ECONOMÍA INTERNACIONAL Argentina: Entrampada en el Asistencialismo

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ECONOMÍA
INTERNACIONAL
N° 205, 27 de Octubre de 2004
Argentina: Entrampada en el Asistencialismo
Otras áreas de América del Sur son
más vulnerables económicamente y en ellas
pueden encontrar mayor aceptación las
políticas de asistencialismo y clientelismo
que se siguen y amplían en Venezuela y
Argentina.
Introducción
En esta oportunidad se presenta el
análisis de uno de los problemas que
amenazan no sólo a Argentina, sino a toda
América Latina. Esto, por la debilidad de la
inversión en todas las economías de la
región, mediocres políticas públicas como
falta de reformas estructurales, rigidez
laboral, mala regulación y algunos
desequilibrios
macroeconómicos
que
acentúan la vulnerabilidad frente al ciclo
económico. Lo anterior se traduce en
inestabilidad y bajo crecimiento económico,
lo que a su vez produce desempleo y por
esa vía se llega al asistencialismo y al
clientelismo político que han asomado ya en
Argentina con proyecciones negativas
difíciles de prever.
Venezuela
es
otra
economía
candidata a la extensión del asistencialismo
acompañada del círculo vicioso de
decadencia que se describe en el artículo.
En el caso de Chile existe, hasta
ahora, cierto asistencialismo y clientelismo
parcial y limitado, mientras lo deseable es
que no se extienda y sea temporal.
Las Trampas de Asistencialismo
Por Mario Teijeiro
El clientelismo político de los planes
Jefas y Jefes de Hogar es criticado por la
oposición, que ve en ellos un instrumento
de manipulación política.
Alternativamente el ARI propone un
sistema de subsidios universales, que
llegue a todos por igual y por lo tanto
elimine el poder discrecional del puntero
político o del piquetero. Pero el clientelismo
político es uno de los problemas del
asistencialismo, pero no el único. Sea
clientelista o universal, el asistencialismo
perpetúa la dependencia mental y atrofia la
capacidad de los asistidos para convertirse
en ciudadanos responsables de su futuro.
La
solución
pasa
por
limitar
el
asistencialismo a programas de emergencia
que acoten sus incentivos perversos y
Informe preparado por: Francisco Garcés, Director del Centro de Economía Internacional,
Libertad y Desarrollo
Teléfono: (56 ) 2- 3774800 - Fax : (56) 2-2077723 - Email: [email protected]
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orientar la política social a “enseñar a
pescar, en lugar de regalar pescado”. La
educación de calidad y la inversión que crea
empleo son el único camino para disminuir
la pobreza.
En segundo lugar, el proyecto tiene
un sesgo “feminista”, ya que es la madre la
receptora del beneficio. Pero al desplazarse
al padre como receptor del beneficio, ¿se
ha pensado en las consecuencias
sociológicas de largo plazo? ¿Se han
evaluado los incentivos que este régimen
otorgaría para la destrucción de la familia
tradicional, al hacer más prescindible la
función del hombre como proveedor de la
familia?
¿Se
han
evaluado
las
consecuencias sobre el aumento de la
maternidad irresponsable de adolescentes
solteras?
En tercer lugar, el proyecto supone
un costo fiscal extraordinario. Al alcanzar a
todos lo niños y adolescentes, el Fondo
tendría un universo de 12,5 millones de
beneficiarios (un tercio de la población) y un
costo anual de $ 11.261 millones (2,7% del
PBI). Pero su costo adicional sería menor
en la medida que, tal como propone el
proyecto, se reemplacen los planes Jefes y
Jefas de Hogar, el salario familiar, las
pensiones
no
contributivas,
becas
estudiantiles, el plan Familias, etc. Si estos
programas se eliminaran (cosa que
probablemente no ocurra), el costo adicional
que deberá ser financiado con nuevas
medidas impositivas alcanzaría alrededor
de $ 5.800 millones. Pero nuestra economía
ya tiene una carga impositiva excesiva que
promueve el desarrollo de actividades
informales de baja productividad y crea un
sesgo anti-exportador de nuestro comercio
exterior. ¿Cómo vamos a reducir la evasión
y fomentar la formalidad si los beneficios
sociales están cada vez más disociados de
las contribuciones personales y patronales?
¿Se habrán pensado las consecuencias
sobre nuestro potencial de crecimiento de
políticas que en lugar de bajar los
impuestos, los aumenten incesantemente?
Evitar que los planes sociales se
utilicen como instrumento de manipulación
política es un objetivo deseable, pero ¿es la
profundización del Estado de bienestar
universal la respuesta apropiada? Por
supuesto que no lo es. El asistencialismo
universal es una pésima manera de evitar el
clientelismo político, pues genera sus
El Proyecto del ARI
La propuesta “estrella” del ARI, que
cuenta con muchas simpatías dentro del
radicalismo, la CTA, los partidos de
izquierda y en general entre quienes
favorecen el distribucionismo a través del
Estado, consiste en la creación de un Fondo
para el Ingreso Ciudadano de la Niñez
(FINCINI). Este fondo pagaría en promedio
alrededor de $ 80 mensuales por cada niño
y adolescente menor de 18 años,
independientemente de su condición social.
Este beneficio se le entregaría sólo a la
madre, incluso la embarazada, salvo que no
tenga la custodia de los hijos. Según el
mensaje que acompaña al proyecto, se trata
del inicio de una nueva estrategia de
subsidios universales que por ahora no
puede ser más amplia porque las
restricciones fiscales “impiden implementar
de modo inmediato una red de seguridad en
los ingresos que abarque al conjunto de los
ciudadanos” (sic). El objetivo final parece
ser que todos vivamos de la dádiva del
Estado…
El proyecto tiene tres rasgos
destacados: primero, su extraordinario
alcance. De hecho ningún niño queda
excluido del beneficio, por lo cual todos los
hogares argentinos van a recibir este
subsidio estatal, inclusive los hogares de
mayores ingresos. Los beneficios estarían
condicionados a que las madres se
controlen durante el embarazo y cumplan
con la asistencia sanitaria preventiva, los
planes de vacunación y la asistencia escolar
de sus hijos. ¿Se habrá pensado en la
nueva estructura burocrática necesaria para
administrar y controlar un subsidio de este
alcance? ¿Se han pensado los incentivos
para la inmigración de países vecinos, para
tener hijos argentinos que califiquen para el
subsidio?
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propias consecuencias perversas. El
asistencialismo
universal
es
administrativamente
costoso
(particularmente cuando el Estado ha
probado su incapacidad para administrar
eficientemente). Es injusto, pues el
beneficio incluye innecesariamente a
familias de altos ingresos y financia esas
erogaciones con impuestos que recaen
aparentemente sobre los ricos, pero que en
definitiva inciden sobre los más pobres. Es
perverso, pues destruye la cultura del
esfuerzo y la responsabilidad personal. Es
ineficiente, pues obliga a una presión
impositiva
que
atenta
contra
la
productividad y el crecimiento. En el caso
particular del proyecto del ARI, hay que
agregar
además
las
eventuales
consecuencias
sobre
la
maternidad
irresponsable y la destrucción de la familia
tradicional entre los sectores más pobres.
Ante
todo la política social
permanente tiene que estar orientada a
igualar oportunidades, a “enseñar a pescar,
en lugar de regalar pescado”. Esto es
particularmente claro cuando se trata de
personas en edad de trabajar, para quienes
los subsidios crónicos al desempleo son
destructivos de una cultura del trabajo. Si
queremos
subsidiar,
subsidiemos
la
capacitación laboral y el empleo, pero no el
desempleo. Las políticas asistenciales
permanentes se justifican solamente en
aquellas poblaciones vulnerables (ancianos
y niños) y siempre que no tengan una
familia en condiciones de darles una
asistencia mínima. En el caso de los niños
tiene que ser además un instrumento que
asegure la asistencia y el esfuerzo escolar.
El primer requisito es entonces que
los
programas
permanentes
sean
estrictamente focalizados en quienes los
necesitan. Pero la focalización requiere
seleccionar quiénes son elegibles para
recibir el subsidio estatal. ¿No es ésta
entonces la puerta abierta para la discreción
del puntero político? Potencialmente sí,
pero no necesariamente. El hecho de que
los planes Jefas y Jefes de hogar se
administren a través de punteros políticos y
organizaciones activistas no es un hecho
inevitable sino una aberración que desnuda
la corrupción de la política Argentina. En los
países normales el gasto social focalizado
no es un instrumento de manejo político
para el gobierno de turno. Si tenemos este
problema,
hay
que
solucionarlo
directamente y no pensar en “soluciones”
que provocan otros males mayores. Por otro
lado, ¿por qué nuestra política no
corrompería la administración del FINCINI?
Si no tenemos una política decente y una
burocracia eficiente, la alternativa preferible
es poner la administración de los programas
sociales en manos de las iglesias o de la
ONGs que no tengan una agenda política.
Estas tendrían además la ventaja de
complementar el aporte estatal con las
contribuciones privadas.
Los programas focalizados son
también
criticados
porque
es
administrativamente costoso identificar a
quienes verdaderamente necesitan la
asistencia. Esto es cierto cuando se
reparten subsidios monetarios, pero es un
problema menor cuando la asistencia se da
en especie. Es por ello que en lugar de
repartir dinero, los programas sociales
deben orientarse a mejorar la asistencia del
hospital público, proveer el agua potable,
crear y mejorar los comedores escolares y
comunitarios, proveer albergues transitorios
a los desamparados, mejorar la calidad
educativa de las escuelas más pobres y
proveer a la recapacitación laboral. Estos
programas no enfrentan el problema
administrativo
de
seleccionar
los
beneficiarios, ya que si las prestaciones son
mínimas y se proveen en las localizaciones
adecuadas, quienes recurran a ellos serán
sólo quienes más lo necesitan.
La solución genuina para la pobreza
y la indigencia es que Argentina vuelva a
crecer sostenidamente. Para ello es
esencial mejorar el clima para la inversión
privada y mejorar la calidad educativa.
Mientras tanto tenemos que estructurar los
programas sociales de tal manera de evitar
sus potenciales efectos perversos de largo
plazo. La propuesta del ARI es un indicador
de que Argentina está en serio peligro de
realimentar el círculo vicioso de la
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decadencia. Este se caracteriza porque
ante una situación grave de pobreza e
indigencia, la clase política reacciona con
propuestas asistencialistas universales
como solución permanente.
El riesgo es que si se las
implementa, la perspectiva de decadencia
se agrava por dos motivos: por un lado, el
aumento del gasto público y los mayores
impuestos destruyen la competitividad, la
inversión productiva y las posibilidades de
empleo genuino. Por otro lado, la
dependencia creciente de la dádiva estatal
destruye la cultura del trabajo y (en este
caso) la familia y la maternidad
responsable. De este círculo vicioso es muy
difícil salir, porque los pobres se multiplican
y cada vez son más los que votarán a
políticos populistas como los que proponen
esta medida.
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