CONSTITUCIÓN PASTORAL SOBRE LA IGLESIA

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CONSTITUCIÓN PASTORAL SOBRE
LA IGLESIA EN EL MUNDO ACTUAL
VATICANO II
GAUDIUM ET SPES
LOS GOZOS Y LAS ESPERANZAS
Roma, en San Pedro, 7 de diciembre de 1965
GUÍA DE LECTURA Y ESTUDIO
Por Hernando Sebá López
ÍNDICE E IDEAS BÁSICAS DEL DOCUMENTO
Proemio: (nn. 1-3)
El Concilio se dirige a todos los hombres y establece diálogo con ellos, poniendo a su
disposición la gracia que recibe de Cristo para salvar la persona humana y edificar la
humana sociedad.
Exposición preliminar:
Situación del hombre en el mundo de hoy (nn. 4-10). El hombre de hoy vive en un período de rápidas mutaciones y con frecuencia queda incierto y dudoso. Crece la importancia de las ciencias y de las técnicas, que aumentan el dominio del hombre sobre el
espacio y sobre el tiempo. Hay profundos cambios en las comunidades tradicionales
desde el punto de vista social, psicológico, moral y religioso. Los desequilibrios interiores del hombre son las raíces de los desequilibrios sociales. En muchos espíritus emergen de nuevo los interrogantes fundamentales sobre el hombre, el dolor y la muerte.
PARTE I — LA IGLESIA Y LA VOCACIÓN DEL HOMBRE
Cap. 1º — La dignidad de la persona humana: (nn. 12-22)
El hombre imagen de Dios. El hombre es un ser social. En el inicio de la historia el
hombre pecó; la experiencia nos muestra al hombre dividido en sí mismo e inclinado al
mal.
Elementos constitutivos del hombre: en la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su
misma condición corporal, es una síntesis del universo material. Por su interioridad es
superior al universo entero. Dignidad de su inteligencia y de la conciencia moral.
Grandeza de la libertad: la orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso
de la libertad. La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y
libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la
presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa.
El misterio de la muerte: la fe, afirmando el destino eterno del hombre, ofrece la única
respuesta satisfactoria que tiene la angustia que el hombre siente frente a la perspectiva
de la muerte.
Formas y causas del ateísmo: responsabilidad de los creyentes que con una defectuosa
presentación de la doctrina y con la incoherencia de su vida han favorecido reacciones
contra la religión. El ateísmo moderno se presenta con frecuencia en forma sistemática,
viendo en Dios un obstáculo a la soberanía del hombre y a su liberación económica y
social.
Posición de la Iglesia frente al ateísmo: la Iglesia afirma que el reconocimiento de
Dios no se opone en modo alguno a la dignidad humana, ya que esta dignidad tienen en
el mismo Dios su fundamento y perfección.
Cristo, el Hombre nuevo: el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del
Verbo encarnado. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte,
que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad.
Cap. 2º — La Comunidad humana: (nn. 23-32)
Carácter comunitario de la vocación humana: Dios ha querido que los hombres formemos una sola familia. Se da una interdependencia entre la persona y la sociedad. El
sujeto y el fin de todas las instituciones sociales debe ser la persona humana. Las perturbaciones de orden social nacen, sí, de la tensión existente en las estructuras económicas, políticas y sociales, pero nacen sobre todo de la soberbia y del egoísmo.
Promoción del bien común: es necesario que sean asequibles a todos las cosas necesarias para una vida verdaderamente humana. Todo el ordenamiento social, el cual exige
profundas transformaciones de mentalidad y estructuras, debe ser dirigido a la persona
humana.
Respeto a la persona humana: cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al
prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios
para vivirla dignamente. Quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia
social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor.
La igualdad de los hombres: a todos los hombres, creados por Dios con el mismo origen e idéntico destino, hay que reconocerles una igualdad fundamental. Debe, por consiguiente, eliminarse, como contraria a Dios, toda discriminación por motivos de raza,
sexo, lengua y religión. Las excesivas desigualdades económicas y sociales constituyen
un escándalo y una ofensa a la dignidad humana.
Superación de la ética individualista: cuanto más se unifica el mundo, tanto más se
extienden los deberes de los hombres al mundo entero. Es necesario, pues, superar el
individualismo y cultivar las virtudes morales y sociales. La educación debe tender a
formar hombres de recia personalidad. Se puede pensar con toda razón que el porvenir
de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar.
Cap. 3º — La actividad humana en el mundo: (nn. 33-39)
El hombre, con los modernos medios de la técnica, extiende cada vez más su dominio
sobre la tierra. Frente a este esfuerzo se nos pregunta: ¿Cuál es el valor de la actividad
humana? ¿Cómo deben usarse las realidades naturales?
El valor de la actividad humana: para el creyente, el trabajo está en armonía con el
precepto divino de someter la tierra y de referirla a Él, con el reconocimiento de su señorío. La actividad humana está ordenada al hombre. La actividad desarrolla a la persona humana. Norma reguladora de la actividad es cooperar al bien de la humanidad y
realizar la vocación del hombre, el cual vale más por lo que es que por lo que tiene.
Legítima autonomía de las realidades terrestres: las realidades del orden terrestre y
social tienen leyes propias, impresas por Dios y que el hombre debe respetar, sin que
tenga que temerse una oposición entre la ciencia y la fe. Todas las actividades humanas,
tentadas por la soberbia y por el amor desordenado de sí mismo, deben ser purificadas
por la gracia de Cristo.
La actividad humana y el misterio pascual: la caridad es la ley fundamental de la perfección humana y de la transformación del mundo. Cristo resucitado no sólo despierta el
deseo del mundo futuro, sino también el propósito de hacer más humana la vida presente.
Cap. 4º — Misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo: (nn. 40-45)
Relación entre la Iglesia y el mundo: la Iglesia aunque tiene un fin escatológico, vive
también la vida del tiempo y experimenta las vicisitudes terrenas. La Iglesia considera
que puede responder a los deseos más profundos del hombre, revelándole su último destino y predicando la libertad, la dignidad de la conciencia y del derecho justo, no separado de la Ley divina, en una falsa autonomía, sino inserto en el plano salvífico de Dios.
Ayuda que la Iglesia quiere dar a la sociedad: la misión confiada a la Iglesia no es de
orden político-social, sino de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión
religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina.
Ayuda que la Iglesia quiere dar a la actividad humana: la Iglesia exhorta a los cristianos al cumplimiento de sus deberes temporales, advirtiéndoles que deben guiarse por el
Evangelio; lamenta la conducta de aquéllos que, con el pretexto de la espera de los bienes celestiales, descuidan las tareas temporales, así como reprueba también a aquéllos
que se sumergen en los negocios terrestres sin referencia alguna a las actividades religiosas. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno
de los más graves errores de nuestra época.
Ayuda que la Iglesia recibe del mundo: la experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, permiten conocer más a fondo la
naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la
Iglesia. La Iglesia al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, sólo
pretende una cosa: el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad.
PARTE II — ALGUNOS PROBLEMAS MÁS URGENTES
Cap. 1º — Dignidad del matrimonio y de la familia: (nn. 47-52)
Matrimonio y familia en el mundo de hoy: la familia se halla oscurecida hoy día por
ciertas deformaciones, y con frecuencia el amor conyugal se ve profanado por el egoísmo y el hedonismo.
Santidad del matrimonio y de la familia: el matrimonio, instituido por Dios para la
continuidad del género humano, el progreso personal y el destino eterno de los miembros de la familia, está ordenado por su propia naturaleza a la procreación. El amor conyugal, santificado por el sacramento, al unir conjuntamente valores humanos y divinos,
lleva a los esposos al don mutuo de sí mismos, por encima de cualquier mera atracción
erótica pasajera, en una fidelidad indisoluble.
La fecundidad del matrimonio: sepan los esposos ser cooperadores de Dios en la
transmisión de la vida humana, y cumplan su deber con responsabilidad humana y cristiana. El Concilio es consciente de las dificultades en que a veces se encuentran muchos
esposos, cuya situación no permite aumentar por un cierto tiempo el número de hijos.
La Iglesia recuerda que la existencia humana es algo sagrado, y que, una vez concebida,
no puede ya ser suprimida, y condena como crímenes abominables el aborto y el infanticidio.
Esfuerzos de todos por el bien del matrimonio y de la familia: sin descuidar la promoción social de la mujer, es necesario salvaguardar su presencia y su solicitud en el hogar
doméstico. Hay que educar a los hijos para que elijan con responsabilidad su propia
vocación.
Cap. 2º  El sano fomento del progreso cultural: (nn. 53-62)
La persona alcanza un nivel de vida plenamente humano mediante la cultura, la cual
presenta un aspecto histórico y social, en virtud del cual puede hablarse de la pluralidad
de las culturas.
Sección I: La situación de la cultura en el mundo actual
Nuevos estilos de vida: la cultura moderna se caracteriza por el desarrollo de las ciencias exactas; por los estudios psicológicos que investigan más profundamente la actividad humana; por las ciencias históricas; por la vida comunitaria, que se ha visto favorecida por el urbanismo y la industrialización; por el desarrollo de las relaciones sociales e
internacionales, las cuales, respetando las peculiaridades específicas, promueven una
forma más universal de cultura.
El hombre artífice de la cultura: en todo el mundo crece más y más el sentido de la
autonomía y al mismo tiempo de la responsabilidad, lo cual tiene enorme importancia
para la madurez espiritual y moral del género humano. La cultura humana se ha de desarrollar de tal manera que cultive equilibradamente a la persona y ayude a los hombres en
las tareas a cuyo cumplimiento todos, y de modo principal los cristianos, están llamados, unidos fraternalmente en una sola familia.
Sección II: Algunos principios para la sana promoción de la cultura
La fe y la cultura: los cristianos en marcha hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba; lo cual en nada disminuye, antes por el contrario aumenta, la importancia de la misión que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano. En efecto, el hombre con el trabajo de sus manos y de
las ayudas técnicas, con las actividades intelectuales y artísticas contribuye a que la familia humana se eleve a los más altos pensamientos sobre la verdad, el bien y la belleza
y al juicio de valor universal, y así sea iluminada por la Sabiduría eterna.
Es cierto que el progreso actual de las ciencias y de la técnica, las cuales, debido a su
método, no pueden penetrar hasta las últimas esencias de las cosas, puede favorecer
cierto fenomenismo y agnosticismo cuando el método de investigación usado por estas
disciplinas se considera sin razón como la regla suprema para hallar toda la verdad.
Relaciones entre Evangelio y cultura: la Revelación y la Encarnación quedaron insertadas en una cultura determinada. De igual manera, la Iglesia se valió de diferentes lenguajes culturales para predicar el Evangelio. Queda, sin embargo, por encima de cualquier tradición singular y puede entrar en comunión con toda otra forma de cultura, enriqueciendo a ésta y enriqueciéndose a sí misma.
Armonizar diferentes valores en el seno de las culturas: es preciso cultivar el espíritu
de tal manera que se promueva la capacidad de admiración, de intuición, de contemplación, de formarse un juicio personal, así como el poder cultivar el sentido religioso, moral y social. Se pide también que el hombre, salvados el orden moral y la común utilidad, pueda investigar libremente la verdad y manifestar y propagar su opinión, lo mismo que practicar cualquier ocupación, y, por último, que se le informe verazmente acerca de los sucesos públicos.
Sección III: Algunas obligaciones más urgentes de los cristianos respecto de la cultura
Derecho de todos a la cultura: es necesario favorecer el libre acceso de todos a la cultura, haciendo que todos y cada uno tengan conciencia no tanto del derecho cuanto del
deber de educarse.
La educación para la cultura íntegra del hombre: hoy en día es más difícil que antes
sintetizar las varias disciplinas y ramas del saber. Porque al crecer la cantidad y la diversidad de elementos que constituyen la cultura, disminuye al mismo tiempo la capacidad
de cada hombre para captarlos y armonizarlos orgánicamente, de forma que cada vez se
va desdibujando la imagen del hombre universal. Sin embargo, queda en pie para cada
hombre el deber de conservar la estructura de toda la persona humana, en la que destacan los valores de la inteligencia, voluntad, conciencia y fraternidad.
Concordancia entre la cultura humana y la educación cristiana: vivan los fieles en
muy estrecha unión con los demás hombres de su tiempo y esfuércense por comprender
su manera de pensar y de sentir, cuya expresión es la cultura. Compagine los conocimientos de las nuevas ciencias y doctrinas y de los más recientes descubrimientos con la
moral cristiana y con la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura religiosa y
la rectitud de espíritu vayan en ellos al mismo paso que el conocimiento de las ciencias
y de los diarios progresos de la técnica; así se capacitarán para examinar e interpretar
todas las cosas con íntegro sentido cristiano... Para que puedan llevar a buen término su
tarea debe reconocerse a los fieles, clérigos o laicos, la justa libertad de investigación,
de pensamiento y de hacer conocer humilde y valerosamente su manera de ver en los
campos que son de su competencia.
Cap. 3º — La vida económica y social: (nn. 63-72)
También en la vida económico-social debe respetarse y promoverse la dignidad de la persona, su entera vocación y el bien de toda la sociedad. Porque el hombre es el autor, el
centro y el fin de toda la vida económico-social. En un momento en el que el desarrollo de
la vida económica, con tal que se le dirija y ordene de manera racional y humana, podría
mitigar las desigualdades sociales, con demasiada frecuencia trae consigo un endurecimiento de ellas y a veces hasta un retroceso en las condiciones de vida de los más débiles
y un desprecio de los pobres... Por ello son necesarias muchas reformas en la vida económico-social y un cambio de mentalidad y de costumbres en todos.
Sección I: El desarrollo económico
Al servicio del hombre: fin del desarrollo económico no es solo el beneficio, sino el
servicio del hombre en su integridad material, intelectual y religiosa.
Bajo el control del hombre: el desarrollo económico no debe ser abandonado al arbitrio
de unos cuantos hombres o de algunos grupos, ni de la sola comunidad política, ni de
algunas naciones poderosas, sino que debe permanecer bajo el control del hombre. Deben reprobarse tanto las doctrinas que en nombre de una falsa libertad se oponen a las
reformas necesarias como aquéllas que sacrifican los bienes fundamentales de la persona humana en aras de la organización colectiva.
Deben desaparecer las enormes desigualdades económico-sociales: para satisfacer las
exigencias de la justicia y de la equidad hay que hacer todos los esfuerzos posibles para
que, dentro del respeto a los derechos de las personas y a las características de cada pueblo, desaparezcan lo más pronto posible las enormes diferencias económicas que existen
hoy, y frecuentemente aumentan, vinculadas a discriminaciones individuales y sociales.
Sección II: Algunos principios reguladores de la vida económico-social
Trabajo, condiciones de trabajo, descanso: el trabajo humano, autónomo o dirigido,
procede inmediatamente de la persona, la cual marca con su impronta la materia sobre
la que trabaja y la somete a su voluntad. La remuneración del trabajo debe ser tal que
permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y
espiritual. Al aplicar, con la debida responsabilidad, a este trabajo su tiempo y sus fuerzas, disfruten todos de un tiempo de reposo y descanso suficiente que les permita cultivar la vida familiar, cultural, social y religiosa.
Participación en la empresa y en la organización general de la economía. Conflictos
laborales: quedando a salvo la unidad necesaria en la dirección, se ha de promover la
activa participación de todos en la gestión de la empresa. Deben también participar en la
toma de decisiones por sí mismos o por medio de representantes libremente elegidos.
En caso de conflictos, la huelga puede seguir siendo medio necesario, aunque extremo
para la defensa de los derechos y el logro de las aspiraciones justas de los trabajadores.
Los bienes de la tierra están destinados a todos los hombres: los bienes creados deben
llegar a todos en forma equitativa baja la égida de la justicia y de la caridad. Jamás debe
perderse de vista este destino universal de los bienes. El derecho a poseer una parte de
bienes suficientes para sí mismos y para sus familias es un derecho que a todos corresponde.
Inversiones y política monetaria: las inversiones deben orientarse a asegurar posibilidades de trabajo y beneficios suficientes a la población presente y futura. Tómense precauciones para que los económicamente débiles no queden afectados injustamente por
los cambios de valor de la moneda.
Acceso a la propiedad y dominio de los bienes. Problema de los latifundios: la propiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes externos aseguran a cada cual una zona
absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar y deben ser considerados
como ampliación de la libertad humana. La misma propiedad privada tiene también, por
su misma naturaleza, una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de
los bienes. Son necesarias las reformas que tengan por fin, según los casos, el incremento de las remuneraciones, la mejora de las condiciones laborales, el aumento de la seguridad en el empleo, el estímulo para la iniciativa en el trabajo; más todavía, el reparto de
las propiedades insuficientemente cultivadas en favor de quienes sean capaces de hacerlas valer.
La actividad económico-social y el reino de Cristo: los cristianos que toman parte activa en el movimiento económico-social de nuestro tiempo y luchan por la justicia y cari-
dad, convénzanse de que pueden contribuir mucho al bienestar de la humanidad y a la
paz del mundo.
Cap. 4º — La vida en la comunidad política (nn. 73-76)
La vida pública contemporánea: la mayor conciencia de la dignidad humana promueve
en el orden político un respeto mayor por los derechos de la persona, condición esencial
para la participación en la vida pública, de la que se tiene un deseo cada vez más intenso.
Naturaleza y fin de la comunidad política: la comunidad política existe en función del
bien común, el cual debe ser buscado por la autoridad, armonizando la convergencia de
las opiniones y de las energías de todos.
Colaboración de todos en la vida pública: es perfectamente conforme con la naturaleza
humana que se constituyan estructuras político-jurídicas que ofrezcan a todos los ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades efectivas de
tomar parte libre y activamente en la fijación de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de la cosa pública, en la determinación de los campos de
acción y de los límites de las diferentes instituciones y en la elección de los gobernantes.
La comunidad política y la Iglesia: la Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la
persona humana. La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas,
cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al
servicio de la vocación personal y social del hombre.
Cap. 5º — El fomento de la paz y la promoción de la comunidad de los pueblos
(nn. 77-90)
La humanidad no podrá llevar a cabo la construcción de un mundo más humano si no se
orienta de una vez para siempre la verdadera paz. La paz no es la simple ausencia de la
guerra, ni tampoco el mero equilibrio de fuerzas en contraste. Es el fruto del orden divino realizado por los hombres.
Sección I: Obligación de evitar la guerra
Frente a la extensión de la guerra y de sistemas bélicos inadmisibles, el Concilio llama
la atención sobre el valor inmutable del derecho natural de gentes y de sus principios
universales. Las acciones que a estos se oponen son crímenes que no pueden tener excusa alguna, ni siquiera en nombre de la obediencia ciega. Entre estas acciones hay que
condenar sobre todo el exterminio de pueblos enteros, de una nación o de una minoría.
Mientras exista la guerra y no haya autoridad internacional competente, no podrá negarse el derecho de legítima defensa.
La guerra total: este Concilio, reiterando las condenaciones ya pronunciadas contra la
guerra total, declara que todo acto de guerra que tiene como objeto la destrucción de
ciudades o regiones enteras es un delito contra Dios y contra la humanidad.
La carrera de armamentos: es necesario persuadirse que la carrera de armamentos no
es vía segura para conservar la paz. Hay que declarar de nuevo: la carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres de manera intolerable.
Prohibición absoluta de la guerra: la acción internacional para evitarla: Debemos procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de las naciones,
pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra. Esto requiere el establecimiento de
una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar
la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos.
Sección II: Edificar la comunidad internacional
Las causas de discordia: muchas ocasiones de discordia provienen de las desigualdades
económicas; otras del espíritu de dominio, del desprecio de las personas, del egoísmo,
del orgullo.
La comunidad de las naciones y las instituciones internacionales: dados los lazos tan
estrechos y crecientes de mutua dependencia que hoy se dan entre todos los ciudadanos
y entre todos los pueblos de la tierra, la búsqueda certera y la realización eficaz del bien
común universal exigen que la comunidad de las naciones se dé a sí misma un ordenamiento que responda a sus obligaciones actuales, teniendo particularmente en cuenta las
numerosas regiones que se encuentran aún hoy en estado de miseria intolerable.
La cooperación internacional en el orden económico: la actual unión del género humano exige que se establezca también una mayor cooperación internacional en el orden
económico. Pues la realidad es que, aunque casi todos los pueblos han alcanzado la independencia, distan mucho de verse libres de excesivas desigualdades y de toda suerte
de inadmisibles dependencias, así como de alejar de sí el peligro de las dificultades internas.
Algunas normas oportunas: a) Las naciones en vías de desarrollo promuevan la plena
expansión humana de los ciudadanos. b) Es deber gravísimo de las naciones desarrolladas ayudar en este campo a todos los pueblos. c) Hay que ir a la fundación de instituciones capaces de promover y controlar el comercio internacional. d) En muchos caos es
urgente una transformación de estructuras.
Cooperación internacional en lo tocante al crecimiento demográfico: es sobremanera
necesaria la cooperación internacional en favor de aquellos pueblos que actualmente
con harta frecuencia, aparte de otras muchas dificultades, se ven agobiados por la que
proviene del rápido aumento de su población. El Concilio exhorta a todos que se prevengan frente a soluciones, propuestas en privado o en público y a veces impuestas, que
contradicen la moral.
Misión de los cristianos en la cooperación internacional: que no sirva de escándalo a
la humanidad el que algunos países, generalmente los que tienen una población cristiana
sensiblemente mayoritaria, disfrutan de la opulencia, mientras otros se ven privados de
lo necesario para la vida y viven atormentados por el hambre, las enfermedades y toda
clase de miserias. Merecen alabanza y ayuda aquellos cristianos, en especial jóvenes,
que se ofrecen voluntariamente para auxiliar a los demás hombres y pueblos.
Presencia eficaz de la Iglesia en la comunidad internacional: la Iglesia contribuye a
consolidar la paz poniendo el conocimiento de la ley divina y natural como fundamento
de la solidaridad. A la creación pacífica y fraterna de la comunidad de los pueblos pueden servir también de múltiples maneras las varias asociaciones católicas internacionales, que hay que consolidar aumentando el número de sus miembros bien formados, los
medios que necesitan y la adecuada coordinación de energías.
CONCLUSIÓN (nn. 91-93)
Esta exposición, en la mayoría de sus partes, presenta deliberadamente una forma genérica; más aún, aunque reitera la doctrina recibida en la Iglesia, como más de una vez
trata de materias sometidas a incesante evolución, deberá ser continuada y ampliada en
el futuro.
Los cristianos, recordando la palabra del Señor: “En esto conocerán que sois mis discípulos, en el amor mutuo que os tengáis” (Jn 13,35), no pueden tener otro anhelo mayor
que el de servir con creciente generosidad y con suma eficacia a los hombres de hoy.
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