Ecologist Informe especial Detrás de la marca: ¿Qué tan justas son las bananas orgánicas de Comercio Justo? El auge de lo orgánico y de Comercio Justo en la República Dominicana ha ayudado a los productores de banana, pero ¿qué pasa con los trabajadores migrantes haitianos que viven en los barrios marginales? Tom Levitt informa sobre la situación de las personas olvidadas en el comercio de la banana Al igual que muchos jóvenes dominicanos, Federico se fue a los EE.UU. cuando terminó la escuela para buscar trabajo, y terminó en una tienda española en Nueva York. Después de 20 años de trabajar siete días a la semana se cansó de las largas horas y anheló su tierra y el clima tropical del Caribe. Había oído hablar del auge del comercio bananero, el mercado de exportación creciente, la gran reserva de mano de obra barata, y el suministro abundante de agua y tierra. Le pareció una oportunidad ideal para los empresarios que estaban dispuestos a establecer una plantación. Hoy en día él está a la mitad del camino hacia su sueño, 35 hectáreas de bosques indígenas han sido desbrozadas con la mitad ya plantada con árboles de banana. La otra mitad va a estar en marcha a finales de este año, junto con un nuevo edificio para lavar y empacar las bananas cosechadas. No muy lejos de allí Jan Luis Moneta está todavía esperando a su sueño: una visa de trabajo. Emigró de Haití, uno de los países más pobres del mundo, cuando tenía 14 años. Después de 30 años trabajando en las plantaciones bananeras todavía está clasificado como trabajador ilegal. Con su salario diario no puede permitirse el lujo de vivir en algo más que una choza de calamina, sin suministro de agua, instalaciones de baño, ni electricidad. Jan Luis es sólo uno de los muchos miles de inmigrantes haitianos 'invisibles' que trabajan en el sector bananero, donde representan aproximadamente el 90 por ciento del total de trabajadores [el gobierno dice que la cifra es del 66 por ciento]. Activistas sindicales informaron a "The Ecologist" que el 90-95 por ciento de ellos está trabajando ilegalmente en el país. Aunque sus historias son muy distintas, tanto Federico como Jan Luis han ayudado a alimentar el auge bananero dominicano. El país es el mayor proveedor al Reino Unido en términos de valor actual, con más de la mitad de todas las bananas exportadas llegando a nuestras costas. La mayoría de éstas son de Comercio Justo y/u orgánicas. A pesar de la recesión económica, las ventas globales de Comercio Justo en el Reino Unido aumentaron un 12 por ciento en 2011. Sin embargo, mediante la compra de bananas orgánicas y de comercio justo, ¿los consumidores británicos están realmente ayudando a mejorar las condiciones laborales de los trabajadores y el medio ambiente en el suelo? Y ¿es el cambio a lo orgánico y al Comercio Justo actuando como modelo para otros países productores de banana para replicar? La popularidad sin rival de la banana, una de las favoritas en el desayuno y en la comida para llevar, ha sido testigo de los grandes supermercados como Tesco y Asda compitiendo para ofrecer la mejor oferta. Entre 2002 y 2008, una guerra de precios entre los principales supermercados hizo que el precio de las bananas cayera en picada hasta un 41 por ciento. Los cortes de precios son casi siempre iniciados por Wal-Mart (dueño de Asda en el Reino Unido) y han continuado hasta nuestros días. En un momento en el año 2009, la tienda de descuento alemana Aldi, llevó a otros hasta el precio más bajo que nunca en el Reino Unido, a 37 peniques por kilo, un tercio del precio que era al inicio de la década. La decisión de Sainsburys y Waitrose de sólo vender las bananas de Comercio Justo a partir de 2007 parecía una señal de cambio o por lo menos un cambio en parte. En 2012, ‘the Cooperative’ hizo lo mismo. Estas decisiones han contribuido a la creación de un mercado de bananas de Comercio Justo valido a 150 millones de libras, lo que representa una de cada tres bananas que se venden en el mundo. La República Dominicana ha sido uno de los principales beneficiarios de este auge. Su industria de bananas orgánicas y de Comercio Justo ha estado creciendo rápidamente en la última década y se estima que el 60 por ciento de la producción de bananas es certificado como orgánico y una cuarta parte tiene la certificación de Comercio Justo. Los principios de la agricultura orgánica insisten en la justicia a todos los trabajadores, mientras que los estándares de Comercio Justo tienen el propósito de asegurar que los propietarios de las plantaciones bananeras y sus trabajadores reciban un salario justo, con la prima adicional de Comercio Justo estando gastada en proyectos para ayudar a los pequeños productores y trabajadores de las plantaciones. Si bien los problemas de salud que normalmente se asocian con las plantaciones bananeras y el contacto diario con los pesticidas tóxicos y fungicidas no eran evidentes en la República Dominicana, la industria que fue vista por 'The Ecologist' todavía dependía de una mano de obra inmigrante que recibía un sueldo mísero, vivía en barrios pobres y faltaba estatus legal. Es más, en un esfuerzo para hacer frente a las críticas por su tratamiento de los trabajadores ilegales, el gobierno de la República Dominicana está planeando obligar a muchos de estos inmigrantes que sostienen la industria bananera a salir del país. El auge de lo orgánico y de Comercio Justo Las semillas de una industria orgánica y más tarde, de Comercio Justo, en la República Dominicana se sembraron en los ochenta, cuando algunas fundaciones privadas de Alemania alentaron a la producción de cacao orgánico. Más tarde, los productores pasaron a las bananas. La demanda creciente de los consumidores, junto con el apoyo técnico de las empresas multinacionales de comercialización, ayudó que el sector bananero aumentara considerablemente a partir de los noventa. Las granjas orgánicas que visitamos habían logrado sustituir los productos químicos peligrosos que se utilizan a menudo para proteger los árboles de banana con un pesticida natural, una mezcla de ajo y vegetales en descomposición. Sin embargo, la prevalencia de la Sigatoka negra (o "Raya negra de la hoja"), la enfermedad fungosa que causa estragos en los países productores de banana en todo el mundo, se está convirtiendo en un problema grave; algunas granjas anuncian con frecuencia pérdidas de hasta un 30 por ciento de su cosecha. La enfermedad ataca el árbol y puede reducir la producción de fruta a la mitad. Un brote particularmente devastador a finales de 2011 barrió a un estimado de 40 por ciento de la producción en la región bananera de crecimiento principal. La prevalencia creciente de enfermedades como la Sigatoka negra hace que sea difícil para los productores pequeños, en particular, para cumplir con el requisito de las normas orgánicas y de Comercio Justo; las que no les permiten usar productos químicos, o al menos les obligan a utilizar sólo una pequeña cantidad de ellos. Las granjas grandes convencionales y orgánicas en el país pueden darse el lujo de operar fumigación aérea cada 20 a 30 días para proteger sus cultivos. Federico dirige una plantación orgánica en el noroeste de la República Dominicana, en la provincia de Monte Cristi. Al igual que muchas granjas orgánicas él espera obtener la certificación de Comercio Justo pronto. Junto con la vecina provincia de Valverde, ésta es el corazón de la industria bananera del país. Un funcionario del gobierno con quien hablamos estima que el 90 por ciento del empleo aquí está relacionado con las bananas. En su granja, Federico está orgulloso de que su plantación está libre de productos químicos, incluso ya que se expande a más tierras anteriormente forestadas. La ironía es que las tierras forestadas pueden ser convertidas directamente a la producción orgánica, mientras que las tierras que antes estaban cultivadas convencionalmente tendrían que pasar por un período de conversión de dos años para eliminar los restos de productos químicos de la tierra. Federico utiliza una mezcla de raíces y estiércol de pollo para fertilizar las plantas, lo que significa que no produce las bananas anormalmente grandes como las de las granjas convencionales. "Mis bananas más pequeñas son mucho más sanas y más fuertes", dice Federico. Al igual que todas las otras plantaciones, cada racimo de bananas está protegido por una bolsa de plástico, aunque en su caso sumergida en una mezcla de ají, ajo y jabón en lugar de productos químicos. El uso de bolsas de plástico, en particular, es una de las partes más derrochadoras de la producción bananera. Tanto en las granjas convencionales como en las orgánicas están utilizadas para proteger las bananas de la sobre-exposición al sol y se las tiran después de tres meses. La eliminación de las bolsas está mal regulada y por eso las carreteras y ríos locales por todas las zonas bananeras están llenas de residuos de plástico; las bolsas blancas son de las plantaciones orgánicas y las azules, que están cubiertas en sustancias químicas, son de las plantaciones convencionales. Irónicamente, si no fuera por las bolsas de plástico que cubren los racimos de bananas y su código de colores sería imposible de detectar la diferencia entre las granjas orgánicas y las convencionales. A menudo se encuentran a sólo metros de distancia (a veces incluso en la misma granja), y son idénticas en términos de diseño, se extienden por decenas de hectáreas sin ningún intento de mezclar los cultivos ni promover la diversidad para fomentar la vida silvestre natural. El paisaje de monocultivo no es muy diferente a las plantaciones de aceite de palma del sudeste de Asia, las que han devastado las selvas tropicales antes ricas en biodiversidad en países como Malasia e Indonesia. "Esta región ha perdido su biodiversidad", dice Fasto Peña, el director de 'Naturaleza', un grupo ecologista local. "Es igual de malo en las granjas orgánicas y las convencionales. Los propietarios de las plantaciones necesitan cuidar mejor al medio ambiente natural para que todavía esté allí para nosotros en el futuro." Los trabajadores bananeros olvidados Hay también un lado menos visible de la producción bananera. Al igual que con la mayoría de los países bananeros crecientes, un componente clave del crecimiento en la República Dominicana ha sido una mano de obra migrante barata. Cuando el terremoto golpeó Haití, en 2010, miles de personas huyeron por la frontera, para terminar en los estados bananeros del norte-oeste. Sin embargo, la oferta de trabajadores migrantes en realidad ha sido constante durante los últimos 20 a 30 años. Pero es improbable que se encuentren una vida mejor en las plantaciones bananeras. Cerca de una carretera principal viven 1.000 inmigrantes haitianos escondidos en una comunidad de chozas de calamina. La mayoría de ellos son hombres jóvenes, algunos tienen familias, pero nadie tiene agua, baños ni electricidad. Algunos tienen trabajo. Algunos no. De los que trabajan, casi todos están en plantaciones bananeras, incluyendo algunos que trabajan en una plantación orgánica bien conocida. La mayoría de los trabajadores reciben de 250 a 300 pesos por día cuando trabajan (alrededor de 4 libras). "Apenas es suficiente para comer", un grupo de jóvenes nos dicen. "Nos permite una comida al día de frijoles y arroz, pero no es suficiente para alquilar una casa ni cuidar a una familia. Cerca de allí, en una calle principal cerca de la ciudad de Mao, en Valverde, en otra comunidad de chozas de madera, viven alrededor de 130 inmigrantes haitianos. Uno de ellos, Sabin James de 34 años, nos dijo que trabaja en una plantación orgánica y después de 15 años en el país todavía está tratando de obtener estatus legal. A pesar de que se le paga 300 pesos, Sabin no puede permitirse el lujo de comprar un pasaporte que cuesta $ 225 USD (8.800 pesos) que le permitiría acceso a la seguridad social. Sus empleadores le ofrecen ayuda para solicitar uno, pero no le ayudarán a pagar por ello. "Dicen que nos están ayudando, pero saben que eso no es ayuda en absoluto", dice Sabin. "Las empresas no quieren saber nada de los trabajadores ni molestarse con cuánto ganan, dónde viven ni lo que comen", dice Padre Regino Martínez, el cofundador de Asomilin. Su organización ha estado ayudando a los inmigrantes a obtener pasaportes al costo reducido de 140 dólares estadounidenses y a superar sus temores de ser deportados si intentan a solicitar uno. Padre dice que los trabajadores dominicanos no se les paga más, pero se les dan contratos fijos y la oportunidad de ascender a puestos mejor pagados, los que no están disponibles a los haitianos, dejándolos atrapados en la pobreza. "Ellos no tienen lo suficiente para cubrir los costos de vida. Y no hay manera de conseguir un salario más alto para alquilar una casa o comprar una visa o pasaporte. No tienen poder para negociar con los propietarios de las plantaciones; hay un montón de trabajadores que necesitan trabajo, por lo que todos están demasiados asustados para hacer frente a los empleadores", dice Padre. Otro inmigrante, Emmantel Audige, fue uno de un número de trabajadores que encontramos viviendo cerca de la frontera con Haití y se emplea en una plantación bananera con certificación de Comercio Justo. Nos dijo que él y otros migrantes habían firmado un contrato por ocho horas al día, pero en realidad trabajaban de las 6 de la mañana a las 5 de la tarde sin descanso ni pago extra y todo eso por un salario igual del promedio reportado (250 pesos) por los trabajadores de plantaciones normales. Nos dijo que había estado en el país por 11 años, pero todavía era un trabajador ilegal, sin derechos a la seguridad social. Todos los inmigrantes pueden usar los hospitales estatales, pero nos dijeron que la atención era muy pobre, con largos tiempos de espera. Según la Fundación de Comercio Justo la prima que está pagada por los consumidores de bananas de Comercio Justo se utiliza para ayudar a los inmigrantes a obtener pasaportes y visas de trabajo. Sin embargo, Emmantel dice que no tiene idea en lo que la prima está gastada. A él y a otros inmigrantes les gustaría tener acceso a un centro de asistencia sanitaria para tratar sus lesiones del trabajo y también para el uso de sus familias. Después de un año los trabajadores también deben recibir 14 días de vacaciones pagadas, pero Emmantel dice que no ha recibido ni uno. Incluso los inmigrantes como Jean Baptiste, que ha estado trabajando en el país en el sector bananero más de 30 años - actualmente seis días a la semana en una plantación orgánica con certificación de Comercio Justo - aún están obligados a vivir en una comunidad de chozas de madera, sin electricidad, agua ni servicios sanitarios. Jean recibe 280 pesos al día, pero dice que un salario justo sería de 500 pesos (8 libras), algo que le permitiría seguir viviendo cómodamente en su choza de madera con sus otros inmigrantes, pero aún no sería suficiente para alquilar una casa con agua y electricidad. De vuelta a la granja orgánica de Federico, que aspira a tener la certificación de Comercio Justo, admite que algunos de sus trabajadores son inmigrantes ilegales que no tienen permisos de trabajo. Usa alrededor de 40 trabajadores con contratos diarios, a pesar de que no está seguro de dónde vivan ni de sus condiciones de vida. Dice que su granja todavía no tiene suficiente dinero para ayudar a los trabajadores a obtener visas ni pasaportes. La Fundación de Comercio Justo en el Reino Unido reconoce que los trabajadores inmigrantes en la industria bananera dominicana necesitan ayuda para obtener viviendas mejores, acceso a la asistencia sanitaria y estatus legal. Dice que muchos de los productores pequeños suelen estar en desventaja sí mismos y les tarda tiempo para responsabilizarse de las condiciones de vida de sus trabajadores inmigrantes. Grupos sindicales en la República Dominicana dicen que los estándares de Comercio Justo no hacen lo suficiente para ayudar a los trabajadores migrantes. "No hay duda de que están mejorando el comercio internacional, pero no están ayudando a los trabajadores inmigrantes a ganar un salario justo", dice Luciano Robles, de la Confederación Autónoma Sindical Clasista (CASC). "Las normas internacionales deben adaptarse a las situaciones locales." Las guerras de precios de supermercados La Fundación de Comercio Justo dice que el llamamiento al uso de la prima de Comercio Justo para subsidiar los salarios de los trabajadores inmigrantes podría socavar la responsabilidad de los propietarios de las granjas y de los empleadores para hacer frente al tema del "salario digno". Culpa, en parte, el uso continuo de las bananas en las guerras de precios entre los supermercados, diciendo que se ha devaluado la fruta a los ojos de los consumidores y ha dejado los productores con rendimientos mínimos, hasta en el sector de Comercio Justo, el que tiene que seguir siendo competitivo frente a las alternativas convencionales. Aunque el precio mínimo para las bananas de Comercio Justo ha aumentado ligeramente en los últimos dos años, las guerras de precios lo hacen más difícil que nunca para mejorar las condiciones de los migrantes haitianos que viven en barrios marginales. Los defensores esperan que el nuevo organismo de control de supermercados, el Defensor del Pueblo por el Codigo de Comestibles ayude a detener que los supermercados presionen a sus proveedores. "Los supermercados son los actores más poderosos a lo largo de las cadenas de suministro y realizan grandes ganancias. Sin embargo los precios insosteniblemente bajos que les pagan a los proveedores pueden dejar a los trabajadores que plantan, cosechan y empacan nuestra comida en pobreza", dice la defensora de Banana Link, Anna Cooper. Mientras que los activistas luchan por un mejor nivel de vida para los trabajadores bananeros, se teme que muchos de los inmigrantes haitianos ilegales podrían estar expulsados pronto. Las estrictas normas nuevas, que los grupos sindicales dicen que tienen una motivación política, afirman que al menos el 80 por ciento de los empleados de una empresa debe ser dominicano - una cifra que va en contra de la realidad de la industria bananera; la que está dominada por inmigrantes. Los funcionarios del gobierno dijeron a 'The Ecologist' que se trataba de "regularizar" la mano de obra y de garantizar que los haitianos sean ciudadanos legales del país. No obstante pone la situación de miles de inmigrantes ilegales en peligro. "Hasta ahora, el gobierno de la República Dominicana ha permitido la existencia de trabajadores haitianos ilegales, a sabiendas de las dificultades extremas que enfrentan en su propio país y que puede ser parcialmente resuelto por trabajar aquí", dice Marike de Pena, de Banelino, un grupo bien conocido de productores de Comercio Justo que vende bananas a muchos supermercados en el Reino Unido. Ella admite que algunos de sus productores pequeños tal vez tengan trabajadores ilegales, pero dice que el grupo quiere que más inmigrantes haitianos puedan quedarse en el país y obtener mejores salarios y estatus legal. Por eso, la Fundación de Comercio Justo, junto con los productores bananeros, han estado presionando al gobierno para resolver el problema. Por ahora, sin embargo, las dificultades de muchos inmigrantes persisten. "La red de migración, explotación y violación de los derechos es mutuamente beneficiosa para Haití y la República Dominicana. Incluso se puede hacer dinero en la frontera por medio del tráfico de gente. Las instituciones de la expedición de visados, la economía dominicana y la industria bananera consiguen mano de obra barata. Todos se benefician", el organizador sindical Luciano Robles le contó a 'The Ecologist'. Tome acción: Tome medidas para detener que los supermercados abusen de su poder de compra, pagando precios insosteniblemente bajos a sus proveedores de frutas y obligando a los trabajadores de las plantaciones a vivir en pobreza. Firme la petición de 'Hagamos la Fruta Justa' ahora para pedir que la UE regule el poder comprador de los supermercados http://stopsupermarkets.makefruitfair.org.uk/ Enlaces de interés: Stop supermarkets - make fruit fair Fairtrade Foundation UK