Muerte con dignidad

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Muerte con dignidad
Aprender a escapar
El respeto a la libertad, a la humanidad del otro, introduce en el mundo
moderno el concepto de la vida digna, pero también de la eutanasia,
del morir sin sufrimientos y tranquilamente
Por Juan Carlos Rivera Quintana
de la Redacción de Ahora, la Salud
Por estos días los cinéfilos del mundo se conmueven hasta
las lágrimas con el filme español “Mar adentro”, de Alejandro
Amenábar, inspirado en la vida real del paralítico Ramón
Sampedro, tan bien interpretado por el actor ibérico Javier
Bardem.
En el filme, Ramón lleva casi 30 años postrado en una cama
al cuidado de su familia. La única ventana al mundo es su
habitación junto al mar. Desde el momento del accidente que
lo deja tetrapléjico, su más ferviente deseo es terminar la vida
dignamente, morir con dignidad. Como decía Sampedro:
“cuando no puedo escapar, porque dependo de los demás
para moverme, aprendo a llorar riendo”.
El filme, y el caso reciente en Florida, Estados Unidos, de
Terry Schiavo, una mujer gravemente afectada cerebralmente
y cuyos familiares luchan en la corte de apelaciones de esa
ciudad porque su esposo pueda tener derecho a
desconectarle el tubo por donde se alimenta para terminarle
los sufrimientos, pues ella había expresado su deseo de no
ser mantenida con vida artificialmente, ha puesto sobre el
tapete nuevamente el controvertido tema de la muerte con
dignidad, de la eutanasia, terreno en el que existen muchos
prejuicios a nivel mundial.
Irse del mundo
La muerte con dignidad guarda relación con el derecho a que
se le reconozca al ser humano la posibilidad de disponer de
su propia vida en situaciones especiales, cuando la propia
existencia pierde sentido y humanidad. En ese terreno del
respeto a la libertad, a la humanidad del otro, es que se
introduce el concepto de la eutanasia, de la vida digna.
Muchos especialistas plantean que el principal derecho que
debe tener un ser humano es la vida, pero cuando esta se ve
gravemente perjudicada por unas condiciones de salud
lastimosas, que lleva a quien las padece a verse en
situaciones de cuidados intensivos y medios extraordinarios
(como el respirador artificial) debe preguntarse si se está
cuidando la vida o se la prolonga innecesariamente.
En ese resquicio es donde gana terreno la instauración de la
eutanasia como una lucha por el reconocimiento del derecho
a la muerte con dignidad, entendiendo por muerte indigna
aquella que prolonga sin piedad la vida por medios artificiales,
en momentos en que la existencia se escapa lentamente, en
que se sufre dolor. De ahí que muchos defensores de la
eutanasia la asocien a la buena muerte, dulce y libre de
sufrimientos.
A estos planteos se oponen diversas posturas religiosas que
alegan que estar a favor de la eutanasia es una consecuencia
de la mentalidad materialista y es una grave ofensa a Dios,
que es el único encargado de dar y quitar la vida. También
argumentan que la sociedad moderna insiste enfermizamente
en la conveniencia, el confort y el evitar el dolor, lo que
conduce a enarbolar las banderas erróneas de la muerte con
dignidad.
Derivada del griego eu (bien) y thánatos (muerte), la palabra
eutanasia fue empleada por primera vez en el siglo XVII y
desde entonces estuvo muy asociada a los términos de la
muerte y dignidad.
Lo cierto es que la dignidad, según el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española, en su XXI edición, es “la
calidad del digno; la gravedad y decoro de las personas en la
manera de comportarse, una cualidad que enriquece o
mantiene la propia estima y la de los demás” . El hecho de
aspirar a no vernos en una situación lastimosa y que inspire
compasión ante los ojos de los demás, establece una actitud
frente a la vida, posición asociada al decoro, al orgullo, a la
dignidad.
El morir dignamente entonces guarda relación con el no
padecer dolor, con el tener a nuestro alcance los analgésicos
y tranquilizantes necesarios para el desasosiego y con el
suministro de medicamentos que se requieran contra las
incomodidades que se puedan presentar eliminando, en lo
posible, el sufrimiento del moribundo y las penas familiares.
De ahí que ya muchos especialistas en el tema aboguen por
el morir en la propia casa, con tranquilidad y fuera de todas
las modernas terapias de soporte, propias de los hospitales.
Sobre el tema, expertos ingleses, como I. J. Higginson, en su
artículo “¿Dónde los pacientes de cáncer prefieren morir?”
(Revista Paliativos Médicos, septiembre, 1998) ha dicho: “la
muerte en el propio domicilio, con preferencia a la que se
produce en la institución hospitalaria, se asocia habitualmente
a un menor riesgo de agresión médica para el moribundo y
también a una mayor posibilidad de despedirse de este
mundo en el mismo entorno en que se ha vivido”.
¿Curar el dolor?
Muchos psicólogos plantean que cuando la medicina ya no
puede curar, puede ayudar a morir dignamente. Dentro de
este tema no puede eludirse el de los cuidados paliativos que
se ofrecen a los pacientes terminales, que poseen patologías
incurables (como el cáncer, el VIH/Sida, las insuficiencias
renales, el fracaso hepático, etc). A este quehacer se
dedican, según estadísticas internacionales, 8 de cada 3
millones de médicos en el mundo. Ello ha traído consigo el
nacimiento de las Clínicas del Dolor, esenciales si se trata de
morir dignamente y paliar los sufrimientos terminales. El
objetivo de estas instituciones, que han proliferado
considerablemente en los últimos tiempos en el mundo, es el
intentar aliviar, hasta donde es posible, el dolor.
Por este camino volvemos a abordar al tema de la eutanasia.
Para muchos defensores de ella, legalizarla no equivale a
decidir quién puede vivir y quién no. Tener derecho a ayudar
a alguien a morir, según su voluntad, no implica poder
asesinarlo en contra de su voluntad. El miedo al peligro de los
abusos, a que la legislación evolucione de tal modo que el
médico pueda matar al paciente en contra de su voluntad, es
el argumento que esgrimen los que están en contra de la
muerte digna que “confunden” eutanasia y asesinato como
una maniobra de distracción provocada concientemente ante
su propia falta de argumentos.
Actualmente, la eutanasia ya se legalizó en Holanda y esto,
quizás, podría contribuir a que se legalice en el futuro en
otras naciones donde pueda progresar una legislación que la
reglamente.
Pie de Fotos:
Foto 1: El acto español Antonio Bardem en su
caracterización del paralítico Ramón Sampedro, protagonista
del popular filme español “Mar adentro”, filme que acaba de
recibir un Oscar a la mejor película en idioma extranjero
Foto 2: Existe un arsenal de drogas para paliar los dolores y
sufrimientos de los enfermos en fase terminal
Foto 3: Las terapias de soporte de las salas de cuidados
intensivos prolongan la vida que se escapa irremediable y
lentamente por medios artificiales con mucho sufrimiento para
pacientes y familiares
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