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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
Una de las definiciones que se han dado del ser humano es que es “un animal que se pregunta”. En efecto,
vivimos preguntando, preguntándonos. Ahora bien, muchas de las preguntas que formulamos quedan fuera de
nosotros mismos; pero cuando preguntamos por la dignidad de la persona humana estamos preguntando por
nosotros mismos.
El filósofo Gabriel Marcel hace una distinción entre “problema” y “misterio”. “Problema” es algo que queda
frente a nosotros, lo podemos mirar objetivamente y resolverlo, como un problema de matemáticas. Un misterio,
en cambio, es un problema en el que nos encontramos inmersos. No podemos verlo con total objetividad, desde
fuera, porque estamos “dentro”. Es lo que sucede cuando preguntamos por la persona humana.
Por lo tanto, al hacer la siguiente reflexión estamos reflexionando sobre nosotros mismos, sobre el ser humano
que somos cada uno de nosotros. Esta reflexión es particularmente importante hoy, pues en nuestra época la
identidad del ser humano está en crisis, y esto por varias causas.
Los antiguos griegos, en su reflexión filosófica, partían constantemente de la realidad concreta del hombre.
Para ellos, el ser humano era la base de todo. Tanto en la época antigua – a partir de los sofistas - como en la
etapa medieval, el hombre era el centro de la reflexión: el hombre en relación consigo mismo, en relación con
el mundo y en su relación con Dios. Se trataba de un hombre particular, de un ser individual.
En los últimos dos siglos, “el hombre” se ha disuelto. Para Hegel, por ejemplo, en el siglo XIX, la única
realidad es el Espíritu Absoluto; el hombre no tiene valor en sí mismo, sino que es un momento de la
evolución del Absoluto.
Feuerbach quiere transformar la teología en antropología; para él, el hombre ha proyectado en un ser
imaginario, Dios, lo que el hombre mismo es. Para Feuerbach, lo divino es el hombre, pero no el hombre
individual sino una esencia genérica: la humanidad.
Marx busca la transformación de las estructuras socio-económicas injustas, pero en su pensamiento prevalece
la sociedad sobre el hombre individual. Lo que importa es la especie humana, no la persona concreta.
Como escribe Ramón Lucas Lucas, “el hombre ha perdido su identidad y se ha transformado en algo
abstracto, en un fantasma privado de su realidad objetiva”1.
Nietzsche proclamó la muerte de Dios, pero quien en realidad ha muerto es el hombre. Éste, privado de su
identidad y su unicidad, se ha transformado en una anónima víctima para el sacrificio, que se inmola en el
altar de las ideologías, tanto de izquierda como de derecha.
En los sistemas totalitarios, como las sociedades comunistas, el hombre es masa, un ser anónimo que se
sacrifica en función del sistema, sin libertad y sin derechos. En el capitalismo neo-liberal, bajo capa de
libertad, la persona se convierte en mercancía, sacrificada en función del capital, de los intereses económicos.
La persona no vale por sí misma sino por lo que consume. En ambos casos, Dios ha desaparecido del
horizonte, y con la muerte de Dios viene la muerte del hombre.
Hay tres factores que han contribuido a esa “disolución de la persona”: la revolución de Nicolás Copérnico, la
teoría de la evolución planteada por Charles Darwin y las aportaciones de Sigmund Freud.
Antes de Copérnico, se creía que la Tierra era el centro del universo: el sol y los planetas giraban alrededor de
la Tierra y por lo tanto el ser humano era el centro del universo. Copérnico, que vivió entre el siglo XV y
XVI2, desplazó al hombre de ese centro. Ya no somos el centro del universo sino los minúsculos habitantes de
1
Ramón Lucas Lucas, El hombre, espíritu encarnado. Compendio de Filosofía del hombre, Sígueme, Salamanca 1999, p.
12).
2 1473-1543
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un minúsculo planeta que gira alrededor de una pequeña estrella, en un universo en el que hay muchas otras
estrellas… Esto constituyó una “humillación” para el hombre.
En el siglo XIX, Darwin3 escribe su obra “El origen de la especies”, y plantea su teoría de la evolución del
hombre a partir del mono. Hoy no se sostiene la teoría tal como Darwin la planteó, pero sí es generalmente
aceptado que existió un primate u hominoide que se bifurcó en dos ramas: los monos antropomorfos
(chimpancé, gorila y orangután) y los homínidos. Esto parece, según algunos, contradecir la doctrina de la
creación del hombre por parte de Dios. En el Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México, en la
sala de prehistoria, aparece a la entrada un video titulado “El origen mítico del hombre”, y allí describen,
junto con otras dos, la versión judeo-cristiana de la creación… como visión mítica. Más adelante, en la
introducción a la sala, explican la teoría de la evolución y concluyen más o menos con estas palabras: “Así, el
hombre no es, como se creía, un ser creado por Dios, sino un ser más en la naturaleza”. Ésta es hoy la
convicción de muchos, que consideran que la pretensión del ser humano de ser superior a los demás seres de
la naturaleza, es orgullo infundado.
Finalmente, Freud (1856-1939). Antes de él, el hombre creía ser totalmente transparente a sí mismo; pensaba
que con la razón podía dominarlo todo y dominarse a sí mismo, conocerse a sí mismo. Y he aquí que Freud
descubre que hay en nosotros una enorme zona desconocida, el inconsciente, que sin embargo influye en
nuestras conductas y hasta en nuestras decisiones.
Estas tres grandes “humillaciones” han desembocado en la poca valoración de la persona humana
Pero volvamos a la teoría de la evolución. Lo primero que hay que tener en cuenta es que podemos hablar de
un “Evolucionismo creacionista”; es decir, la noción científica de evolución no se opone a la noción filosófica
de Creación4.
Aún más, la evolución, en la que los seres vivos se comportan como tendiendo a un fin, se explica más
adecuadamente si planteamos la existencia de una Inteligencia o Mente exterior a la naturaleza que ha puesto
en los seres vivos ese impulso de evolución.
El hombre, como parte de ese proceso evolutivo, es el vértice del proceso. Es lo que se llama “principio
antrópico”: toda la evolución parece tener como objetivo final la aparición del hombre.
Dios podría haber creado al hombre directamente, pero en el ambiente científico y teológico se afirma cada
vez más la convicción de que Dios se sirvió de la materia preexistente, como fruto de una evolución
biológica. La hipótesis es que cuando el organismo antropoide llegó a un cierto punto de evolución, se dieron
las circunstancias adecuadas para que Dios infundiera en él el espíritu, dando origen así al hombre. Los
detalles precisos de cómo se dio la hominización son complejos, pero podemos afirmar que el paso del animal
al hombre no es un paso sólo cuantitativo sino cualitativo; el momento en que los homínidos adquirieron la
conciencia refleja, que supone un ser espiritual. Ese espíritu no pudo haber provenido de la materia por
evolución, pues la causa debe ser proporcional al efecto, y el espíritu es superior a la materia. El espíritu tuvo
que haber sido infundido por Dios.
Por lo tanto, el paso del homínido infrahumano al hombre es un salto cualitativo, que marca la diferencia
radical entre el animal y el ser humano y le da a éste una dignidad superior a la de cualquier otro ser de la
naturaleza.
Son muchas las características del ser humano que lo hacen diferente y superior al animal: es capaz de
conocimiento intelectual, tiene una voluntad libre capaz de amar, es autoconsciente, hace historia. Los
animales necesitan adaptarse al medio ambiente, para sobrevivir; el ser humano, por su inteligencia,
transforma el medio ambiente para adaptarlo a él. El ser humano tiene interioridad; en palabras de Ortega y
Gasset, tiene un “sí mismo” donde recogerse. Hace unos años hicieron varios experimentos con chimpancés,
3
1809-1882
García Cuadrado, José Ángel, Antropología filosófica. Una introducción a la Filosofía del Hombre, Eunsa, Navarra
20032, p. 219
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2
investigando las diferencias y semejanzas entre ellos y el ser humano. Una de las diferencias importantes que
encontraron fue que el chimpancé, cuando no tiene estímulos externos, se duerme. En cambio el ser humano
es capaz de entrar dentro de sí mismo, de “reflexionar”, pues tiene un riquísimo mundo interior que el animal
no tiene.
Sobre todo, el ser humano es PERSONA. ¿Qué significa esto? La palabra “persona” viene de la palabra griega
prosopon que significa “máscara”, que pasó a “persona” en latín. Era la máscara que utilizaban los actores griegos
para representar al personaje y proyectar la voz. Más tarde, “persona” pasó a significar el sujeto que está debajo de
la máscara.
La palabra se aplicó primero a las tres Personas de la Santísima Trinidad, y luego pasó a aplicarse a la persona
humana, como sujeto de acciones. Este sujeto de acciones es un yo, un yo personal, que permanece a través de los
cambios.
Hay filósofos que niegan la existencia de un yo personal que permanezca a través del tiempo. Por ejemplo, David
Hume, filósofo inglés del siglo XVIII, en su Tratado sobre la naturaleza humana:
....el yo o persona no consiste en ninguna impresión aislada, sino en todo aquello a lo que hacen
referencia nuestras distintas impresiones e ideas. Si alguna de nuestras impresiones nos da la idea del
yo, dicha impresión ha de permanecer invariable, a través de toda nuestra vida, ya que de esta forma
es como se supone que existe el ser propio. Pero no existen impresiones constantes e invariables... y,
en consecuencia, no existe tal idea. (...)
Por mi parte, cuando penetro en la más profunda intimidad de lo que llamo mi yo, tropiezo siempre
con alguna impresión particular, de calor o frío, de luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. Nunca
puedo aprehender a mi yo sin una percepción, y nunca puedo observar nada que no sea una
percepción... Si alguien, después de una reflexión seria y sin prejuicios, piensa que puede tener una
noción diferente de sí mismo, he de confesar que no puedo seguir discutiendo con él. Todo lo que
puedo decir es que espero que tenga tanta razón como yo, y que entonces somos esencialmente
diferentes en ese respecto. Puede que él sea capaz de percibir algo simple y continuo que él llama su
yo, aun cuando yo estoy seguro de que no existe tal principio en mí.
Según Hume, entonces, no hay ninguna impresión del yo que permanezca invariable a lo largo de toda la
vida; la idea de una identidad personal se origina en la memoria, que es la que une las distintas percepciones
que vamos teniendo.
Más recientemente, Derek PARFIT 5: Pone un ejemplo ficticio de teletransportación: te metes en una cámara,
recoge tu información, te destruye y "te" reconstruye según esa información, en otro planeta… La pregunta
es: ese “nuevo” sujeto, ¿eres tú mismo? Sí, dice Parfit, porque lo que cuenta es la información guardada en la
memoria. Presenta otro caso: la máquina recoge tu información y te copia, con tan mala suerte que hubo un
problema con el scanner y te dicen que en poco tiempo tendrás un infarto y morirás. Tienes la oportunidad de
hablar con tu doble que está en el otro planeta, quien te dice: "No te preocupes, yo seguiré viviendo".
Parfit pone también el caso de un trasplante de cerebro: trasplantan el cerebro de Pedro en el cuerpo de Juan:
¿Quién sigue viviendo? ¿Pedro con el cuerpo de Juan? ¿Juan con el cerebro de Pedro?
Para Parfit, la identidad personal se reduce a la información guardada en el cerebro. No hay un yo sustancial,
no hay un espíritu que perdure. No hay identidad personal.
¿Cómo podemos entender la identidad personal? Ves una foto de un bebé envuelto en pañales, y te dicen que
eres tú: esa persona que nació en 1980, es la misma que está aquí en el año 2007, y será el mismo del año
2050… ¿cómo podemos decir que es el mismo a través de todos los años, ese bebé, ese joven, ese adulto y ese
anciano? Eso es la identidad personal.
5
Razones y personas (1986)
3
Esa identidad existe, en realidad, desde antes de nacer. La evidencia científica actual muestra claramente la
unidad biológica del nuevo ser, desde el momento de la fecundación. Además, el desarrollo del embrión es un
perfecto proceso continuo, sin saltos cualitativos y cambios sustanciales; en un proceso continuo, el embrión
humano se va desarrollando hasta llegar a ser un individuo humano adulto. Es el mismo individuo humano
desde que se forma el cigoto hasta su muerte 6.
Para comprender mejor qué es la identidad personal, nos da luz Paul Ricoeur, con la distinción entre
“mismidad” e “ipseidad”. Lo que llama “mismidad” es la permanencia de las cosas en el tiempo, y la
“ipseidad” es la permanencia del “yo”, que Ricoeur llama “sí mismo” para acentuar la característica de la
autoconciencia.
Pero en las PERSONAS se recubren los dos modos de ser: el aspecto de “mismidad” es el carácter: una
disposición durable, identificable: el qué del quién; si cambia, ya no es el mismo. En cambio, la “ipseidad” es
la misma aunque cambie; se manifiesta en la promesa, que es un desafío al tiempo: aunque cambien mis
deseos, mi inclinación, me mantengo, mantengo mi promesa. Puede cambiar mi carácter, pero soy el mismo,
envejezco pero soy el mismo. Es una "identidad en acción": la identidad “idem” es estática: o es el mismo o
no lo es; la identidad “ipse” admite el cambio dentro de la cohesión de una vida. Es la identidad de la persona
espiritual-corporal
La identidad "ipse" tiene una historia. A la pregunta "¿quién?", se responde con la narración de la historia de
una vida. El ser humano es el único que tiene historia. Para decir quién soy, por ejemplo, digo mi nombre
(registro civil), mi fecha de nacimiento (calendario), en dónde nací (mapa),
y cuento las historias de las
que he sido protagonista (acción) y las cosas que me han pasado (pasión). Todo esto, entretejido con las
historias de los otros, de las otras personas con las que he tratado.
Por consiguiente, no se trata de un yo egoísta y narcisista, cerrado en sí mismo, sino una identidad en
relación: las otras historias configuran y refiguran mi identidad. Es lo que sucede cuando va cambiando el
concepto que tenemos de nosotros mismos cuando los parientes nos cuentan historias familiares que no
conocíamos, o a través del conocimiento de las tradiciones de nuestros pueblos. Las historias de las personas
se entrelazan, y nadie es después el mismo; la relación con los demás nos modifica y nuestra historia está
entretejida con la de los demás.
Existe, pues, la identidad personal: un yo que es persona; como lo expresa un autor:
Hay en la persona un fundamento permanente, un núcleo ontológico, tomado del análisis metafísico.
Este núcleo metafísico es lo que en psicología y en antropología cultural recibe el nombre de yo. El
yo, puede ser definido como el sujeto ontológicamente subsistente que obra y padece, que sabe y
quiere, que conoce y juzga, que tiene un temperamento y forja su propia personalidad: es por tanto la
persona tomada en su nivel dinámico. Por esto, vista en distintos momentos de su existencia, la
persona se presenta con diferentes caracterizaciones, si bien reconocemos en ella una identidad
permanente7
Cada persona se distingue de las otras, es única e irrepetible, y se expresa a sí misma en sus obras8. Tiene valor en
sí misma y por sí misma, y no puede convertirse jamás en un medio. Emmanuel Kant formula así la norma moral:
“Actúa siempre de tal forma que el ser humano, tanto en tu persona como en la de los demás, sea tomado siempre
6
Cf. Lucas Lucas, p.302-305. Hay quien pone objeción a esto, argumentando el hecho de los gemelos monocigóticos:
antes de la segunda semana, existe la posibilidad de que del embrión se separen algunas células y den origen a otro
individuo completo. Ramón Lucas responde que en este caso, no es que un individuo se divida en dos, sino que un
individuo da origen a otro; por lo tanto, no contradice el hecho de que el primer embrión sea un individuo. Otra objeción
es con respecto al cerebro: se argumenta que hasta que no está formado el cerebro, que unifica el organismo, no se puede
hablar de individuo humano. Sin embargo, antes de la formación del cerebro hay otro principio que unifica y coordina a
todos los elementos del embrión: el genoma del individuo.
7 Russo, F., La persona umana, Armando Editore, Roma 2000, p.32, cit. En García Cuadrado, José Ángel, Antropología
filosófica, Eunsa, Navarra 20032 ,p. 142.
8 Cf. Juan Damasceno: "La persona, que se expresa a sí misma en sus operaciones y propiedades, se manifiesta en una forma
que la distingue de las otras de la misma especie" (Dialéctica 43).
4
como fin y nunca como medio”.
Si la persona es siempre fin y nunca medio, es porque tiene un carácter absoluto, que le viene de su apertura al
Absoluto. La inteligencia está abierta al Absoluto porque capta el ser en cuanto ser y tiene un deseo infinito
de conocer que sólo se sacia con la verdad absoluta e infinita. Del mismo modo, la voluntad busca no sólo
bienes sino el Bien absoluto. La persona humana es un ser inquieto que solamente se sacia con lo Absoluto, y
tiene una serie de vivencias como el amor, la libertad y la experiencia moral, que remiten a algo de absoluto
en la persona.
Por esa apertura al Absoluto, la persona humana participa de ese valor. Por eso es un fin en sí misma y no
puede ser medio ni siquiera para Dios, pues Dios no tiene necesidad de medios: “La persona es, pues, fin en
sí, es autónoma: ésta es su auténtica dignidad, porque ha sido creada de tal modo que puede orientarse por sí
misma al Absoluto”9
La pregunta que se plantea, con respecto al embrión humano, es si se puede decir que ese embrión es persona.
Afirmamos más arriba que es ciertamente un individuo humano. Pero ¿se puede decir que es persona? Ésta ya
no es una reflexión científica sino filosófica10. La ciencia no puede demostrar que el embrión es persona, pero
tampoco puede demostrar lo contrario, pues la persona no puede demostrarse empíricamente.
Filosóficamente, determinar si el embrión es persona o no, depende del concepto de persona que se tenga. Si
se define persona como alguien que tiene la capacidad actual de conciencia, o si se afirma que la persona se
constituye por su relación con el mundo y con las demás personas, mediante actos conscientes y libres,
entonces es difícil mantener que el embrión es persona.
Un argumento a favor de que el embrión es persona, es que la persona no se reduce a sus manifestaciones. El
embrión no manifiesta la racionalidad, la conciencia y la libertad, pero éstas no son la persona sino
manifestaciones de la persona, que es ese yo sustancial, de naturaleza humana. ¿Cómo un individuo humano
puede no ser persona humana?
9
Ramón Lucas Lucas, El hombre, espíritu encarnado, p. 273.
El siguiente texto nos sitúa frente al problema de la persona en los posibles casos de clonación o situaciones futuristas
como en la película “Blade Runner”: “La segunda cuestión es sobre cuándo se comienza a ser una persona y si la
clonación es manipulación de personas y la manipulación de embriones es manipulación de personas. En la literatura,
sobre este aspecto, hay una gran multitud de puntos de vista. Desde la postura en la que se considera una persona desde el
momento de la fecundación hasta posturas en las que se duda del mismo concepto de persona. Algo que parece claro es
que el concepto de persona es principalmente ético o moral. Por lo tanto, no creo que se pueda encontrar una solución al
problema buscando puntos físicos o cronológicos que permitan decidir en qué momento se esta tratando con una persona y
en qué momento no. La postura católica de considerar que el momento de la fecundación es el inicio de la realidad
personal puede ser rápidamente superada por los acontecimientos: en el caso de la oveja Dolly no ha habido fecundación
donde poner el inicio de la realidad individual. Y este mismo problema se puede plantear en el caso de humanos: si se
fabrican embriones a partir de células adultas no hay fecundación y, por tanto, punto en el que marcar el inicio de la
realidad personal. Por otra parte, el sustentar la realidad personal en la potencialidad de desarrollo personal plantea dos
problemas: ahora mismo es posible iniciar el desarrollo de embriones en condiciones en las que no les va a ser posible
desarrollarse completamente, ¿tienen estos embriones sin potencialidad de desarrollo características personales? Y, por
otra parte, es de esperar que en un plazo no demasiado largo de tiempo sea posible desarrollar organismos completos a
partir de células madre obtenidas de cualquiera de nosotros (ya adultos) ¿esas células madre son considerables como
realidades personales?
Como veis, el asunto trasciende claramente la biología e intentar sustentar científicamente un problema que es
esencialmente ético (o moral) no es productivo porque se pueden encontrar argumentos a favor o en contra de forma que
siempre habrá alguno en el que apoyarse.
Yo suelo terminar de hablar de estos temas diciendo que no es bueno un cientifismo que pretenda que la única forma de
aprender y de llegar a conclusiones que le permitan a uno organizar su vida es el usar un método científico que, en la
mayoría de los casos, no pasa de ser un pseudo-método científico. Uno puede decir si un concierto de Bach es bueno o no,
si le gusta o no y si le lleva a conclusiones incluso morales o no. En ello no hay nada de científico; pero no por ello es
menos verdad. (La clonación, significado, aplicaciones e implicaciones, Antonio G. Pisabarro, Pamplona 24 de
noviembre de 2001).
10
5
Incluso admitiendo que no es una persona humana totalmente desarrollada, se puede defender su dignidad y
sus derechos recurriendo a las nociones de potencia y acto, pero no entendiendo potencia como carencia, sino
como fuerza, como potencialidad. Potencia y acto son dos momentos de un mismo acto de ser. El embrión,
desde esta perspectiva, tiene potencialidad de desarrollarse como una persona humana completa, y no como
otra cosa. Por lo tanto, es absurdo definirlo, como hacía un editorialista de “La Jornada”, como un conjunto de
células vivas equivalentes a una zanahoria.
En último análisis, no es el concepto de persona el que determina el respeto a la vida humana. Tanto la
tradición judía como el derecho defendían el respeto a la vida sin necesidad del concepto de persona; el valor
del embrión se lo da su naturaleza humana, el hecho de tratarse de un individuo humano.
Todo hombre tiene derecho a la vida por ser un individuo de la especie humana, independientemente de qué
se entienda por “persona”, y el espíritu humano empieza a existir junto con el organismo humano. No es
necesario que todas las capacidades estén desarrolladas para que exista el espíritu: un bebé no ha desarrollado
su inteligencia ni su voluntad, y sin embargo no dudamos de la presencia del espíritu en él.
Como afirmábamos más arriba, se trata desde el primer momento del mismo individuo humano; los filósofos
antiguos y los de la Edad Media, incluyendo a Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, pensaban que el embrión
iba teniendo formas sucesivas: primero vegetativa, luego animal, y sólo después de un determinado
desarrollo, la forma humana en la que Dios infunde el alma. Pero ellos no contaban con los datos científicos
que tenemos hoy, que nos muestran de una manera clara cómo desde el momento de la fusión está presente en
el cigoto toda la información genética para ese individuo humano, único e irrepetible; sus capacidades se van
manifestando gradualmente, pero es desde el primer momento un ser con un valor absoluto y llamado a la
apertura y comunión con el Absoluto.
Lucía Aurora Herrerías Guerra
Junio 2007
______________
Bibliografía
García Cuadrado, José Ángel, Antropología filosófica. Una introducción a la Filosofía del Hombre, Eunsa,
Navarra 20032
Lucas Lucas, Ramón, El hombre, espíritu encarnado. Compendio de Filosofía del hombre, Sígueme,
Salamanca 1999
6
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