LA TEORÍA OPTIMISTA DE SPENCER En el siglo XVI los elementos combinados del Aristotelismo, Platonismo, Neoplatonismo, estoicismo y Cristianismo estaban casi inseparablemente entretejidos en un molde universalmente aceptado y que sus principales contornos eran el mismo de la Edad Media. No se dudaba de la instancia de la razón en el proceso del conocimiento; se discutía que funciones específicas podía desempeñar la razón. Existía una ley eterna, un orden general y la tarea de los hombres de pensamiento eran descubrirlo y describirlo de tal manera que por su conocimiento pudiesen ellos cumplir la finalidad para la cual Dios los había creado. Este fin era también universalmente aceptado: el hombre había sido creado para conocer y amar a Dios. Para gozar de esta unión el hombre debe conocer a Dios tanto como se lo permitan sus facultades y para este fin él le ha dado dos libros: la Biblia y el libro “del orden universal de las cosas de la naturaleza”. Para conocer a Dios uno debe conocer Sus obras; conociendo Sus obras se aprende lo que es la naturaleza del hombre para el cual esas obras fueron hechas; y conociendo la naturaleza del hombre se sabe el fin para el cual fue creado, y eso es el conocimiento de Dios. Sin embargo el papel del hombre es el más importante del universo. Existe un orden universal que el hombre debe comprender; éste forma parte esencial de ese orden, y hace de la estructura del mundo, de los seres vivientes y de la sociedad, una sola unidad creada por la mano de Dios. Este orden revela la interdependencia de todas las cosas, la esencial unidad de la creación. Sobre este orden, esta unidad, gobierna la Naturaleza. La Naturaleza rige en tres dominios, cada uno de los cuales es un reflejo de los otros porque todos son parte del mismo conjunto ordenado: Rige sobre el Cosmos o Universo Rige en el mundo de las cosas creadas sobre la Tierra Rige en el mundo del gobierno humano, del hombre en sociedad Sólo es necesario saber cuáles son esas leyes para llevar una vida sabia y racional. El hombre era el centro del cuadro ideal que la Teoría Optimista se complacía en pintar. El orden se manifestaba en los elementos, en las estrellas, en la jerarquía de las almas, en los rangos de la sociedad. Todo en el mundo formaba parte del mismo esquema unitario, y el cuerpo y el alma del hombre eran la culminación y el objetivo final de los designios de Dios. “Homo est perfectio et finis omnium creaturarum in mundo”: el hombre es la perfección y término de todas las creaturas del mundo. Pero este orden, característico del teatro isabelino, y que Shakespeare describe tan elocuentemente, podía derrumbarse con facilidad. Los tres órdenes de la Naturaleza estaban íntimamente relacionados, que destruir uno de ellos significaba destruir el todo. La violación de este orden comenzaba a sentirse en todas partes a fines del siglo XVI y cuando ocurría en alguna parte repercutía en toda la estructura. Shakespeare supo ver que la experiencia individual estaba ligada a ese conflicto que todo lo comprendía, originado por la violación del orden establecido; y por eso sus grandes tragedias tienen tan amplias proyecciones y nos dan una pintura tan profunda de la naturaleza del hombre. Spencer, Theodore – “Shakespeare y la naturaleza del hombre”, Bs. As., Piados, 1958.