerdo, con todo
esto, una frase de Schopenhauer, una frase que peca por ser terriblemente moralista y temerosa:
“Por eso, el que está atormentado por la pasión, o bien por la necesidad y la
inquietud, se alivia, consuela y alienta repentinamente con una sola mirada libre a la
naturaleza: la tormenta de las pasiones, el apremio del deseo y el temor, y todo el
tormento del querer, quedan entonces inmediatamente apaciguados de forma
asombrosa”.23
Pero, si miramos a la pasión como un “algo” que podemos manipular cuando aparezca, como
una “cosa” que escondemos y ocultamos, y que cada vez que sufrimos por una de esas
“malévolas” pasiones debemos de correr hacia la naturaleza y admirar al sol, o desahogarnos en
el arte (como lo refiere Hume, en su ensayo “De la delicadeza del gusto y la pasión”)…todo
esto no es mas que negación, no es mas que flojera, no es mas que miedo. Esto es un tipo de
negación, de no afirmación de las emociones, le tenemos miedo a las emociones, y más si estas
aparentan “maldad” o “animalidad”.
Además de esto, debo recalcar lo apuntado atrás, cuando señalamos a Descartes como principal
determinante en una postura a la que le atribuiré por nombre cartesianismo afectivo. ¿Qué es
todo esto? Pues bien, me refiero con cartesianismo afectivo cuando queremos explicar a las
emociones según su naturaleza orgánica, por ejemplo cuando nos contentamos en afirmar al
amor como una simple emoción producida por la oxitocina,24 y saltamos en un pie cuando
22
Emoto, Masaru. Los mensajes ocultos del agua. Traducción Rubén Heredia Vásquez. Buenos Aires:
Santillana Ediciones generales, S.A de C.V., 2005. Pp. 101.
23
Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación. Libro tercero. § 38. Traducción: la
España moderna. Madrid: Ediciones Mestas. 2001. Pp. 204
24
Acerca de esto ver: Jorge Bruce. Demasiados fantasmas. Perú21. Martes 24 de Julio de 2007
creemos encontrar la mecánica de los afectos a través de su genealogía corporal.25 Creer que las
emociones son en su totalidad respuestas a una acción orgánica es propio de una cultura
negadora, una cultura que no ve a los sentimientos como los ve un espíritu integrador, sino que
los ve como un erudito hombre “pluscuamperfecto”26. Este fue el error de Descartes, error que
corrigió Spinoza cuando descubrió que la “mecánica de los afectos” estaba comprendida en la
gnosis individual más que en su propia genealogía biológica.
Pero Spinoza no fue que digamos un íntegro ser que comprendió a los afectos, también Spinoza
cayó, y de una manera infantil. Spinoza creía que la razón debía moderar los afectos, quizás no
reprimirlos sino moderarlos (¡gran eufemismo!) y un mecanismo que utilizó para determinar
qué fenómenos afectivos moderar y que no, fue el de catalogar a las pasiones como malas o
buenas, partiendo de la idea del connatus como potencia de obrar dispuesta en todo momento a
la vida. Spinoza no sabía que iba a caer en la más grande valoración de los afectos, ya que al
catalogar a los afectos como malos o buenos Spinoza no esta más que sugiriendo que las
personas prefieran algunos afectos más que otros, lo cual es absurdo. Pero recalco que Spinoza
no contó con esto, se puede decir que fueron sus tísicos correligionarios los que remataron el
error.27 No podemos preferir un afecto por ser bueno, o preferirlo por ser malo, simplemente los
afectos son necesarios, son parte misma de nosotros, llamar a un afecto como malo o bueno es
trasponer una idea humana de seguridad hacia algo de lo cual nos creemos dueños, esto
demuestra nuestro egoísmo28, nuestro sesgo sectario, ya que todo cuanto existe tiene que ser
necesariamente conocido (no podríamos siquiera convivir con la ciencia del noúmeno kantiano).
Con relación a esto, el último libro de autoayuda “El secreto” que miles de personas (vulgo) han
leído, mantiene esta tonta creencia, la de catalogar a los afectos como buenos o malos y,
dependiendo de ello, dejar de practicar los malos afectos que “mucho daño” presuntamente nos
hacen. Sin embargo, no debemos anteponer un afecto a otro porque estaríamos negándolo, no lo
estaríamos afirmando. Por eso cuando escuche a Osho decir en un libro suyo, cuyo nombre no
recuerdo: “cuando sientas odio cámbialo por amor” -decía la contra carátula- me pareció un
consejo pérfido y de alguna manera venenoso.
25
Hay que recordar que Descartes era muy diestro para contentarse con tan solo la admiración biológica
de las pasiones y no de la exploración psicológica que ellas poseen.
26
Hombre pasado del pasado.
27
Para los entendidos de Spinoza, tomar en cuenta la negación del filósofo frente a los afectos en las
proposiciones siguientes, en su libro de la Ética: Proposición XX, parte quinta (léase Dios y la supresión
de las pasiones); Proposición X, parte quinta; prefacio, parte quinta; Proposición LXXIII, parte cuarta;
Proposición LIX, parte cuarta; Proposición LII, parte cuarta; Proposición XXXII, parte cuarta; por
mencionar solo algunas.
28
Recuerdo a Max Stirner cuando en su libro “El único y su propiedad” dice en contra de los egoístas:
“!Pero la causa que yo defiendo no es mi causa! ¡Abomino del egoísta que no piensa más que en sí!”
Ahora preguntémonos, ¿Por qué Toffler o Fukuyama, o algún otro comunicador, historiador o
semiólogo, no ha mencionado nada acerca de los cambios culturales correspondiente al trato de
los afectos? Simplemente porque la generación que ha reconocido estos estadios culturales
pertenece aún a una generación de raíces escríbales (de allí solo la preocupación política,
filosófica, comunicacional, semiológica, entre otras, hayan sido manifestadas). Generalmente a
un escribal no le interesa la ética ni la naturaleza de los afectos, solo le interesan los afectos a
algunos escribales que se sienten analfabetos en nuestra actual cultura, o que tienen una
capacidad de integración rescatable. Podríamos llamar incluso “hombre integrador” a Daniel
Goleman, el creador del concepto de inteligencia emocional, que dicho sea de paso no por
coincidencia escribió su libro justo después que se anunciara el fin de la historia, la creación de
la inteligencia emocional responde a cualidades de la germinación del Mundo de los sentidos.
Goleman reconoció que nuestra época es de reformulación, que necesitamos replantearnos todo
lo correspondiente a los afectos y que esta época es precisa para hacerlo. Sin embargo, lo que
Goleman hace también tiene connotaciones donde la razón predomina sobre los afectos. Hablar
de inteligencia emocional es hablar de cómo podemos moderar los afectos, cómo la razón
modera a las emociones (a pesar de que su autor se haya esmerado en decirnos que no existe
represión alguna). Pues permítanme decir con osadía y humildad que la vieja psicología no tiene
las armas necesarias para entrar en esta esfera cultural nueva, no tiene con qué combatir en el
mundo de los sentidos, ya que sus armas fueron elaboradas sobre la visión escribal de la razón.
Los fenómenos sociales son afrontados de la misma manera como fueron afrontados por Freud,
Jung, Lacan, Skinner ó Rollo May, es decir, no existe un cambio a pesar de que nuestra cultura
lo exige a gritos.
Aparte de la negación, nos hemos encontrado con el autocontrol, la moderación, la preferencia
de afectos, y las tres herencias hegelianas: dialéctica, autoconciencia y contradicción de las
fuerzas29. David Goleman nos refresca la moderación de los afectos, pero lo único que hace es
evocar a Aristóteles, no explora la desmesura de las emociones.30 Señala, sin saber, únicamente
en uno de sus capítulos que la inteligencia emocional es preferible a la desmesura perniciosa de
los afectos, ya que biológicamente enojarse es malo para la salud humana (cartesianismo
afectivo). ¿Pero acaso no hemos explorado la desmesura de los afectos como liberadoras del
inconciente, del conocimiento de nosotros mismos? ¿La autoconciencia no será una forma
29
Con respecto a la contradicción, puedo decir que es el día a día postmoderno, característica de nuestra
cultura sensible. Comportarnos de tal o cual modo por el mero hecho de contradecir a alguien. De aquí el
origen de la cumbre de los pueblos acaecida este año 2008.
30
“No pretendo pedirle que desmenuce implacablemente sus sentimientos cada vez que se encuentre en
alguna situación dudosa; pero si llegara a hacerlo, vería cuan poca certeza encuentra en usted mismo.
Lo maravilloso del mundo reposa precisamente en esta multiplicidad de posibilidades; lástima que sea
un terreno tan poco sólido para conocernos a nosotros mismos.” (Obviamente es un terreno poco sólido
ya que no ha sido explorado aún debidamente). Freud, Sigmund. Carta sobre el Bachillerato. Viena 16 de
junio de 1873. Obras Completas.
objetiva de analizar nuestros afectos? Y si lo es ¿no se estará analizando de una manera
incorrecta a los mismos? Al parecer así es, a través de un análisis exterior no podemos
ayudarnos a nosotros mismos, tenemos que explorar en el lodo, en las eses, y luego alabar
nuestras maravillas. Pero no todos los hombres son negadores, para muestra tenemos al filósofo
y antropólogo italiano Sergio Moravia. Moravia, en su ensayo “Existencia y pasión” señala dos
acotaciones importantes con relación a todo lo dicho en este ensayo. El filósofo dice:
“Creo que la primera reacción de quien es llamado a hablar de las pasiones es una
especie de desaliento (…) la pasión ha atravesado toda esa tradición (…) ha estado
presente cuando la cultura oficial la acogió y la legitimó, así como cuando fue
devaluada, censurada y condenada”31
Moravia reconoce en un primer momento una vaga idea de las edades, referidas en este ensayo,
al menos hace manifiesto a una cultura que ha reprimido los sentidos, una cultura cuya
ostensible apatía nos ha marcado. El filósofo también reconoce otro aspecto a tratar. A
continuación, cito:
“Tratamos, hoy como ayer, de tranquilizarnos. De imaginarnos una regularidad
también, y sobre todo, allá donde parece reinar la complejidad y el caos. Y tratamos
de realizar esa regularidad reinterpretando los agentes del caos/complejidad a partir
de las pasiones como componentes completamente naturales de nuestra experiencia.
Es evidente que la naturaleza tranquiliza más que la cultura”32.
¿Qué tanto hemos investigado el caos y la liberación del inconciente que nos ofrecen los
afectos? ¿Dudamos a caso que en cada explosión afectiva existan símbolos y signos que nos
atan al inconciente? El inconciente de la pasión germina y se desarrolla en una realidad cultural,
los signos, las normas, la moral, las reglas, los símbolos, complejidades naturales, etc. hacen de
los afectos potencias naturales y no debilidades. Con esto, el “amor”, el “odio”, la “venganza”,
la “tristeza”, la “alegría”, etc. (para terminar de teorizar y/o construir conceptualmente a los
afectos) no son debilidades sino potencias de la propia naturaleza que no deben ser rechazadas,
ni refutadas.
3. El mundo de los sentidos, Ética de las pasiones.
Quiero terminar este ensayo, que claramente puede extenderse mucho más, con un entusiasmo
báquico, ¡afirmemos lo sensible! Tratemos de integrar a la razón y a los afectos en un nuevo
espíritu. Si bien la edad tribal (predominio de las emociones) y la edad platónica (predominio de
31
Moravia, Sergio. Existencia y pasión. En: Vegetti Finzi, Silvia; Moravia, Sergio y otros. Historia de las
pasiones. Buenos Aires: Editorial Lozada S.A. 1998. 1º edición. Pp. 25.
32
ibid. p. 37
la razón) han dado origen al mundo de los sentidos, es necesario preguntarnos: ¿Qué
comportamiento es el “más plausible” en nuestra actualidad? Para ello revisemos un poco de
ética afectiva.
Debemos preguntarnos acerca de nuestra ética afectiva ¿Qué es más ético, controlar nuestras
emociones, pasiones y sentimientos por el bien común o hacerlo para satisfacer nuestro propio
conocimiento, el conocimiento de nosotros mismos? La respuesta es simple para el común de
las personas: el bien común o la libertad es el objetivo que se ansía para generar una conciencia
del otro, para aproximarnos al entendimiento de los derechos humanos. Se oyen soluciones
éticas como la tolerancia, el respeto humano, la libertad, el bien común, la autonomía, la libertad
pensada, entre otras. La ética en general exige, para lograr este objetivo, no solo el
involucramiento de las pasiones, sino que ante todo busca y desea su domesticación, desea que
nuestras pasiones sean paralizadas y sesgadas de toda actividad con los otros. La relación de las
pasiones con la ética es muy importante, tanto para la apreciación que podemos tener de las
pasiones como para comprender a la ética (ethike, ethos) misma, ambas se encuentran
íntimamente relacionadas.
La ética es sobre todo una “manera de vivir”, permite saber qué sistema de creencias es el más
deseable. Para la ética, se entiende desde luego, “todos somos competentes para opinar”. Todos
poseemos una manera de vivir, como dice Miguel Giusti en un análisis de la ética
contemporánea: “Si decimos que una persona no es ética, entonces estamos diciendo que [las
personas] no posean una concepción valorativa de la vida”33 Todas las personas pues poseen
una ética y decir que una persona, por un acto inmoral cometido, no es ética es muy precipitado,
incluso para el más vulgar de los mortales.
Entonces, integrando lo anterior ¿Qué es lo preferible? ¿Qué es mas ético, que denota más
libertad?: ¿el desenfreno de las pasiones o quizá su represión por el bien común? Si la etica es la
manera de vivir ¿Cómo vivir mejor, con la represión de los elementos vitales por el bien común,
o por el desahogo y posterior conocimiento de uno mismo, sin incurrir claro a la adicción de ese
“desahogo”? Lo que siempre ha quedado pendiente ha sido nuestro espíritu sensible, nuestros
deseos indeterminados, nuestras pasiones, nuestras emociones, afecciones y percepciones; ¿y
aún así se le sigue insultando al ser humano diciéndole que reprima a su alma sensible?
¿Inteligencia emocional? Nuestra era esta severamente ciega, aún no se da cuenta de lo que le
han dado sus antepasados, el conocimiento de nuestra genealogía se encuentra en el estudio del
desenfreno de nuestras emociones, en su liberación y desenfreno a priori y en su exploración
33
Giusti, Miguel. Debates sobre la ética contemporánea. Lima: PUCP: 2007.
racional a posteriori; allí se asienta la esencia del ser, la fuerza que no deja de sorprender al
hombre. Sin embargo, pensamos que este terreno es “poco sólido” como para navegar con
necesidad, existe el riesgo de perdernos en sus oleajes y de ahogarnos junto con nuestro barco.
Pero, abriré esta duda, ¿acaso hoy en día, nuestra cultura del mundo de los sentidos garantiza
una perdición en el oleaje? ¿O más bien permite una integración y comprensión de los afectos?
La libertad no se consigue en la sociedad sino en la inmanencia de nosotros mismos para con el
todo, el reconocimiento es mas plausible si lo apreciamos como algo introspectivo, como un
reconocimiento de nuestras fuerzas y no como una necesidad inventada. ¿Pero la libertad se
alcanza acaso en el dominio de las pasiones por el bien común? ¿Por el respeto de un Dios?
¿Son la razón y la pasión una lucha constante? Al parecer si, pero, para un espíritu libre
(atención con esa palabra) la razón y la pasión se integran, se balancean. El principio del amor
al prójimo; ámate a ti para amar a los demás: mátate a ti mismo.
******************
Quisiera distenderme mucho más y escrutar las ramas de cada pequeño titulo en este ensayo,
quisiera alabar a Hegel y explorar el primer capítulo de su fenomenológica del espíritu (La
conciencia sensible), o tal vez explorar alguna relación de las drogas y el alcohol en la edad
tribal/platónica, o analizar cada frase de Freud o Lacan con respecto a los afectos, o quizá
navegar en toda esta heurística de opinión; sin embargo, el recorrido hasta aquí es suficiente y
únicamente introductorio. Me he satisfecho con la connotación teórica de todo lo manifestado,
con la esperanza que algún hercúleo entendimiento desarrolle aún más estas nociones, que un
entendimiento involucre lo sucio con lo limpio, lo áspero con lo dulce, lo grosero con lo fino, lo
familiar con lo extraño: serpiente y cerdo/razón y afecto, así lo dijo el poeta. ¿Qué diría un
hombre de entendimiento?:
“En efecto: si la salvación estuviera al alcance de la
mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo ¿cómo
podía suceder que casi todos la desdeñen? Pero todo lo
excelso es tan difícil como raro.”34
34
Spinoza, Baruch. Ética demostrada según el orden geométrico. Proposición XLII. Parte quinta
Traducción de Vidal Peña, Madrid: Alianza Editorial, 2006, p. 428.
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