Prácticas del lenguaje - Escuela de Educación Técnica Nº2

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Módulo de ingreso
Prácticas
Del
Lenguaje
1º año- 2012
Profesora: Martínez, María Alejandra
Escuela de Educación Secundaria
Técnica Nº2
Actividades:
1- Lee el siguiente texto:
La Soga (Silvina Ocampo)
A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de
mano del tanque de agua, tirarse por el tragaluz del techo de la casa, encender
papeles en la chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que descubrió la
soga, la soga vieja que servía otrora para atar los baúles, para subir los baldes
del fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier cosa; sí, los juegos lo
entretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un año, de su vida
de siete años, Antoñito había esperado que le dieran la soga; ahora podía
hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizo una hamaca colgada de un
árbol, después un arnés para el caballo, después una liana para bajar de los
árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos, después un
pasamano, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia delante, la
soga se retorcía y se volvía con la cabeza hacia atrás, con ímpetu, como
dispuesta a morder. A veces subía detrás de Toñito las escaleras, trepaba a los
árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar
que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga, como quien
llama a un perro, y la soga se le acercaba, a regañadientes, al principio, luego,
poco a poco, obedientemente. Con tanta maestría Antoñito lanzaba la soga y le
daba aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida que los dos hubieran
podido trabajar en un circo. Nadie le decía: “Toñito, no juegues con la soga.”La
soga parecía tranquila cuando dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la
hubiera creído capaz de ahorcar a nadie. Con el tiempo se volvió más flexible y
oscura, casi verde y, por último, un poco viscosa y desagradable, en mi
opinión. El gato no se le acercaba y a veces, por las mañanas, entre sus
nudos, se demoraban sapos extasiados. Habitualmente, Toñito la acariciaba
antes de echarla al aire, como los discóbolos o lanzadores de jabalinas, ya no
necesitaba prestar atención a sus movimientos: sola, se hubiera dicho, la soga
saltaba de sus manos para lanzarse hacia delante, para retorcerse mejor. Si
alguien le pedía:—Toñito, préstame la soga.El muchacho invariablemente
contestaba:—No. A la soga ya le había salido una lengüita, en el sito de la
cabeza, que era algo aplastada, con barba; su cola, deshilachada, parecía de
dragón. Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era
buena.¿Una soga, de qué se alimenta? ¡Hay tantas en el mundo! En los
barcos, en las casas, en las tiendas, en los museos, en todas partes... Toñito
decidió que era herbívora; le dio pasto y le dio agua.La bautizó con el nombre
Prímula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento, decía: “Prímula, vamos
Prímula.” Y Prímula obedecía. Toñito tomó la costumbre de dormir con Prímula
en la cama, con la precaución de colocarle la cabecita sobre la almohada y la
cola bien abajo, entre las cobijas. Una tarde de diciembre, el sol, como una
bola de fuego, brillaba en el horizonte, de modo que todo el mundo lo miraba
comparándolo con la luna, hasta el mismo Toñito, cuando lanzaba la soga.
Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la energía de siempre y Toñito no
retrocedió. La cabeza de Prímula le golpeó el pecho y le clavó la lengua a
través de la blusa. Así murió Toñito. Yo lo vi, tendido, con los ojos abiertos. La
soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a él, lo velaba.
2- Responde:_
¿ A qué género literario pertenece?
3- Subrayen en el texto los pasajes en los que la soga actúa como una serpiente
4- ¿Qué acciones realiza la soga bajo las órdenes de Toñito?
5- ¿Cómo se describe Toñito en el texto?
6- Señala los núcleos narrativos y marco del relato
7- Efectuar una lectura lenta, párrafo por párrafo buscando palabras desconocidas en
el diccionario y subrayando las ideas principales
Las doce princesas bailarinas
Había una vez un rey que tenía doce hermosas hijas. Todas ellas dormían en una habitación con
doce camas y, cuando se iban a la cama, las puertas se cerraban con llave. Sorprendentemente,
cada mañana, sus zapatos aparecían tan desgastados como si hubieran bailado durante toda la
noche. Nadie era capaz de descubrir qué era lo que pasaba ni dónde habían estado las princesas.
Así que el rey hizo saber a todo el reino que la persona que descubriera el misterio y averiguara
dónde bailaban sus hijas cada noche, podría desposar a la princesa que más le gustara y sería
nombrado rey después de que él muriera. Pero aquél que lo intentara y no lo lograra después de
tres días con sus tres noches, sería ejecutado.
Ponto llegó el hijo de un rey. Fue bien recibido y, por la noche, lo condujeron a la habitación
contigua a la de las princesas, donde éstas ya yacían. Allí estaba el príncipe sentado esperando
para ver dónde iban a bailar, y, se dejó la puerta de la habitación abierta para que no pudiera
pasar nada sin que él lo oyera. Pero el hijo del rey pronto se durmió y, cuando despertó por la
mañana, se encontró con que todas las princesas habían estado bailando, ya que las suelas de sus
zapatos estaban llenas de agujeros.
Lo mismo sucedió durante la segunda y tercera noches, así que el rey ordenó que le cortaran la
cabeza.
A él le siguieron muchos otros, todos ellos corrieron la misma suerte: perdieron sus
vidas del mismo modo que su predecesor.
Pero sucedió que llegó al reino un antiguo soldado al que habían herido en una batalla y
ya no podía luchar. Mientras atravesaba el bosque se encontró una anciana que le
preguntó hacia dónde se dirigía.
“Apenas sé hacia dónde me dirijo ni qué he de hacer” dijo el soldado “pero creo que me
gustaría intentar averiguar dónde bailan las princesas y así convertirme algún día en
rey”.
“Bueno” dijo la anciana “ésa no es una tarea muy difícil. Sólo has de estar atento y no
beber el vino que te ofrecerá una de las princesas por la noche y, tan pronto como ésta
se marche, has de hacerte el dormido”.
A continuación, la anciana le regaló una capa y dijo: “En cuanto te pongas esta capa
serás invisible y entonces podrás seguir a las princesas allá a donde vayan”. Cuando el
soldado escuchó todos estos buenos consejos, se decidió a probar suerte. Así que se
presentó ante el rey y le dijo que deseaba asumir la tarea.
El soldado fue tan bien recibido como todos los anteriores y el rey ordenó que le dieran
delicadas ropas reales. Cuando llegó la noche lo condujeron a la habitación exterior.
Justo antes de irse a dormir, la mayor de las princesas le llevó una copa de vino, pero el
soldado tiró la bebida sin que ésta se diera cuenta y tuvo cuidado de no beber ni una
sola gota. Entonces se recostó en su cama y, después de unos minutos, comenzó a
roncar escandalosamente como si estuviera profundamente dormido.
Cuando las doce princesas oyeron sus ronquidos rieron enérgicamente. La mayor de
ellas dijo: “¡Este tipo debería haber hecho algo más inteligente que venir a perder la
vida de esta manera!” Entonces se levantaron, abrieron sus cajones, sacaron sus
delicados vestidos, se vistieron frente al espejo y saltaron y brincaron como si
estuvieran deseosas de bailar.
Pero la más joven dijo: “No sé por qué, pero aunque vosotras estéis tan contentas yo
estoy preocupada; estoy segura de que vamos a tener algún contratiempo”.
“Inocentona…” dijo la mayor “siempre estás asustada; ¿has olvidado ya cuántos hijos
de reyes nos han vigilado en vano? Y, por lo que respecta a este soldado, aunque no le
hubiera dado el brebaje para dormir, estoy segura de que hubiera caído de todas
formas”.
Cuando estuvieron arregladas, fueron a ver al soldado; pero éste seguía roncando y no
movía ni un solo dedo, así que pensaron que estaban a salvo.
Entonces la mayor volvió a su cama y dio una palmada. La cama se hundió en el suelo y
se abrió una trampilla. El soldado vio como una a una se metían por la trampilla, pegó
un salto y, pensando que no tenía ni un minuto que perder, se puso la capa que le había
dado la anciana y las siguió.
Sin embargo, a mitad de las escaleras pisó sin querer el vestido de la princesa más
joven, y ésta les grito a las hermanas: “Algo va mal. Alguien me ha agarrado del
vestido”.
“¡Qué criatura más tonta!” dijo la mayor, “no es nada más que un clavo de la pared”.
Siguieron bajando y al final de las escaleras llegaron a una preciosa arboleda, donde las
hojas de los árboles eran de plata y tenían un brillo y destello preciosos. El soldado
quiso llevarse alguna prueba de aquel lugar, así que rompió una ramita y así se oyó un
gran estruendo. Entonces la hija más joven dijo otra vez” Estoy segura de que no va
todo bien… ¿es que no habéis oído ese ruido? Esto nunca antes había pasado”.
Pero la mayor dijo: “Ese ruido los han hecho nuestros príncipes, que están gritando de
alegría por nuestra llegada”.
Llegaron a otra arboleda donde las hojas de los árboles eran de oro y después a una
tercera donde eran de brillantes diamantes. El soldado arrancó una rama de cada una de
las arboledas y cada una de las veces hizo mucho ruido, lo que hizo que la hermana
pequeña temblara de miedo. Pero aún así, la mayor siguió diciendo que sólo eran los
príncipes, que estaban gritando de alegría.
Siguieron su camino hasta que llegaron a un gran lago. En las orilla había doces
pequeños botes capitaneados por doce hermosos príncipes que parecían estar esperando
a las princesas.
Cada una de las princesas se subió a un bote y el soldado se subió al bote de la princesa
más joven. Mientras navegaban por el lago, el príncipe que estaba en el bote con la
princesa más joven y con el soldado dijo: “No se por qué, pero a pesar de que remo con
todas mis fuerzas no consigo ir tan rápido como siempre y me agoto más que nunca: el
bote parece hoy muy pesado”.
“Eso es por el bochorno” dijo a la princesa, “yo también tengo mucho calor”.
Al otro lado del lago se levantaba un magnífico castillo iluminado de donde fluía una
alegre música de trompas y trompetas. Allí desembarcaron y cada príncipe bailó con su
princesa; y el soldado, que aún era invisible, también bailó con ellos. Cuando alguna de
las princesas tenía una copa de vino en la mano, el soldado se la bebía rápidamente, así
que cuando se la iba a llevar a la boca ya estaba vacía. Esto también asustó muchísimo a
la hermana pequeña, pero la mayor la silenció de nuevo.
El baile continuó hasta las 3 de la mañana, y a esa hora todos sus zapatos estaban ya
desgastados, así que se vieron obligadas a irse. Los príncipes las llevaron de vuelta
(pero esta vez el soldado se puso en el bote de la princesa más mayor), y ya e tierra
firme se despidieron los unos de los otros y las princesas prometieron volver a la noche
siguiente.
Cuando llegaron a las escaleras, el soldado adelantó a las princesas y se acostó. Y
cuando las doce cansadas princesas llegaron arriba le oyeron roncar en su cama y
dijeron “Estamos a salvo”. Después se desvistieron, recogieron sus delicados vestidos,
se quitaron los zapatos y se fueron a la cama.
A la mañana siguiente el soldado no dijo nada de lo que había pasado, resuelto a ver
más de esta extraña aventura y volvió a seguirla la segunda y tercera noche.
Todo sucedió como la primera noche: las princesas bailaron hasta que sus zapatos se
despedazaron y entonces volvieron a casa. La tercera noche el soldado se llevó una de
las copas de oro como prueba de dónde había estado.
Cuando llegó el momento en que tenía que revelar el secreto, lo llevaron ante el rey
junto con las tres ramas y la copa de oro y las doce princesas se quedaron detrás de la
puerta para escuchar lo que dijera.
El rey le preguntó: “¿Dónde bailan mis doce hijas cada noche?”
El soldado respondió: “Con doce príncipes en un castillo subterráneo” Y entonces le
contó al rey todo lo que había pasado y le enseñó las tres ramas y la copa de oro.
El rey hizo llamar a las princesas y les preguntó si lo que el soldado contaba era cierto
y, viendo que no serviría para nada negarlo, confesaron todo.
Así que el rey le preguntó al soldado que princesa prefería para convertir en su esposa y
el soldado contestó: “ya que no soy muy joven, elijo a la mayor” – ese mismo día se
casaron y el soldado fue elegido como heredero al trono.
8- Realizar un esquema o cuadro sinóptico del texto anterior
9- Extraer sustantivos y clasificarlos semánticamente
10- Escribe el argumento del texto leído
11- Señala adjetivos y clasifícalo semánticamente
ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE
Un sueño soñaba anoche soñito del alma mía,
soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
—Un día no puede ser, una hora tienes de vida.
Muy deprisa se calzaba, más deprisa se vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.
—¡Ábreme la puerta, blanca, ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe; la muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.
Anónimo
12- ¿Por qué el texto es anónimo?
13- ¿Quién es la dama que viene a buscar al enamorado?
14- ¿Por qué motivo?
El retrato oval
[Cuento. Texto completo]
Edgar Allan Poe
El castillo en el cual mi criado se le había ocurrido penetrar a la fuerza en vez de
permitirme, malhadadamente herido como estaba, de pasar una noche al ras, era uno de
esos edificios mezcla de grandeza y de melancolía que durante tanto tiempo levantaron
sus altivas frentes en medio de los Apeninos, tanto en la realidad como en la
imaginación de Mistress Radcliffe. Según toda apariencia, el castillo había sido
recientemente abandonado, aunque temporariamente. Nos instalamos en una de las
habitaciones más pequeñas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba situada en una
torre aislada del resto del edificio. Su decorado era rico, pero antiguo y sumamente
deteriorado. Los muros estaban cubiertos de tapicerías y adornados con numerosos
trofeos heráldicos de toda clase, y de ellos pendían un número verdaderamente
prodigioso de pinturas modernas, ricas de estilo, encerradas en sendos marcos dorados,
de gusto arabesco. Me produjeron profundo interés, y quizá mi incipiente delirio fue la
causa, aquellos cuadros colgados no solamente en las paredes principales, sino también
en una porción de rincones que la arquitectura caprichosa del castillo hacía inevitable;
hice a Pedro cerrar los pesados postigos del salón, pues ya era hora avanzada, encender
un gran candelabro de muchos brazos colocado al lado de mi cabecera, y abrir
completamente las cortinas de negro terciopelo, guarnecidas de festones, que rodeaban
el lecho. Quíselo así para poder, al menos, si no reconciliaba el sueño, distraerme
alternativamente entre la contemplación de estas pinturas y la lectura de un pequeño
volumen que había encontrado sobre la almohada, en que se criticaban y analizaban.
Leí largo tiempo; contemplé las pinturas religiosas devotamente; las horas huyeron,
rápidas y silenciosas, y llegó la media noche. La posición del candelabro me molestaba,
y extendiendo la mano con dificultad para no turbar el sueño de mi criado, lo coloqué de
modo que arrojase la luz de lleno sobre el libro.
Pero este movimiento produjo un efecto completamente inesperado. La luz de sus
numerosas bujías dio de pleno en un nicho del salón que una de las columnas del lecho
había hasta entonces cubierto con una sombra profunda. Vi envuelto en viva luz un
cuadro que hasta entonces no advirtiera. Era el retrato de una joven ya formada, casi
mujer. Lo contemplé rápidamente y cerré los ojos. ¿Por qué? No me lo expliqué al
principio; pero, en tanto que mis ojos permanecieron cerrados, analicé rápidamente el
motivo que me los hacía cerrar. Era un movimiento involuntario para ganar tiempo y
recapacitar, para asegurarme de que mi vista no me había engañado, para calmar y
preparar mi espíritu a una contemplación más fría y más serena. Al cabo de algunos
momentos, miré de nuevo el lienzo fijamente.
No era posible dudar, aun cuando lo hubiese querido; porque el primer rayo de luz al
caer sobre el lienzo, había desvanecido el estupor delirante de que mis sentidos se
hallaban poseídos, haciéndome volver repentinamente a la realidad de la vida.
El cuadro representaba, como ya he dicho, a una joven. se trataba sencillamente de un
retrato de medio cuerpo, todo en este estilo que se llama, en lenguaje técnico, estilo de
viñeta; había en él mucho de la manera de pintar de Sully en sus cabezas favoritas. Los
brazos, el seno y las puntas de sus radiantes cabellos, pendíanse en la sombra vaga, pero
profunda, que servía de fondo a la imagen. El marco era oval, magníficamente dorado, y
de un bello estilo morisco. Tal vez no fuese ni la ejecución de la obra, ni la excepcional
belleza de su fisonomía lo que me impresionó tan repentina y profundamente. No podía
creer que mi imaginación, al salir de su delirio, hubiese tomado la cabeza por la de una
persona viva. Empero, los detalles del dibujo, el estilo de viñeta y el aspecto del marco,
no me permitieron dudar ni un solo instante. Abismado en estas reflexiones, permanecí
una hora entera con los ojos fijos en el retrato. Aquella inexplicable expresión de
realidad y vida que al principio me hiciera estremecer, acabó por subyugarme. Lleno de
terror y respeto, volví el candelabro a su primera posición, y habiendo así apartado de
mi vista la causa de mi profunda agitación, me apoderé ansiosamente del volumen que
contenía la historia y descripción de los cuadros. Busqué inmediatamente el número
correspondiente al que marcaba el retrato oval, y leí la extraña y singular historia
siguiente:
"Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora amó al
pintor y se desposó con él. Él tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había
puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, toda luz y sonrisas, con la
alegría de un cervatillo, amándolo todo, no odiando más que el arte, que era su rival, no
temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos importunos que le
arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresión causó a la dama oír al pintor
hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentóse pacientemente,
durante largas semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se
filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso. El artista cifraba su gloria en
su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día. Y era un hombre vehemente,
extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que no veía que la luz que
penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su
mujer, que se consumía para todos excepto para él. Ella, no obstante, sonreía más y
más, porque veía que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y
ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de
la que tanto amaba, la cual de día en día tornábase más débil y desanimada. Y, en
verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza
maravillosa, prueba palpable del genio del pintor, y del profundo amor que su modelo le
inspiraba. Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie
entrar en la torre; porque el pintor había llegado a enloquecer por el ardor con que
tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de
su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las
mejillas de la que tenía sentada a su lado. Y cuando muchas semanas hubieron
transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, sólo dar un toque
sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó aún, como la llama de una
lámpara que está próxima a extinguirse. Y entonces el pintor dio los toques, y durante
un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había ejecutado. Pero un minuto
después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, y gritó con voz
terrible: "¡En verdad, esta es la vida misma!" Se volvió bruscamente para mirar a su
bien amada:¡Estaba muerta!"
15- Señala en el siguiente texto oración y párrafo
16- Indica oración bimembre y unimembre
17- Extrae oraciones y analízalas sintàcticamente
18- Realiza un cuadro y clasifica las palabras por su acentuación en agudas graves y
esdrújulas
El almohadón de plumas
[Cuento. Texto completo]
Horacio Quiroga
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su
marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces
con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba
una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su
parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más
expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía
siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio
silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de
palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las
altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a
otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera
sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido
por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin
querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró
insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al
jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán,
con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en
sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado,
redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron
retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una
palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció
desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y
descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran
debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy,
llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha
agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba
visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en
pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía
casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a
otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el
dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada
vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que
descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos,
no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se
quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y
labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato
de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su
marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra
sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa,
desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última
consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la
muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que
hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía
siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada
mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la
vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar
desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este
hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le
tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares
avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban
dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las
luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio
agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el
rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró
un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de
sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a
ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y
temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del
comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la
sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas
a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas,
había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que
apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su
boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura
era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su
desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En
cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas
condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente
favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
19- Extraer del texto palabras y colocar sus sinónimos y sus antónimos
20- Señalar los verbos que figuran e indicar el tiempo, la persona y el numero
El tornado:
El tornado es un fenómeno meteorológico que consiste en vientos que giran en espiral a
una velocidad que puede llegar a los 500 kilómetros por hora.
Se presenta como una nube en forma de embudo o manga, que se extiende por su parte
mas ancha en una nube de tormenta, afinándose hasta llegar al suelo. A medida que se
desplaza, el tornado absorbe todo lo que encuentra en su camino (árboles, autos, casas,
etc) como una gigantesca aspiradora.
Un tornado provoca la disminución brusca de la presión y suele estar acompañado por
lluvia intensa, granizo, relámpagos y rayos.
De acuerdo con la intensidad de los vientos, un tornado puede quebrar ramas de árboles
o romper vidrios hasta provocar el estallido de paredes y la voladura de los techos de
edificios, arrastrando los objetos que se encuentran a su paso, a un los de gran tamaño
como casas rodantes y automóviles.
1- Indiquen cuantos párrafos tiene el texto y pónganle un titulo a cada uno.
2- Respondan las siguientes preguntas:
a)_ ¿Qué es un tornado?
b)_ ¿Qué forma tiene?
c)_ ¿Qué velocidad alcanza?
d)_ ¿Con que se lo compara?
e)_ ¿Qué otros fenómenos meteorológicos lo acompañan?
f)_ ¿Qué efectos pueden provocar en las viviendas?
g)_ ¿Puede provocar muertes?
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