PONENCIA SOBRE LA COMPENSACION ECONOMICA DEL MINISTRO DE LA I. CORTE DE APELACIONES DE SANTIAGO SEÑOR CORNELIO VILLARROEL RAMIREZ. (27 DE ABRIL DE 2011) 1.- Ya el viejo Código Civil, en su artículo 75, establecía que “la ley protege la vida del que está por nacer”, añadiendo que “el Juez, en consecuencia, tomará, a petición de cualquiera persona o de oficio, todas las providencias que le parezcan convenientes para proteger la existencia del no nacido, siempre que crea que de algún modo peligra”. Es lo que, en el perfeccionamiento sucesivo y constante de la ley asegura también hoy a todas las personas la Constitución Política de la República, cuando en su artículo 19 Nº 1, señala que “la ley protege la vida del que está por nacer”; 2.- En su articulado, la Constitución de 1980 es copiosa en señalar, a manera de ejemplo, que “las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”; que “LA FAMILIA ES EL NUCLEO FUNDAMENTAL DE LA SOCIEDAD”; que “el Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es -promover- el bien común, para lo cual debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y cada uno de los integrantes de la comunidad nacional SU MAYOR REALIZACIÓN ESPIRITUAL Y MATERIAL POSIBLE, con pleno respeto a los derechos y garantías que esta Constitución establece”; y que “es deber del Estado”, entre otras cosas, dar protección “A LA FAMILIA” y “PROPENDER AL FORTALECIMIENTO DE ÉSTA”, debiendo promover “la integración armónica de todos los sectores de la Nación”, y “asegurar el derecho de las personas a participar CON IGUALDAD DE OPORTUNIDADES en la vida nacional”. En su artículo 19 asegura también a todas las personas el derecho a su integridad “FISICA Y PSIQUICA” a la “IGUAL PROTECCIÓN DE LA LEY EN EL EJERCICIO DE SUS DERECHOS”; que “HOMBRES Y MUJERES SON IGUALES ANTE LA LEY”, y que “ni la ley ni autoridad alguna podrán establecer diferencias arbitrarias”; 3.- Cuando la Ley de Matrimonio Civil trata de la Compensación Económica, y a juicio del opinante, se aparta clara y abiertamente de las disposiciones Constitucionales que en dignidad equiparan al hombre y a la mujer; 4.- Cuando la mujer ejerce cualquier oficio, tenga o no tenga hijos, no puede desempeñarlo a cabalidad como el marido. La experiencia demuestra que la mujer, en su trabajo, si bien físicamente puede estar entregada a su empleo y a su Empresa, psicológicamente y sin embargo está con su alma y su espíritu muy lejos de su empleo, porque en efecto está conectada sentimental e intelectualmente con su hogar de modo ineludible. Cuánto más razonable resulta pensar así, si se trata de un matrimonio con hijos, cualquiera sea su número, desde que el amor filial constituye un llamado poderoso y elocuente de los sentimientos humanos, y más aún el de la mujer madre, quien no podría nunca desempeñar su oficio en plenitud, pensando en que sus hijos no serán cuidados como ella lo haría, lo que naturalmente la disminuye en sus capacidades , en su concentración y en su rendimiento laboral. Por eso, a juicio de este Ministro, la Compensación Económica debe otorgarse a la mujer, no por no haber podido trabajar o por no haberlo hecho del modo y con la intensidad que hubiera querido, sino por el único hecho de haber tenido hijos, que, cuidados por ella, aún con sus directrices telefónicas a la nana o mediante otras formas las más de las veces furtivas de comunicación, la mantienen atada al hogar materno, mientras el cónyuge varón puede desempeñar su oficio a veces hasta sin pensar en las horas y momentos que viven sus hijos, descendientes y demás familia allá en el seno de su hogar, que es el mismo de su mujer, confiando en la permanente preocupación de ésta. Por ello, y luego del divorcio, insisto, la cónyuge debería tener siempre una compensación económica. El autor de esta opinión no lo dice así porque Osho haya dicho que el hombre siente complejo de inferioridad ante la mujer porque él no puede dar al mundo ni alumbrar un hijo como lo hace ésta, sino porque el producto de ese mismo alumbramiento es no solo la luz que produce claridad en el nacimiento y en la infancia sino que será igualmente una antorcha permanente al cuidado de ambos padres en su ancianidad, y es ahí donde está la inversión verdadera que genera la compensación a que la cónyuge se ha hecho acreedora y merecedora legítima, puesto que alumbrar un hijo es como descubrir en el fondo de la roca o como extraer desde el interior profundo de la sinuosa columna vertebral de Los Andes esa joya preciosa llamada hijo, que, como dijo Carrara primero y como expresó José Ortega y Gasett después, el hombre constituye la más admirable flor del Universo. Conceder la Compensación Económica en virtud de otros elementos como los de la ley actual es olvidar lo que es en esencia la madre, la dulzura y abrigo de su vientre y la comba de mujer embarazada y de ángel custodio de toda una prole que beneficiará incluso precisamente a quien no pocas veces pudiera hasta esconder y ocultar sus bienes en perjuicio de tan noble mina escondida que ha tenido su cauce en la sangre, en el vientre de la madre, crisol de la vida; 5.- El artículo 131 del ya citado viejo Código de Bello, establece que “los cónyuges están obligados a guardarse fe, a socorrerse y ayudarse mutuamente en todas las circunstancias de la vida, y que “el marido y la mujer se deben respeto y protección recíprocos”. El artículo no distingue limitación en el tiempo para que marido y mujer se ayuden recíprocamente –lo que obviamente va más allá y trasciende y sucede al divorcio,- sino que, al contrario, el precepto es categórico en que ello debe ocurrir “en todas las circunstancias de la vida”. Y si el artículo 150 del mismo Estatuto Civil establece que “ la mujer casada de cualquier edad podrá dedicarse libremente al ejercicio de un empleo, oficio, profesión o industria”, es lógico suponer que esa facultad se concede a la mujer casada para que la ejerza en plenitud y con dignidad, en ningún caso en un nivel inferior a la plenitud y dignidad como ha de obrar el cónyuge, y en ningún grado de ineficacia o alteración síquica en perjuicio suyo, de su empresa, de su marido y de sus hijos. Es la única manera de conceder a la mujer casada y con hijos ese status de igualdad que la Constitución proclama como principio básico de igualdad entre el hombre y la mujer. Si la Constitución dice que el Estado debe “promover” el bien común y dar “protección a la familia”, al hombre, marido y padre le corresponde “ejecutarlo”; 6.- Por lo tanto, el manifestante de esta opinión es de parecer que debe modificarse el Párrafo 1º de Capítulo VII de la Ley de Matrimonio Civil, que trata “de la Compensación Económica”, para establecer, al contrario, que, cualquiera fuere la causal que haya motivado el divorcio, la cónyuge madre tendrá siempre derecho a una compensación, indemnización o resarcimiento por el sacrificio de hacer restado parte de su vida al cuidado del hogar, de los hijos, y de su libertad propia. Y también sería pródigo el legislador si fijara los principios adecuados para regular el monto de dicha compensación, y los eventuales casos de poner término a la misma o de proceder a su rebaja. De no procederse así, la igualdad entre el hombre y la mujer sólo constituirá un mito y una declaración de principios que no se avienen con los tiempos modernos ni con el sacrificio de la madre en la crianza de los hijos de modo permanente y sin intermisión; 7.- Desde otro punto de vista, el artículo 222 del Código Civil establece que “los hijos deben respeto y obediencia a los padres” y que la preocupación fundamental de éstos “es el interés superior del hijo, para lo cual procurarán su mayor realización espiritual y material posible, y los guiarán en el ejercicio de los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana de modo conforme a la evolución de sus facultades”. A su vez, el artículo 223 establece que, aunque la emancipación confiera al hijo el derecho de obrar independientemente, “queda siempre obligado a cuidar de los padres en su ancianidad, en el estado de demencia y en todas las circunstancias de la vida en que necesitaren sus auxilios”. Estas son las normas que , a juicio de este opinante, constituyen la unidad y cohesión indisoluble con que las reglas de la consanguinidad construyen la mixtura física y el dogma ético y moral que debe observar el padre respecto de la madre y de sus hijos durante toda la vida, cualquiera que sea el rumbo que en lo espiritual pudiere separar a marido y mujer en el camino siempre variable de la vida humana. Una cosa es la separación efectiva de marido y mujer, y otra es el alejamiento o desintegración de la familia, la que debe continuar, aún con la separación de los padres. Porque en familia, ocurre algo semejante al alumbramiento de las aguas subterráneas que afloran y llevan su permanente cause de agua para el crecimiento y embellecimiento del campo humano. CORNELIO VILLLARROEL RAMIREZ