El Banquete o Simposion (según Diógenes Laercio) es la obra de Platón, perteneciente a su época de madurez y escrita entre el 384 y el 379 a.C. según diversas estimaciones. El título responde a lo que acontece en la propia obra, es decir, a una celebración privada donde, tras la cena, los invitados bebían vino y pronunciaban discursos o recitaban poemas bajo la dirección de un symposiarca, quien dirigía el evento. El diálogo nos cuenta como varios amigos se reúnen para una comida en celebración por el éxito en la tragedia de Agatón, el anfitrión. Comienza con el diálogo sostenido entre Apolodoro y un amigo suyo, en el que éste le pide a aquél que le narre los sucesos acaecidos en dicha reunión (que fue hace varios años antes a cuando hablan estos dos personajes), y Apolodoro, sabiéndolo por boca de Aristodemo (que sí estuvo presente) comienza su relato contando cómo Sócrates, dispuesto a partir, le pidió a Aristodemo que le acompañase. Éste acepta y juntos se dirigen a la celebración, pero antes de llegar Sócrates queda un rato meditando y Aristodemo entra, y cuando llevan media comida entra Sócrates. Erixímaco (uno de los presentes), cansado y con el mal cuerpo de la fiesta de la noche anterior, propone beber moderadamente y realizar un elogio a Eros sugiriendo que cada uno exponga lo que opina de la divinidad. El Banquete es, pues, la obra donde se da la confrontación de discursos en la que los asistentes, exponiendo cada uno sus diferentes puntos de vista, van refutando y complementando lo que sus contertulios han ido diciendo. El objetivo del diálogo se enfoca en la realización de un elogio a Sócrates, ofreciendo una imagen idealizada de su persona y consecuente con su filosofía. Además de las propuestas filosóficas, el Banquete muestra una filosofía como forma de vida (representada en Sócrates), nada más hay que fijarse en que se llega a ese nivel filosófico en una reunión de amigos donde se ve que disfrutan del evento. El tema que se trata realmente en el Symposion es el de la Belleza, postulando la definición de amor como amor hacia lo bello. El primer detalle a destacar y más teniendo en cuenta el autor de la obra, es que los discursos van complementándose y preparando poco a poco el terreno para el gran discurso apoteósico de Sócrates, el cual tira por la borda todo lo anterior para desmitificar los mitos en los que se basan los otros comensales y narrar el suyo (no muy conocido además), para fascinar y desvelar con su verdad, para desmantelar la tela tejida cuidadosamente por sus compañeros y plantar una devoradora aletheia que engulle las doxas que se habían planteado hasta entonces. Se trata del Coloso, el Titán que como se aprecia en otras obras deja siempre sin palabras, cosifica a sus interlocutores (normalmente reflejados con menor nivel intelectual). El orden de los discursos es: Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón, Sócrates y Alcibíades. El punto clave de la obra platónica reside en la pregunta: ¿Por qué después del gran discurso de Sócrates aparece Alcibíades y realiza el suyo, no ya en elogio de Eros sino del propio Sócrates pincelado como Eros filosófico? La polémica surge en el personaje de Alcibíades, que representa el amor a la belleza en lo concreto, frente a la teoría de las ideas universalizadora que vemos de columnas en el discurso de Sócrates, un Alcibíades que simboliza la democracia justo en la época de la caída del período de Pericles para dar paso a la tiranía de los 30 y un Alcibíades que viene a confirmar que Sócrates se interesaba eróticamente por mancebos por su calidad interior y no por su mera belleza corporal. Los Discursos: -Fedro: realiza la introducción al tema mediante un sencillo himno a la divinidad desde el punto de vista de la cosmogonía clásica (tomando como referencia el mito y fuentes de autoridad tales como Hesíodo). Queda Eros como el admirable dios y el más antiguo de éstos, que además guía mediante el amor la vida de los hombres hacia “la vergüenza ante las feas acciones y el deseo de honor por lo que es noble”. Pone de ejemplos los casos de Alcestis, Orfeo y Aquiles. -Pausanias: distingue dos tipos de Eros (correspondientes a los dos tipos de Afroditas), Pandemo (vulgar, el amor de los hombres ordinarios que aman mas los cuerpos que las almas) y Uranio (celeste, dirigido a los hombres, es el que justifica la homosexualidad griega de las relaciones de erastes y eromenos – amor de perfeccionamiento intelectual). -El ataque de hipo de Aristófanes antes de hablar: interpretado por algunos autores como una burla a Aristófanes (por parte de Platón) por como ridiculiza éste a Sócrates. -Erixímaco: trata de completar el “inacabado” discurso de Pausanias en un discurso considerado por muchos como uno de los peores de El banquete. Plantea aquí una concepción del Eros más totalizadora al pasarlo a la Naturaleza (visión cósmica) y que se acerca lejanamente a la idea de Eros intermediario que mostrará Sócrates. Es un Eros que media entre los contrarios que hay en todos los campos (música, salud, gimnasia…). Destaca notablemente la alusión a la teoría de los humores que creó la medicina griega en los Tratados Hipocráticos (ver: Sobre la Dieta en especial) en una época donde la Medicina como techne comienza a desarrollarse y cobrar enorme importancia frente a la Medicina antigua, menos racional y más mística. -Aristófanes: realiza el mejor discurso de la obra por su originalidad y el probable golpe sarcástico que introduce con el absurdo del mito de los andróginos (recordemos que es el genio comediógrafo). Aristófanes explica el amor como el deseo de encontrar a la otra mitad que nos falta cuando Zeus cortó en dos a los andróginos (amor-contraseña) volviendo a la idea griega de la perfección esférica (el andrógino es redondo). Sugiere también ser respetuosos con los dioses para que no nos vuelvan a mutilar. Por fin se habla aquí de una atracción “magnética o irracional” y no solo sexual/intelectual. -Agatón: es el discurso con mayor elaboración poética, mejor construcción, pero de menor contenido intelectual en cuanto a la aportación sobre Eros. Hace una descripción de la naturaleza del dios, de su aspecto físico y de sus virtudes (sabiduría, valor, moderación, justicia y el Eros poeta, el más bello). Se le aplaude mucho por anfitrión. -Sócrates: comienza rompiendo la dinámica del discurso al utilizar la mayéutica para “corregir” unos conceptos de Agatón (que también se ven en el resto de comensales) y plantea un Eros que desea porque le falta, luego no es bello. Desde aquí comienza a exponer las ideas que le contó Diotima de Mantinea, un Eros que no es bello ni feo, por lo que no es Dios, pero tampoco humano: un Eros intermedio o daemon que comunica lo divino con lo mortal llenando el vacío entre éstos (vemos reflejada la idea acuñada por la opinión tradicional griega de no concebir el vacío, opuesta al atomismo). Sócrates alude al mito de Penía y Poros para reflejar el carácter de éste Eros filosófico, situado entre saber e ignorancia (es decir, la consciencia de la ignorancia y la finitud como muestra de “intermedio”). Podemos apreciar que los rasgos del Eros de Diotima son los del propio Sócrates. La función de este Eros es hacer que los hombres deseen lo bueno porque esto les lleva a la felicidad. Se concibe el amor como deseo de lo bueno (y que sea de uno para siempre) y como procreación de la belleza (corporal y espiritualmente, satisfaciendo esa tendencia natural de los mortales a buscar lo inmortal). Luego Diotima expondrá como pasar de la belleza particular de un cuerpo, a la de todos los cuerpos, para seguir ascendiendo y llegar a la verdadera belleza, la del mundo de las Ideas. -Alcibiades: encontramos en su discurso una apología de su amado teñida con cierto resquemor, donde se nos permite conocer mejor al gran Coloso de la Atenas de entonces. Alcibíades, el hombre más bello de Grecia, muestra celos por el hombre más feo y viejo. Se percibe aquí “el amor no por lo corporal” que dispensa la obra en general. -Momento final del banquete: cuando solo quedan despiertos Sócrates, Aristófanes y Agatón discutiendo sobre poesía y tragedia. Sócrates les dirá que el buen artista triunfa en ambos campos. Finalmente, junto a Aristodemo, abandona el lugar para dirigirse al Ágora a continuar con sus labores. Nietzsche dijo que al morir Sócrates dio un ideal, pero al salir así del banquete dio una forma de vida. Encontramos en Platón una fantasiosa concepción del Hombre como ser con naturaleza innata y delimitada, igual para todos y todas. Lo que el autor desarrolla en esta obra es la idea de que lo que une a los seres humanos es la norma y la ley de un bien supremo impreso en el alma (una idea de Bien que preside al resto de ideas y además ordena y configura el cosmos). Situándonos en un contexto más actual, podemos decir que la concepción del hombre como “ser con naturaleza innata y delimitada” está mucho menos presente que en la época (salvo quizás en la religión católica que sigue hablando de Ley Natural, teoría tomista recogida de Aristóteles), gracias seguramente a diversas corrientes del S.XX. Estas corrientes (entre las que encontramos autores como Sartre u Ortega) plantean una concepción menos determinista, donde se da más papel al juego personal en la elaboración propia de la vida. Recordemos aquí a Ortega: “El hombre no tiene Naturaleza, sino Historia”. De esta forma asumimos una auténtica responsabilidad de nuestros actos y no nos vemos tan delimitados por esos rasgos “biológicamente morales”, aunque siempre haya un porcentaje alto de condicionamiento genético, y sobretodo social, que nos limite. Cabe destacar a su vez uno de los rasgos del platonismo muy presente en esta obra con la concepción de la idea absoluta de Belleza, que es la importancia en el mundo inteligible en deterioro del sensible que se pone en práctica mediante una moral mutilada que sufre de hemiplejia por abandonar lo concreto. Si el amor es amor a lo bello, y lo bello se identifica con la idea de Bien, ¿qué amor nos queda sino el que incluye una lógica racional, intelectual? ¿Qué amor sino el que incluye una moral basada en lo suprasensible? Así la poetisa Safo, escribirá: “Pues el bello, en tanto se le ve, resulta bueno, / pero es que el bueno al punto será también bello” De acuerdo con la condición: “para amar se necesita un sistema de valores”, pero entre éstos cabe perfectamente el goce de los sentidos que Platón rechaza, la atracción irracional que solo esboza Aristófanes, y el aprecio de lo concreto por su individualidad, por ser único etc. Precisamente considero que si buscamos generalizar el concepto de belleza de forma estricta y vivir consecuentemente a ésto se produciría el posible caos de estabilidad, donde estaríamos buscando constantemente ese ideal de belleza sin apreciar lo más bello de lo que encontremos, sintamos, vivamos (entre lo más bello están los errores, basta de utopizaciones canónicas). Una de las consecuencias de este “amor a la moralidad del amor” es su doctrinaria interpretación por parte de la religión cristiana en la Edad Media y sus prohibitivas leyes arraigadas en el seno de una sociedad demasiado preocupada por el cielo como para ver que una perversa mayoría de la población sufría de esclavitud camuflada (el voto de castidad habla por sí solo), aunque no se nos olvide recordar que actualmente esta religión enseña valores de los que parece haberse olvidado el resto de la sociedad, valores tan apreciables como la caridad, el esfuerzo o la humildad. Podemos subrayar también la fusión de Eros y Dionisio que refleja la reunión (una reunión de carácter festivo hablando de “lo erótico”) subordinada al ámbito del ciudadano y la paideia platónica (el discurso educador de Sócrates). Es curioso ver cómo lo más peligroso, lo más colindante con la Alteridad, como puedan ser Eros y Dionisio, son tratados aquí de forma dialéctica para concluir en una paideia. Según mi opinión se traslucen dos ideas: a) La filosofía socrática como forma de vida, disfrutando la fiesta, sin miedo a hablar del Eros en su plenitud; y b) el intento de Platón por no traicionar la personalidad socrática pero sí encauzarla hacia sus fines pedagógicopolíticos. Una de las afirmaciones de Sócrates para prepararse el terreno antes de hablar, cuando hace gala de su mayéutica con Agatón, es establecer el deseo como deseo de algo que nos falta. “Sóc.- Y si Eros es amor de algo, ¿desea aquello de lo que es amor? (…) será necesario que lo que desea, desee aquello de lo que está falto y no lo desee si ya lo tiene”. Eros es el deseo porque desea lo bello y lo bueno, es decir, según Sócrates, lo que le falta. Sin embargo, si nos trasladamos hasta el filósofo contemporáneo Deleuze, encontramos una concepción bastante diferente del deseo. Es el deseo para Deleuze parte del devenir que existe cuando se da el amor, cuando se dan las relaciones. Se concibe así un deseo que puede ser interpretado como emanación, no como carencia, de la forma en la que una orquídea se deja contagiar por el deseo de la abeja cuando incorpora su movimiento (el devenir de la abeja) al suyo (al polinizarla), y la abeja se contagia del deseo de la orquídea al ir a polinizarla (orquídea que deviene en abeja, abeja que deviene en orquídea). El deseo se mueve mediante conexiones productivas, y frente a un deseo de algo externo, lleva en si su juicio inmanente. Es un deseo que se contagia, y no se enfoca a algo concreto sino a ese algo sumado a todas las circunstancias que lo rodean (el mundo de ese algo); como explica cuando dice que al leerle un profesor loco a Baudelaire a voz en grito cuando tenía 14 años, dejó de ser idiota y se le contagió su deseo. Personalmente concibo el amor como una de esas inefabilidades en las que podemos especular a ciegas intentando encontrar ciertos elementos clave para intentar entender (quizás sea éste nuestro error) o al menos para evitarnos futuras situaciones desfavorables. Uno de estos elementos clave es saber que el amor se concibe como relación de más de un sujeto. Distingo así entre adoración (amor de sujeto a objeto, entra aquí el amor no correspondido, o el amor a una divinidad de la que no tenemos ningún tipo de conocimiento consciente), “narcisismo” – en el sentido contemporáneo (amor de sujeto al mismo sujeto) y amor “real” (amor de sujeto a objeto, y de objeto a sujeto, aunque intercambiándose ahora los papeles). Queda el verdadero amor como fenómeno en el que participan ambos “sujetos”. Destaco aquí un aprecio personal por el amor hacia aquello que no está delimitado, que no tiene un fin conocido, sino que deja puertas abiertas, como si dijéramos un dibujo que no ha sido acabado, y al haber amor del sujeto hacia a ti, te pone un bolígrafo en las manos para que termines tú el dibujo. De aquí mi interés por el arte que invite a la reflexión. Cabe el ejemplo, en contraste con el efecto analgésico de la tragedia aristotélica catártica, un filme como Rashomon (Kurosawa) o Memento (Christopher Nolan) donde al acabar de forma abierta necesitas plantearte la película y reflexionarla. Estableciendo una analogía, cuando existe el amor entre dos personas, cabe una participación de una sobre el “campo o estadio de acción de amor” de la otra, y cabe por mi parte un aprecio especial a la falta de delimitación de dicho sentimiento (que si estuviera fijado perdería el carácter esotérico y la sorpresa de las sorpresas que éste entraña). De todas formas, éstos son tan solo borrosos esbozos. Quizás lo que nos haga disfrutar plenamente del amor sea el no pensarlo, la irracionalidad de éste. “El arte por el arte”, el amar por amar.