La “ecuación” que explica el suicidio Para Jean-Paul Sartre, el suicido es el único tema que vale la pena discutir en la filosofía. Así de contundente es el afirmación del filósofo, que é murió por esta vía. El suicidio: ¿Valentía o cobardía? Una persona que se inmola por su patria, no es llamado suicida sino héroe. Puede que no tenga la INTENCION o el DESEO de morir, pero las acciones que desarrollará, ineludiblemente conducirán a su muerte. Por lo tanto, tiene un fuerte componente suicida. En el otro extremo, el joven de 17 años que acaba con su vida por considerar que esta ya carece de sentido en tanto que no puede estar al lado de su amada, porque esta se ha ido con otro. ¿Morir por la patria o morir por amor? Entonces, juzgar estas acciones desde una perspectiva moral, poco o nada ayuda para dar explicación del por qué de su ocurrencia. Lo que mostraremos no pretende ser ni de lejos, una explicación definitiva o final a tan complejo y espinoso asunto. Podremos verlo más bien como un intento de aproximación a la pregunta “¿Por qué se suicida la gente?” Edwin Shneidman es reconocido como el padre de la suicidología. Muchas de sus ideas y posturas teóricas han sido de altísima influencia en el contexto del estudio de la problemática del suicidio (Chávez Hernández, Leenaars, 2010). Shneidman propone las que se consideran las 3D’s del suicidio: Desesperanza, desesperación y desamparo. La desesperanza Este primer ingrediente puede ser equiparado con la depresión. El componente cognitivo alterado es la visión de futuro. La persona considera que “no hay futuro” y si lo hay, es amenazante, peligroso o desalentador. Cuando pensamos en el suicidio en jóvenes, la pregunta que debemos hacernos es: “¿Qué hace que una persona tenga tan mala apreciación de su propio proyecto de vida?” o “¿Acaso está bien definido un proyecto de vida?”. Es aquí donde solo mencionaremos dos elementos que están en el sustrato de la desesperanza: Poca definición de la visión del futuro y baja autoeficacia. Al analizar los factores protectores, nos detendremos más en ellos. Muchos investigadores le dan un papel preponderante a la desesperanza como un elemento predictor del riesgo suicida: “Por su parte, un estado ideoafectivo de aislamiento y desesperanza se ha asociado a una intencionalidad suicida más alta y a su vez esta se ha relacionado de manera positiva con una mayor letalidad del acto suicida” (Aristizabal, González, Palacio y García, 2009). Otros consideran la desesperanza y la soledad como el resultado final de un largo y complejo proceso de interacción de factores (Dajas, 2002). Tanto es así, que hay desarrollos psicométricos específicos para evaluar el riesgo de suicidio y que consideran la desesperanza como una de sus variables de evaluación central (Villalobos, Arévalo y Rojas, 2012). Finalizando: “Por ello, la desesperanza se correlaciona positivamente con la ideación suicida y se le considera un factor clave en la relación entre la depresión y el suicidio” (De Bedout Hoyos, 2008). La desamparo Este segundo ingrediente hay que entenderlo como soledad y retraimiento social. Y esta suele ser una consecuencia del bajo desarrollo de las competencias interpersonales o habilidades sociales. La persona con dificultades para interactuar con otras personas, difícilmente puede estructurar una red de soporte que le brinde protección, ayuda, refugio y apoyo. En el caso de la enfermedad depresiva, los pacientes tienen la percepción de que son sujetos de rechazo por parte de los otros y las evidencias muestran que sus apreciaciones son justificadas: efectivamente las personas tienden a apartarse de ellos y rechazarlos (Riso, 1992). Por otra parte, son frecuentes las referencias que ponen en concurso simultáneo tanto la desesperanza como el desamparo como condiciones determinantes del riesgo de suicidio (Campos, Padilla y Valerio, 2004; Pérez, 1999). La desesperación Este último ingrediente de la “triada perversa” debemos entenderlo como el componente de ansiedad y angustia. El elemento que se pone en evidencia son las dificultades para manejar estilos de afrontamiento funcionales y adaptativos. El componente ansiógeno de la desesperación es reconocido como el activador o desencadenante de los precedentes de desamparo y desesperanza (Gutierrez y Contreras, 2008). O dicho de otra forma un tanto coloquial, la desesperanza es el barril, el desamparo la pólvora y la desesperación la mecha: “El suicidio llega a ser la conclusión esperable de una evaluación negativa que hace el sujeto de sí mismo, en un estado de desesperación” (Cortina, Peña y Gómez, 2009). Concluyendo este apartado, ya entendemos por qué anteriormente se usó la expresión “tríada perversa”: Según la Organización Mundial de la salud, “sin importar el problema, los sentimientos de una persona suicida son usualmente una tríada de desamparo, desesperanza y desespero” (OMS, 2000). Es decir, lo que le da peligrosidad a estas tres condiciones es la simultaneidad de su aparición. Bibliografía Aristizábal Gaviria, A. González Morales, A. Palacio Acosta, C. García Valencia2, J. López Jaramillo, C. (2009) Factores asociados a letalidad de intentos de suicidio en sujetos con trastorno depresivo mayor. Revista Colombiana de Psiquiatría. 38(3): 446 – 463. Campos Campos, M. Padilla Calvo, S. Valerio Rojas, J.C (2004) Prevención de Suicidio y Conductas Autodestructivas en Jóvenes. Costa Rica: Universidad Católica. Chávez-Hernández, A.M. Leenaars, A.A. (2010) Edwin S Shneidman y la suicidología moderna. Salud Mental. 33(4): 355-360. Cortina E, E. Peña, M. Gómez M. I. 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