C- Hacer vivir y reinar a Cristo reconciliador. Vivir el bautismo, es hacer vivir y reinar a Jesús en nosotros, es permitirle que continúe cumpliendo su vida en nosotros: estas son expresiones muy eudistas para presentar el dinamismo de la vida cristiana. Cuando hablamos de reconciliación, se trata de hacer vivir y reinar en nosotros a Cristo reconciliador, dejar que Jesús continúe cumpliendo en nosotros su obra de reconciliación, y en cierta forma permitir que la reconciliación de Cristo se encarne en nosotros. 1- La inciativa de Dios El primer aspecto es la iniciativa de Dios: Como decía san Pablo a los Efesios: “Dios que es rico en misericordia nos manifestó su inmenso amor, y a los que estábamos muertos por nuestras faltas, nos dio vida en Cristo. ¡Por gracia han sido salvados! (Ef. 2, 4-5). En la reconciliación que Él realiza, Dios no puede cambiar, el único cambio real se sitúa en el sér humano que, de pecador, se vuelve justificado por pura gracia/gratuidad. Juan Eudes está convencido de esta gratuidad de la salvación. «Fue Dios quien nos amó primero, quien nos invita, nos exhorta y nos apremia a que lo busquemos, a que nos convirtamos a Él. Este Dios de amor y misericordia corre cerca de nosotros cuando lo dejamos, nos persigue con un amor indecible y nos ruega que jamás nos separemos de quien nos busca con tanto empeño”. (OC VIII, p.55-56) 2- Acoger la reconciliación Para que llegue a nosotros el cambio operado por la reconciliación, nuestra única acción está en “consentir” interiormente a la irrupción del Dios Salvador de nuestra vida. Juan Eudes lo expresa en un doble movimiento que no es otro que el movimiento basado en el bautismo: se trata de “renunciar a nosotros mismos para darnos a Jesús”. Dejar de hacernos el centro para abrirnos a Dios, no poner más obstáculos a su acción reconciliadora en nosotros. Esto es lo que pasó, en el fondo de nuestro sér, en el bautismo. Se trata de ponerlo en obra cada día, de profundizarlo sin cesar; así podemos comprender las dos series de verbos utilizados por Juan Eudes cuando habla de la vida de Dios en nosotros. * hacer vivir y reinar a Jesús, dicho de otro modo, ampliar sin cesar el espacio dado a Dios en nuestra vida, para que nada le sea sustraído, * no sólo continuar la vida de Jesús, sino cumplirla, darle toda su plenitud en nosotros, todo despliegue. Al hacerlo, al permitir que Jesús viva y reine en nosotros, recorremos un camino de reconciliación con nosotros mismos, porque la acción del Señor en nuestros corazones restaura sin cesar la imagen de Dios en nosotros, nos vuelve a nuestra verdad más profunda, vuelve nuestro corazón hacia el Dios de nuestra vida. 3- Vivir la reconciliación en la Iglesia En el sentir cristiano, la salvación significada por la reconciliación jamás es individual: se acoge y vive en el seno de una comunidad, que es el Cuerpo de Cristo. La obra reconciliadora de Cristo-Cabeza también debe ser una reconciliación al nivel del Cuerpo Iglesia. Para Juan Eudes y todos los maestros de la Escuela Francesa, era muy fuerte esta realidad del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Entonces no es sorprendente que, durante las misiones parroquiales, los misioneros dieran gran importancia a la dimensión eclesial de la reconciliación, en el sentido de hacer una acción concreta para reconciliarse unos con otros, pero la dimensión comunitaria del sacramento no aparecía en la celebración (hoy las celebraciones penitenciales pretenden poner el acento sobre esta dimensión) Sabemos bien que la reconciliación está en el centro de la vida de toda comunidad cristiana, Cuerpo de Cristo del que todos somos miembros unos de otros. Nuestra vida está tejida de múltiples relaciones, y por experiencia sabemos que la armonía no se adquiere de un día para otro, ni de una vez por todas! Las tensiones, las disensiones, los desacuerdos, los conflictos… hacen parte de la vida. Con frecuencia les tenemos miedo, porque no sabemos manejarlos, también podemos tratar de evitarlos, sin embargo no por eso desaparecen… Durante toda nuestra vida tenemos que hacer un trabajo de reconciliación/ perdón. Y este trabajo no podemos hacerlo solos: en términos eudistas, estamos fuertemente invitados a “renunciar” a todo lo que nos resiste en un proceso de reconciliación y a “darnos” a Jesús para que él mismo cumpla en nosotros su obra reconciliadora. Así lo entendía Juan Eudes. Basta tomar uno de los textos que ya citamos: «Todos aquéllos que están en disensión con el prójimo, no deben ser absueltos si no quieren hacer la parte que deben, para entrar en la paz y caridad. No es que se les rehúse la absolución, sino que antes hay que tratar de ablandar su corazón con razones fuertes y buenas, y por el ejemplo de nuestro Señor, de su Madre y de sus santos, a fin de obligarlos a reconciliarse y a hablarse entre ellos” (OC IV 229) Este texto habla por sí solo: no es posible alejarse del pecado y encontrar de nuevo la comunión de amor con Dios si no nos comprometemos a ir hacia el otro que está cerca de nosotros… como Jesús vino a nuestra humanidad, se hizo uno de nosotros, hizo su morada en medio de nosotros para reconciliarnos con Dios. Es necesario mirar a Jesús directamente y en los santos que continuaron su vida antes que nosotros. Debemos darnos a él para que pueda vivir en nosotros como reconciliador, darnos a él y dejarlo trabajar nuestro cuerpo para que se abra al otro, dejar que guíe nuestros pasos hacia aquél con quien tenemos un conflicto… aun cuando sea éste quien lo originó. Es así en lo cotidiano de la vida, donde debe vivirse la reconciliación a través de pequeños detalles, más que en ocasiones de grandes heridas. Pero en uno y otro caso, la referencia a Jesús siempre nos permite salir de nuestros carriles donde tan fácilmente podemos hundirnos, de las murallas que estamos prontos a construír para protegernos y defendernos de los otros: « Si os han ofendido, o si habéis ofendido a alguien, no esperéis que vengan a buscaros; sino acordaos que Nuestro Señor dijo; Si llevas tu ofrenda al altar, y te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda, y ve primero a reconciliarte con tu hermano. Y para obedecer a estas palabras del Salvador, y también para honrar a quien es el primero en buscarnos, que nos hizo toda clase de favores, y que no recibe de nosotros sino toda clase de ofensas, id a buscar al que os ha ofendido o a quien habéis ofendido, para reconciliaros con él, disponiéndoos a hablarle con toda dulzura, paz y humildad”. OC I pág. 263 (práctica de la caridad cristiana) Un texto de nuestras primitivas Constituciones, situado en el centro de un capítulo sobre la caridad que debe ser la reina, la regla, el alma y la vida de nuestra Congregación, expresa también la savia evangélica de la inspiración de Juan Eudes, y la exigencia cotidiana de la reconciliación: « Si una Hermana ofendiere a otra de palabra o acción, no dejará pasar el día sin pedirle perdón y sin reparar su falta. Si dos se ofenden mutuamente, sea bendita aquélla que se humillare primero, y buscare a la otra para reconciliarse con ella, aunque piense que ella ha sido la más ofendida » (OC X Const.19, de la Caridad, p.109) Para vivir cada día este proceso de reconciliación, hay que tomar conciencia que con frecuencia tenemos que trabajar “río arriba”, es decir sobre sí mismo y sobre las relaciones fraternas. Juan Eudes evoca esto repetidas veces en su capítulo sobre la caridad fraterna: « Cuando alguna sienta en sí alguna aversión o frialdad respecto a otra, que se ponga en guardia para no dejarse llevar, que no diga ni haga nada, o no omita este principio; y que no deje de combatir estos malos sentimientos, por actos interiores y exteriores de caridad, hasta que los haya vencido… La diversidad de sentimientos, en las cosas especulativas como en las prácticas, generalmente es madre de la discordia y enemiga de la unión de voluntades; todas se esforzarán por evitarla, tanto como les sea posible, y se guardarán de apegarse a su propio parecer, como de una peste muy perniciosa contra la paz y la concordia. »(OC IX, 213) Por lo tanto hay que ir hasta la raíz de todos estos movimientos que cada día aparecen en nosotros, como obstáculos en el camino de una verdadera reconciliación. Para esto desde el principio se debe estar atento, y en el discernimiento de candidatos tener en cuenta las disposiciones íntimas de cada uno en este nivel: Puesto que « El amor desordenado de sí mismo, nos ata a nuestros intereses y nos lleva a buscar nuestras comodidades y satisfacciones, es el enemigo mortal de la unión que debemos tener con nuestros hermanos, y fuente de todas las divisiones, en la Congregación, no se recibirá a nadie si no está bien resuelto a trabajar concienzudamente para hacerle morir en sí, y para hacer vivir y reinar el verdadero amor de Dios y la verdadera caridad del prójimo”. (OC IX, 4/4, 223) En esta perspectiva de vigilancia constante, de renunciamiento de sí para darse a Jesús a fin de que Él pueda vivir y reinar en nosotros, se comprende que Juan Eudes haya querido invitar a sus hermanos a un momento cotidiano de “relectura” de su vida, en lo que el llama “ejercicio del medio día”. Más que un « examen de conciencia » es una oración de adoración y alabanza delante de diversos aspectos del misterio de Cristo. Esta contemplación se vuelve deseo de conversión y consentimiento a la acción del Espíritu Santo. Al término de este momento donde uno se ha « expuesto » al amor salvador, Juan Eudes propone una oración sacada de la Escritura, en la cual se combinan dos pasajes de Pablo en su Epístola a los Corintios, ya citada: Cristo Jesús se hizo por Dios, nuestra salvación, nuestra justicia y nuestra santificación. Él murió por nosotros, a fin que los vivientes no vivan más por ellos mismos, sino por Él, que murió y resucitó por ellos. Queremos, Señor Jesús, que reines en nosotros. Es todo el sentido de la vida cristiana lo que se expresa allí: Jesús dio su vida para reconciliarnos con Dios y, a nuestro turno, nosotros no podemos ya vivir centrados sobre nosotros mismos, sino abrirnos a Jesús para que Él viva y reine en nosotros! Conclusión Para terminar esta parte, quisiera citar un texto de Juan Eudes, que no habla directamente de reconciliación, pero que evoca el poder transformante del Corazón de Jesús. Juan Eudes no habla, como se hace hoy, de reconciliación cósmica. Pero, la manera como evoca el Corazón de Jesús puede englobar una dimensión de reconciliación universal. Cuando, verdaderamente Jesús es reconciliador que “reina” en una vida humana, por otra parte tan frágil, se puede descubrir un principio de realización de la profecía de Isaías, de su visión escatológica; es ya un paso hacia la construcción de un porvenir donde la creación será reconciliada, encontrará de nuevo su primitiva armonía. (Is. 11, 6-9): «El Corazón de Jesús, hogar ardiente de amor transformante… transforma las serpientes en palomas, los lobos en corderos, las bestias en ángeles, los hijos del diablo en hijos de Dios, los hijos de cólera y maldición en hijos de gracia y bendición…” (OC VIII, Lect 48) Marie-Françoie Le Brizault Angers, Junio 2006