“Socialismo” el New Palgrave Dictionary of Economics January 5, 2005.)

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“Socialismo” por John E. Roemer (Universidad de Yale. El artículo fue escrito para
el New Palgrave Dictionary of Economics January 5, 2005.)
Traducción, vínculos y notas de Enrique A. Bour
En la teoría marxista del materialismo histórico, la clase dirigente de cada modo de
producción tiene su método especial de extraer el excedente económico de los
productores directos; ese método se sigue de las relaciones de propiedad
características de ese modo. Bajo el modo esclavista, el excedente producido por los
esclavos es apropiado por el propietario mediante la fuerza; bajo el feudalismo, el
señor extrae el trabajo excedente mediante la corvée (una forma de trabajo no
pagado por el cual el trabajador no era compensado. No se trata técnicamente
hablando de un impuesto, ya que no existía obligación real de pagar en dinero, ni
tampoco de un tributo dado que no existía una obligación real de entregar un bien
físico, por ejemplo trigo, pero – como opción conmutativa – operaba en forma muy
parecida a un impuesto a todos los efectos y propósitos) y otros tipos de tributos.
Marx argumentó que el capitalismo fue el primer modo de producción en el que la
extracción de excedente no era obviamente coactiva: ningún capitalista posee a sus
trabajadores o les toma por la fuerza su producto. En efecto, bajo el capitalismo, los
trabajadores y los capitalistas suscriben contratos mediante los cuales la fuerza de
trabajo es intercambiada por un salario. El capitalista se queda con el producto del
trabajo del empleado. En realidad, Marx deseaba explicar la extracción del excedente
capitalista como un proceso que tendría lugar bajo condiciones de contratos
competitivos, en las que trabajadores y capitalistas negocian y, al término de las
cuales, los mercados competitivos fijan los términos de intercambio del trabajo.
(Como expresan Makowski and Ostroy1, los precios son lo que queda después de que
el polvo de la reyerta competitiva se disipa. Observen que es incorrecto decir que los
precios dirigen el intercambio; más bien se trata de que la negociación entre muchos
pares de individuos alcanza un equilibrio resumido
en un precio.)
John E. Roemer es un economista y científico político
norteamericano. Actualmente es Elizabeth S. and A. Varick
Stout Professor of Political Science and Economics en la
Universidad de Yale. Antes de Yale, estuvo en la facultad de
economía de la Universidad de California, Davis, y antes de
entrar al profesorado trabajó varios años como sindicalista.
Vive actualmente en la ciudad de New York. Recibió su A.B. en
matemática summa cum laude en Harvard en 1966. Fue
entonces que se inscribió como estudiante de matemáticas en
la Universidad de California, Berkeley, de la cual fue expulsado
por su activismo político durante la guerra de Vietnam.
Eventualmente obtuvo su Ph. D. en economía en Berkeley en
1974. Roemer es famoso por sus trabajos en filosofía
económica y justicia distributiva. En años recientes se ha
dedicado a cuestiones de igualación de oportunidades. En su
libro Equality of Opportunity sostiene que la sociedad debe
hacer lo necesario para asegurar que las perspectivas
económicas (o bienestar) de un individuo sean independientes de atributos tales como la raza, el
género y la clase económica dentro de la cual nació. En lugar de ello, el nivel alcanzado de bienestar
debería depender exclusivamente de los esfuerzos que uno hace en la vida. En otra monografía
reciente, Democracy, Education and Equality, Roemer sostiene que la democracia como mecanismo
Ostroy, J. and L. Makowski, 1993. “General equilibrium and market socialism: Clarifying the logic of
competitive markets,” in P. Bardhan and J. Roemer, eds., Market Socialism: The current debate, New
York: Oxford University Press
1
1
político no puede garantizar – aún a largo plazo – que las expectativas individuales sean
independientes de la riqueza o educación de sus padres, y que por consiguiente no es posible confiar
solamente en ella para implementar conceptos de justicia basados en la igualdad de oportunidades.
Previamente, Roemer formó parte de la escuela de pensamiento del “marxismo analítico”, siendo uno
de sus fundadores en forma conjunta con G.A. Cohen, Jon Elster, y otros miembros del grupo de
Septiembre. Su interés en la filosofía económica izquierdista se refleja en sus primeros libros,
Analytical Foundations of Marxian Economic Theory, A General Theory of Exploitation and Class,
Value Exploitation and Class, y Free to Lose: An Introduction to Marxian Economic Philosophy, así
como su énfasis de que es importante proveer un sustento de teoría de los juegos y microeconómico a
la teoría marxista. Roemer también desarrolló nuevas ideas en economía política. En su libro Political
Competition sostiene que el modelo tradicional de competencia política de Downs en un espacio de
una sola dimensión no es satisfactorio porque deja muchas cuestiones sin responder, tales como por
qué los pobres no confiscan a los ricos en una democracia. Sin embargo, en múltiples dimensiones los
equilibrios de Nash son más bien la excepción que la regla, y por lo tanto sin nuevos instrumentos es
imposible predecir lo que propondrán los partidos políticos. Roemer ofrece su propia solución,
mediante el concepto de ENUP (Equilibrio de Nash con Unanimidad de Partidos), en el cual las
distintas facciones de los partidos políticos –militantes, oportunistas y reformistas– deben coincidir
en forma unánime para que los desvíos de una política dada sean tales que esa política no forme parte
del equilibrio. Cabe notar que este tipo de unanimidad es muy infrecuente y que hay una tendencia a
que existan múltiples ENUP aún cuando no existan equilibrios regulares de Nash, lo cual da lugar al
problema opuesto de equilibrios múltiples. Con todo, Roemer y sus co-autores han hecho uso de este
concepto para estudiar problemas como el voto racista y la xenofobia.
¿Por qué los capitalistas terminan quedándose con la mejor tajada – esto es, se
quedan con el excedente, y el trabajador termina con su salario, que según Marx era
sólo un salario de subsistencia?
La respuesta no es que el capitalista sea más inteligente o que cuente con la policía a
su lado: es que el capital es escaso con respecto a la oferta disponible de trabajo, y
que los trabajadores deben pujar por el derecho de utilizar ese recurso capital, que
les facilita un salario. Si lo escaso fuera la fuerza de trabajo, el capital tendría
entonces que pujar por el trabajo, y los beneficios serían llevados a un mínimo, al que
los capitalistas resultarían indiferentes entre ser los poseedores de su propio capital o
transformarse en trabajadores. El por qué de que el capitalismo se haya
caracterizado, a lo largo de su historia, como una situación de escasez de capital no se
entiende plenamente. Marx sostuvo que los capitalistas como clase, tal vez
representados por el estado, llevaron a cabo estrategias para garantizarse un “ejército
de reserva de desocupados” a fin de mantener el desequilibrio. En efecto, la
proletarización de la agricultura periférica fue un proceso importante por medio del
cual se mantuvo la abundancia de trabajo hasta nuestros días2. Keynes y Schumpeter
imaginaron un momento en el que el capital dejaría de ser escaso, ocasionando la
eutanasia de la clase capitalista. Luego, la fuente fundamental de acumulación en
manos de una clase reducida, mediante beneficios creados en la producción, es que
muchos trabajadores deben pujar por el „privilegio‟ de usar su fuerza de trabajo en
activos productivos de propiedad privada que aumentan en forma inmensa su
productividad. Ello les permite tener un salario mayor que el que hubieran ganado
en el sector no capitalista (digamos, volviendo a la granja familiar, o vendiendo
manzanas en un carro en la calle), y también produce un monto adicional que, según
la negociación entre el trabajador y el capitalista, le pertenece a este último. Los
capitalistas consumen parte de este producto excedente, e invierten el resto en
actividades en búsqueda de beneficios.
2
V. Luxemburg, R. 1972 [1913]. The accumulation of capital , New York: Monthly Review Press.
2
Algunos escritores sostienen que el capitalismo es un sistema que extrae el excedente
de los trabajadores en forma coercitiva; con ello señalan las luchas entre empleados
y jefes en el punto de producción. Roemer cree que es importante señalar que la
acumulación capitalista, en principio, podría tener lugar si los capitalistas fueran
competitivos y no existiese coerción del trabajador por el capitalista y sus agentes en
el lugar de producción. Esa coerción, a la que se han dedicado varias páginas como si
fuera la maldad central del capitalismo, sólo existe porque los contratos laborales son
incompletos y no son ejecutables sin incurrir en costos. Imaginen una situación en
que el trabajador y el capitalista pudieran contratar acerca de cualquier eventualidad
que ocurriera durante la producción. Si, además, los contratos fueran ejecutados sin
costo (por ejemplo, imaginen a un arbitrajista omnipotente que estuviera a mano
para resolver cualquier desacuerdo), en tal caso no habría la más mínima coerción en
el lugar de trabajo: los capitalistas no tratarían de acelerar las líneas de ensamblaje,
obligar a los trabajadores a trabajar horas extra, estafarlos con sus salarios, imponer
disciplina en forma degradante, etc. Marx pensó que la esencia del capitalismo era
acumular capital aún bajo tales condiciones. Que el capitalismo real no sea
perfectamente competitivo, que los contratos sean incompletos, y que capitalistas y
trabajadores regateen sobre quién debe hacer qué en una situación no descripta en
los contratos, hacen que el capitalismo sea más desagradable que lo que podría ser en
su tipo ideal, pero no hace a su esencia.
Marx creía que las relaciones de propiedad de cada modo de producción durarían
siempre que tuvieran éxito en inducir producción de manera eficiente. “El molino de
agua nos dio al señor feudal, la máquina a vapor, al industrial capitalista.” Creía que,
eventualmente, las fuerzas productivas se desarrollarían a tal punto que el modo
capitalista de extraer el excedente ya no sería efectivo. Según conjeturó, la próxima
etapa de la historia económica sería el socialismo, un período en el que los medios de
producción serían de propiedad colectiva y el excedente económico propiedad de los
trabajadores.
Debemos definir lo que es explotación en sentido marxista. Simplemente, los
trabajadores serían explotados porque el trabajo requerido para producir los bienes
que pueden adquirir con su salario más el trabajo necesario para reproducir el stock
de capital usado en la producción es inferior en cantidad al trabajo realizado por esos
mismos trabajadores para producir esos bienes salariales. El trabajo “excedente” – la
diferencia entre ambas cantidades – termina incorporado en bienes que, de acuerdo
con el contrato, son propiedad del capitalista y que los vende para beneficio propio.
¿Por qué el trabajador se coloca en esta situación? Porque no tiene acceso a los
medios de producción; el trabajo excedente que ofrece, es, por así decirlo, la renta
que paga al capitalista para poder acceder a esos bienes. Por consiguiente, la
explotación se define como una situación en que los trabajadores trabajan por más
horas que las „incorporadas‟ en los bienes que reciben como pago salarial real. Noten
que, aunque Marx insistió en que el salario percibido por los trabajadores era de
subsistencia, ello es completamente innecesario para el argumento. Para que exista
explotación, lo necesario es que las horas de trabajo incorporadas en los bienes
comprados con los salarios sean, en cantidad, inferiores a las horas trabajadas por los
trabajadores.
Marx consideró que el sistema que pondría fin a la explotación capitalista sería el
socialismo. Pero la propiedad colectiva de los medios de producción no es la única
manera de terminar con la explotación. Otra es el sindicalismo, sistema en el cual
3
grupos de trabajadores poseen fábricas en forma colectiva; otra es el capitalismo
popular, sistema en que las empresas son de propiedad privada de los ciudadanos,
donde cada uno tiene una pequeña participación (acción) en todas las empresas. El
sindicalismo generaría rápidamente un sistema con una distribución de propietarios
de los activos productivos muy desigual, en el que algunos grupos „explotarían‟ a
otros vía comercio o contratación de empleados. En abstracto, el diseño del
capitalismo popular para eliminar la explotación es posible, pero de difícil
implementación. La distribución de acciones de las empresas que permitiera la
abolición de la explotación no podría ser igualitaria. Si, por ejemplo, una persona no
trabaja por elección propia (un „surfista’) pero recoge dividendos, estaría explotando
a los demás en sentido marxista, porque el trabajo incorporado en los bienes que
puede adquirir con su ingreso es mayor que el trabajo que utiliza. Para abolir la
explotación (en el sentido de que las cuentas de balance están en trabajo) los que
eligen no trabajar deberían recibir una participación cero en el stock de cápita3.
El socialismo quedó entonces identificado con la colectivización de los medios de
producción. Los trabajadores producirían más bienes que los consumidos (ya que la
inversión no sería nula bajo un sistema socialista), pero la existencia de un producto
excedentario no constituiría explotación porque no sería propiedad de nadie. Esto
significa presumiblemente que el estado, representando a la clase trabajadora,
decidiría acerca de su utilización. La cuestión de si los trabajadores tienen sufragio y
pueden votar al partido que los represente, o si hay un partido que se autoproclama
como representante de la clase trabajadora y accede al poder por medios no
democráticos, Roemer la deja a un lado “porque es otra discusión”.
Una cuestión terminológica. Algunos partidarios del socialismo lo definen como un
sistema donde todos alcanzan su plenitud potencial, desaparecen el racismo y el
sexismo, y los ciudadanos se consideran entre sí como hermanos. Esto es erróneo.
Como teoría del materialismo histórico, el socialismo debe ser definido como un
nexo entre las relaciones de propiedad que elimina la explotación capitalista. Si
posee otras propiedades agradables es una pregunta científica que no puede ser
resuelta mediante definición. Una palabra sobre la igualdad. Si los trabajadores
tienen habilidades muy heterogéneas, la eliminación de la explotación capitalista no
elimina la desigualdad de ingresos. Empero, ha existido una tradición de considerar
al socialismo como un sistema de igualación de ingresos, lo que se debe en parte al
nivel de abstracción del pensamiento de Marx, que caracterizaba a menudo al
capitalismo como una masa de trabajadores homogéneos en lucha contra una
pequeña elite de capitalistas homogéneos. También se debe a la creencia de que las
desigualdades de habilidad de los trabajadores provienen de oportunidades
desiguales promovidas por el capitalismo, y de que si éste fuera eliminado, los
trabajadores terminarían más iguales en sus habilidades. Esta apreciación de lo que
Es posible diseñar un sistema de participaciones accionarias tal que, cuando los individuos eligen su
cantidad de trabajo ofrecida a fin de maximizar sus preferencias con respecto al trabajo y al consumo,
reciben ingreso de sus salarios y dividendos que les permiten adquirir bienes por una cantidad
equivalente de trabajo a la que invirtieron, y además la asignación de trabajo y bienes es eficiente en
sentido Pareto. Esta solución – llamada solución proporcional – resuelve un problema intelectual
interesante pero tiene escasa importancia para resolver el problema de explotación capitalista, por la
dificultad de computar cuántas acciones de las firmas deberían recibir los ciudadanos si las
preferencias son asimétricas. Pero podría ser utilizada en comunidades pequeñas – por ejemplo de
pescadores – que tienen la propiedad colectiva de un recurso (un lago) y desean explotarlo de manera
eficiente.
3
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lograría la transformación socialista, en el sentido de Marx, es demasiado optimista,
como se apreciará luego.
El mundo experimentó dos tipos mayúsculos de experimentos socialistas: uno,
iniciado por la revolución bolchevique, se dio gracias a un partido comunista que
gobernó en forma antidemocrática, rechazó el uso de los mercados, que temía que
trajeran con ellos la vieja mentalidad capitalista, donde los productores trataban de
acumular capital, explotando a los demás. El otro fue la social-democracia, donde
quienes representaban a los trabajadores llegaron al poder por medios democráticos,
y trataron de gravar los beneficios con el fin de aumentar la inversión y el consumo
de los trabajadores (el llamado “salario social”). El partido social demócrata no
abolió en un principio la propiedad privada de los activos de capital, aunque algunas
empresas fueron nacionalizadas.
En principio, ambas técnicas podrían eliminar el tipo de explotación asociada con el
capitalismo. Si los partidos comunistas fueran agentes perfectos de su principal
colectivo, las masas trabajadoras, podrían fijar la tasa de inversión al nivel deseado
por los trabajadores (aquí surge un problema de cómo agregar preferencias dispares
acerca de esa tasa), y luego invertir el excedente de la forma que mejor satisfaga a los
intereses de dichos trabajadores (aquí surge otro problema de agregación de
preferencias). Y bajo un sistema social-demócrata, el capital privado podría ser
gravado a una tasa suficientemente elevada de modo que, aunque las tasas de
explotación no llegarían a ser nulas, serían pequeñas. Para evitar que el capital
emigrara hacia otros horizontes más rentables, los trabajadores deberían ser lo
suficientemente hábiles como para lograr que aún bajo ese régimen, los beneficios de
los capitalistas fueran suficientemente elevados. Luego, que haya trabajadores
suficientemente aptos y hábiles en su cometido parece ser parte de la fórmula socialdemócrata si el capital puede moverse con libertad.
Con respecto al tema de la igualación de ingresos, tanto las economías de tipo
soviético (la URSS y Europa Oriental) y las social-democracias de Europa del Norte
hicieron tareas excelentes. (En particular, al menos en la Unión Soviética, se puede
sostener que los trabajadores mejor dotados contribuyeron con más trabajo, en
unidades de eficiencia, que lo que recibieron en bienes.) La principal diferencia es
que las economías de tipo soviético ecualizaron a bajo nivel, mientras que las socialdemocracias lo hicieron a nivel elevado. ¿Fue éste el motivo del fracaso de las
economías de la órbita soviética? Aún se carece de una explicación totalmente
satisfactoria, pero está la sensación de que la eliminación de los
mercados fue un factor importante. Aunque las economías del
bloque soviético usaron mercados de tanto en tanto, empezando
con la introducción de la NEP por Lenin en los 1920s, nunca les
fue permitido operar con el tipo de libertad que promueve la
innovación tecnológica, y hacia la década de los 1960s ésta era
ampliamente responsable del bajo estándar de vida de la
población. (Por supuesto, cuando el estado concentró recursos y
talento en un sector como la industria espacial, fue capaz de lograr resultados
impresionantes, pero la economía soviética jamás fue capaz de impulsar la
innovación a lo ancho de toda la economía.) Estos problemas habían sido vistos
mucho antes, empero, en el debate sobre el socialismo de mercado que tuvo lugar en
los 1930s, con el argumento de Oscar Lange de que los mercados podrían reemplazar
5
en gran medida a la planificación central de una economía socialista4. Lange5
proponía que los planificadores centrales anunciaran a los gerentes de las distintas
industrias los precios de sus insumos y productos, y requería que los gerentes
informaran las cantidades de insumos que demandarían, y de productos que
producirían a dichos precios, igualando sus precios con los costos marginales
(condición necesaria de eficiencia de Pareto). En ese caso, los planificadores
sumarían demandas y ofertas, observarían las discrepancias entre oferta y demanda
de cada bien o servicio, anunciarían un segundo conjunto de precios – aumentando
aquellos que se hallaban en exceso de demanda y reduciendo los que estaban en
exceso de oferta, y continuarían así con todo el ejercicio, esperando eliminar todos
los desbalances. Lange creía que este proceso convergería rápidamente a un
equilibrio; en tal caso, los planificadores anunciarían los precios de equilibrio y
requerirían a las empresas que produjeran con arreglo a los mismos.
Lange no trató en forma apropiada a los consumidores, sugiriendo que cada familia
recibiría una fracción de los beneficios de las empresas, asignados tal vez con arreglo
al tamaño del hogar. Suponiendo que esto funciona, surge la pregunta: ¿por qué este
método sería superior al mercado? Para Lange, hay dos ventajas. La primera es que
el ingreso puede ser distribuido más igualitariamente. Como no hay ingresos del
capital, a la gente se le paga de acuerdo con su insumo laboral. (Gente talentosa
recibiría un ingreso adicional como “renta” sobre su capacidad individual.) Segundo,
el socialismo permitiría una mejor planificación de las inversiones de largo plazo. La
inversión no estaría condicionada por las fluctuaciones de corto plazo de las
opiniones sobre las oportunidades futuras, y por tanto sería menos dispendiosa y
más racional. Lo mismo que John Maynard Keynes y, más adelante, Paul Samuelson,
Lange pensaba que aunque los mercados libres pueden proporcionar señales
apropiadas referidas a las decisiones de producción de corto plazo, es en el largo
plazo donde no dan señales correctas. Pero la
cuestión de corto plazo también es problemática;
dados algunos resultados de la teoría económica, es
también probable que no haya convergencia de
corto plazo.
Friedrich Hayek, sin embargo, hizo una crítica de
otro tipo6. Escribió que era una ilusión creer que los
gerentes respondieran mediante sus demandas de
insumos, al enfrentar precios anunciados por los
planificadores, porque no conocían sus propias
funciones de producción y, por consiguiente, no
podrían computar los costos marginales. Dijo que
los gerentes de empresas capitalistas aprenden
cuánto producir con insumos dados por el efecto
disciplinante de la competencia. Es la disputa
competitiva la que enseña a los gerentes cómo recortar sus costos y producir
eficientemente, y que era incorrecto suponer que los gerentes podrían hacerlo en la
situación esterilizada contemplada por Lange. En efecto, ¿cómo se manejaría la
Ver Enrique A. Bour, Tratado de Microeconomía (2009), Capítulo XXIII, “Socialismo”.
Lange, O. 1956 [1936]. “On the economic theory of socialism,” in B. Lippincott, ed., On the economic
theory of socialism, Minneapolis: University of Minnesota Press.
6 Hayek, F.A. 1940. “Socialist calculation: the competitive „solution‟,” Economica 7, 125-149.
4
5
6
Oficina Central de Planificación (OCP) con la innovación, con los nuevos bienes?
Hayek sostuvo que el secreto de los mercados reales es que facilitan incentivos y un
mecanismo para que la gente (empresarios) con información local sobre necesidades
y posibilidades de producción logre concretar sus ideas. Dejar fijo al conjunto de
gerentes ex ante ya es condenar fatalmente al sistema al conservadurismo y a la
ineficiencia.
Es interesante notar que Hayek jamás mencionó que los directivos socialistas fueran
oportunistas o auto-complacientes, o que mintieran a la OCP a fin de influir sobre su
asignación de insumos. Hayek postuló que los directivos eran “leales y capaces”, en
abierto contraste con las críticas a los directivos socialistas que emanaron luego de
1970 de economistas capitalistas occidentales, cuando se formuló el problema del
principal-agente, y la holgazanería y el oportunismo se transformaron en cuestiones
centrales. Hayek pensó que Lange había cometido varios errores. En la versión de
Lange era necesario un ejército de auditores para verificar los cálculos de los jefes de
empresa. ¿Qué motivaría a estos jefes de empresa y ramas industriales? Todavía
más: los resultados de estos cálculos deberían compararse con cálculos adicionales,
contrafácticos a efectos de apreciar si los jefes de las empresas habían elegido la
mejor combinación posible de factores. Todo lo cual acarrearía un estado burocrático
enorme.
De hecho, esto plantea una pregunta crucial sobre el fracaso del socialismo de
planificación centralizada: ¿fue debido a la falta de incentivos o a la falta de
coordinación? Los mercados cumplen dos funciones: proporcionan incentivos a los
trabajadores y los empresarios para mejorar sus habilidades y descubrir nuevos
productos para incrementar sus ingresos, pero también coordinan la actividad
económica. Puede que no resulte simple desde el punto de vista teórico distinguir
precisamente entre estas dos funciones, pero son claramente diferentes. La
coincidencia de los trabajadores con las empresas, por ejemplo, ocurre en gran parte
por la observación de las ofertas salariales; las empresas buscan insumos mediante la
observación de las ofertas de precios. Por supuesto, el sistema no funciona
perfectamente, pero hay sin duda un fuerte elemento de coordinación generado por
un sistema de precios competitivos. (Los sistemas de precios no coordinan bien
algunas cosas, como el control de las externalidades y los suministros de bienes
públicos, y ahí radica la principal justificación liberal de intervención del Estado.)
La historia de la economía soviética está llena de historias de falta de incentivos y de
fracasos de coordinación: no tenemos una explicación completa de la importancia
relativa de estos dos fracasos en el desempeño mediocre de las economías de
planificación centralizada en su período tardío. También se dice, sin embargo, de los
trabajadores soviéticos lo duro que trabajaban, y cómo se ingeniaban para hacer
frente a insumos pobres7.
Creo que es importante responder a la pregunta anterior, ya que sobre la respuesta
descansa sobre la posibilidad de un futuro para el socialismo. Supongamos que los
mercados son necesarios sobre todo para generar los incentivos para trabajar duro,
Ver por ejemplo Burawoy, M. and J. Lukacs, 1985. “Mythologies of work: A comparison of firms in
state socialism and advanced capitalism,” American Sociological Review 50, 723-737. Ver también
Dante Avaro, ¨Evacuando entre las ruinas: cuatro lecciones propositivas sobre el socialismo de
mercado¨, Julio 2006.
7
7
para formar habilidades, para inventar, y así sucesivamente. Esto implica que será
difícil de utilizar los mercados y redistribuir ingresos de una manera relativamente
igualitaria, por medio de impuestos. Después de todo, si los trabajadores forman su
capacidad para aumentar sus ingresos, pero luego sus ingresos son gravados ¿por
qué adquirirían mayor capacidad? Por otra parte, supongamos que los mercados son
necesarios sobre todo para coordinar la actividad económica: a continuación, en
principio, los ingresos salariales (que se ajustan competitivamente para reflejar el
valor del producto marginal) podrían ser gravados para producir una distribución de
ingresos hacia la igualdad sin perjudicar la producción. En el segundo caso, los
trabajadores podrían formar capacidades e innovar porque les gustaría hacerlo, o se
sienten valorados por sus contribuciones sociales.
Sospecho que el problema de la coordinación fue relativamente más importante en el
fracaso de las economías de planificación centralizada, y el problema de incentivos
relativamente menos importante, que lo que cree la mayoría en la actualidad.
Muchos economistas, sobre todo, suponen que el tipo de comportamiento
oportunista, tan frecuente en la teoría del homo oeconomicus es un aspecto profundo
de la naturaleza humana, y por lo tanto que debe haber estado muy extendido en la
Unión Soviética.
Los mercados son esenciales en cualquier economía compleja, al menos para la
coordinación, y quizás para los incentivos. Pero, como se ha visto en los países
nórdicos, grandes logros con respecto a la distribución de ingresos se pueden
alcanzar mediante impuestos y la «solidaridad salarial". Se podría decir que el futuro
del socialismo está en emular a las democracias sociales nórdicas. Empero, puede
que no sean fáciles de imitar, ya que la solidaridad de sus ciudadanías puede ser
debida a su homogeneidad - lingüística, religiosa y étnica.
Tal vez estados de bienestar de esa magnitud no puedan ser logrados en sociedades
muy heterogéneas. Un futuro para el socialismo aún puede, por tanto, requerir una
alternativa a la propiedad privada convencional de las empresas con una
redistribución importante a través de impuestos, porque la solidaridad necesaria
para la aprobación democrática de ese grado de redistribución no puede evolucionar
en grandes sociedades heterogéneas.
Si las empresas no van a ser de propiedad privada, como lo son en el modelo nórdico,
luego una cuestión primordial afecta la forma en que se logra la rendición de cuentas
de la gestión de la empresa. Hay un problema de principal-agente entre el
administrador de la empresa (el agente) y el accionista-ciudadanos (principal).
¿Cómo evita el principal que el primero (el gerente) se escape con los beneficios e
incluso con los activos de la empresa?
La solución clásica es que la propiedad de la empresa esté muy concentrada, de modo
que haya un pequeño número de accionistas que ganan enormes sumas mediante un
seguimiento cuidadoso de la gestión. Bajo esta perspectiva, la distribución de
acciones de las empresas a todos los ciudadanos por igual destruiría la rendición de
cuentas de gestión, dando lugar a corrupción desenfrenada e ineficiencia.
Recientemente, ha sido propuesta una segunda teoría: que el garante de la rendición
de cuentas sea el accionista mayoritario (controlante corporativo) de la empresa.
Cuando el accionista mayoritario vea que cae el precio de las acciones de una
8
empresa, porque la empresa no está obteniendo buenos resultados (tal vez debido a
corrupción de la gestión o a falta de imaginación), comprará una mayoría de acciones
y reorganizará a la empresa para que sea eficiente, aumentando así el precio de las
acciones, obteniendo una ganancia de capital. Aquí, también, si los mercados de
crédito son imperfectos, necesitamos a personas ricas para que las empresas
funcionen bien. Si estos dos mecanismos de rendición de cuentas agotan las
posibilidades, entonces economías de mercado en donde los beneficios de las
empresas se distribuyen de una manera relativamente igualitaria son imposibles.
Empero existe una alternativa aparente en Alemania y Japón, donde las empresas
son monitoreadas por consejos de administración compuestos en gran parte por
funcionarios de los bancos que tienen una relación con la empresa. Está fuera de mi
alcance describir este mecanismo aquí: basta con decir que proporciona una
alternativa a confiar en personas inmensamente ricas para garantizar la rendición de
cuentas de la empresa. Si el socialismo de mercado tiene un futuro, bien puede ser
con este tipo de acuerdo: las empresas serán objeto de seguimiento por los bancos
del sector público, cuya reputación y carrera profesional dependerá de hacer un buen
trabajo, o que pueden ser controlados por otras partes interesadas de la empresa.
Otra alternativa (propuesta por Roemer8), sin presentar ejemplos en el mundo, es un
sistema en el que la propiedad de la empresa se distribuye a los ciudadanos de una
manera inicialmente similar, pero los derechos de propiedad están circunscritos. El
propietario cobrará los dividendos de las empresas en su cartera, e incluso el
comercio de acciones de capital en un mercado de valores, pero no podrá liquidar sus
participaciones de capital en efectivo. Esto se lograría expresando las acciones de la
empresa en una unidad especial de cuenta. Los valores de las acciones, en esa
unidad, oscilarían según la oferta y la demanda, lo que reflejaría los puntos de vista
de los operadores acerca de la rentabilidad futura de las empresas, como en un
mercado de valores estándar. Al fallecer, la cartera de un ciudadano sería devuelta al
Tesoro y a los adultos jóvenes, a la edad de 21 años, que recibirán cada uno su
dotación de acciones. Habría alguna desigualdad en los valores de la posesión de
acciones que surgiría como consecuencia de la diferencia de suerte y habilidad en el
mercado de valores a lo largo de la vida, pero la igualdad no se transmitiría a los
descendientes. En otras palabras, este sistema es un método por el cual los ingresos
de beneficios de la nación podrían distribuirse a los ciudadanos de manera
relativamente igual, manteniendo las virtudes de un mercado de valores, con
respecto a la valoración de las acciones y la disciplina de gestión.
Seguramente hay posibilidades de socavar las intenciones de este sistema. Si también
hay personas (como los extranjeros) que están autorizados a invertir en estas
empresas, entonces surgen posibilidades de que los ciudadanos capitalicen sus
tenencias, y hagan dinero en efectivo con sus acciones. Los viejos ciudadanos
desearán que las empresas en las que tienen acciones vendan sus activos y paguen el
valor total de la empresa en forma de dividendos. Que la regulación pueda lograr que
el sistema sea viable es una cuestión no resuelta.
Por último, existe la posibilidad de la propiedad estatal de las empresas. Aún no se
dispone de un experimento definitivo para comprobar si la propiedad estatal puede
funcionar, pues los experimentos de tipo soviético también carecieron de falta de
democracia; lógicamente es posible que la responsabilidad democrática pueda
Roemer, J.E. 1994. A future for socialism, Cambrige, Mass.: Harvard University Press. Ver también
artículo de Roemer, A Future for Socialism.
8
9
mantener a las empresas estatales funcionando de manera eficiente. Sin embargo,
también aquí hay problemas: los políticos, a quienes los gerentes de las empresas
deben dar parte en última instancia, tienen sus propios intereses que no siempre
coinciden con los del público. El mecanismo electoral es probablemente demasiado
crudo como herramienta para obligar a los políticos a que controlen a las empresas
en pro del interés público. (De hecho, las empresas estatales a menudo pagan
demasiado a sus trabajadores, para conseguir su apoyo político.) Supongo que la
propiedad no- estatal de las empresas será importante en cualquier experimento
socialista.
Volvemos por fin a la relación del socialismo con la igualdad. ¿Creen los socialistas
que una economía en la que se aplica "de cada cual según su capacidad, a cada cual
según su trabajo", que, por definición elimina la explotación marxista, sea deseable?
La mayoría de los socialistas, probablemente deseen más igualdad que esto, al menos
en las sociedades con trabajadores de habilidades muy heterogéneas. Así, los
socialistas han llegado a ser, y tal vez siempre fueron, más igualitaristas que lo
implicado por la definición de Marx. El uso popular sugiere que el socialismo debe
ser definido como un régimen de igualdad de ingresos, lo que es una desviación de la
tradición marxista. Las propuestas que hemos discutido están relacionadas con la
asignación de los ingresos provenientes del lucro. Pero la asignación de los beneficios
¿es tan importante con respecto a igualar la distribución de la renta? En las
economías avanzadas contemporáneas, los beneficios (incluidos intereses y rentas)
constituyen a lo sumo una cuarta parte de los ingresos nacionales; incluso si ésta se
distribuyera de forma igualitaria entre todos los hogares, y siguiera siendo del mismo
tamaño, la distribución del ingreso todavía sería, en la mayoría de los países
avanzados, bastante desigual. ¿Debería encontrarse, pues, la diferencia entre el
socialismo, como es concebido a nivel popular, y el capitalismo, principalmente en la
distribución de los ingresos salariales o en la función redistributiva de los impuestos
a la renta del trabajo?
En lugar de tratar de definir para qué nivel del coeficiente de Gini una sociedad se
convierte en socialista, uno se puede conformar ordenando a los regímenes del
mundo con respecto a su grado de socialismo. Los instrumentos centrales del
socialismo son entonces, así como la redistribución del ingreso proveniente de los
beneficios, la inversión intensiva en educación, con un sesgo hacia la rectificación de
las desventajas que sufren los niños debido a que son criados por padres con escasa
educación, a fin de igualar los ingresos determinados en el mercado laboral, y la
redistribución de la renta laboral mediante impuestos. El canal de una fuerte
inversión en educación de los desfavorecidos es importante porque la oferta de
capacidades tiene valor para las personas por razones adicionales a la fundamental
de proporcionar ingreso: la educación hace que la vida sea más significativa y
fructífera. Pero si la conducta educativa por sí sola resulta demasiado costosa o
demasiado ineficaz para generar los cambios deseables en la distribución del ingreso,
también deberán ser utilizados otros métodos. La cuestión del socialismo factible,
por lo tanto, depende del paquete de reformas que sean eficaces, y que puedan
realizarse por medios democráticos.
Políticamente hablando ¿cuán factible es el socialismo? ¿en qué medida se puede
esperar que las democracias implementen reformas que trasladen a las sociedades en
la escala socialista? Aquí, la evidencia histórica más esperanzadora proviene de los
países nórdicos y nor-europeos. Dos problemas parecen ser fundamentales para que
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continúe la trayectoria socialista en estas economías: la inmigración y el desempleo.
Como se mencionó anteriormente, los estados de bienestar de los países noreuropeos se desarrollaron en el período en que sus poblaciones eran muy
homogéneas, siguiendo dimensiones étnicas, lingüísticas y religiosas. La
homogeneidad puede ser condición necesaria para la aplicación democrática de una
redistribución significativa, si el estado de bienestar está motivado ya sea por
funciones puramente redistributivas o una función de seguro. Porque, con respecto a
la función de seguro, no estará en el interés de los nativos con una elevada educación
superior y altos niveles salariales en, p.ej., Dinamarca, hacer un pool de sus riesgos
con inmigrantes de poca educación y de bajos salarios. Y con respecto a la función
puramente redistributiva, la heterogeneidad étnica, lingüística y religiosa reduce la
solidaridad, por decirlo suavemente, que debe ser la motivación de los impuestos
redistributivos. El desempleo es un problema no sólo por los efectos nocivos de
bienestar que sufren sus víctimas, sino porque es una forma grave de ineficiencia
económica. Si los países "socialistas" tienen elevados niveles de desempleo, y los
países “capitalistas" niveles bajos, con el tiempo la ineficiencia de los primeros puede
reducir la renta per cápita muy por debajo de la de los últimos, y las poblaciones de
los países socialistas comenzarán a encontrar que los mayores ingresos que ofrecen,
en promedio, los regímenes capitalistas, son una alternativa atractiva.
Si suponemos que, en el próximo siglo, los Estados Unidos (y, digamos, China)
continúa ofreciendo bajas tasas de desempleo, bajos impuestos, regímenes de alto
crecimiento, pero con una redistribución relativamente escasa, luego los cuerpos
políticos democráticos de Europa y del resto del mundo pueden ser reacios a avanzar
un ápice en el espectro socialista. Esto, por supuesto, supone que hay un sacrificio de
crecimiento económico involucrado por las instituciones de redistribución, un punto
que no he defendido aquí, pero que han dado por sentado, y que puede ser
incorrecto. De hecho, una literatura en constante crecimiento afirma que la igualdad
conduce a aumentos de productividad9.
Es perfectamente natural que las tasas de fecundidad caigan cuando el seguro social
reemplaza a la familia como fuente de ingresos en la vejez: familias más pequeñas,
probablemente más que cualquier otra cosa, implican la liberación de la mujer.
(También son, por supuesto, un efecto de esa liberación.) Sin embargo, las tasas de
fertilidad europeas ahora exigen sea un flujo significativo de inmigrantes de países
más pobres, o una fuerte disminución de los ingresos per cápita en Europa de los
jubilados, o un aumento de la la duración de la vida laboral (que a su vez agravaría el
problema del desempleo). Luego una menor fecundidad hace que el progreso hacia el
socialismo sea más complejo, al menos, si no irrealizable.
En consecuencia, la cuestión del multiculturalismo se convierte en un problema
intelectual clave para los socialistas. ¿Qué grado de integración o de asimilación de
los inmigrantes es necesario para que los sistemas políticos democráticos europeos
estén dispuestos e interesados en continuar y tal vez ampliar sus estados de
bienestar? (Recuérdese que nos referimos aquí no sólo a los motivos de
redistribución, sino de asunción de riesgos, de los nativos que deseen asumir riesgos
con los inmigrantes.) Aún no conocemos la respuesta. Y este grado de asimilación,
Bardhan, P. and S. Bowles, 2000. “Wealth inequality, wealth constraints and economic
performance,” in A. Atkinson and F. Bourguignon, eds., Handbook of Income Distribution,
Amsterdam: Elsevier Science Press.
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sea cual fuere, ¿será aceptable para los sureños pobres u orientales que están
pensando en la migración hacia el norte o el oeste? El socialismo, en el sentido de
igualdad de ingresos, con una aplicación democrática requiere ya sea un motivo de
seguro auto-interesado o bien un motivo solidario desinteresado en la mayoría de los
votantes-ciudadanos. Podemos esperar que a medida que las poblaciones nacionales
experimenten más igualdad, se profundice la preferencia por ella: los socialistas, al
menos, creen que las preferencias solidarias pueden intensificarse experimentando
igualdad, porque la igualdad es un bien público, un hecho que se aprecia cuando se
vive. (De hecho, en este artículo, no hemos discutido las externalidades negativas
que los socialistas creen que acompañan a un régimen con propiedad altamente
concentrada de las empresas privadas, en el que las empresas e incluso la política
estatal se establecen para promover sólo los intereses de las franjas más ricas de la
sociedad.) Pero la transición inicial a lo largo de este camino, tomado por los
votantes relativamente de centro-izquierda, debe provenir del motivo de seguro.
Aquí hay, entonces, un problema importante para el avance hacia el socialismo en
nuestra época.
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