De Sócrates a Jesús - Compañía de María Seminario

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De Sócrates a Jesús
Un paralelo entre dos modos de hacer pedagogía
Fernando Gallo A.
Mag. Filosofía Política USACH.
Profesor Colegio Compañía de María Seminario.
Sócrates y Jesús fueron ejemplos vivos de coherencia, puesto que ambos
predicaron con el ejemplo: premisa fundamental para que la educación tenga efecto.
Nuestro interés no es realizar una comparación entre estas dos figuras (incomparables
desde muchos puntos de vista), sino resaltar puntos de “contacto” en el modo como
ambos realizaron su labor pedagógica.
Sin lugar a dudas, Sócrates, después de Homero y Hesíodo, fue el más
importante de los pedagogos de la antigüedad pre cristiana, pues su vida y obra no
puede ser entendida prescindiendo de la dimensión pedagógica de la que sobre todo
Platón, su más fiel seguidor, dio un testimonio irrefutable. Hijo de un escultor y de una
partera, el joven Sócrates se inspiró en el oficio de su madre para desarrollar un método
propio: La Mayéutica.
Fenareta tenía por misión auxiliar a las parturientas a dar a luz el fruto de sus
entrañas.
Sócrates, inspirado en esta actividad, creó una metodología propia basada en un
supuesto: La idea de que el alma del hombre posee en sí misma la verdad, pero requiere
el auxilio de un intermediario para poder ver la luz. ¿Qué es aquello que obnubila el
alma impidiéndole que la verdad aflore? La respuesta a esta interrogante es categórica:
El cuerpo.
Para adentrarnos un poco más en esta cuestión, diremos que la materia, a juicio
de los griegos, es principio de indeterminación, ergo, es algo imperfecto, puesto que no
posee en sí misma aquello que hace que sea un “algo” determinado. De hecho, Platón
desarrolló una cosmología en la cual hizo eco de esto que estamos diciendo, dejando en
claro que lo Ilimitado sería el elemento material e indeterminado; lo Limitado, en
cambio, el principio formal que delimita la materia.
“La chora es una cierta especie invisible y sin forma, que lo recibe todo y
participa de lo inteligible de una manera muy embarazosa y difícil de entender”1.
Este breve pero ilustrativo fragmento nos servirá para mostrar el modo como el
mundo griego concebía la materia. Chora es el nombre que los griegos utilizaron para
referirse a esta realidad intermedia entre el ser y el no ser, y, como tal, objeto tan sólo de
doxa (opinión) y no de episteme (ciencia)
Resulta fundamental comprender esto, puesto que de aquí se derivarán una serie
de consecuencias que llamarán la atención del lector.
Si nos remontamos a la época de Jesús, más precisamente a las Sagradas
Escrituras, veremos que Dios hizo a su criatura de “barro”, elemento que el Creador
utilizó como símbolo del escaso valor que asignó a lo material en el ser del hombre. De
esta forma, la doctrina católica encuentra un firme sustento al afirmar que si bien es
cierto el cuerpo es un templo sagrado que no debe ser profanado, su valor reside en estar
animado por un espíritu, o dicho de otro modo, su cuantía viene dada por estar éste
insuflado por “algo” de un valor incalculable: El alma espiritual.
Esta cuestión, con ciertos matices, había sido genialmente vislumbrada por los
griegos, pues el mismo Sócrates promovió la noción de Enkrateia, voz con que se
1
Platón, Timeo, 51 b.
designó el “autodominio” o “primacía del alma sobre el cuerpo” y que todo hombre que
se precie de tal debe aspirar a alcanzar.
En este punto queremos hacer una indicación: Nos importa mucho dejar en claro
que nuestras afirmaciones no abren bajo ningún aspecto las puertas a un dualismo
antropológico que nada tiene que ver con el mensaje transmitido por Jesús. Una
concepción dualista de la realidad sólo vale para Sócrates y su doctrina, aun cuando más
adelante debamos volver sobre este tema para hacer algunas precisiones. En lo que a
pedagogía se refiere, las enseñanzas de Sócrates son una clara muestra de las
discrepancias que este filósofo tuvo para con los ideales de su tiempo. El maestro de
Platón fue enemigo de los “valores” que el mundo griego proclamaba como
pertenecientes a los más altos ideales a que los hombres debían aspirar. La lista es
elocuente: Fama, honores, riquezas, culto al cuerpo y a la belleza física, poder,
locuacidad, etc.2
Como se podrá apreciar, el listado apunta a la exaltación de valores netamente
corporales, que impactan lo sensible, superficial o meramente externo de las
apariencias, cuestiones que en la prédica de Jesús también son puestas a un lado en pos
de concentrar la atención de los discípulos en un mensaje de carácter eminentemente
metafísico: “Mi reino no es de este mundo”.
En el caso de Sócrates, es probable que en su juventud se viera atraído por el
estudio de la naturaleza tal como lo hicieran personajes de renombre como Tales de
Mileto, Anaximandro y Anaxímenes. Sin embargo, a poco andar, su verdadero interés
derivó en un objeto de la mayor complejidad: El hombre y su destino.
Reparemos en el hecho de que el hado, para Sócrates, está indefectiblemente
unido a una exigencia de carácter moral. La búsqueda consiste en saber qué es aquello
que se “debe hacer”, o dicho de otro modo, saber qué es aquello que se debe
“conquistar”. Esta fue una característica presente en la antigüedad clásica, pues para los
griegos fue fundamental el valor de la Paideia o “formación”.
“En lo que respecta al problema de la educación, la clara conciencia de los
problemas naturales de la vida humana y de las leyes inmanentes que rigen sus fuerzas
corporales y espirituales, hubo de adquirir la más alta importancia. Poner estos
conocimientos, como fuerza formadora, al servicio de la educación y formar, mediante
ellos, verdaderos hombres, del mismo modo que el alfarero modela su arcilla y el
escultor sus piedras, es una idea osada y creadora que sólo podía madurar en el
espíritu de aquel pueblo artista y pensador. La más alta obra de arte que se propuso su
afán fue la creación del hombre viviente”3.
Si consideramos esta cuestión, resulta conmovedor pensar que la finalidad de
Sócrates es eminentemente pedagógica, puesto que se ocupa de una cuestión
profundamente humana. Así, el fin de la pedagogía socrática es volver la atención del
hombre sobre “sí mismo” y alejarlo de aquello que sólo tiene un valor efímero para de
esta forma despertar la inteligencia a algo que realmente “valga la pena”.
“El mayor bien para un hombre es precisamente éste, tener conversaciones
cada día acerca de la virtud y de los otros temas de los que vosotros me habéis oído
“Agradezco vuestras palabras y os estimo, atenienses, pero obedeceré al dios antes que a vosotros y,
mientras tenga aliento y pueda, no cesaré de filosofar, de exhortaros y de hacer demostraciones a todo
aquel de vosotros con quien tope con mi modo de hablar acostumbrado, y así, seguiré diciendo: Hombre
de Atenas, la ciudad de más importancia y renombre en lo que atañe a sabiduría y poder, ¿no te
avergüenzas de afanarte por aumentar tus riquezas todo lo posible, así como tu fama y honores y, en
cambio, no cuidarte ni inquietarte por la sabiduría y la verdad, y porque tu alma sea lo mejor posible”
Platón, Apología de Sócrates, 29 d ss.
3
Jaeger, Werner, Paideia, FCE, México, 1946, T. I, pp. 9 – 10.
2
dialogar cuando me examinaba a mí mismo y a otros (… pues) una vida sin examen no
tiene objeto vivirla para el hombre”4.
Al tornarse el hombre objeto de su interés, la formación del mismo no le es ajena
bajo ningún respecto. De hecho, su método está en estricta consonancia con su
antropología. En Sócrates está viva la convicción de que la virtud es ciencia, es decir, se
puede enseñar, pero la consecución de lo anterior supone librar una gran batalla (Educar
es combatir) De esta manera se comprende la primera parte de su método: la Refutación
o Ironía socrática.
A través de la ironía, Sócrates desenmascara las apariencias, es decir, demuestra
al interlocutor que está en grave un error si cree saber aquello que realmente ignora. A
esta parte negativa del método sigue la mayéutica, voz que significa: “arte de iluminar
los espíritus”.
“Mi arte mayéutica tiene seguramente el mismo alcance que el de aquellas (las
comadronas) aunque con una diferencia y es que se practica con los hombres y no con
las mujeres, tendiendo además a provocar el parto en las almas y no en los cuerpos
(…) A mí me ocurre con esto lo mismo que a las comadronas: no soy capaz de
engendrar la sabiduría, de ahí la acusación que me han hecho muchos de que dedico
mi tiempo a interrogar a los demás sin que yo mismo me descubra en cosa alguna, por
carecer en absoluto de la sabiduría, acusación que resulta verdadera”5.
Como se puede apreciar, Sócrates resultó ser un verdadero maestro de humildad,
pues a diferencia de los sofistas no hizo profesión de “Sabio”, sino que, por el contrario,
ofició como “ignorante”. Algo similar a lo que ocurrió con Jesús y que, a no dudar,
debió haber cautivado a sus discípulos y operado en ellos una verdadera
transformación6.
La pedagogía de Jesús también supone un método. “Hijo de una piadosa y pobre
familia, que debió educarle dentro de las más sencillas enseñanzas de la tradición judía
y en una vida de trabajo y humildad, su conocimiento, simpatía y sentimientos de
solidaridad respecto a las bajas clases sociales han debido ser desde un principio muy
intensos”7.
En efecto, Jesús, al igual que Sócrates, no fue un pedagogo en sentido
tradicional, que enseñó “materias” (contenidos) a sus alumnos, sino que su objeto era
propagar un “mensaje de salvación”.
Jesús partió de la realidad concreta, no esperemos de él difíciles abstracciones
puesto que el público al que muchas veces dirigió sus palabras fue un público de bajo
nivel educacional, que requirió de imágenes y elementos concretos de la vida cotidiana
para acceder a un mensaje que de suyo tiene ciertas complejidades. Jesús utilizó el
diálogo para generar preguntas en el interior de la comunidad, causando muchas veces
extrañeza e incomprensión. De esta forma hizo que el discípulo sacara, de dentro de sí,
lo que estaba de alguna manera inscrito en el corazón de cada uno de ellos. Jesús
interpeló a sus discípulos para operar en ellos una transformación (no hay pedagogía
que no suponga una transformación), sin embargo, sus enseñanzas fueron una
exhortación que apuntó al “corazón” más que a la “razón”.
“Hay completa unidad entre el contenido y la expresión, el pensamiento y la
forma expositiva de las enseñanzas de Jesús, tales como las trasmiten los cuatro
evangelistas, no obstante las visibles diferencias de énfasis y de estilos que hay entre
ellos; a unas concepciones morales claras, intuitivamente penetrantes, que apelan más
4
Platón, Apología de Sócrates.
Platón, Teeteto, 150 c.
6
Metanoia es el concepto griego que denota un cambio radical y absoluto de mente y corazón.
7
Millas, Jorge, Ensayos sobre la historia espiritual de Occidente, Ed. Universitaria, 1960, pp. 143 - 144.
5
al corazón que al intelecto, al sentido común de la época que al saber y la fantasía, no
podía menos que corresponder una forma llana y transparente, viva, de gran fuerza
plástica, como lo requerían las muchedumbres de mujeres y hombres humildes que
escuchaban el nuevo mensaje”8.
Para lograr lo anterior, Jesús se valió de frases clave en la enseñanza del
misterio: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”, “El sábado está hecho
para el hombre, no el hombre para el sábado”, “No vine a buscar a los justos sino al
pecador”.
No obstante lo anterior, el mensaje cristológico no sólo supone una escatología,
sino y por sobre todo, una “liberación”: “La verdad os hará libres”.
La educación, su fundamento si se quiere, consiste en la “liberación de un
hombre de las cadenas de la ignorancia y su progresivo desarrollo y transformación en
persona humana”9. Si la educación no libera, no es verdadera educación, sino algo más
parecido al “adoctrinamiento” o “condicionamiento” semejante al que aplican los
amaestradores en las ferias libres y circos itinerantes.
Jesús se valió de parábolas para educar a sus fieles. Una parábola es una
enseñanza didáctica que deja una moraleja y que instala un mensaje construido desde un
hecho cotidiano, de una acción en común. A través de estas parábolas, Jesús nos pone
en presencia del Misterio utilizando recursos que nos son afines, es decir, (y usando
lenguaje pedagógico), contextualiza una enseñanza. Esto de contextualizar es de la
mayor utilidad puesto que consiste en traer un contenido distante, cualquiera sea su
naturaleza, y ponerlo en común con nuestra época y experiencias. De esta forma, se
produce en el oyente cierta familiaridad con aquello que jamás pensó le sería familiar y
opera la integración de ciertas enseñanzas y contenidos que lo ponen en relación con el
mundo de la inteligencia y de la Verdad10.
Las enseñanzas de Jesús tenían un acentuado y fascinante carácter humanista: el
hombre, conforme a ellas, tórnase en objeto del amor divino, en cosa preciosa que Dios,
con su misericordia, enaltece entre todas las criaturas. Además, la doctrina cristiana es
diáfana, de una sencillez, en muchos casos, prístina. Expresada en parábolas y aforismos
se inspira en la vida cotidiana, en las experiencias comunes, en imágenes tomadas de la
experiencia natural; no se vale de abstrusos problemas teológicos, ni filosóficos ni
cosmológicos.
“Pero había mucho más que eso en el mensaje cristiano. La sola prédica moral,
con toda su fuerza de convicción, no habría prendido tan hondamente de no haberse
dado en conjunción con un atractivo irresistible, el testimonio concreto de la vida y
pasión de Jesús (…) La historia de Jesús no era un relato: era un hecho vivido”11.
Volviendo al caso de Sócrates, su método, como más arriba dijimos, está en
estricta consonancia con su antropología. De esto se derivarán consecuencias que hay
que precisar. El dualismo socrático, si bien es marcado, no es en modo alguno una
confrontación entre dos principios opuestos. Sócrates jamás olvidó que el cuerpo es el
Millas, J. op. cit., pp. 144 – 145.
Hemos querido arriesgar una definición propia a fin de englobar lo que Sócrates y Jesús efectivamente
hicieron.
10
En una ocasión, el maestro Roberto Bravo fue convidado a dar un concierto en una población de
Santiago. La expectación era altísima puesto que nadie sabía cómo reaccionaría el público, en su mayoría,
gente que jamás había oído música clásica. A medida que el concierto se fue desarrollando, las muestras
de alegría y de participación eran ostensibles, hasta que finalmente la emoción se manifestó en muchos
asistentes que derramaron lágrimas al oír cómo el maestro sacaba de las teclas de su piano, y con una
maestría sin igual, melodías que ellos conocían perfectamente, puesto que de tanto oírlas, adivinaban con
toda facilidad. El ejemplo dispensa de toda otra explicación.
11
Millas, Op. cit., p. 154.
8
9
“vehículo del alma”, cuestión por la cual, hacer de él una suerte de maniqueísta es una
exageración. Sin ir más lejos, Platón, en la cosmología anteriormente citada, afirma que
la cabeza del hombre es “redonda” siguiendo la figura perfecta (circunferencia) de la
cual también tomó la forma el universo. Así, el viejo principio: Soma – Sema (de
raigambre pitagórica) se matiza y pierde el carácter absoluto que tiene para Oriente.
La enseñanza socrática también fue profundamente humanista y esto a doble
título. En primer lugar porque toda doctrina que no vaya acompañada de ejemplos
palpables, no tiene, a la larga, mucho que hacer ni que enseñar. El amor que Sócrates
prodigó a sus compatriotas y a su tierra natal12 fue un marcado ejemplo de
consecuencia. Pero más allá de esto, debemos decir que a su modo, tanto Sócrates como
Jesús, se valieron de los recursos que más se ajustaban a su época. Así, en la época de
Sócrates, el humanismo encontraba su expresión en dos categorías bien marcadas: el
cultivo de la racionalidad y la búsqueda de la individualidad como fin de la acción
moral.
Es evidente que ambas épocas buscaron ideales distintos, y eso es lo que
constituye la riqueza de las dos figuras anteriormente expuestas: Uno, a su modo, va a
contrapelo de lo que la mayoría piensa y predica como ideal “el ciudadano
independiente”, auténtico, capaz de autonomía y, por sobre todo, virtuoso.
El segundo, si bien es cierto es el Hijo de Dios, practicó una pedagogía con la
que estimuló la veracidad y la independencia, y cuyos principios básicos son: El respeto
por el oyente, la coherencia de vida, la capacidad de cuestionar el ambiente y cambiarlo
y animar la autonomía, principios que no estuvieron ausentes en Sócrates ni en quienes
lo rodearon.
12
Sócrates, en todo momento, predicó con el ejemplo; así, como testimonio de su patriotismo apoyó las
palabras con hechos: Las únicas veces que salió de Atenas, lo hizo por razones militares: Luchó como
soldado en las batallas de Potidea, Mantinea y Anfípolis.
Conclusiones
A modo de conclusión podemos decir que Sócrates y Jesús no sólo fueron
portadores de un mensaje de liberación el uno, y de salvación el otro, sino también
ejemplo vivo de lo que es hacer pedagogía. Ambos murieron siendo absolutamente
consecuentes y sus seguidores los defendieron no por fanatismo o espuria idolatría, sino
por el hecho de que comprendieron y despertaron a una nueva conciencia.
Un buen pedagogo es aquel que “transforma” mente y corazón, y en este sentido,
Sócrates y Jesús aparecen como los más fieles representantes de una tradición que corre
como un hilo dorado desde el siglo V a.C., hasta nuestros días.
Ambos tuvieron pleno conocimiento de que los ideales que promovieron eran de
difícil acceso para quienes se ponían en su camino; ¿Como olvidar a aquel joven rico
que interpela a Jesús y le dice que quiere seguirlo? La respuesta es aplastante: “Vende
todos tus bienes y sígueme”. ¿O ese general de caballería, que enfrentado a las
preguntas de Sócrates debe reconocer que ignora por completo lo que es el “Valor” en
cuanto virtud?
Con el fin de sacar las consecuencias de lo que debe ser un maestro, todo
pedagogo debiera obligar (persuadir) a su alumno a tomar conciencia de que el camino
es difícil, pero vale la pena siempre y cuando lo que está al final sea algo que nos
engrandezca y nos humanice, (y no necesariamente algo que en lo inmediato nos traerá
réditos económicos). Al respecto, Sócrates y Jesús fueron, en todo el sentido de la
palabra, maestros de humanidad, porque lo que ellos enseñaron fue algo muy simple, a
saber: “El modo como un hombre se convierte en mejor persona”.
Pero por sobre todo debemos tener presente que tanto Sócrates como Jesús
tuvieron la valentía y el coraje de promover ideales que fueron en contra de lo que la
“opinión generalizada” mantenía como ciertos. Esto cobra plena vigencia para nuestro
quehacer, puesto que como pedagogos debemos luchar contra todos aquellos
“antivalores” que día tras día los medios de comunicación de masas transmiten y
validan frente a los ojos de miles de jóvenes (y no tan jóvenes) que aún creen que lo que
“sale en t.v es verdad”.
Nada más basta con traer a la memoria las veces en que nuestros alumnos nos
han preguntado para que “sirven” los contenidos que les entregamos, como si el criterio
utilitarista, es decir, aquel que mide las cosas de acuerdo al rédito económico (o lo que
es peor, la perversa ecuación entre aquello que causa placer y displacer) sea la norma
última con que se cuantifica el valor de algo.
En tiempos de crisis e incertidumbre puede valer dejar por un momento las
“técnicas pedagógicas modernas” y revisar lo que hombres sabios como los que hemos
tratado en este ensayo pudieron aportar.
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