La reinserción social entre rejas: alternativas laborales. Dos ejemplos de preadaptación Por Enrique Sanz Delgado Profesor de Derecho penal y penitenciario Universidad de Alcalá Antes de empezar quisiera agradecer a la UCA y especialmente a sus Coordinadores en estos Cursos de Verano, la amabilísima invitación que me han hecho para compartir con Vds. estas interesantes jornadas relativas a la ejecución penitenciaria y para hablarles en esta ocasión de la aparente contradicción que surge en el título de mi ponencia: “la reinserción social entre rejas”. Contradicción por cuanto alejar a un ciudadano del entorno social, sacarle del mismo, integrándole en una institución cerrada o total, difícilmente puede servir para reinsertar, reintroducir, readaptar, rehabilitar, resocializar, o como quiera expresarse el hecho de retornar a la vida social con capacidad para vivir respetando la ley penal; y porque las instituciones penitenciarias, los centros penitenciarios (aun siendo conscientes de que el trabajo, que la actividad laboral, es uno de los más eficaces medios reinsertadores), como se puede comprobar, no están diseñadas como establecimientos industriales ni en la forma ni en el fondo. Se trata de albergar en ellos a muchas personas no voluntarias, que han de convivir en virtud de la norma: en una “convivencia ordenada y pacífica”. Así lo podemos apreciar en artículos como el 73 del Reglamento penitenciario de 1996 (que define el régimen penitenciario como el conjunto de normas que persiguen la consecución de una convivencia ordenada y pacífica que permita alcanzar el ambiente adecuado para el éxito del tratamiento”), o en el 81 del R.P., donde se explicita en relación con el Régimen abierto, que régimen en estos centros “será el necesario para lograr una convivencia normal en toda colectividad civil”. La Ley General Penitenciaria introdujo una clara diferenciación entre los pilares fundamentales del sistema penitenciario, entre el régimen y el tratamiento. El Reglamento penitenciario de 1996 cambió esa perspectiva 1 cuasiestanca y diseminó la actividad tratamental y el concepto de tratamiento (hoy más utilizado el de intervención para evitar el lastre positivista del término tratamiento) en todas facetas de la vida penitenciaria e incluso permitió que los presos preventivos pudieran hacer uso de las actividades tratamentales para contrarrestar el ocio a la espera de su juicio. Este modelo tratamental o intervencionista ha venido a ser cuestionado en los últimos años en el entorno comparado y también a sufrir el embate de tendencias restrictivas que han ido rediseñando los fines a los que se destina la pena privativa de libertad. Si la reinserción social es el objetivo a conseguir (como así lo indica la norma constitucional y la propia LOGP y RP, abordaremos de seguido dos modelos positivos de normalización como posibles vías hacia la reinserción futura de los internos. El primero, como instrumento de vinculación del interno con el mundo laboral real, externo. El segundo, de mayor factibilidad, por cuanto el coste económico e infraestructural de su puesta en funcionamiento es mínimo, que permite así su traslación a otros sistemas de menor capacidad presupuestaria. 1. Modalidad laboral: La externalización del trabajo El trabajo penitenciario entendido como pena, esto es, el trabajo forzado como medio principal del utilitarismo penal, fue el sistema prevalente durante siglos en la ejecución penal española. Las penas protagonistas de entonces (pena de galeras, trabajo de extracción del mercurio en las minas de Almadén, el desareno de los puertos y manejo de las bombas de achique en los arsenales de Marina, los trabajos de fortificación en los presidios norteafricanos, los talleres y trabajos de obras públicas en los presidios industriales con el de Cádiz como primer referente), tuvieron como nota característica el sentido utilitario de la pena, y en muchos casos, aunque nos parezca sorprendente desde nuestra perspectiva actual, llegaron a suponer incluso modos humanitaristas de ejecución a través del mecanismo de la conmutación de las penas eliminatorias (penas de muerte y corporales). La expresa prohibición que incluyó la Constitución española de 1978 en su artículo 2 25.2 comentado ayer (en relación con los fines de la pena privativa de libertad), implicaba que tal actividad forzada se transformaba en actividad laboral y ya desde el primer tercio del siglo XIX se entendía que el trabajo se convertiría en el principal instrumento reinsertador. Los modelos y experiencias de Montesinos en el presidio Valencia y Maconochie en la isla de Norfolk en Australia vinieron a apuntalar esta perspectiva e integrarla en el sistema progresivo y desde ahí hasta nuestros días. Si la tónica dominante ha sido el desarrollo del trabajo de los internos esencialmente cuando llegan a ese tercer grado penitenciario que introdujo Montesinos en el régimen progresivo, que supone su salida al exterior en régimen abierto y que se rige por la normativa laboral común extramuros, es decir por el Estatuto de los Trabajadores, hasta entonces el mucho más escaso desarrollo de trabajo en los talleres de los centros para los internos clasificados en segundo grado, esto es en régimen ordinario, se encuentra regulado, como bien saben, a partir del artículo 26 y siguientes de la LOGP, por los artículos 132 y ss. del Reglamento penitenciario, siendo reformados a partir del art. 134 por el RD 782/2001, de 6 de julio, por el que se regula la relación laboral de carácter especial de los penados que realicen actividades laborales en talleres penitenciarios y la protección de la Seguridad social de los sometidos a penas de trabajo en beneficio de la comunidad. Se regula así la relación entre el Organismo Autónomo Trabajo Penitenciario y Formación para el empleo y el interno trabajador y queda excluida por tanto del ámbito de aplicación de esta relación laboral especial la relación laboral de los internos en régimen abierto, las diferentes modalidades de ocupación no productiva que se desarrollen en los establecimientos penitenciarios tales como la formación profesional ocupacional, el estudio y la formación académica, las ocupaciones que formen parte de un tratamiento, las artesanales, intelectuales y artísticas y en general todas aquellas ocupaciones que no tengan naturaleza productiva. El acceso a la actividad laboral de los internos se convierte en una exigencia a satisfacer por la Administración para cumplir con el derecho que prevé la LOGP en su artículo 26 y que los internos pretenden ejercitar como derecho subjetivo. La dificultad para ofrecer puestos de trabajo en un 3 establecimiento penitenciario que hoy no se concibe esencialmente como una gran fábrica o industria, exige priorizar el acceso a tales puestos. La insatisfactoria solución que ofreciera el Tribunal Constitucional con la doctrina del derecho de aplicación progresiva se llevaba en 2001 a la norma reglamentaria y el orden de prelación para el acceso a los puestos de trabajo en los talleres de prisión se establece priorizando el tratamiento individualizado, a los penados sobre los preventivos, la aptitud laboral del interno en relación con las características del puesto de trabajo, la conducta penitenciaria, el tiempo de permanencia en el establecimiento, las cargas familiares, etc. En todo caso, el fracaso en la oferta laboral por parte de la Administración penitenciaria es evidente (Centros de 1300 internos ofertan 400 plazas). Las soluciones serán bienvenidas. En septiembre pasado tuvo lugar, en el sistema penitenciario español1, la penúltima y más sugestiva quiebra del tradicional régimen progresivo que, si bien había sido históricamente difuminado con la instauración definitiva de un sistema de individualización científica, en el modelo propugnado por la Ley Orgánica General Penitenciaria en 1979 (L.O.G.P.), en puridad permanecía informando, en mayor o menor medida, la organización y el funcionamiento de los establecimientos penitenciarios2. La progresividad de los períodos por los que ha de pasar el penado y los requisitos necesarios para ese tránsito temporal siguen teniendo vigencia regimental. Régimen progresivo de compartimentos relativamente estancos que, no obstante, había resultado recientemente reforzado con la aparición de la L.O. 7/2003, de 30 de junio, de cumplimiento íntegro y efectivo de las penas, al reintroducirse el lejano período de seguridad para el acceso al régimen abierto en virtud de la nueva redacción del artículo 36 del Código penal al que hicieron mención ayer los Dres. Terradillos y Acale. Asistimos por entonces al paso de un sistema de individualización cuasitotal (que permitía que un interno tras ser penado 1 En realidad se trata de una uniformidad de criterio y medida de ejecución penitenciaria para todo el Estado, por cuanto desde hace meses la medida que comentamos se ha venido aplicando en los establecimientos gestionados por la Direcció General de Serveis Penitenciaris i de Rehabilitació (Generalitat de Catalunya cuyas competencias han sido transferidas). 2 El citado y cardinal artículo 72 LOGP vino a establecer: “las penas privativas de libertad se ejecutarán según el sistema de individualización científica, separado en grados, el último de los cuales será el de libertad condicional, conforme determina el Código penal”. 4 pudiera ser clasificado en cualquier grado a excepción de la libertad condicional) a un sistema mixto3, de menor recorrido y, por ello, menos flexible. Por ello, fue en septiembre del año pasado cuando, en el marco estatal, se puso en funcionamiento –con alguna dificultad de carácter funcional-, un modelo de ejecución tratamental que permite a internos en régimen ordinario (aplicable a los penados clasificados en segundo grado de tratamiento penitenciario), salir a diario del establecimiento, como si fueran terceros grados -en régimen abierto-, a trabajar en talleres gestionados por el Organismo Autónomo Trabajo Penitenciario y Formación para el Empleo, tras la correspondiente firma de convenios con empresas privadas que ceden tales instalaciones de su propiedad, para conformar el marco, ya exterior, de la denominada “Relación Laboral Especial Penitenciaria”, regulada hoy en el R.D. 782/2001, de 6 de julio, que vincula como partes de tal relación a los internos con el Organismo Autónomo de Trabajo Penitenciario y Formación para el Empleo (O.A.T.P.F.E.)4. A contrario de la regresiva tendencia aludida, en referencia a la norma de 2003, se articula así, hoy, un nuevo mecanismo aperturista, que permite desintegrar la referida estanqueidad y las limitaciones propias del régimen ordinario de un sistema cuasiprogresivo, haciendo uso de herramientas normativas reglamentarias existentes, vislumbrando salidas del establecimiento similares a otras prefijadas para los internos clasificados en ese grado (permisos de salida), y para, en esencia, reforzar o potenciar las capacidades de inserción social positiva por la vía laboral, núcleo informador, asimismo, de las denominadas formas especiales de ejecución surgidas con el Reglamento 3 Así, vid., entre otros, CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL: Informes del Consejo General del Poder Judicial sobre las reformas penales. Madrid, 2003, p. 39; SANZ DELGADO, E.: “La reforma introducida por la regresiva Ley Orgánica 7/2003. ¿Una vuelta al siglo XIX?”, en Revista de Derecho Penal y Criminología. Nº. Extraordinario 2, Diciembre, 2004, pp. 202; en el mismo sentido, RENART GARCÍA, F.: La libertad condicional: Nuevo régimen jurídico. Madrid, 2003, p. 89. 4 Éste se encuentra regulado por Real Decreto 868/2005, que aprueba su Estatuto, y es un organismo autónomo de los previstos en el artículo 43.1 a) de la Ley 6/1997, de Organización y Funcionamiento de la Administración General del Estado, adscrito al Ministerio del Interior a través de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias. Tiene por objeto la promoción, organización y control del trabajo productivo y la formación para el empleo de los reclusos en los Centros penitenciarios. 5 Penitenciario de 1996, como se prescribe en el artículo 163 R.P., a modo de ejemplo, para los Centros de Inserción Social, destinados a penados en régimen abierto. La pretensión administrativa actual no ofrece lugar a dudas. Se trata de adecuarse a la Regla 26, apartados 2 y 9 de las Reglas Penitenciarias Europeas de 20065 y conseguir en lo posible el pleno o el mayor porcentaje de empleo entre los internos, como fundamental instrumento de resocialización, en o fuera de las instituciones penitenciarias. La indisponibilidad de espacios adecuados para el desempeño de actividades laborales en los Centros que, en puridad, no se conciben ni han de entenderse como establecimientos industriales, y el interés institucional en hacer efectivo el derecho de aplicación progresiva de los internos a un trabajo remunerado, son suficientes motivos para impulsar y valorar positivamente esta iniciativa. 1.2 El principio de flexibilidad del artículo 100.2 R.P. Con este precepto, nos hallamos ante un ejemplo normativo de toma de posición ante la clásica dualidad flexibilidad versus estabilidad regimental. Como hemos señalado en otra parte, no basta con la utilidad del sistema, hace falta también su inteligencia. La capacidad de adaptación del individuo al mismo y su favorable efecto inverso6. Por ello, al igual que podemos deslindar entre prevención especial positiva y negativa en relación con el sentido y fin de la pena, en esta materia, habida cuenta de la aplicación práctica y efectiva que está teniendo lugar, haremos referencia al sustento normativo de una flexibilidad positiva (en contraposición con una indeseable flexibilidad regresiva o negativa) que se localiza en el artículo 100.2 R.P. Ambos apartados de la Regla 26 establecen, respectivamente: “Las autoridades penitenciarias deben esforzarse en ofrecer trabajo suficiente y útil”; y, “El trabajo de los internos debe gestionarse por las autoridades penitenciarias con o sin el concurso de los empresarios privados, en el interior o en el exterior de la prisión” 6 Vid. SANZ DELGADO, E.: “Dos modelos penitenciarios paralelos y divergentes: Cadalso y Salillas”, en Revista de Estudios Penitenciarios. nº Extra, Homenaje al Profesor Francisco Bueno Arús, 2006, p. 192. 5 6 Un fundamento resocializador y aperturista cualifica, en cualquier caso, el instrumento procedimental que contiene el artículo 100.2 R.P. Hoy se percibe como el párrafo normativo de mayor trascendencia y ductilidad en materia de clasificación, como solución para un número cada vez mayor de supuestos. El artículo 100, es así el precepto reglamentario matriz, reflejo y síntesis del cardinal artículo 72 L.O.G.P., y acertadamente por ello se ha contemplado como “la auténtica consecuencia del sistema de individualización científica”7. Su párrafo segundo, ejemplo normativo de autonomía y adaptabilidad, establece tal elástico procedimiento, como sigue: “No obstante, con el fin de hacer el sistema más flexible, el Equipo Técnico podrá proponer a la Junta de Tratamiento que, respecto de cada penado, se adopte un modelo de ejecución en el que puedan combinarse aspectos característicos de cada uno de los mencionados grados, siempre y cuando dicha medida se fundamente en un programa específico de tratamiento que de otra forma no pueda ser ejecutado. Esta medida excepcional necesitará de la ulterior aprobación del Juez de Vigilancia correspondiente, sin perjuicio de su inmediata ejecutividad”. Según Armenta González-Palenzuela y Rodríguez Ramírez, la introducción de este principio pareciera responder a necesidades de combinar aspectos de diferentes grados “ante la inexistencia de nuevos grados”8, pero esta afirmación se nos aparece encorsetada, mirando al régimen progresivo, no al de individualización científica. Pues no se trata de falta de grados, sino de adecuar el sistema a cada penado y éstos a las posibilidades del sistema. En todo caso, nos encontramos con la fractura de los compartimentos estancos del progresivo clásico. No concordamos tampoco con los comentarios que sugieren, a modo de censura, la constatación de un “máximo de discrecionalidad” en la aplicación de tal medida, afirmando que la redacción del art. 100.2 RP permite “situaciones tan absurdas” como que “un interno clasificado en segundo grado de 7 Cfr. ARMENTA GONZÁLEZ-PALENZUELA, F.J./RODRÍGUEZ RAMÍREZ, V.: Reglamento penitenciario comentado. Sevilla, 2004, p. 220. 8 Cfr. ARMENTA GONZÁLEZ-PALENZUELA, F.J./RODRÍGUEZ RAMÍREZ, V.: Reglamento penitenciario… ob. cit., p. 220. No obstante, parecen los autores contestarse cuando, entre las cautelas que demandan para su aplicación, para “no hacer tambalear el principio de seguridad jurídica”, haciéndose eco de la opinión de los Jueces de Vigilancia emitida en su XII reunión, afirman que “no supone la creación de un nuevo grado intermedio diferente a los ya existentes”. Cfr. ob. cit., pp. 221 y 236. 7 tratamiento sale diariamente al exterior para trabajar”9. Calificar de absurda esta posibilidad sólo encuentra fundamento, a nuestro entender, desde un pensamiento regimentalista clásico, estrechado, muy decimonónico o cadalsiano. Afirmar, de igual modo, que “no puede depositarse en el programa específico de tratamiento la responsabilidad de concretar lo que debió establecer el legislador: los límites de la combinación de grados de tratamiento”10, no deja de parecernos un corsé desemejante de un sistema de individualización científica avanzado, con un fin preventivo especial positivo. La flexibilidad fue y es el término con futuro. La aludida trascendencia del artículo 100.2 RP se advierte no solamente en la terminología que incorpora, sino por significar otro ejemplo histórico de norma administrativa reglamentaria, de menor rango en fin, que soslaya los rigores excesivos de la regulación legal, penal y penitenciaria (art. 36 CP y art. 72 LOGP reformados tras la L.O. 7/2003, de 30 de junio). En relación con la naturaleza jurídica de la institución, si el máximo nivel de apertura en el sistema penitenciario se halla en instituciones como los beneficios penitenciarios, que se configuran como auténticos derechos subjetivos11, sujetos al cumplimiento de los requisitos legales, cuando suponen incluso un acortamiento de la condena impuesta (indulto, redención de penas) o del tiempo efectivo de internamiento (adelantamiento de la libertad condicional), parece que debiera admitirse el derecho subjetivo del penado en esta actividad laboral especial penitenciaria extramuros, sujeto, al igual que el resto de la actividad laboral de los penados en los establecimientos, a las posibilidades (como derecho de aplicación progresiva) que puedan ofertarse por la Administración penitenciaria y siempre que concurran los requisitos que establece la normativa reglamentaria, al menos en su artículo 100.2 R.P. No obstante, para asegurar la efectividad de tal derecho, aparte de la posible reclamación al Juez de Vigilancia Penitenciaria, como garante de los derechos 9 Cfr. ARMENTA GONZÁLEZ-PALENZUELA, F.J./RODRÍGUEZ RAMÍREZ, V.: Reglamento penitenciario comentado… ob. cit., p. 221. 10 Cfr. ARMENTA GONZÁLEZ-PALENZUELA, F.J./RODRÍGUEZ RAMÍREZ, V.: Reglamento penitenciario comentado… ob. cit., p. 222. 11 Vid., al respecto, SANZ DELGADO, E.: Regresar antes: Los beneficios penitenciarios. Madrid, 2006, p. 23. 8 de los internos, debieran establecerse los parámetros para su concesión o denegación, al igual que ocurre con los permisos de salida, aunque quizás con una mayor flexibilidad, habida cuenta que el programa de tratamiento individualizado –en su modalidad laboral- es el verdadero informador de la medida. El artículo 100.2 R.P. se ha convertido así en el verdadero reflejo del artículo 72 L.O.G.P. en el contenido relativo a la individualización científica y, por ende, en una modalidad expansiva del fundamento resocializador, como fin primordial, dispuesto en el artículo 25.2 de la Constitución Española. Habida cuenta de su trascendencia, como se anticipó ayer en relación con el catálogo de infracciones recogido en el Reglamento de 1981, el citado precepto debería integrarse en la L.O.G.P. Esta es una de las conclusiones que se incluyeron en el Anteproyecto de Reforma de la Ley penitenciaria que, durante el año 2005, contemplaba esa posibilidad12, en lo relativo a la reforma del crucial artículo 72. Se pretendía, así, la legalización del trascendente principio de flexibilidad y, con ello, el impulso definitivo de la actividad tratamental. Pero esta solución exige de la introducción de otros preceptos legales o reglamentarios, al menos, para ofrecer seguridad jurídica y criterios de concesión o denegación –como ocurre para los permisos de salida-, y para, de este modo, conformar el fundamento y contenido del derecho subjetivo creado. 2. Modalidad convivencial: Los módulos de respeto La otra manifestación práctica relativamente reciente y de interés, por cuanto no se ampara en una regulación reglamentaria específica, corresponde a los denominados módulos de respeto, como espacios penitenciarios dentro de un establecimiento polivalente que integra usualmente de doce a catorce módulos; concebidos en este caso para evitar en lo posible la desocialización, contrarrestando la subcultura carcelaria, y ya previstos en un número importante de centros de la geografía española. Se trata de un ejemplo de cómo el régimen colabora activamente al tratamiento penitenciario. El repliegue de la seguridad a favor de la intervención tratamental. Si históricamente había Vid., al respecto, BUENO ARÚS, F.: “Novedades en el concepto de tratamiento penitenciario”, en Revista de Estudios Penitenciarios, nº 252, 2006, p. 30. 12 9 que ganar la mejor calidad de la vida penitenciaria “progresivamente”, desde la dureza hasta el premio, hoy el “beneficio” está ya dispuesto, a la espera del compromiso individual. Se pasa así de la convivencia ordenada, a la convivencia educada13. Surgen así como experiencia de módulo intermedio y previo al ingreso de los grupos de internos en las Comunidades terapéuticas (arts. 66 L.O.G.P., 115 y 170 R.P.), específicas para afrontar el tratamiento especializado. Se basan en los principios de respeto, de voluntariedad, de planificación individualizada, de asunción de hábitos personales y pautas de comportamiento adaptadas a normas sociales, de responsabilidad y exigencia, de organización en grupos, de implicación y de respuesta inmediata (ante los incumplimientos). Como normativa general, se dispone que todo interno tiene asignado un Programa Individualizado de Tratamiento (P.I.T.). Su cumplimiento es imprescindible. Asimismo, el respeto es el concepto protagonista, estando terminantemente prohibido cualquier acto de violencia, tanto física como verbal o gestual. Está prohibida igualmente la posesión y el consumo de drogas, pudiendo realizarse controles analíticos. Los internos se organizan en grupos de tareas, siendo éstas las de limpieza, mantenimiento y correcta utilización de distintas áreas como el comedor, cristales, galerías, sala de estar, patios, talleres ocupacionales, etc. No se permite arrojar cigarrillos al suelo, ni papeles, ni basura. No se puede pisar la pared con las plantas del calzado, escupir o cualquier otra conducta antihigiénica. La vestimenta de cada momento será adecuada para la actividad a realizar. La ropa deportiva se utiliza únicamente para hacer deporte, debiendo el interno ducharse y cambiarse después de dicha actividad. Igualmente se cuidará el aspecto externo general, afeitado, peinado. Para tal fin las celdas permanecerán abiertas. Está prohibido el uso de gorro/a en los lugares cubiertos. La celda es el hogar del interno en el módulo, siempre tiene que encontrarse en perfecto estado de limpieza y orden, Vid., al rspecto, el artículo 73 R.P., que define el régimen penitenciario como sigue: “Por régimen penitenciario se entiende el conjunto de normas o medidas que persiguen la consecución de una convivencia ordenada y pacífica que permita alcanzar el ambiente adecuado para el éxito del tratamiento y de la retención y custodia de los reclusos” 13 10 no pudiendo entrar unos internos en la celda de otro, salvo autorización expresa del o de los mismos. Las interacciones y relaciones entre los residentes, y de éstos con el resto del personal, funcionarios o colaboradores, estarán siempre dentro de los cauces del respeto y las formas socializadas de conducta. Los conflictos serán resueltos mediante técnicas de mediación. La realización de trabajos en el módulo (destinos), se realiza de forma mancomunada, por lo tanto la asignación de trabajos remunerados la realizará el Equipo Técnico en base a criterios terapéuticos, carenciales, familiares y de responsabilidad. El ingreso en estos módulos tiene así carácter voluntario, sometido al cumplimiento escrupuloso de la citada normativa y al compromiso personal mediante la firma de un contrato conductual. Entre los requisitos mínimos se hallan la ausencia de sanciones, la drogodependencia superada o inexistente y unas actitudes favorables, con preferencia los que lleven más tiempo en el Centro frente a los demás. Y las bajas se producirán por la libertad, el traslado a otro centro, la progresión de grado o por causa de expulsión (por iniciación de un expediente disciplinario, por actitud negativa a realizar controles de tóxicos, por la negativa a realizar tareas asignadas, por la realización de conductas inadaptadas, o por la obtención de tres calificaciones semanales desfavorables). Tal baja podrá ser temporal, definitiva o urgente. La actividad se configura como uno de los pilares de funcionamiento del módulo, y en cada Programa Individualizado de Tratamiento (PIT) se hacen constar las actividades prioritarias para el interno (incluidas las tareas funcionales diarias del módulo) y complementarias (de libre elección). Se procura así la máxima actividad posible, respetando el tiempo de ocio y de descanso. La participación activa de los internos a través de la autogestión y autorresponsabilización, permite a los mismos vivir el módulo y sus normas como algo propio y, hasta cierto punto, no impuesto. El sistema de participación se estructura en torno a órganos como los grupos de trabajo, la asamblea de representantes y las comisiones de las que forman parte los internos. 11 Nos interesa en especial el fundamental mecanismo motivacional. Desde antiguo, en el ámbito ejecutivo-penal ajeno a la penalidad eliminatoria y meramente utilitaria o de explotación, en cualesquiera manifestaciones prácticas, se cuidó el aspecto del aprendizaje regimental, y se procuró legislativamente el trato a los presos con atención a su humanidad, en cuanto personas susceptibles de reintegrarse a la vida social, a partir de su innata capacidad de aprendizaje, intentando fomentar comportamientos prosociales. Ello tuvo y mantiene validez si entendemos por aprendizaje aquel cambio de conducta relativamente permanente, que sucede como resultado de la práctica o de la observación de modelos de acción. Se trataría, en fin, del aprendizaje operante o instrumental. Desde el ámbito de la psicología, según Skinner, “el proceso de reforzamiento operante viene a decir que las conductas que tienen para el individuo consecuencias positivas, se instauran en su repertorio de comportamiento, mientras que aquellas que no tienen consecuencias favorables se extinguen”14. Trasladable al entorno penitenciario, en términos de Redondo Illescas, “los procedimientos de reforzamiento positivo pretenden aumentar o mantener la aparición de una respuesta o clase de respuestas. Para ello introducen un estímulo gratificante o refuerzo positivo, haciendo que siga, que sea contingente a la respuesta que se pretende aumentar o mantener. Se fundamenta en el principio del premio, que estableció Thorndike, en la Ley del Efecto: un premio aumenta la probabilidad de que la respuesta a que se relaciona vuelva a ocurrir”15. Así, en este ámbito más específico, ha de hacerse necesaria referencia al equilibrio regimental penitenciario, que históricamente se ha mantenido por medio de un sistema de recompensas, gracial, y disciplinario al mismo tiempo. De modo más genérico, lo concebía Jiménez de Asúa, afirmando al respecto: “El Derecho premial está en la conciencia de todos; premio y castigo son dos palancas que mueven a la voluntad; la justicia reclama, indudablemente premios para el que ha realizado una acción virtuosa”16. De resultas que, con el sistema de evaluación e incentivos en experiencias como los módulos de respeto, nos hallamos tan sólo 14 Vid. SKINNER, B.F.: Ciencia y conducta humana. 4ª ed. Barcelona, 1977, p. 24. Vid. REDONDO ILLESCAS, S.: Evaluar e intervenir en las prisiones. Análisis de conducta aplicado. Barcelona, 1993, pp. 184 y ss; con anterioridad, desde el ámbito criminológico, vid. RACHLIN, H.: Comportamiento y aprendizaje. Barcelona, 1988, pp. 249-250. 16 Cfr. JIMÉNEZ DE ASÚA, L.: El Criminalista. 2ª serie, Tomo VI. Buenos Aires, 1969, p. 59. 15 12 ante una modalidad perfeccionada de un uso conocido. El modelo se hallaba imbricado esencialmente en el régimen progresivo de condenas, y el propio Asúa lo contemplaba en estos términos: “realmente el sistema progresivo, en que se asciende por grados, según la conducta; la liberación condicional, concedida por la vida virtuosa llevada en la prisión; su carácter de definitiva si persevera el liberado en la virtud, la sentencia indeterminada, que hace terminar la pena, por innecesaria, cuando la enmienda civil es un hecho probado; y, por último, la rehabilitación del que cumplió su castigo ¿qué son sino verdaderos premios para los que se comportan bien después de haber delinquido? (…) Ya la recompensa transforma su carácter (…) actúa ya como prevención especial”17. El esencial sistema de incentivos se organiza, en estos módulos, en relación con la evaluación que a diario realicen los funcionarios, la de los responsables de las actividades específicas y semanalmente el Equipo de Observación y Tratamiento. Así, la evolución del interno y su comportamiento ha de quedar objetivada mediante un sistema de evaluación sencilla, como instrumento para la toma de decisiones a nivel individual y como indicador de la buena marcha y funcionamiento del módulo. De este modo, el sistema de evaluación previsto consta de tres niveles. Un primer nivel, diario, que realiza el funcionario asignado al módulo, cumplimentando una hoja de registro en la que quedará constancia de la evolución mostrada por el interno, que podrá tener tres resultados posibles: Normal, positivo o negativo. La evolución normal resulta de un comportamiento correcto del interno pero sin destacar. La positiva deviene de un comportamiento que ha destacado sobre los demás, y la negativa concurre cuando hay incumplimientos claros de las normas del programa que abarcan áreas de higiene y vestuario personal, estado de la celda, cuidado e higiene del interno, actitudes y hábitos de relación interpersonal y cumplimiento de obligaciones. Si se evalúa negativamente, el interno debe tener conocimiento de ello y de las razones de tal evaluación negativa. 17 Cfr. JIMÉNEZ DE ASÚA, L.: El Criminalista. 2ª serie, Tomo VI… op. cit., p. 73. 13 El segundo nivel lo realiza el responsable de la actividad específica diaria y a la terminación de la misma, que servirá para informar al Educador acerca de conceptos como la asistencia, puntualidad, rendimiento, motivación, participación, etc. Esta valoración la aportará éste último a la Unidad de Evaluación de Actividades y al Equipo Técnico18 para su conocimiento. El tercer nivel será la evaluación semanal que realiza el Equipo Técnico en su reunión semanal en la que participarán también los funcionarios y otros profesionales que realicen algún programa específico en el módulo. Se recopilarán todas las evaluaciones realizadas diariamente y se hará una calificación global como Favorable, Normal o Desfavorable, teniendo en cuenta que ningún interno podrá obtener una calificación favorable si ha obtenido alguna puntuación negativa, y que podrá obtenerse calificación Desfavorable por la acumulación de más de tres negativos en el período evaluado, o reiterarse los negativos varias semanas aunque en ninguna haya acumulado tres, o por obtener negativo por una acción considerada grave o que requiera premeditación; o cuando sin tener negativos expresos se considere que tratamentalmente no presente el interno una actitud positiva. Sólo se nos plantean como dudas las dos últimas posibilidades, por cuanto la primera, que admite como freno la premeditación, supone todo lo más un elemento criminológico torpe, introducido como elemento descriptivo de carácter social, por cuanto la misma desapareció como agravante del Código penal de 1995 y el desvalor que encierra este elemento subjetivo no se puede desenterrar para estos propósitos que debieran asegurar la objetividad y el rigor, como así se buscaba en la Instrucción 12/2006 de 28 de julio de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, a la que se alude como base para la evaluación, estableciéndose entonces criterios nítidos de valoración y límites a cualquier arbitrariedad. En segundo término, también pudiera plantear mayor inseguridad 18 Como en otros ordenamientos penitenciarios, si bien bajo otra posible denominación, el Equipo Técnico (del que pueden formar parte, ex. art. 274.2 del Reglamento Penitenciario, un jurista, un psicólogo, un pedagogo, un sociólogo, un médico, u ayudante técnico sanitario, un maestro o encargado de taller, un educador, un trabajador social, un monitor sociocultural o deportivo y un encargado de departamento), que informa a la Junta de Tratamiento, mantiene, entre sus funciones, en virtud del artículo 275 R.P., específicamente la de: “e) Evaluar los objetivos alcanzados en la ejecución de los programas de tratamiento o de los modelos de intervención penitenciarios e informar de los resultados de la evaluación a la Junta de Tratamiento”. 14 jurídica, por su relativa indefinición, la última de tales consideraciones en cuanto a lo que debe entenderse como “no presentar una evaluación positiva”. Se presume en todo caso la exigencia de motivación para tal valoración conductual. Todo ello revierte finalmente en el sistema motivacional según el cual se incentivarán tales actividades generales y específicas según las recompensas establecidas en el Reglamento (art. 263 R.P.: Comunicaciones especiales y extraordinarias adicionales, permisos de salida, becas de estudio, prioridad en la participación en salidas programadas, notas meritorias, etc.) y reguladas en su procedimiento de obtención por la Instrucción 12/2006, así como especialmente la evolución favorable en este módulo se tiene en cuenta a efectos de obtención de beneficios penitenciarios (aquellos que supongan un acortamiento de la condena o del tiempo efectivo de internamiento como la libertad condicional anticipada, ex art. 202 R.P.), de permisos de salida, o de preferencia para la obtención de trabajo remunerado. En fin, ambas instituciones contempladas se interpretan muy favorablemente, especialmente la segunda relativa a los módulos de respeto, pues además permite su traslación hacia otros ordenamientos que adecuen su enfoque nacional basado en iguales fines reinsertadores. El hecho de no requerir inversión económica de ningún tipo, siendo suficiente la asignación presupuestaria en cuanto a productos de aseo y limpieza, utensilios y materiales de conservación, reparación y mantenimiento, así como bastando los recursos humanos disponibles y siendo el funcionario de vigilancia, también voluntario, una pieza fundamental en este diseño, son razones suficientes para su positiva valoración. 15