2. Sócrates (469-399 a. C.) Sócrates nació en Atenas, hijo del

Anuncio
2. Sócrates (469-399 a. C.)
Sócrates nació en Atenas, hijo del escultor Sofronisco y de la comadrona
Fenarete.
Era feo, muy feo: calvo, ojos saltones, nariz chata, barriga prominente.
Nietzsche llega a decir de la fealdad de Sócrates que constituía por sí misma
una refutación de su filosofía. Además de feo, descuidado: Platón cree
importante relatar el día del año 416 en que se lavó los pies para asistir a la
fiesta de su amigo Agatón. Cuenta Platón que ese día llegó incluso a ponerse
sandalias.
Era pobre de solemnidad. De familia modesta, nunca quiso dedicarse a la
política ni cobrar por sus enseñanzas como hacían los sofistas. Llevaba el
mismo vestido en invierno y en verano, iba siempre descalzo y comía y bebía lo
más barato. Jenofonte, historiador griego, lo califica de "maestro de miseria".
Sócrates fue ágrafo, es decir, que no escribió nada. Lo que conocemos de su
vida y pensamiento lo debemos principalmente a los diálogos de Platón y a los
escritos históricos de Jenofonte.
Sócrates
Combatió en la batalla de Potidea, episodio sangriento y fundamental de la
guerra entre Atenas y Esparta. Platón describe a Sócrates como un soldado
ejemplar, valiente, insensible a la fatiga, al frío, al calor, al hambre y al sueño,
que no duda en arriesgar su vida para salvar la de sus compañeros.
Sócrates y las mujeres: a) La escultural Teodota, prostituta de lujo, a la que
Sócrates visitaba. Teodota terminó siendo la fiel esposa de Alcibíades que, a
su vez, estaba enamorado de Sócrates. b) Aspasia, prostituta y esclava,
amada de Pericles, el dirigente ateniense, que la liberó y la convirtió en su
amante causando un gran escándalo público. Algunos creen que esta Aspasia
es la Diótima de El Banquete de Platón. c) Jantipa, la mujer de Sócrates y
madre de su hijo Lamprocles. Tuvo fama de arpía, siempre gritando y
reprochando a Sócrates su escasa valía social. En el diálogo Fedón, justo
antes de morir, Sócrates pide a sus amigos que la saquen de la celda para
poder morir en paz. d) Mirto. Es probable que Sócrates fuera bígamo. En
tiempos de guerra la poligamia era una medida legal para aumentar la
natalidad. Mirto fue su segunda esposa y madre de sus dos hijos Sofronisco y
Menexeno. e) Fenarete, su madre, de oficio comadrona.
Sócrates tenía un daimon, o dios interior, que le dictaba en todo momento lo
que hacer y le ayudaba a buscar la verdad. Es curioso que el filósofo fundador
del racionalismo prestara la máxima atención a sus alucinaciones auditivas.
Dedicó toda su actividad a examinarse a sí mismo y a los demás respecto al
bien, la justicia y la virtud en tanto en el alma como en el Estado. Pensaba
que la vida sin este tipo de reflexiones no merecía ser vivida.
El método de la filosofía socrática es la ironía. Solía decir "sólo sé que no sé
nada". Preguntado el Oráculo de Delfos sobre cuál era el hombre más sabio de
Atenas, este respondió que Sócrates. Cuando se lo dijeron a Sócrates este
pensó que el motivo de semejante sentencia era que el Oráculo sabía que la
mayor sabiduría residía en el reconocimiento de la propia ignorancia. Esta
ironía, que en el fondo es prepotencia, le sirve de excusa para interrogar a
quien le de la gana y hacerle las preguntas más incómodas sobre los temas
más comprometidos: la virtud, el bien, el buen gobierno, la justicia, la belleza.
Sócrates incordiaba de tal manera a sus oponentes que no es de extrañar que
sus enfrentamientos dialécticos terminasen en algo más que palabras. Se
comparaba a sí mismo con un tábano que aguijonea a los demás para que no
se duerman y presten atención a la virtud.
Si leemos el Cármides de Platón podremos hacernos una idea de cómo era el
filosofar cotidiano de Sócrates. Recorría los gimnasios de la ciudad buscando
a los jóvenes más bellos e inteligentes para dialogar con ellos. Una vez que los
encontraba preguntaba al joven hasta que lo obligaba a reconocer que no
sabía nada de aquellos temas que creía tener claros gracias a las enseñanzas
de sus padres y de los sofistas encargados de su formación. Una vez que
reconocía su ignorancia Sócrates le incitaba a buscar respuestas por sí mismo.
A este arte de ayudar a los demás a "parir" sus propias ideas se le llama
mayéutica. Por ejemplo, Sócrates le pregunta a Cármides, joven
extraordinariamente bello, qué es la sensatez, es decir, ¿en qué consiste esa
virtud que le garantizará el éxito en la vida?. Sócrates va desmontando todas
las respuestas de Cármides (la serenidad, el pudor, la autosuficiencia)
demostrándole que son insuficientes o contradictorias. Cármides, avergonzado,
se retira pero su maestro sofista que "anda por allí" continúa el debate y
Sócrates refuta ordenadamente todas sus respuestas: ocuparse con buenas
obras, conocerse a sí mismo, hasta que el debate termina sin conclusiones
pero con la sensación de haber andado el camino del conocimiento. Lo más
interesante y que, en cierto modo, le costó a Sócrates la vida, es ese
cuestionamiento sistemático de las ideas de "sentido común", esa capacidad
para hacer dudar y pensar a los demás. Dudar, pensar, liberarnos de la
caverna, de los prejuicios y arrastrarnos hacia la luz.
Fue condenado a muerte acusado por los demócratas que derrocaron a los
Treinta Tiranos. La acusación fue de corromper a la juventud y de impiedad,
que significa ignorar a los dioses de la ciudad e introducir a otros. Pero los
verdaderos motivos fueron: a) Su escasa simpatía hacia la democracia, es
decir, hacia la idea de que en democracia la mayoría, y no los más sabios,
siempre tiene la razón. b) Había sido el maestro de Critias, tío de Platón que
formó parte del gobierno de los Treinta Tiranos que acabó con la democracia
en Atenas, y de Alcibíades, personaje de muy mala reputación entre los
atenienses, por sus juergas y por sus coqueteos con Esparta y con los persas.
En una noche de borrachera con sus amigos Alcibíades se dedicó a destrozar
todas las estatuas sagradas de Hermes que había en la ciudad por lo que fue
expulsado de Atenas c) Su estilo de filosofar, que sólo pregunta y no encuentra
verdad alguna, que actúa como un disolvente, como un veneno sobre las
opiniones del sentido común, que puede ser utilizado de igual modo en la
búsqueda de la verdad que para la manipulación y el engaño. La filosofía de
Sócrates cuestionaba el modo clásico de entender el mundo y ponía de
manifiesto la profunda crisis que atravesaba la sociedad ateniense.
La muerte de Sócrates es el argumento de uno de los más bellos diálogos del
Platón, Fedón. En este diálogo se cuenta cómo fue su muerte. Sócrates llevaba
casi un mes en la prisión. Su amigo Critón le había ofrecido huir pero Sócrates
se había negado argumentando que si huía daría la razón a las acusaciones
que habían vertido contra él sobre su falta de respeto a las normas de la
ciudad. A medida que se acerca el ocaso, y, por tanto, la hora del veneno, de
la cicuta, Sócrates se retira al baño acompañado por Critón para asearse. Una
vez limpio, vuelve con los amigos, se sienta en la cama y aparece el carcelero
para comunicarle ha llegado el momento. A continuación llega el encargado de
ofrecerle la copa con el veneno y le hace la siguiente recomendación: "En
cuanto bebas, comienza a pasear y en cuanto notes pesadas las piernas,
túmbate en la cama". Sócrates tomó la copa sin lamentaciones y bebió su
contenido. Sus amigos empezaron a llorar y Sócrates pregunta: "¿Qué estáis
haciendo, para eso he ordenado que mandaran a las mujeres a casa? No es
con lágrimas sino con buenas palabras como tenemos que despedirnos." El
veneno fue paralizándolo de abajo hacia arriba: primero pierde la sensación en
las piernas, luego en el bajo vientre. En ese momento se cubre el rostro y dice:
"¡Oh Critón, debemos un gallo a Asclepio, no te descuides!". Seguidamente
el veneno llega al corazón y Sócrates muere. Algunos filósofos cristianos
medievales han comparado la muerte de Jesús y la de Sócrates por su
injusticia pero hay notables diferencias. La principal de ellas es el contraste
entre la serenidad de Sócrates que hasta bromea con el carcelero y las
lamentaciones del huerto de Getsemaní y de la cruz.
J. L. David: La muerte de Sócrates (1757), MOMA.
Tras su muerte hubo una lucha entre los partidarios de Sócrates, cuyo
máximo representante fue Platón, y sus detractores. Con el paso de los años
los atenienses terminaron reconociendo el genio de Sócrates y, unos sesenta
años después de su muerte, colocaron estatuas suyas en todos los lugares
sagrados de la ciudad. Esto supuso una revolución artística porque el arte
griego, tan dado a la belleza y a lo divino, tenía que esmerarse ahora en la
representación de un filósofo realmente feo.
El problema sobre su doctrina es que conocemos lo que dijo sólo a través de
las palabras que Platón pone en sus labios. Por eso es muy difícil distinguir lo
que dijo Sócrates de lo que le atribuyó Platón. Podrían, no obstante, apuntarse
las ideas siguientes:
Decepcionado de los planteamientos de los primeros filósofos -sobre la
naturaleza, el cosmos, etc.- decidió dedicarse a reflexionar sobre sí mismo y
sobre la vida del hombre en la ciudad. Pensaba que de los seres y objetos de
la naturaleza nada podía aprender; sólo de los hombres que viven en la ciudad.
Se dio cuenta de que en su momento lo más importante eran los problemas
éticos y políticos.
Entiende la filosofía como un diálogo que hace posible la búsqueda colectiva
de la verdad. Estaba convencido de que cada hombre posee dentro de sí una
parte de la verdad, pero a menudo sólo puede descubrirla con ayuda de los
otros. Rechazaba, por tanto, que alguien posea ya la verdad y que ésta pueda
ser encontrada de forma individual.
Su método se apoyaba en la característica ironía socrática. Agobiado por las
preguntas de Sócrates, el que se creía listo acababa reconociendo que no
sabía nada. A partir de este momento recurría a su estrategia mayéutica ("arte
de la comadrona", su madre), intentando que el otro llegase a descubrir la
verdad por y en sí mismo.
Sócrates no enseñó ni dictó doctrina propia alguna, ni parecía tenerla: sólo
ayudaba a los demás a pensar, y buscaba la verdad con ellos. Semejante
modestia y búsqueda en común contrastaban con el individualismo y
autosuficiencia de los que hacían gala los sofistas.
Con su método, Sócrates pretendía ir construyendo definiciones, cuya
formulación debía encerrar la esencia inmutable o cualidades permanentes de
lo estudiado o investigado. Buscaba las definiciones de la virtud, de la justicia,
de la belleza, de la poesía. Se oponía así al convencionalismo y relativismo
de los sofistas, inaugurando la búsqueda de esencias en Filosofía.
La estrategia de Sócrates para, mediante la mayéutica, llegar hasta la
definición verdadera, era inductiva: del análisis y examen de casos particulares
se llegaba a una generalización que nos diese la definición buscada. Sin
embargo, su búsqueda en el ámbito de la moral no tuvo, aparentemente,
mucho éxito.
Centró toda su atención en los problemas éticos, en examinar cuál era la
esencia de la virtud y cómo enseñarla. A su doctrina se le conoce como
"intelectualismo ético", y defiende que el saber y la virtud coinciden: sólo el
ignorante actúa malvadamente, pues si conociera el bien se comportaría
moralmente. Más tarde, Aristóteles criticará fuertemente este planteamiento.
Defendía Sócrates una especie de utilitarismo moral: lo bueno es lo
moralmente útil, y todo el mundo busca la felicidad y la utilidad. Por tanto, la
virtud consiste en discernir qué es lo más útil en cada caso. Y este tipo de
saber útil puede ser enseñado (nadie es bueno y virtuoso por naturaleza).
El siguiente texto es un fragmento del diálogo Gorgias de Platón. En él
podemos ver a Sócrates en plena guerra dialéctica con el sofista Calicles.
Observa como Platón combina perfectamente la profundidad filosófica y la
elegancia literaria para hacer un retrato vivo del filosofar de Sócrates.
CALICLES - Por los dioses, estoy deseando hacerlo. Dime, Sócrates,
¿debemos pensar que hablas en serio o que bromeas? Pues si hablas en serio
y es realmente verdadero lo que dices, ¿no es cierto que nuestra vida, la de los
humanos, estaría trastrocada y que, según parece, hacemos todo lo contrario
de lo que debemos? (...)
En efecto, por naturaleza es más feo todo lo que es más desventajoso, por
ejemplo, sufrir injusticia; pero por ley es más feo cometerla. Pues ni siquiera
esta desgracia, sufrir la injusticia, es propia de un hombre, sino de algún
esclavo para quien es preferible morir a seguir viviendo y quien, aunque reciba
un daño y sea ultrajado, no es capaz de defenderse a sí mismo ni a otro por el
que se interese. Pero, según mi parecer, los que establecen las leyes son los
débiles y la multitud. En efecto, mirando a sí mismos y a su propia utilidad
establecen las leyes, disponen las alabanzas y determinan las censuras.
Tratando de atemorizar a los hombres más fuertes y a los capaces de poseer
mucho, para que no tengan más que ellos, dicen que adquirir mucho es feo e
injusto, y que eso es cometer injusticia: tratar de poseer más que los otros. En
efecto, se sienten satisfechos, según creo, con poseer lo mismo siendo
inferiores.
Por esta razón, con arreglo a la ley se dice que es injusto y vergonzoso tratar
de poseer más que la mayoría y a esto llaman cometer injusticia. Pero, según
yo creo, la naturaleza misma demuestra que es justo que el fuerte tenga más
que el débil y el poderoso más que el que no lo es. Y lo demuestra que es así
en todas partes, tanto en los animales como en todas las ciudades y razas
humanas, el hecho de que de este modo se juzga lo justo: que el fuerte domine
al débil y posea más. En efecto, ¿en qué clase de justicia se fundó Jerjes para
hacer la guerra a Grecia, o su padre a los escitas, e igualmente, otros infinitos
casos que se podrían citar? Sin embargo, a mi juicio, estos obran con arreglo a
la naturaleza de lo justo, y también, por Zeus, con arreglo a la ley de la
naturaleza. Sin duda, no con arreglo a esta ley que nosotros establecemos, por
la que modelamos a los mejores y más fuertes de nosotros, tomándolos desde
pequeños, como a leones, y por medio de encantos y hechizos los
esclavizamos, diciéndoles que es preciso poseer lo mismo que los demás y
que esto es lo bello y lo justo. (...)
Así pues, ésta es la verdad y lo reconocerás si te diriges a cosas de mayor
importancia, dejando ya la filosofía. Ciertamente, Sócrates, la filosofía tiene su
encanto si se toma moderadamente en la juventud; pero si se insiste en ella
más de lo conveniente es la perdición de los hombres. Por bien dotada que
esté una persona, si sigue filosofando después de la juventud, necesariamente
se hace inexperta de todo lo que es preciso que conozca el que tiene el
propósito de ser un hombre esclarecido y bien considerado. En efecto, llegan a
desconocer las leyes que rigen la ciudad, las palabras que se deben usar para
tratar con los hombres en las relaciones privadas y públicas y los placeres y
pasiones humanos; en una palabra, ignoran totalmente las costumbres. Así
pues, cuando se encuentran en un negocio privado o público, resultan ridículos
(...)
Pero, amigo, hazme caso: cesa de argumentar, cultiva el buen concierto de los
negocios y cultívalo en lo que te dé reputación de hombre sensato; deja a otros
esas ingeniosidades, que, más bien, es preciso llamar insulseces o
charlatanerías, por las que habitarás en una casa vacía; imita, no a los que
discuten esas pequeñeces, sino a los que tienen riqueza, estimación y otros
muchos bienes.
SÓCRATES - Pero ¿llamas tú a la misma persona indistintamente mejor y más
poderosa? Pues tampoco antes pude entender qué decías realmente. ¿Acaso
llamas más poderosos a los más fuertes, y es preciso que los débiles
obedezcan al más fuerte, según me parece que manifestabas al decir que las
grandes ciudades atacan a las pequeñas con arreglo a la ley de la naturaleza,
porque son más poderosas y más fuertes, convencido de que son la misma
cosa más poderoso, más fuerte y mejor, o bien es posible ser mejor y, al mismo
tiempo, menos poderoso y más débil, o, por otra parte, ser más poderoso, pero
ser peor, o bien es la misma definición la de mejor y más poderoso? Explícame
con claridad esto. ¿Es una misma cosa, o son cosas distintas más poderoso,
mejor y más fuerte?
CALICLES - Pues bien, te digo claramente que son la misma cosa.
SÓCRATES - ¿No es cierto que la multitud es, por naturaleza, más poderosa
que un solo hombre? Sin duda ella le impone las leyes, como tú decías ahora.
CALICLES - ¿Cómo no?
SÓCRATES - Entonces las leyes de la multitud son las de los más poderosos.
CALICLES -Sin duda.
SÓCRATES - ¿No son también las de los mejores? Pues los más poderosos
son, en cierto modo, los mejores, según tú dices.
CALICLES - Sí.
SÓCRATES - ¿No son las leyes de éstos bellas por naturaleza, puesto que son
ellos más poderosos?
CALICLES - Sí.
SÓCRATES - Así pues, ¿no cree la multitud, como tú decías ahora, que lo
justo es conservar la igualdad y que es más vergonzoso cometer injusticia que
recibirla? ¿Es así o no? Y procura no ser atrapado aquí tú también por
vergüenza. ¿Cree o no cree la multitud que lo justo es conservar la igualdad y
no poseer uno más que los demás, y que es más vergonzoso cometer injusticia
que recibirla? No te niegues a contestarme a esto, Calicles, a fin de que, si
estás de acuerdo conmigo, mi opinión quede respaldada ya por ti, puesto que
la comparte un hombre capaz de discernir.
CALICLES - Pues bien, la multitud piensa así.
SÓCRATES - Luego no sólo por ley es más vergonzoso cometer injusticia que
recibirla y se estima justo conservar la igualdad, sino también por naturaleza.
Por consiguiente, es muy posible que no dijeras la verdad en tus anteriores
palabras, ni que me acusaras con razón, al decir que son cosas contrarias la
ley y la naturaleza y que, al conocer yo esta oposición, obro de mala fe en las
conversaciones y si alguien habla con arreglo a la naturaleza lo refiero a la ley,
y si habla con arreglo a la ley lo refiero a la naturaleza.
CALICLES - Este hombre no dejará de decir tonterías. Dime, Sócrates, ¿no te
avergüenzas a tu edad de andar a la caza de palabras y de considerar como
un hallazgo el que alguien se equivoque en un vocablo?
Platón: Gorgias, 481 b - 485 d, pp.77-82
Tras la muerte de Sócrates (399 a. C.), sus discípulos se dispersaron y
originaron numerosas escuelas filosóficas. En la Academia, fundada por
Platón, se desarrollaron los aspectos más racionales de la filosofía socrática,
sobre todo el rigor en la demostración y en la búsqueda de las definiciones o
conceptos. Antístenes, por su parte, imitó a Sócrates en su rechazo de las
convenciones sociales y su vida en extrema pobreza convirtiéndose, de este
modo, en el primer cínico. Aristipo, otro discípulo de Sócrates, fundó la
conocida como Escuela de Cirene, donde enseñaba a sacar provecho de
cualquier situación siguiendo la máxima de que el placer es el mayor de los
bienes y el dolor el peor de los males. Esta idea lo convierte en el precursor del
epicureísmo.
V. Comentarios de texto: ¿Por qué filosofar?
1. Friedrich Nietzsche: La filosofía en la época trágica de los griegos.
Una época que padece lo que se ha dado en llamar la generalidad del saber,
pero que carece de verdadera cultura tanto como su vida carece de una
verdadera unidad de estilo, no será capaz de hacer algo mínimamente serio
con la filosofía; y esto aunque el mismísimo genio de la verdad la proclamase
en las plazas y los mercados. En una época tal, la filosofía no es más que el
monólogo erudito del paseante solitario, la rapiña casual de un solo individuo,
un oculto secreto de alcoba o la inofensiva cháchara entre viejos académicos y
chiquillos. (...) Todo filosofar moderno es pura apariencia erudita; es pura
política, y es policial; lo mediatizan gobiernos, iglesias, academias, costumbres,
modas y cobardías humanas. La práctica filosófica se limita únicamente a
suspirar: "¡Si por lo menos la situación fuera de otra manera...!", o al simple
conocimiento del "érase una vez". La filosofía carece de legitimidad; por eso, si
el hombre moderno fuera valiente y honesto, tendría que rechazarla y
proscribirla con palabras parecidas a las que usó Platón para apartar de su
ciudad ideal a los poetas trágicos. Sin duda alguna, del mismo modo que a los
poetas trágicos contra Platón, también a la filosofía le queda aún el recurso de
la réplica. Si se la obligase a hablar podría aducir algo semejante a esto: "¡Oh,
pueblo desafortunado! ¿Es acaso mi culpa si como una hechicera debo
vagabundear por los campos y esconderme y disimular como si fuera una
pecadora y vosotros mis jueces? Mirad a mi hermano el arte: le va como a mí;
hemos venido a parar entre bárbaros y ahora no sabemos ya cómo librarnos de
ellos. Aquí carecemos, a decir verdad, de cualquier legitimidad; pero los jueces
ante los que clamamos por nuestros derechos también habrán de juzgaros a
vosotros y os dirán: ¡Tened primero una verdadera cultura, entonces
comprenderéis qué pretende la filosofía y cuál es su poder!" [...]
Nietzsche, F.: La filosofía en la época trágica de los griegos, pp. 43-44.
2. Fernando Savater: Las preguntas de la vida
¿Tiene sentido empeñarse hoy, a comienzos del siglo XXI, en mantener la
filosofía como una asignatura más del bachillerato? ¿Se trata de una mera
supervivencia del pasado, que los conservadores ensalzan por su prestigio
tradicional pero que los progresistas y las personas prácticas deben mirar con
justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños
incluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un
galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas
cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? Quizá la
filosofía interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si es que
tal cosa aún existe, pero esos ya tendrán en cualquier caso tiempo para
descubrirla más adelante. Entonces, ¿por qué imponérsela a todos en la
educación secundaria? ¿No es una pérdida de tiempo caprichosa y
reaccionaria, dado lo sobrecargado de los programas actuales de bachillerato?
Lo curioso es que los primeros adversarios de la filosofía le reprochaban ser
"cosa de niños", adecuada como pasatiempo formativo en los primeros años
pero impropia de adultos hechos y derechos. Por ejemplo, Calicles, que
pretende rebatir la opinión de Sócrates de que "es mejor padecer una injusticia
que causarla". Según Calicles, lo verdaderamente justo, digan lo que quieran
las leyes, es que los más fuertes se impongan a los más débiles, los que valen
más a los que valen menos y los capaces a los incapaces. La ley dirá que es
peor cometer una injusticia que sufrirla pero lo natural es considerar peor
sufrirla que cometerla. Lo demás son tiquismiquis filosóficos, para los que
guarda ya el adulto Calicles todo su desprecio: "La filosofía es ciertamente,
amigo Sócrates, una ocupación grata, si uno se dedica a ella con mesura en
los años juveniles, pero cuando se atiende a ella más tiempo del debido es la
ruina de los hombres". Calicles no ve nada de malo aparentemente en enseñar
filosofía a los jóvenes aunque considera el vicio de filosofar un pecado ruinoso
cuando ya se ha crecido. Digo "aparentemente" porque no podemos olvidar
que Sócrates fue condenado a beber la cicuta acusado de corromper a los
jóvenes seduciéndolos con su pensamiento y su palabra. A fin de cuentas, si la
filosofía desapareciese del todo, para chicos y grandes, el enérgico Calicles –
partidario de la razón del más fuerte- no se llevaría gran disgusto...
Savater, F. : Las preguntas de la vida, pp. 15-16.
VI Bibliografía
Aristóteles: Ética nicomáquea. Pallí, J. (trad.) Madrid: Gredos, 2000.
Castoriadis, C: Lo que hace a Grecia. Argentina: FCE, 2006
De Crescenzo, L. Historia de la filosofía griega. Alonso, B. (trad.) Barcelona:
Seix-Barral, 1997.
Echegoyen Olleta, J.:Historia de la filosofía. Vocabulario y ejercicios. Madrid:
Editorial Edinumen, 1996.
Gil de Biedma, J.: Las personas del verbo. 7ª edición. Barcelona: Seix Barral,
1993.
Kirk G. S., Raven, J. E.: Los filósofos presocráticos. Madrid: Gredos, 1981.
Navarro Cordón, J.M., Calvo Martínez, T.: Historia de la filosofía, Razón y Ser,
2 Bachillerato. Madrid: Anaya, 2004.
Luri Medrano, G.: Guía para no entender a Sócrates. Madrid: Trotta, 2004
Nietzsche, F.:La filosofía en la época trágica. Moreno Claros, L. F. (trad.),
Madrid: Valdemar, 2003.
Platón: Diálogos. Volumen II. Gorgias, Menéxeno, Eutidemo, Menón, Crátilo.
Calonge, J. (trad. del Gorgias) Madrid: Editorial Gredos, 1983.
Savater, F.: Las preguntas de la vida. Barcelona: Ariel, 1999.
Tejedor Campomanes, C.: Historia de la filosofía, 2 Bachillerato. Madrid,
Ediciones SM, 2001
Descargar