Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala G Zotes de Perna, Mirta c. Westendorf, Roberto y otro 23/05/2008 Voces DAÑOS Y PERJUICIOS ~ LESIONES ~ MALA PRAXIS ~ PRUEBA ~ RECHAZO DE LA ACCION ~ RESPONSABILIDAD MEDICA ~ RESPONSABILIDAD PROFESIONAL Tribunal: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala G Fecha: 23/05/2008 Partes: Zotes de Perna, Mirta c. Westendorf, Roberto y otro Publicado en: , La Ley Online; Hechos La sentencia de grado desestimó la demanda por daños y perjuicios entablada por quien sufrió una fractura en su mano como consecuencia de una caída, contra el médico que lo atendió, alegando que éste no supo detectar dicha lesión. Apelado el referido pronunciamiento, la Cámara resolvió confirmarlo. Sumarios 1. 1 - Debe desestimarse la demanda por daños y perjuicios entablada por quien sufrió una fractura en su mano como consecuencia de una caída, contra el médico que lo atendió, alegando que éste no supo detectar dicha lesión, pues, las placas extraídas al paciente en día del accidente no muestran lesión ósea alguna, y en tanto tampoco era posible prever la existencia de una posible fractura, ya que de las pruebas colectadas surge el abandono del paciente a propósito de volver a la consulta. TEXTO COMPLETO: 2ª Instancia. — Buenos Aires, mayo 23 de 2008. ¿Es justa la sentencia apelada? A la cuestión planteada el Señor Juez de Cámara Doctor Bellucci dijo: I.- La actora demandó al accionado y al Instituto Municipal de Obras Sociales (en adelante "IMOS"), pretextando que aquél habría incurrido en "inscitia" ("rectius": incapacidad, torpeza, inexperiencia; aplícase a los imputados o demandados por mala praxis profesional), por no haberle detectado la fractura o fisura que presentó en su mano derecha al caer al suelo el 11 de julio de 1998, todo lo cual degeneró en una fractura de escafoide que a su vez, permitió la formación del síndrome de "Sudek" que la incapacitó permanentemente para cumplir con la función de aprehensión y fuertes dolores en su muñeca derecha. El galeno que admitió aquella atención, empero niega el fundamento de la demanda iniciada en su contra y pide su rechazo fundándose en que de las radiografías sacadas el mismo día no surgía particularidad alguna en el hueso escafoides, y que las secuelas del golpe en esa zona, recién pueden advertirse en material radiográfico extraído en la segunda o tercer semana posteriores al entuerto, por lo que le recetó antiinflamatorios y analgésicos, citándola a consultorio externo, al que nunca compareció. II.- La sentencia dictada a fs. 453/459 no estimó tal pretensión con fundamento en que de las probanzas que meritó la "a-quo" no surge la conducta achacada al médico, y que la paciente abandonó el tratamiento por éste aconsejado al no concurrir más a la consulta que se le indicara. Le impuso las costas y reguló honorarios en favor de los sres. profesionales que asistieron en la litis, pero no determinó el plazo en que aquéllos debían ser honrados. III.- Suscita avocación revisora de este colegiado el remedio concedido a la peticionaria quien, a fs. 507/510 (sin respuesta computable merced a la decisión de la sra. presidenta de esta sala de fs. 517, hecha efectiva a fs. 518), se agravia porque entiende que el "dictum" carece de suficiente fundamentación, quien lo emitió soslayó constancias obrantes en la causa y realizó una apreciación errónea de las que meritó, basándose, concluye, en un peritaje incompleto, parcial y huero de sustento científico. IV.- Por comenzar, diré sin temor a errar que no es exacto que la prueba médica (fs. 320/28) analizada haya sido contradictoria por haber mencionado la experta presunta fractura del hueso escafoides, y más adelante, que las radiografías no la evidenciaban, habida cuenta que, como bien lo puntualizó la perito, lo presunto no es lo que es real y comprobado, y que en ese terreno de marcha, las placas extraídas a la paciente aquel día no muestran lesión ósea de las características invocadas en la pieza inaugural. Desde otra arista que ofrecen los rezongos, mal puede achacársele que no la inmovilizó (con referencia a la zona afectada), ya que como adocena la médica Dra. Nielsen a fs. 328, ello le provocaría, como lo pudo comprobar, osteoporosis importante del carpo como consecuencia de la postrer técnica que, curiosamente, no le indicó el profesional a quien demandó, y que no era aconsejable a tenor que las tomas radiográficas de ese momento, no evidenciaban la fractura del mencionado hueso. Tampoco resiste el menor análisis insistir en que debió preverse la posible fractura, ya que las constancias colectadas como prueba en autos, dan cabal demostración acerca del abandono de la paciente a propósito de volver a la consulta. No se advierte, contrariamente a lo plañido a fs. 508 vta., que tal informe pericial careciera de sustento científico, cuando la experta a fs. 328 lo mencionó y hasta acompañó el material sobre el que se expidió. La acidiosa ("rectius": floja) pieza de revisión que examino no se hace cargo de rebatir los fundamentos dados por la "iudex" a fs. 458, y sólo trasunta una muy personal y subjetiva apreciación que -respetuosamente lo digo- en un ápice corroe al monolítico silogismo de grado (arts. 377, 386, 266, 477 y cc. de la ley de forma). Discrepar, como se dice a fs. 509 punto XII. no es criticar. Menos hacerlo razonadamente como lo manda el artículo 265 de la ley de forma. Por último, lejos, muy lejos está de este retazo de verdad ya histórico, que se haya demostrado la relación de causalidad adecuada entre la atención brindada y el resultado lesivo que se invocara al demandar. Muy por el contrario, la experticia lo desmiente rotundamente a fs. 328, "conclusiones" (arts. 906 y cc. de la ley de fondo; 477 de la de forma). En torno del criterio de apreciación para saber cuándo existe relación de causalidad entre un hecho y un daño, se formularon diversas teorías, de las cuales la de "causalidad adecuada", fue la que mejor respuesta dio al problema. Esta doctrina, que ya tuvo su expositor en Von Bar, aunque fue fundamentada recién en 1888 por Von Kries, parte de un criterio de previsibilidad, aquilatándose ésta no sólo dentro de la serie causal de las teorías individualizadoras y generalizadoras, sino recurriendo a la vida misma y buscando en ésta lo que de ordinario acontece. Si se considera el caso particular en concreto, tal como ha sucedido -se afirma-, es indudable que todas las condiciones de un resultado son equivalentes, ya que faltando una sola de ellas el mismo no se habría producido o habría sido otro. Pero en general o en abstracto, que es como debe plantearse el problema, no son equivalentes todas las condiciones: la causa será únicamente la condición que "que según el curso natural y ordinario de las cosas" (art. 901, cód civ), es idónea para producir de por sí el resultado y debe normal o regularmente producirlo; "condiciones" simplemente, son los demás antecedentes o factores en sí irrelevantes, de ese resultado. Para determinar pues la causa de un daño, se debe hacer, ex post facto, un juicio o cálculo de probabilidades: prescindiendo de la realidad del suceso ya acontecido, habrá que preguntarse si la acción u omisión del presunto agente, fue por sí misma apta para ocasionar el daño según el curso ordinario de las cosas; si se contesta afirmativamente de acuerdo con la experiencia diaria de la vida, se declarará que la acción u omisión fue adecuada para producir el daño, que será entonces imputable objetivamente al agente; si se contesta que no, faltará la relación causal, aunque considerado el caso en concreto, tenga que admitirse que dicha conducta fue también una conditio sine qua non del daño, pues de haber faltado este último no se habría producido o al menos no en esa manera. Pero, ¿cuándo puede decirse en el campo del derecho que un sujeto es autor de un cierto daño? No se trata aquí de la atribución puramente física, puesto que el hombre como causante de un daño, no es equiparable a una cosa o a una fuerza mecánica; a diferencia de éstas, el hombre puede en cierta medida dirigir o gobernar el proceso causal, sea desviándolo, sea acelerándolo o agravándolo; y en tanto y cuando haya intervenido de tal modo, bien puede decirse que el resultado de ese proceso, en que han participado también otros factores, es, sin embargo, su resultado. Y a la inversa, aunque haya participado en el proceso causal, el hombre no es considerado jurídicamente "autor" de un suceso, cuando dicha intervención no lo ha sido propiamente como persona, sino como otra cosa cualquiera de la naturaleza: así los cargadores del vapor "Moisell" del Lloyd alemán, a quienes se les escurrió un barril que aparentemente guardaba caviar, pero que en realidad contenía explosivos puestos por un terrorista, aunque partícipes materiales de la muerte de más de cien personas a causa de la explosión, jamás serán tenidos para el derecho como autores de homicidio. Es en tal sentido que me viene a la memoria aquel sencillo pero a la vez docente ejemplo dado por Koheler, que se menciona en la obra de Atilio Aníbal Alterini, Oscar José Ameal y el desgraciadamente desaparecido Roberto López Cabana, titulada "Derecho de las Obligaciones Civiles y Comerciales", editada por "Abeledo-Perrot", año 1995, (págs. 222 y 500), referido al nacimiento de una planta, del cual es causa ("rectius": condición genética adecuada) una semilla, en tanto que concurren para favorecerlo pero no para darle vida por sí, condicionamientos tales como la humedad y el calor, pero éstos sin aquélla nada harían para que tal nacimiento se hiciera realidad. Es en ese mismo orden de pensamiento que infiero sin hesitación que la actitud del galeno tratante y compelido no resultó, en el caso, la "semilla" del entuerto (Goldemberg Isidoro, en "La Relación de Causalidad en la Responsabilidad Civil", editorial "Astrea", año 1989, pág. 34; Llambías J. J., en "Obligaciones" , to. I pág. 372, n° 288, nota n° 14; esta sala en libres n° 322.809 datado el 9 de octubre de 2001; ídem n° 332.059, fechado el 7 de noviembre de 2001; más recientemente, libre n° 419.085, del 22 de marzo de 2005, entre varios otros concordantes, a cuyas citas y por razón de brevedad me tomo la licencia de remitir). El mayor mérito de esta posición estriba en que brinda sólo una pauta general, a la que debe ajustar su labor el juez, atendiendo a las circunstancias peculiares de cada caso; pues en definitiva son lo jueces los que habrán de resolver las cuestiones derivadas del nexo causal, guiándose más que por teorías abstractas, por el criterio que en cada caso concreto pueda conducir a la solución más justa. Pero bueno es señalar, no obstante, que en definitiva, por sus resultados prácticamente coinciden las teorías de la causalidad adecuada y de la causa eficiente, ya que en ambas la "causa" propiamente dicha de un evento, será la "conditio" eficaz para producirlo conforme al curso normal y ordinario de las cosas. Esta doctrina de la causalidad adecuada, es la que contó con mayor acogida en nuestra doctrina y jurisprudencia; habiendo sido incluso propiciada por el Tercer congreso de derecho civil de Córdoba, del año 1961: "La medida del resarcimiento se extiende a todo daño que guarde conexión causal adecuada con el hecho generador de la responsabilidad civil (Félix A. Trigo Represas, en "Examen y crítica de la reforma del Código Civil 2 Obligaciones" editora Platense, año 1971, pág. 130/132). En un excelente fallo del Tribunal Supremo de España se postuló que "...la causalidad adecuada exige... que el resultado sea consecuencia natural, adecuada y suficiente de la determinación de la voluntad, debiendo entenderse por consecuencia natural aquella que propicia, entre el acto inicial y el resultado dañoso, una relación de necesidad, conforme a los conocimientos normalmente aceptados; y debiendo valorarse en cada caso concreto si el acto antecedente, que se presenta como causa tiene virtualidad suficiente para que del mismo se derive, como consecuencia necesaria, el efecto lesivo producido, no siendo suficiente las simples conjeturas o la existencia de datos fácticos que por mera coincidencia induzcan a pensar en una interrelación de esos acontecimientos, sino que es precisa la existencia de una prueba terminante relativa al nexo entre la conducta del agente y la producción del daño, de tal forma que haga patente la culpabilidad que obliga a repararlo. Y esta necesidad de una cumplida justificación no puede quedar desvirtuada por una posible aplicación de la teoría del riesgo, la objetividad en la responsabilidad o la inversión de la carga de la prueba, aplicables en la interpretación de los arts. 1902, y 1903 cc., pues el cómo y el porqué se produjo el accidente constituyen elementos indispensables en el examen de la causa eficiente del evento dañoso. (Tribunal Supremo de España, sala 1a., 29/4/94, ponente: Sr. González Poveda, LA LEY (España) 1994-3, 693 (16200-R). Aunado a lo anteriormente explicitado y fundado, advierto contrariamente a lo que se pregona en las quejas, que a fs. 327, respuesta al punto 23 ofertado por el demandado, la experta adocenó que "...de los antecedentes obrantes en autos y la bibliografía consultada, surge que el dr. Roberto Westendorf adecuó su accionar a las circunstancias de tiempo, modo, lugar y persona y según lo prescribe la "lex artis"..." (text.). Así, frente a la contundencia de la bien fundada experticia médica ya meritada, la oquedad de elementos de igual o mayor valor que la contradigan, concurro con la solución dada en la otra instancia que las "cuitas" ensayadas no desmerecen. Voto por la afirmativa como respuesta al interrogante copete de este acuerdo. De concurrir con mi ponencia, deberá confirmarse la sentencia que se recurrió, en todas sus partes, con costas de alzada a cargo de la apelante devinta en su intentona revisora (arts. 68 y cc. de la ley adjetiva). Tal es mi parecer. Los Señores Jueces de Cámara Doctores Carlos A. Carranza Casares y Beatriz A. Areán votaron en igual sentido por análogas razones a las expresadas en su voto por el Doctor Bellucci. Por lo que resulta de la votación de que instruye el Acuerdo que antecede, SE RESUELVE: I.Confirmar la sentencia de grado en todo cuanto decidió y fuera motivo de no atendibles quejas, con costas de alzada a cargo de la apelante vencida en su intentona revisora. II.- En atención a la calidad, extensión y mérito de la labor profesional desarrollada, etapas cumplidas y resultado obtenido y a lo normado por los arts. 6, 7, 9, 14, y conc. de la ley 21839 y la ley 24432, por los trabajos de alzada se fija la remuneración de la letrada apoderada de la parte actora DRA. V. G. O. en la suma de PESOS UN MIL QUINIENTOS ($ 1.500). Se fija el plazo de diez días corridos para el pago de los emolumentos.- Notifíquese, regístrese y devuélvase. — Carlos Alfredo Bellucci. — Carlos A. Carranza Casares. — Beatriz A. Arean.