El Signo en el teatro

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El signo en el teatro
En la medida en que un lenguaje se define como un sistema de signos destinados a la comunicación, está claro
que el teatro no es un lenguaje, que no existe, hablando con propiedad, un lenguaje teatral.
El texto teatral, sin constituir un lenguaje autónomo, puede ser analizado como cualquier otro objeto
lingüístico según: a) las reglas de la lingüística; b) el proceso de comunicación, ya que posee,
incontestablemente emisor−código−mensaje−receptor.
La representación teatral constituye un conjunto de signos de naturaleza diversa que pone de manifiesto un
proceso complejo de comunicación, en el que concurren un serie de emisores, una serie de mensajes, y un
receptor múltiple presente en un mismo lugar.
Si es cierto que la comunicación no es todo en el funcionamiento de la representación, que no se puede
prescindir ni de la expresión ni de lo que G. Mounin llama estímulo, ello no impide que se pueda analizar el
proceso relacionante texto−representación.
Según Saussure, el signo es un elemento significante compuesto por dos partes indisociables que son el
significante y el significado. El tercer elemento de la tríada del es el referente, es decir, el elemento al que
envía el signo en el proceso de comunicación. En el teatro los signos responden a esta definición y son, en
consecuencia, merecedores de un tratamiento lingüístico.
La teoría de la semiología teatral está aún en una fase de perfeccionamiento. Luis Prieto distingue entre signos
no intencionales, indicios, y signos intencionales, señales. Los indicios y las señales pueden ser verbales y no
verbales. En el teatro, todos los signos son en principio señales, ya que, teóricamente, todos son intencionales,
lo que no impide que sean también indicios de algo distinto de su denotado principal. Todo signo teatral es a
la vez indicio e icono: icono, por ser el teatro una producción−reproducción de las acciones humanas, indicio,
puesto que todo elemento de la representación se inserta en una serie en la que adquiere su sentido; el rasgo
más inocente, el más gratuito en apariencia, tiende a ser percibido por el espectador como indicio de
elementos por aparecer, aunque la expectación quede luego defraudada.
La representación está constituida por un conjunto de signos verbales y no verbales, el mensaje verbal figura
en el interior del sistema de la representación con su materia de expresión propia, la voz. También viene pues,
denotado según dos códigos, el lingüístico y acústico. A ellos se unen otros códigos, gracias a los cuales
pueden ser decodificados los signos no verbales (códigos visuales, musicales, proxémicos, etc.). En la
representación, todo mensaje teatral exige, para ser decodificado, una multitud de códigos, lo que permite,
extrañamente, que el teatro sea comprendido incluso por quienes no dominan todos los códigos. A esto se le
debe añadir los códigos propiamente teatrales.
Se puede considerar como un código teatral por excelencia, el que presenta como un repertorio de
equivalencias o una regla de equivalencia, término a término entre dos sistemas de oposiciones.
El signo teatral se convierte en una noción compleja en la que cabe no solo la coexistencia sino la
superposición de signos. En cada instante de la representación, podemos sustituir un signo por otro que forme
parte del mismo paradigma.
La noción de signo pierde su precisión y no se puede destacar un signo mínimo, no es posible establecer una
unidad mínima de la representación, que sea como un corte en el tiempo. Todo signo teatral, incluso el menos
indicial o puramente icónico, es susceptible de lo que llamaremos una operación de resemantización. Todo
signo, aún el más accidental, funciona como una pregunta lanzada al espectador que reclama una o varias
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interpretaciones; un simple estímulo visual.
La existencia de estímulos no es privativa del teatro y ni siquiera lo es del espectáculo. Muchos de los signos
percibidos en un proceso de comunicación funcionan a la vez como signos y como estímulos.
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