VIVIR “EN” PAREJA O “CON” PAREJA......... El hombre y la mujer han nacido para amarse, pero no para vivir juntos. Los amantes célebres de la historia vivieron siempre separados. Noel Clarasó (1905-1985) Escritor español. En las últimas décadas se han venido conformando (y ampliando en cantidad) configuraciones de pareja un tanto diferentes a la tradicional, entendiendo por tradicional a la pareja matrimonial constituida bajo el amparo de la ley civil, los preceptos religiosos, los usos y costumbres de la modernidad. Parejas “prematrimoniales”, parejas de homosexuales, parejas de lesbianas, parejas de “segunda” o “tercera” vuelta, pareja con marcada diferencia generacional, etc. Dentro de ese espectro ubicaría a aquellas parejas que por mutua decisión deciden no convivir, ni siquiera como proyecto futuro, y que no son relaciones pasajeras sino perdurables. Y es sobre este modelo, bastante difundido en la época actual, que quisiera reflexionar. ¿Qué tienen de común con las tradicionales y en qué se diferencian? Se trata en general de personas que ya han vivido gran parte de su vida en pareja, incluso que han formado una familia, que por lo tanto han tenido hijos, y que se han separado, una o varias veces y que tal vez esa sea una de las tantas razones por las cuales no quieran insistir nuevamente en una convivencia. Me interesa detenerme en este tipo de parejas ya que constituyen una forma de vinculación bastante frecuente, por un lado, pero además considero que los códigos particulares que crean son anticipadores de los cambios que se irán produciendo en el futuro en forma extendida en la vida de la mayoría de las parejas. Decía más adelante que en su mayoría se trata de personas que han transitado una (o varias) separaciones. Si entendemos que la separación conyugal es un proceso que implica duelo y elaboración ¿deberíamos considerar, entonces, que aquéllos que no optan nuevamente por la convivencia no han superado esa instancia de elaboración de la pérdida de la/s pareja/s anterior/es? ¿Es ese “objeto inaugural de la conyugalidad” el que obtura esa posibilidad de unión cotidiana, o podemos pensarlo también como una “decisión superadora” (o por lo menos un intento) de todas aquellas paradojas que la convivencia implica? ¿Acaso deberíamos asignarle a la decisión de no convivencia una connotación negativa de manera generalizada? Si bien en algunos casos podría deberse al impacto traumático causado por la/s separación/es que sigue operando, me parece que vale la pena detenerse en aquellos otros donde esta decisión aparece más libre de conflictos. Es sabido que el matrimonio es un compromiso formal de una pareja ante las leyes civiles y a veces también ante la autoridad religiosa. Pero también existen “uniones de hecho”, que en algunos casos son prematrimoniales, en otros segundos matrimonios o simplemente personas que descreen de esos compromisos formales. Concubinato o arrimonio como dicen en Venezuela, es un compromiso solamente entre la pareja, sin 1 presencia de ninguna autoridad que lo convalide o legalice ni ante Dios ni ante la ley. Este tipo de unión recibe, en general, menos protección de la ley. Los concubinos o "arrimantes" están atados solo por su deseo y su palabra de amarse y asistirse mutuamente, y contrariamente al matrimonio, pueden ponerle fin de la noche a la mañana y cada quien toma su camino. Hoy en día en estos tiempos de globalización, búsqueda de la simplificación de los compromisos, y cada vez una mayor indiferencia de las parejas a la sanción social (el" que dirán") es cada vez más popularmente aceptado. No son lo mismo las uniones entre jóvenes que personas mayores. Los jóvenes se juntan con mayor cantidad y tipo de propósitos que los adultos. Buscan iniciar una vida totalmente diferente y nueva. En los jóvenes se busca crear un hogar, un patrimonio común y una familia y por tanto, es deseable y necesaria la protección del estado y especialmente para salvaguardar los intereses y bienestar de los hijos. En la pareja de mayores, los fines y objetivos son muy diferentes. Normalmente ya se han procreado los hijos y posiblemente ya no se desean o no se puedan tener más. La separación matrimonial conlleva un proceso de duelo. Lo peculiar de este duelo es que se "muere" el vínculo pero siguen vivos sus integrantes. Es un duelo por lo vincularconyugal. Al separarse, la pareja pierde: - la conyugalidad reasegurada con sus ritmos, costumbres y hábitos (en el que se incluye la pérdida de la familia política )- lo que el uno invistió en el otro y la posibilidad de ser deseado por el otro - la posibilidad de encontrar en el otro un reconocedor permanente (según J.Puget, en el matrimonio se tiene la ilusión de contratar a un reconocedor permanente). Se pierde un vínculo identificante. - los proyectos compartidos, duelo por lo que no se pudo construir juntos - el "nosotros" sostén del pacto de conjurar en pareja la enfermedad, la vejez y la muerte. Encontramos un dolor narcisista, porque aunque cualquiera de los dos puede hacer vínculo con un otro, resulta intolerable pensar que el otro de quien se separó es reconocido y deseable. Resabio del sentimiento de posesión del objeto originario. Artilugio defensivo para enfrentarse con los límites de esa combinatoria vincular quebrada. Al perder el encuadre matrimonial se pierden las regularidades espacio-temporales afectivas y económicas que caracterizan a la convivencia dentro de la institución En la película “Infidelidades” dirigida por Liv. Ulman con guión de I. Bergman, aparece un acápite que dice: “Ningún fracaso común, sea enfermedad, bancarrota o desgracia profesional, se reflejará tan cruel y profundamente en el inconciente, como un divorcio. Penetra al centro de la angustia forzándola a tomar vida. Penetra más profundamente que la misma vida.” Si bien esta afirmación de un autor noruego, es bastante dramática, pienso que salvo contadas ocasiones muy especiales, las separaciones de parejas que han convivido un largo trecho de vida, deja marcas muy fuertes y en general hay que considerarlas a la manera de un trauma, que necesita ser elaborado psíquicamente. Volviendo sobre el concepto de “vivir con pareja” (y no “en pareja” es decir en convivencia) tal vez aluda a una diferencia que corresponda a las transformaciones socio2 culturales que se han ido imponiendo a partir fundamentalmente de la segunda mitad del siglo XX. Creo además que es una propuesta que se contrapone con la del matrimonio tradicional, y resulta como una alternativa posible que se adecua a las formas de vida actuales. Además considero que lo que sucede en la intimidad de estas parejas de no convivencia, pero que se consideran permanentes y que por lo tanto perduran, podría ser considerado como elementos anticipadores, precursores de los cambios que intuyo las parejas matrimoniales deberán hacer para sobrevivir como tales en el futuro. Creo que algunas de las razones, entre muchas, para que estas parejas de no convivencia proliferasen en las últimas décadas son la aceptación difundida del divorcio, el aumento constante de la ruptura de relaciones con convivencia y una constante percepción que la vida en común conlleva paradojas imposibles de resolver y un desgaste permanente difícil de evitar. Si bien estas parejas están en su mayoría por integrantes mayores, como decía antes, que ya han tenido una o varias parejas de convivencia, también en los últimos años, han aparecido en distintos países (y en sus grandes capitales) estas uniones sin convivencia pero en jóvenes que descreen en la vida matrimonial y que prefieren establecerse solos. Son en su mayoría profesionales o trabajadores independientes con un muy buen pasar económico, que viven a todo confort y que sostienen estar bien de esa manera sin compartir su vida privada con nadie. Es el caso, por ejemplo, de los llamados “singletons” en el Reino Unido, solteros que viven solos, y muchos de ellos con parejas pero que excluyen la convivencia. Este crecimiento del fenómeno “solas y solas” parecería que es constante, y que se viene dando en la mayoría de los centros urbanos. Las personas están pasando cada vez más su tiempo de vida adulta, solos. Pienso que se podrían agrupar los múltiples factores en dos grandes sectores: aquéllos que descreen de las formas tradicionales de la vida en pareja, incluyendo el matrimonio, porque lo han vivido a través de las parejas mal avenidas o conflictivas de sus padres, o porque ya han tenido experiencias propias que no le resultaron agradables y prefieren entonces en no insistir en ese modelo, y aquéllos que eligen vivir solos porque de esa manera consiguen una libertad individual, autonomía, una preservación de su espacio privado, y una gran facilitación para la obtención de sus proyectos personales. Algunos huyendo de la pareja formal porque la rechazan, y otros porque no le dan tanta importancia en su vida como para hacer de esa convivencia, su eje vital, y porque se sienten más cómodos no teniendo que negociar con otro sus decisiones. Pero estos jóvenes, así como los mayores, cuando encuentran una persona que les agrada, con la cual pueden compartir sexo, afinidades, tiempo libre, etc. y con la que, además, no quieren convivir, comienzan a practicar formas de encuentro, usos, códigos, reglas, que en algunos casos son muy interesantes de analizar porque, creo, anticipan cambios de lo que sí podrían incluirse en las parejas de convivencia. El tipo de frecuencia para sus encuentros y las justificaciones que esgrimen para sostener esa posición, el respeto de sus propias necesidades y las del otro, la manera de compartir o no determinadas actividades, preferencias, gustos, amistades, economía, vida familiar, vida sexual que incluiría o no la exclusividad, son algunos de los temas más destacados que cualquier pareja con cierta estabilidad debe afrontar, pero que en estos casos de no vivir bajo un mismo techo, adquieren formas de resolución diferentes, novedosas, inéditas a las que se adoptan en las parejas formales. 3 Matrimonios por conveniencia Así como en determinadas épocas los matrimonios se establecían por estricta conveniencia económica, principalmente en la burguesía, hoy en día muchos matrimonios continúan por esa misma razón. Es decir, lo que antes era un factor en el inicio o en la constitución del vínculo, hoy sería en muchas ocasiones una razón valedera para no desestabilizar la economía familiar, más aún si el ingreso principal se encuentra atado a convenios societarios de ambos miembros de la pareja. La crisis laboral, lo magro de un ingreso único, la falta permanente de vivienda colaboran para que esto se sostenga. Pero esta conveniencia se traslada no solamente en lo económico sino a otros factores emocionales y psíquicos. La conveniencia de no separarse a pesar de que ya no los una ni el amor ni el deseo se puede deber a múltiples causas más allá de lo económico, es decir, a otro tipo de economía: la psíquica. Sobre el acostumbramiento a un otro/a después de muchos años de convivencia. Sucede a veces que uno cree que una nueva relación postmatrimonial podría llegar a moverse dentro de los parámetros de la relación anterior. No con respecto a lo que se odiaba o criticaba del otro/a, sino en cuanto a aquellos aspectos que aparecían como "naturales"; esos que a cada uno se les presentan como "lo que debe ser o debe darse en una pareja". Pero sucede que en el nuevo encuentro la naturalidad del otro/a muy probablemente transite por carriles muy diferentes. Entonces lo más probable es que frente a eso, aparezcan conflictos, desilusiones, desentendimientos, sentimientos de ofensa, etc. Porque se le exige a la otra persona comportarse de una manera parecida a todo lo bueno que como marca, dejó la pareja anterior. Si no responde a esas situaciones de una manera parecida le resulta extraño e inconcebible. Lo que sucede fundamentalmente es que cada uno ha construido en su relación anterior mundos muy particulares que se ajustaban a cada uno de los protagonistas. Esos modos, costumbres, maneras de ver y procesar hechos y circunstancias vitales, hacen que ahora uno quiera reproducirlos, volver a verlos como naturales en la nueva relación. Cuesta mucho aceptar un nuevo punto de vista sobre idénticos temas. Eso "es así", no hay otra manera de concebirlo, resulta como inamovible: "Yo siempre me manejé así, ¿pensás que ahora a esta edad de mi vida lo voy a cambiar?"... No son muchas las personas que pueden darse cuenta de estos temas y realizar los cambios necesarios para poder intercambiar con lo nuevo, "mezclarse" y aceptar lo diferente. Se dirimen entonces cuestiones que pasan principalmente por el plano de los principios, valores e ideología; se atacan mutuamente pensando que el otro no tiene idea acerca de lo que es compartir, convivir, querer a alguien, respetarlo, ser solidario, colaborador. Porque todos esos principios fueron puestos en juego bajo otras circunstancias vitales y con otro individuo, que por supuesto, era muy diferente al actual. Cambiaron los actores, el escenario, la coreografía, pero cada uno cree que puede reproducir aquella parte buena de la obra teatral que representó durante muchos años. Esto ocurre fundamentalmente porque cuando dos personas conviven en un proyecto común como lo es la pareja matrimonial, se crea una nueva realidad del "nosotros" que es una compleja manera de pararse ante el mundo, resolver situaciones, 4 operar, usar, hacer, y que básicamente fue construida por ambos miembros de la pareja: cada uno fue aportando sus particularidades, producto de su historia, su idiosincrasia y lo que cada uno no se da cuenta ahora es que ese producto fue elaborado en conjunto con la pareja anterior. En aquella oportunidad se lo adoptó como propio, como lo que debía ser y hoy aunque sean otras las circunstancias, se lo quiere aplicar también. A lo que me refiero es a aquellos "usos" y costumbres que pasan a ser parte de la identidad de cada uno de sus miembros. Y aquí sería pertinente tan siquiera decir algunas palabras de un vasto tema como es el de la identidad. Podemos tener una concepción estática sobre la identidad que se alcanza en un determinado momento de la vida y que de ahí en más nos sirve para diferenciarnos de los demás y obrar con nuestro sello personal. Pero distinto es pensarla como algo que está constantemente en transformación, en constante dinamismo, que va cambiando en función de los vínculos importantes que uno va estableciendo a lo largo de la vida y de las experiencias vitales que dejan marca. Precisamente el vínculo de pareja, y todo lo que pase dentro y alrededor de él es decididamente crucial para conformar, reformar, transformar la estructura identitaria. Por supuesto que esto significa tomar una postura muy definida con respecto a este tema ya que existen planteos que tratan de avalar la idea de la identidad como aquello que define a un individuo al margen de las relaciones con otros. En una pareja constituida por años hay un constante intercambio de identificaciones cruzadas, intercambio además alimentado por el enlace afectivo. Este proceso constante que va ocurriendo entre los miembros de la pareja hace que se conformen aspectos que tienen que ver precisamente con ese tipo de intercambio. ¿Qué sucede frente a una separación de esa pareja, y qué sobre la que luego querrá constituirse? Un factor importante que habrá de tenerse en cuenta es el tiempo que transcurre entre aquella y la nueva que se conforma, un proceso que llamaríamos de duelo, que consistiría en el retiro y repliegue de todo aquello puesto en el otro/a que constituyó el enlace afectivo. En es caso habría como un nuevo acomodamiento de la identidad de un sujeto, donde podrían aparecer algunas distinciones acerca de lo que fue común a ambos miembros de la pareja, y cierta discriminación de lo que "sólo" pertenecía a cada uno. Un trabajo costoso, doloroso, pero sumamente valioso para que cada individuo rearme su psiquismo, se apropie de elementos que a partir de la separación vivirá como más personales. ¿Pero que sucede si ese proceso no se realiza, ese duelo entendido como retiro y transformación de lo depositado en el otro? Una de las posibilidades es que se ponga de manifiesto de una manera cruda y dramática lo que veníamos mencionando anteriormente; donde la confusión, la imposibilidad de discriminar entre las formas anteriores de vinculación y la nueva, hace aparecer innumerables malos entendidos y confrontaciones. Se quiere realizar casi mágicamente la reproducción de situaciones que se consideraban buenas, oportunas, convenientes y borrar de pleno todo lo que era malo en la anterior relación. Resultado: una terrible presión sobre el otro/a de la nueva pareja que casi indefectiblemente agotará esa nueva relación. Tal vez pueda ser esta una de las tantas posibles explicaciones del por qué tantas relaciones “nuevas” se frustran después de haber convivido un corto tiempo. La nueva relación correría con las ventajas que todo lo nuevo ofrece pero con las desventajas de lo que quedó fijado en esa pareja anterior que si bien se interrumpió, tuvo también innumerables momentos de felicidad, confort, ajustes, y que posteriormente todo eso “bueno” de aquel funcionamiento aparece como un fantasma que se interpone constantemente. 5 6