"RETRATO DE JOVELLANOS" DE GOYA ( doc )

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R e t r a t o d e G a s p a r M e l c h o r d e J o ve l l a no s
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El presente lienzo fue legado por disposición testamentaria
del efigiado a Arias Saavedra, en cuya familia permaneció por
espacio de varias generaciones hasta llegar a manos de un
descendiente, Antonio Botija, de Madrid, quien propuso su
adquisición al Prado, oferta rechazada por la Academia que,
en un informe de 1877, consideró que "en el Museo Nacional
había bastantes cuadros de Goya más importantes y de
mérito, que el retrato de Jovellanos que cualitativamente no
Hacia 1798
Oleo sobre lienzo
204 x 133 cm
Madrid, Museo del
Prado
es lo mejor del referido autor". En consecuencia el cuadro
acabó en poder del anticuario madrileño Mariano Santamaría,
de cuya colección pasó a la duquesa de las Torres. Más
adelante fue de la vizcondesa de Irueste y a sus herederos se
lo compró el Ministerio de Educación en 1974, destinándolo al
Museo del Prado.
Pintado hacia 1798 y firmado en la carta que el personaje
lleva en la mano, culmina el retrato intelectual goyesco,
simbólico y amistoso, digno y elegante, refinado y sincero. La
espléndida efigie del escritor, político y jurista, cuyas ideas
tanto influyeron en Goya, resuelta merced a una sutilísima
gama cromática, revela una profunda preocupación y
describe la hondura psicológica con que el genial artista
sabía presentar a sus modelos.
Margarita Moreno de las Heras hace un extenso comentario
de este cuadro, que resulta indispensable reproducir
íntegramente: "Este retrato del pensador más completo y
profundo de la Ilustración española fue realizado por Goya en
1798, al poco tiempo de ser nombrado Jovellanos ministro de
Gracia y Justicia. La carta de Goya a Zapater del mes de
marzo de ese año prueba su traslado a Aranjuez para
posiblemente retratar al político, además de la amistad que
el político ilustrado le prodigaba".
Cuando Goya dejó de ser para la mayoría de los historiadores
y críticos el pintor ignorante, aunque con una gran intuición,
se buscó el tutelaje de Jovellanos para explicar el contenido
ideológico de su obra. Helman ha señalado la influencia de
este gran pensador tanto en sus ideas como en la admiración
por Velázquez, que traza desde el cartón El resguardo del
tabaco, y analiza minuciosamente en Los caprichos. En las
copias que realizó de la obra de Velázquez, en dibujos y
estampas, nos queda constancia de su empeño por aprender
del gran maestro sevillano. Por su parte, Jovellanos, como ha
señalado Glendinning, alabó de forma extrema la capacidad
imaginativa de Goya y su entendimiento enormemente
perceptivo de la obra de Velázquez, aunque no está claro
que reconociera del todo su originalidad. Jovellanos fue
además protector, mecenas y modesto coleccionista de sus
obras, y quien tomó la decisión de que Goya decorase con sus
pinturas San Antonio de la Florida.
Nordström relacionó la composición de esta obra con el
Capricho 13, y sus dibujos preparatorios. En ambas obras
tanto Goya como Jovellanos se apoyan en una mesa sobre la
que hay plumas y papel. En la estampa, la lechuza, símbolo
de Minerva, ofrece la pluma al artista; en la pintura, la
estatuilla de la misma diosa parece mirarlo y extenderle la
mano. La postura abandonada del político, como la de Goya,
según Nordström, es símbolo de una profunda melancolía.
Incluir a Minerva, diosa de la sabiduría y protectora de las
artes, en el retrato de Jovellanos, así como mostrar su
carácter melancólico, concuerda con la imagen del político
en los poemas de esos mismos años de Meléndez Valdés y de
Quintana.
Glendinning,
tomando
referencias
contemporáneas, señala que la personalidad de Jovellanos
producía distintas reacciones; había cierta distancia e
independencia en su carácter y quizás era reacio al
sentimiento espontáneo. La identificación del escudo en el
que se apoya Minerva con el del Real Instituto Asturiano de
Náutica y Mineralogía, cuyo promotor y fundador fue el
propio Jovellanos, según González Santos, es lo que reporta
la nota ilustrada al conjunto iconográfico. En lo concerniente
al
talante
del
retratado,
cuyo
análisis
ha
suscitado
controversias, se basa en algo que a veces es propio del alma
asturiana, poco dada a exteriorizar sus vivencias interiores.
Juan J. Luna. 1996
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