Viajar, vivir, escribir

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VIAJAR, VIVIR, ESCRIBIR
Una vez tuve nueve o diez años, y llegué a Meung cabalgando sobre un
infame jamelgo amarillo. Una mujer rubia y misteriosa me sonrió desde una
carroza y un espadachín con cicatriz en la cara me dio la primera lección de
mi vida. Después tuve catorce, dieciocho años y fui sucesivamente- o quizás
a la vez- Fabricio del Dongo, Gabriel, Hans Castorp, Jim. Amé a las mujeres
que ellos amaron y sentí latir su pulso en mi muñeca. Fueron, junto a todos
ellos, años de aprendizaje. Tiempo de lecturas ininterrumpidas y
fascinantes, cuando todo estaba por descubrir y cuando todo cuanto podía
caber en una vida todavía por vivir era posible. Y en ese contexto, hubo algo
que comprendí muy pronto. Algo que después me llevó, durante más de
veinte años, de un lado a otro. Uno puede adquirir en los libros, en el cine o
donde sea, experiencias maravillosas. Pero el mundo se divide en dos tipos
de niños, o de jóvenes, o de hombres: los que se limitan a gozar con historias
vividas o creadas por los demás y los que no se resignan a eso y deciden
construir sus propias historias.
Un polizón en el mar
Lo que decidí por esa época fue no resignarme a vivir más sueños a
través exclusivamente de los libros que leía. Intenté escribir algunas cosas,
pero trabajaba experiencias ajenas. Una aventura de descenso a los
infiernos era una copia burda de Dante. Cualquier poema estaba plagado de
Bécquer, o Baudelaire. Una historia sobre romanos era La Eneida o Quo
vadis. Yo era un jovencito intruso. No tenía nada mío que aportar. Aún me
nutría de vidas ajenas. Tenía que vivir en primera persona. Tenía que viajar,
tenía que ver mundo, vivir aventuras, tener amigos como el capitán Haddock,
traficar con opio en los mares de China, con perlas en Ceylán, enamorarme
de bellas princesas, morir varias veces para salvar a los amigos fieles y
otras heroicas variantes. Así que un día, con veinte años, cogí una mochila
llena de libros, me enrolé en un barco y me puse a viajar. En un tipo con mis
antecedentes literarios (Conrad, Stevenson, Melville y compañía), lo del mar
como punto de partida era obvio. El mar es el más clásico de todos los
clásicos que nutren la novela de aventuras o la aventura de la novela. Tiene
todos los ingredientes: el viaje, lo desconocido, el peligro, la furia de los
elementos, la libertad, el combate, el tesoro, la Historia, con mayúscula. Y
además el mar genera personajes de incalculable riqueza novelesca. Así que
yo también tuve mi mar. Y viví lo que quería vivir. Supe lo que era capear un
temporal con las olas barriendo la cubierta y mirando al capitán agarrado al
puente como quien mira a Dios. Supe con veinte años lo que era tener en la
mano un cuchillo para defender el pellejo en un callejón oscuro. Y poco a
poco, todo aquello que había leído en los libros fue materializándose: la
guerra, los amigos, el amor, la muerte y todas esas cosas. Me salió bien, fui
reportero, empecé a vivir eso y de eso he vivido hasta hace poco. Lo que
ocurre es que descubrí también que las cosas no eran como yo las había
soñado. Que ya no se trafica con opio en un sampán de los mares de China,
sino con cocaína desde un despacho con moqueta de un palmo. Que las perlas
las hacen los japoneses, sintéticas, y que las princesas se llaman Estefanía y
se casan con sus guardaespaldas. Y que después de la aventura personal,
cuando uno llega a su casa, o a donde sea, y se tumba boca arriba, a mirar el
techo, comprende que bueno, que vale, que qué bien. Pero que eso no llena
una vida y que el precio que se paga es, a menudo, demasiado alto.
Resumiendo: descubrí que aquello no era suficiente. Que me faltaba
algo. Que la aventura, el riesgo o como quieran llamarlo no es una meta en sí,
sino una etapa de algo, una parte del viaje. Y que en realidad, si fue la
literatura la que me empujó a llevar esa vida, una vez vivido todo eso, el
camino lógico, natural, era un retorno a las fuentes. Un regreso a ese origen.
A la literatura. También comprendí que la vida de un reportero es limitada;
que un día las noches en vela, los sobresaltos, las borracheras, el café, los
bombazos, los aeropuertos, los fracasos y la tensión te pasan la factura, y
te conviertes en un viejo hecho polvo, como tantos compañeros. Las tres D,
que dice el abuelo Leguineche: desequilibrados, divorciados y dipsómanos. En
fin. Conozco muchos casos así y no quise que ése fuera el mío. Y comprendí
que la literatura, escribir novelas, narrar historia, esta voz sobre el papel,
historias en las que ya no sería protagonista, sino autor y sobre todo lector
al mismo tiempo, sería una apasionante aventura. Resumiendo: que la
literatura, escribir novelas, contar historias, sería una digna alternativa, una
retirada honrosa. Un digno último puerto antes de terminar, como todos, en
el viejo cementerio de los barcos sin nombre.
ARTURO PÉREZ-REVERTE, Leer, núm. 80 (invierno 1995-1996), p. 16-18
Viajar, vivir, escribir
1. COMPRENSIÓN DEL TEXTO
1.1 ¿Qué concepción de lo literario tiene Pérez-Reverte, según el texto?
1.2 ¿Cómo respondería el autor a la pregunta ¿por qué escribo?, teniendo
en cuenta el texto?
1.3 Propón un sinónimo para infame, adquirir, resignarme, burda, nutría y
retorno.
1.4 Glosa el significado de las siguientes secuencias:
a)
b)
te pasan la factura
Un digno último puerto antes de terminar, como todos, en el viejo
cementerio de los barcos sin nombre.
1.5 Propón un antónimo para ajenas y libertad.
1.6 Comenta el valor del segundo Resumiendo que aparece al final del
último párrafo.
1.7 Comenta el tipo de narrador del texto.
2. REFLEXIÓN LINGÜÍSTICA SOBRE EL TEXTO
2.1 Describe morfológicamente las siguientes palabras: amarillo,
primera, todos, ellos, todo, algo, uno, eso, algunas, nada, mío,
bellas, varias, fieles, otras, lo, además, las, demasiado, aquello, sí
y ése.
2.2 Busca la palabra primitiva y busca una palabra derivada de las
siguientes palabras: carroza, espadachín, ininterrumpidas,
maravillosas, jovencito, heroicas, desconocido, guardaespaldas,
bombazos, aeropuertos, desequilibrados, apasionante y honrosa.
Di también si son derivadas, compuestas o parasintéticas.
2.3 Determina la función sintáctica de las siguientes secuencias: rubia,
en la cara, Fabricio del Dongo, posible, a los infiernos, una copia
burda de Dante, yo, obvio, agarrado, reportero, las cosas, de un
palmo, demasiado alto, algo, de un reportero, limitada, sobre el
papel, protagonista, digna, digno y sin nombre.
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