FIESTA EN PEDRAZA La mañana va rompiendo al clarear el alba y mientras se deja oír en el purpúreo silencio el canto del gallo en los corrales, aun se despereza la Villa de Pedraza. Vecinos y forasteros llegan de los más diversos lugares y se van congregando ante las puertas de la Villa. Hoy es día de fiesta mayor en honor a la Virgen del Carrascal. En altozanos de las inmediaciones de la única entrada a la Villa toman posiciones foráneos y convecinos ante el portón medieval, por donde llegarán y entrarán veloces los bravos novillos; que pastan mientras tanto con los bueyes en la cercana dehesa. Por las inmediaciones los jinetes que conducirán los bureles, enjaezan sus monturas e irán alejándose por las lomas, en busca de los novillos para conducirlos después hasta la empinada Calle Real, por la cuesta de la Villa, desde los colindantes cercados del monte. Los recibirá la puerta de la Villa con sus portones de álamo negro. Por la calle arriba novillos, corredores, caballeros y visitantes irrumpirán en la Plaza Mayor, convertida a la sazón en coso taurino, con sus tendidos de madera, donde nos acomodaremos bajo los balcones con expectantes vecinos y aficionados, en la vetusta plaza porticada. Sobre las diez de la mañana, una nube en el horizonte hace sonar el clarín de la zozobra. Cada uno busca refugio en las alturas de talanqueras, paredes y cotarras que sirven para ponerse a salvo, a veces, de las posibles espantadas o envestidas del ganado. Reses, corredores y caballeros escalan la cotarra que, en curva y en ese, enfila la puerta de la Villa adentrándose vertiginosos por la Calle Real hacia el coso, donde el ganado es enchiquerado en los toriles de los bajos del Consistorio. Son los bureles que se lidiarán en los próximos dos días festivos, pero todos los novillos se encierran por tradición en un solo día y en un encierro. Enchiquerado el ganado, se desparrama en las calles la alegría, al son de dulzainas, tras las charangas, o tras la orquestina inconfundible de Peñalosa y compañía, que amenizan con sus ingeniosos instrumentos; que deleitan con su fanfarria el vermut de la festiva comitiva, admirando la curiosa fábrica de sus musicales cachivaches. Después podremos trasplantarnos al ayer, en cualquier momento, al pasear por las calles solitarias donde el silencio nos cortejará entre sus blasonadas casas, tabernas, mesones, tahonas y todo tipo de expendedurías, de singular encanto, que conviven discretas en la nostalgia tras su peculiar piedra rosácea, donde habitará velada la historia de sus viejos moradores, que quizás fueran testigos de amoríos o algún desagravio. Pedraza tiene encanto, un pellizco especial para transportarte al pasado, de una calle a otra. Franqueas la cárcel de la Villa, el Fielato, la casa de Pilatos, y puedes ser en sueños prisionero o señor del castillo encantado de los Zuloaga, o por qué no, sentarte junto a la iglesia imaginándote bajo la olma centenaria miembro de una reunión del Concejo. Las chimeneas de las tahonas madrugan para perfumar las calles de pan reciente y de los típicos dulces que alegrarán, sin excusa, el más exquisito de los paladares. Avivan sus hornos los figones para dorar con tiempo, lento y pausado, el tierno y típico lechazo que te asalta la pituitaria desde el rincón más recóndito de calles y plazuelas; pues si de algo se precia la Villa, es de servir en sus mesas ese exquisito yantar que se deshace en la boca y es delectación del paladar que la memoria conmemora. Imprescindible regarlo con un buen jarro de vino, preferible de pellejo de la Ribera. Tras yantar un buen almuerzo, podrás bailar y danzar e ir de ronda por sus tabernas. No dejes de visitar el bar del abuelo Mariano, en la plaza, seguro que te impactará. Mientras tomas su vino de Tierra Aranda, puede entrar Luis Candelas que descabalgó tras asaltar la diligencia y verás bajar, como parados en el tiempo viajeros de otra época. En las tardes de toros podrás disfrutar comiendo el rico lechal, todo un poemario para el paladar, si tienes a bien comer en el balcón del Yantar, en la esquina de la Plaza donde comienza el soportal, justo por donde el encierro ha de entrar. La charanga te animará por las calles y en la plaza de Zuloaga disfrutarás con la simpática orquestina de Peñalosa y las charangas, expertas en solazar al personal. Mientras recorres la Villa, en esta fiesta singular, te envolverá su pasado y pensarás nuevamente en regresar, pues seguro que Pedraza de nuevo te conquistará. Pero si deseas visitarla en un tiempo diferente, vuelve a regalarte un paseo relajante envuelto en un agradable silencio, ese que sobrevuela por la sierra con la brisa ardiente del verano, o el frio invierno que viste de blanco montañas y pueblos serranos. Sobrevolarán las alturas de los altozanos los buitres de las cercanas Hoces del Duratón, y el olor oro de los campos se unirá al perfume de tomillos, enebros y sabinas. Así te recibirá Pedraza, con ese cariño que en sus calles nostálgicas y blasonadas casas dejó la historia escrita en sus escudos de piedra, entre páginas de hidalgas hazañas. Uno podrá soñar, por qué no, con ser caballero centenario a media luz por sus calles, o señor de su Castillo desde el torreón del homenaje, o ser apuesto doncel cautivador de princesas o romántico caballero tratando de hacer la corte a una dama de la nobleza. Todo es posible en esas tibias callejas sonrosadas, donde el celuloide dejó plasmadas en mil y una escenas de película y mechones de sus andanzas. ¡Pero eso no es todo! Su encanto vuelve en el estío aderezado entre notas de música clásica, en noches de julio, donde balcones, ventanas, galerías, claraboyas, jardines y patios se transforman por arte y gracia de los vecinos en impresionante luciérnaga de velas, hacia el final de la tarde, luciérnagas que prenden su luz cuando el sol se esconde y la luna deja entrever su envidia distante y sana, quizás escuchando el Claro de Luna de Beethoven. La Plaza se ha vestido con esmoquin lugareño para ser escenario del gran concierto. En lontananza se escucha, paseándose a solas por las calles, el tímido afinar de los instrumentos, acogiendo el murmullo coral de cientos de asistentes en la plaza, mientras contemplan el fulgor en el anochecer de las más de 25.000 velas que pululan como luciérnagas en los hogares y en los más inverosímiles lugares. Pedraza te lleva de la mano hasta ese mundo delicado y desconocido de los grandes maestros de la música; transportándote alegóricamente entre sus notas a su exquisito y tierno lechal delicia para el paladar. Te llevará esas noches a un mundo diferente, donde el melómano más sencillo también puede deleitarse con la “Sinfonía de las Velas”, perdiéndose en calles y plazuelas o en el marco incomparable de su Plaza anfiteatro, porticada con rancio sabor castellano. Pedraza es un capitulo inconmensurable de poesía nostálgica, que llena de envidia sana. ¡Quien no quisiera haber sido caballero en sus calles, o preciada doncella escondiendo amores y rubores al dulce son de la vihuela, o doncel escalando a los deseos de su dama, aunque hubiera de batirse en duelo en sus plazuelas! La misma puerta de álamo negro, en nuestra partida quedará abierta. Pedraza siempre te espera, por si deseas volver a sus calles en una jornada cualquiera. Volver a vivir sus encierros o iluminar sus mágicas noches de Julio con sus velas o deleitarte con su típico yantar y el sabor incomparable del cordero de esta tierra. Pero recuerda que al salir de ella, la Cárcel y el Fielato te quedan cerca y puedes sentirte preso de una nostalgia que te apresa LEMA.-BUENAVENTURA