La nica puerta de la alegr a. Discernimiento cristiano de la idea de patria.

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Discernimiento cristiano de la idea de patria
La única puerta de la alegría
relieve eclesial
Pedro Trigo, s.j.*
Jesús fue un paisano judío que se propuso consumar
la alianza con Dios que estaba en el origen
de su pueblo. La fórmula de la alianza, pactada
con ellos por el Dios liberador que los había sacado
de la casa de la esclavitud, es “ustedes serán mi pueblo
y yo seré su Dios”1
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E
n el exilio de Babilonia un grupo de desterrados
descubrió que no habían sido su pueblo, que
cuando ocuparon la tierra no lo hicieron como
pueblo de Dios, ya que se portaron como los
demás pueblos: divinizando las obras de sus
manos y oprimiendo a sus hermanos. Pero el
dolor de este descubrimiento se mitigó con el
convencimiento de que su Dios no los había
abandonado sino que estaba con ellos en el destierro. Esta fe les dio fuerzas para intentar redimir su historia retornando a la patria para vivir
en ella como pueblo de Dios.
En efecto, cuando se establecieron convocaron a la asamblea, leyeron el Deuteronomio y
todos rompieron a llorar porque comprendieron
que no habían tomado el camino de la bendición sino el de la maldición y que por eso habían dejado de ser pueblo. Entonces prometieron
vivir en adelante como pueblo de la alianza,
cumpliendo la ley de Dios.
Sin embargo, en este momento de gracia se
deslizó un corrimiento fatal: asumieron que no
habían sido pueblo de Dios porque se habían
mezclado con los demás pueblos imitando sus
costumbres. Por eso decidieron vivir separados
de ellos. Ese es el sentido de la ley de pureza,
que acabó por dar el tono a todo el judaísmo.
Santo equivalió a la larga a separado, no sólo del
mal y de los malos sino de todo lo profano.
Jesús distinguió entre reinado y reino de Dios.
El reinado de Dios, ya presente, era esa entrega
que Dios hacía de sí en su Hijo único Jesús y la
aceptación de esa entrega: al hacerse nuestro
hermano el Hijo eterno de Dios, nos introducía
en su relación de Hijo. Al aceptarlo como hermano, aceptamos la fraternidad universal. Por
eso el cuarto evangelio puede resumir el ministerio de Jesús diciendo que había venido a reunir,
se entiende que en una única familia, a los hijos
de Dios que estaban dispersos. Así pues, el reinado de Dios se expresa en relaciones. No cabe
en ninguna estructura, en ninguna nación.
El Reino es la patria celestial, relativiza todas
las patrias.
Ante todo la relativiza. Si el sábado, es decir
la religión, es para el ser humano, más lo es aún
la patria, como lo es, sobre todo, la economía y
todas las demás creaciones históricas, incluso la
institución eclesiástica. No se puede tolerar que
quienes controlen a la patria, sea una clase social o un partido político, sacrifiquen a ella a
seres humanos, ya se trate de otras clases sociales o de otros partidos o de otras culturas. Más
aún, no se puede tolerar que alguna persona o
grupo controle a la patria. Los que están a cargo
del Estado son meros mandatarios de los ciudadanos y de ningún modo los sustituyen; sólo los
representan, y los ciudadanos tienen que tener
canales para controlar si es verdad que actúan
como representantes suyos.
El que en la mayoría de los países de América Latina los restos de los padres de la patria
estén en antiguas iglesias, expropiadas a la Iglesia y dedicadas al culto de la patria, es expresión
fehaciente de la tendencia a la sacralización de
la patria. Si para nosotros no son sagradas las
iglesias sino quienes entran en ellas ya que el
cristianismo no tiene templos, es decir, casas de
Dios, sino iglesias, casas de la comunidad, ya
que los únicos templos son las propias personas,
en las que habita el Espíritu Santo que Jesús resucitado derramó desde el Padre a todos los seres humanos, tampoco son sagrados los altares
de la patria.
Eso no significa que no tenga sentido acudir
donde ellos a agradecerles que, por amor a sus
conciudadanos, para liberarlos de la opresión y
conducirlos a un modo de vida más libre e igualitario, sacrificaron su tranquilidad y muchas
veces sus intereses privados e incluso en los casos más paradigmáticos su fortuna. Tiene sentido también que este agradecimiento se exprese
en el compromiso de echar adelante lo que ellos
iniciaron y encaminaron, pero que, como todo
en la historia, dista mucho de estar concluido.
El agradecimiento y el compromiso concreto son
dos actitudes humanizadoras que tienen pleno
sentido. En alguna medida, como Jesús, han dado su vida por sus hermanos. Por eso tiene sentido que los tengamos como paradigmas para la
vida ciudadana.
Sin embargo, para que el recuerdo sea operativo no tiene que expresarse como retórica altisonante y vacía sino del modo más analítico po-
sible, para poner en claro en qué puntos específicos resultan paradigmáticos y para comprometernos a echarlos adelante en nuestra circunstancia concreta, y para deslindarnos de lo que
no fueron sino condicionamientos y limitaciones
de la época o personales, aspectos que no debemos seguir sino, por el contrario, superar.
Cuanto menos interés tengan los representantes de la patria en proseguir lo positivo de los
próceres, más insistirán en cultos altisonantes y
fastuosos, incluso estrambóticos, sin contenidos
analíticos constatables y evaluables por todos
los conciudadanos. Y lo mismo podemos decir
de la opinión pública, de los centros educativos
y de la academia.
Sin embargo, cuanto más empeñados estén
en echar adelante lo que ellos nos legaron como
patrimonio y más aún como tarea, serán más
sobrios y nombrarán muy concretamente lo que
está en juego en este momento para proseguir
su obra, los obstáculos que se oponen y las acciones tendentes a lograr en nuestra época lo
equivalente de lo que de positivo hicieron ellos
en la suya, corrigiendo a ser posible sus limitaciones epocales o personales.
Ahora bien, el cristianismo no sólo relativiza
la idea de patria porque todo está al servicio de
los seres humanos que son lo único absoluto
sino, más radicalmente, porque la patria definitiva no tiene padres en esta tierra sino un único
Padre común, que es el Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que no es, obviamente, el antepasado
de nadie.
La primera pregunta que nos hicimos es quiénes son los padres de nuestra patria. La respuesta es que la patria definitiva no tiene ningún
padre terreno. Si nosotros somos ciudadanos del
cielo antes que ciudadanos de nuestra patria, los
padres de nuestra patria no son en definitiva
nuestros padres sino nuestros hermanos mayores. Hablando absolutamente, nosotros no tenemos ningún padre en esta tierra. Nuestro padre
biológico es nuestro hermano padre, lo mismo
que nuestros padres en la fe o los padres de la
patria. De una manera absoluta nosotros nos
reconocemos únicamente hijos de Dios. Todas
las demás filiaciones son relativas y, en último
término, fraternas.
Por eso decíamos que tiene mucho sentido el
agradecimiento y el compromiso de echar adelante lo bueno que ellos nos legaron como obra
y tarea. Pero no tiene sentido la veneración ni
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la fidelidad. Todo lo que existe en este mundo
como fruto de la historia, todas las estructuras
e instituciones, están a nuestro servicio, y todas
las personas son hermanas nuestras, no nuestras
señoras para que las sirvamos. Ahora bien, no
están a nuestro servicio como individuos privados sino como hermanos que somos unos de
otros, es decir, que también nosotros estamos al
servicio unos de otros. Si las personas son hermanas, no pueden absolutizarse en el sentido
textual, es decir, entenderse como desligadas de
las demás sino como son: fundamentalmente
respectivas.
Jesús, decíamos, se arraigó en su tierra, en su
pueblo y en su tradición. Más aún, dio cumplimiento tan sobreabundante a la alianza en la se
fundaba su pueblo que la radicalizó y universalizó. Es decir, que nos hace ver que la realización
completa de lo que de positivo y trascendente
tiene la idea de patria, conlleva la superación de
la patria, en cuanto una patria particular y lleva
a la patria común de todos los seres humanos.
Eso no se ve con tanta claridad en ninguna otra
realización porque ninguna ha sido completa.
Esto significa que lo que la idea concreta de
patria tiene de no universalizable, incluso de
contrapuesto a otras patrias, no es humanizador
y un cristiano no puede abrazarlo. Sólo puede
investir aquello que es buen conductor de la idea
superior de patria común y que es, incluso, un
aporte concreto, una riqueza para ella. Sólo si
se abraza de esta manera es sensato y tiene sentido ser patriota. De cualquier otro modo es
alienante.
Desde esta perspectiva cobra relieve la verbalización de la misión de Jesús como reunir a los
hijos de Dios que estaban dispersos. Sería la
configuración de la humanidad como una familia de pueblos.
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Sin embargo, esta realización plena de la alianza que fundamentaba su patria, una realización
que equivalió a la consumación, no fue reconocida ni aceptada por los representantes legítimos
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de la nación. No sólo no lo aceptaron sino que
puesto que su desempeño no iba en esa dirección humanizadora, lo tuvieron que ejecutar
para que Jesús no los pusiera en evidencia con
sus palabras y obras y para que no se consolidara esa alternativa que los marginaba.
Esto significa que quienes dicen representar a
la patria, pero no encarnan su idealidad sino que
por el contrario aprovechan su control sobre las
instituciones para su beneficio privado, sea como
personas sea como grupo, sacrifican a los ciudadanos, en cuanto que les quitan vida, es decir,
elementos para vivir y posibilidad de realizarse
en la vida ciudadana, y a que tienen secuestrada
la libertad. Pero sacrifican, sobre todo, a quienes
no se resignan a este estado de cosas sino que
buscan denodadamente construir una alternativa.
Cuanto menos puedan responder con argumentos a sus alegatos, más tratarán de descalificarlos
calumniosamente y, si ni aun así logran desprestigiarlos, emprenderán otras acciones de coacción
más drásticas, que pueden llegar a la inhabilitación, a la prisión y a la muerte.
Así pues, si la idea de patria que se maneja,
no es muy trasparente, no está mediada analíticamente, de manera que todos puedan ver su
pertinencia y asentir a ella para ejercer su humanidad fraterna, es muy peligrosa y acaba causando estragos. Cuanto más se la mistifique, más
potencial fetichista encierra. Por eso insistíamos
desde el comienzo que la idea humanizadora
de patria está desinflada, es concreta y se asemeja al país, en el que todos caben y pueden
componerse, pagando el precio de la autolimitación voluntaria, la única puerta de la alegría.
* Miembro del Consejo de Redacción de SIC.
Nota
1
Jr 30,22;Ez 11,20;36,28; Za 8,8. Invertido, es decir, seré su Dios y ustedes mi
pueblo, Lv 26,12;Jr 31,1
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