INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA Fundado por san Juan Bosco y por santa María Dominica Mazzarello N.941 El Amor elige obedecer con alegría Queridísimas hermanas: He escrito esta circular, mientras me encuentro en Asia, para compartir la belleza y la responsabilidad de la obediencia como participación en la vida de Jesús, enteramente disponible al designio del Padre y en comunión con María que hizo de su existencia una adhesión gozosa a la voluntad de Dios. Creo que es el momento favorable para retomar con nuevo entusiasmo y concreción cuanto hemos elegido con plena libertad en la Profesión religiosa. Las Constituciones afirman que «Estamos llamadas a vivir la obediencia evangélica en comunión con Cristo y en comunión entre nosotras […] al servicio de la Iglesia, según el proyecto apostólico de don Bosco» (C 29). En esta óptica continuamos el camino de preparación al Bicentenario del nacimiento de nuestro Fundador y al CG XXIII, encontrando nueva audacia para ser hoy con los jóvenes casa que evangeliza. La circular lleva la fecha del 24 de noviembre 2013, día en que termina el Año de la fe convocado por Benedicto XVI. Es una feliz y providencial coincidencia que nos invita a concluir la conmemoración de los 50 años del Concilio Vaticano II y a dar continuidad a este tiempo de gracia que la Iglesia universal está viviendo. He tenido el gozo de encontrarme en la plaza de San Pedro con el Papa Benedicto XVI y todos los participantes en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización, con ocasión de la apertura de este Año de la Fe. Allí procuré representaros a todas. Ahora es el momento de releer nuestra experiencia vivida durante el año. Ella contribuye a dar nueva luz a nuestra identidad de consagradas FMA. Recorramos, como Familia salesiana, el camino del sí de Jesús al Padre, tras las huellas de don Bosco y de la madre Mazzarello, para construir juntas la casa del futuro. Nuestros Fundadores vivieron la obediencia al proyecto de Dios con alegría y radicalidad, realizando la misión educativa que les fue confiada. Así deseamos que sea para todas nosotras. En el sí de Jesús al Padre «Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me ha enviado a realizar su obra». (Jn 4,34). La obediencia de Jesús al Padre da sentido a nuestra obediencia. En Él está el sí de la humanidad a Dios y en Él somos capaces también nosotras de comprender, acoger, realizar el proyecto de Dios en la historia personal, en el Instituto, en la Iglesia y en el mundo. El Proyecto formativo (PF) considera los votos religiosos como dimensiones del amor. Si la castidad es la transparencia del amor y la pobreza es la gratuidad del amor, la obediencia es por excelencia el servicio del amor. Con la obediencia Jesús sirve con corazón disponible el designio de salvación del Padre para toda la humanidad. Antes que un don que hacemos a Dios, los votos son un signo de su amor gratuito que acogemos como gracia transformante. Son aspectos de una única respuesta a la Alianza de amor con Él. Están estrechamente concadenados y su punto de convergencia es la experiencia de Jesús y de María. Con la Profesión religiosa cada FMA «hace suyo el género de vida casta, pobre, obediente que el Hijo de Dios escogió para sí y que la Virgen su Madre abrazó con total dedicación». (C 11). En Jesús el misterio de la obediencia a la voluntad del Padre está unido a la pobreza: “se anonadó a sí mismo” y a la virginidad por la que Jesús amó con corazón indiviso, sin parcialidad a todos, hasta el fin. La obediencia que nosotras profesamos nos sumerge en la disponibilidad radical de Jesús al Padre hasta el don de sí en la muerte de cruz. (cf. Fil 2, 7-8) Retomando una cita de la Vida Consagrada, el Proyecto formativo afirma que Jesús «desvela el misterio de la libertad humana como camino de obediencia a la voluntad del Padre y el misterio de la obediencia como camino de progresiva conquista de la verdadera libertad.» (PF, pp. 22-23). Hacer nuestra la oración de Jesús «hágase tu voluntad», exige un itinerario concreto de ascesis, de conversión para purificar el corazón de cuanto impide ser libre y abierto y abrazar el proyecto de Dios. Con la obediencia, Jesús nos hace el gran don de educarnos a «unificar todo nuestro ser con el querer del Padre». (C 80), y sus caminos no son nuestros caminos. Él es el Dios de las sorpresas: con su sabia pedagogía nos abre horizontes que, aunque distintos de los nuestros, son siempre expresión de bien, de salvación, de plena realización. La obediencia nos introduce en el misterio de la Alianza con Dios que nos ha elegido con amor preventivo. Al mismo tiempo, vivir así la obediencia es descubrir el misterio de la alianza entre nosotras, como comunidad arraigada en la comunión trinitaria, llamada a una misión común (cf C 29). Vivir la obediencia evangélica es encontrar el primer amor, la chispa inspiradora de lo que fue el seguimiento de Cristo. A Dios corresponde el primado del amor. La secuela es respuesta de amor a Su amor. Si «nosotros amamos» es «porque él os amó primero». (Jn 4,10;19). Lo que significa reconocer este amor con la íntima consciencia que hacía decir al apóstol Pablo: “Cristo me ha amado” y “ha dado su vida por mí” (Gal 2, 20). La dio obedeciendo a la voluntad del Padre (Partir de Cristo n.22). Os invito a descubrir esta preciosa fuente de los votos religiosos y particularmente de la obediencia, que tiene el atractivo del rostro de Cristo contemplado, amado y seguido. Cuando nuestra vida es superficial, triste, melancólica, infeliz, ¿no será porque hemos perdido la atracción por Jesús, ya no conseguimos descubrir Su rostro en las mediaciones y nos perdemos por caminos sin salida y sin esperanza? El CG XXII indicaba entre los caminos de conversión al amor “ser memoria viviente de Jesús, de su modo de existir y de obrar”. Con la obediencia nos adaptamos a Cristo para realizar el servicio del amor que nuestra vocación requiere. El sí de María, que permitió la encarnación del Hijo de Dios, nos ayuda a vivir la obediencia en la fe. Toda su vida fue una peregrinación en la fe (cf. Lumen fidei, n. 58), como así es llamada a ser la vida de cada una de nosotras. Ella es Maestra, Compañera y Guía en el camino hacia Jesús, de quien es Madre y discípula. Es Auxiliadora que nos precede en el camino y nos da seguridad. Tras las huellas de nuestros Fundadores En las visitas a nuestras comunidades y en los encuentros con muchas hermanas puedo afirmar con alegría y agradecimiento que el Instituto se está comprometiendo, de manera responsable, a conocer, profundizar y vivir las Constituciones respetando la forma concreta de vivir el Evangelio de cada FMA. En muchas hay la consciencia de que nuestro Proyecto de vida, arraigado en la Palabra de Dios, es la referencia más segura para revisar la vida personal y comunitaria y la misma misión apostólica. Muchas sacan de ello el ánimo y la disponibilidad para dar al carisma renovado esplendor y credibilidad en la Iglesia y en la sociedad. Nuestros Fundadores nos enseñan con su testimonio el valor de la obediencia vivida como respuesta de amor a Dios y entretejida de fe profunda, conscientes de que sin la fe y la obediencia es imposible. Don Bosco, cuando se dirigía a las FMA, con frecuencia hablaba de la obediencia. Él la consideraba el cumplimiento de todas las virtudes, el secreto de la felicidad, la fuente de la vitalidad misionera del Instituto. En efecto, ella es «el eje de nuestra vida, porque está estrechamente ligada a nuestra misión apostólica y al carácter comunitario que la distingue» (C 32 y cf. MB VI 933). Con ocasión de los ejercicios espirituales en Turín en el 1878 don Bosco proponía a las FMA una reflexión que es actual también hoy: «¿Queremos estar siempre alegres? Seamos obedientes. ¿Queremos estar seguros de la perseverancia en la vocación? ¡Seamos siempre obedientes! ¿Queremos ir muy arriba en la santidad y en el Paraíso? Seamos fieles en obedecer incluso en las cosas pequeñas.» (MB XIII 210). En Mornés, las orientaciones de don Bosco sobre la obediencia encontraron un terreno favorable. La madre Mazzarello supo no sólo vivir en primera persona la obediencia en la fe sino que animó a las primeras hermanas a seguir las huellas trazadas por el Fundador y a traducirlas concretamente en lo cotidiano. Ella vivía las características que el fundador había indicado en las primeras Constituciones: una obediencia «pronta con ánimo alegre y con humildad.» (C 1885, IV 4). Tanto don Bosco como la madre Mazzarello dieron a las primeras comunidades un sello característico marcado por la disponibilidad, la acogida, el espíritu de familia, la espontaneidad en las relaciones del ejercicio de la autoridad vivida en el humilde servicio; la serenidad de la vida comunitaria, de la prontitud del vado io con la alegría de servir al Señor para el bien de los jóvenes. Vivimos en un contexto social en el que obedecer es interpretado como un disminuir la libertad personal, casi una falta de responsabilidad ante las opciones a realizar. No es éste el estilo de la obediencia evangélica y salesiana. Esta es posible sólo en personas libres, capaces de sana autonomía y de asumir las propias responsabilidades; disponibles a entrar humildemente en el designio de Dios que se expresa a través de las mediaciones de personas y situaciones. Quien ama elige libremente el depender. Hay una estrecha relación entre obediencia y autoridad. Quien está llamado a animar una comunidad tiene el deber específico de vivir el servicio de la escucha. Una escucha disponible a dar espacios adecuados a quien tiene mayor necesidad de apoyo, a quien cansa al relacionarse; a quien necesita encontrar un corazón que acoge incondicionalmente, capaz de dar afecto y comprensión, de valorizar el pensamiento de todas de manera que cada una se sienta a gusto. Esto favorece un diálogo sincero que predispone a compartir los sentimientos, las prospectivas y los proyectos donde cada una pueda ver reconocida su propia identidad y mejorar sus propias capacidades relacionales (cf El servicio de la autoridad y la obediencia, n.20). En este clima la obediencia se hace obediencia fraterna, vivida como experiencia de maternidad en llevar los “pesos” tanto de las personas como de las situaciones. En toda FMA hay un fuerte deseo de caminar juntas, de acogerse en la fe, de sentirse como mediación de la voluntad de Dios para la otra. La obediencia fraterna se convierte así en un estilo de vida, un camino de santidad con rostro comunitario. Ella implica la expresión diaria de la confianza, de la estima, del perdón que tiene en la Eucaristía su más válido fundamento. Quisiera expresar un gracias a todas las hermanas que han hecho de la obediencia el punto focal de su fidelidad a la llamada de Dios, dándose sin reserva en la comunidad y en la misión. Mi gratitud y la de todo el Instituto se dirige en particular a las hermanas mayores y enfermas que viven diariamente esta disponibilidad con amor y alegre fidelidad. El Papa Francisco en una meditación matutina definió las casas de reposo de los sacerdotes y de las hermanas como “santuarios de apostolicidad y de santidad” (18 octubre 2013). Realmente son así si en ellas habitan personas que como María se abren a la llamada siempre nueva de Dios. Me parece necesario tocar otros dos aspectos relativos a la obediencia vivida en un estilo mornesino. Ante todo, el discernimiento, que involucra a toda la comunidad (cf C 35). Soy consciente de que no es siempre fácil realizarlo, pero es posible si juntas estamos atentas a buscar la voluntad de Dios en nuestra vida y en la misión que se nos ha confiado. Esto pide la disponibilidad de reconocer con humildad en cada hermana, en cada persona, la capacidad de captar la verdad, aunque sea parcial, y por ello a acoger su parecer como mediación para descubrir juntas el querer de Dios, hasta el punto de reconocer las ideas ajenas como mejores que las propias. Este reconocimiento nos libra de prejuicios, de apegos excesivos a las propias ideas y de esquemas rígidos que podrían exasperar por la diversidad de pareceres, impidiendo captar su riqueza (cf. El servicio de la autoridad y la obediencia n. 20). Es en el discernimiento preparado en la oración, iluminado por la Palabra de Dios y por la confrontación con el carisma que podemos interpretar las vicisitudes de la historia humana, las exigencias de los jóvenes más pobres, las urgencias de la evangelización y las prioridades de la Iglesia siguiendo las inspiraciones del papa Francisco. ¿Estamos convencidas de que la comunidad es el lugar privilegiado para conocer y acoger la voluntad de Dios? ¿Creemos que el discernimiento es una de las experiencias más significativas de la fraternidad consagrada? ¿Qué aportación podemos ofrecer para que la comunidad pueda consolidar la comunión y hacerse disponible a las exigencias de la misión, realizando un proyecto elaborado, vivido y, juntas, revisado? ¿Cuáles son los impedimentos que hacen fatigoso este camino personal y comunitario y qué caminos podrán hacer que sea verdadero lugar de crecimiento vocacional? ¿Encontramos dificultades en aceptar que Dios nos hable a través de las mediaciones humanas que él mismo pone en nuestro camino? Otro aspecto importante de la obediencia salesiana, que ya he tratado en diversas ocasiones, es el coloquio personal como medio privilegiado para discernir la voluntad de Dios. En la visión de don Bosco, eso es «elemento» insustituible para el crecimiento personal y comunitario en nuestra identidad de Hijas de María Auxiliadora» (C 34). La madre Mazzarello, al escribir a sor Ángela Vallese, se expresaba así: «Mi buena sor Angelina, he leído tu rendiconto, puedes estar tranquila y pensar que nuestros defectos son hierbas de nuestro huerto y hay que humillarse y combatirlos con valor. Somos poca cosa y no podemos ser perfectos; por lo tanto, humildad, confianza y alegría.» (C 55. 8). Dejo que vosotras descubráis otras fuentes que documenten la importancia y la eficacia del coloquio como momento privilegiado para el crecimiento personal y para la serenidad del clima comunitario como clima de casa donde se respira la alegría de vivir y trabajar juntas. Sobre todo, os animo a hacer de ello experiencia concreta. En este tiempo en que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización y en el que nos preparamos al CG XXIII, estoy segura de que sabremos valorizar este medio privilegiado que nos permite crecer en la fe, caminar en la comunión, compartir alegrías y esperanzas. Podremos testimoniar así una presencia educativa que se convierta en propuesta vocacional, luz para las jóvenes en la búsqueda de su proyecto de vida, con las cuales construir casa que evangeliza. ¿Puedo esperar que el Año de la fe sea para todas un relanzamiento de esta valiosa oportunidad que es el coloquio personal? Para construir la casa del futuro Ser discípulas de Cristo, seguirlo en el camino de las bienaventuranzas evangélicas es ser como Él misioneras del Padre. En la vocación salesiana somos consagradas para la misión, vivimos el seguimiento de Jesús como comunidad con el compromiso de evangelizar a los jóvenes mediante la educación. Seguir a Jesús quiere decir comprometernos en las fronteras de la educación, no tanto para desarrollar obras, sino para realizar la Obra que el Padre nos confía: hacer crecer a Cristo en el corazón de las jóvenes generaciones (cf. C 7). Ser discípulas es la primera misión. Jesús no manda maestros, sino discípulos. Y, por otra parte, la finalidad de la misión es hacer discípulos a todos los pueblos, o sea hermanos y hermanas que acogen y ponen en práctica el Evangelio. Por esto los cristianos son indivisiblemente discípulos y misioneros. No hay situación de vida en la que no se pueda vivir la misión. Cualquiera que sea la condición en que la obediencia nos pone y a cualquier edad que tengamos, participamos en la misión del Instituto con nuestra misma presencia fraterna y testimonio. Entre los Consejos evangélicos del seguimiento, la obediencia especialmente permite sentirnos enviadas no sólo individualmente, sino como comunidad. Vivir en comunión, compartir este designio es nuestra primera misión porque expresa la nueva forma de vivir juntas según la lógica del Evangelio y del carisma salesiano. Obedecer es poner todo lo que somos y tenemos al servicio del sueño de Dios sobre nuestro Instituto y sobre las jóvenes generaciones. De esta forma la obediencia se convierte en signo profético en cuanto que representa la alternativa al individualismo, al egoísmo, a la búsqueda del éxito personal. Compartir la misión salesiana a veces puede pedirnos también obediencias costosas, no siempre comprensibles de inmediato. La certeza de servir al Reino de Dios nos da ánimo y permite afrontar también el riesgo fiándonos de la voluntad del Señor manifiesta a través de sus mediaciones. Algunas resistencias a aceptar un cambio de destino o de actividad ¿no podrían tal vez ser causa de una vida de fe débil o de la necesidad de realizar un proyecto más nuestro que de la comunidad? ¿Cómo vivimos la pertenencia al Instituto a través de la obediencia recibida con total disponibilidad? ¿Cómo podríamos ayudarnos más a vivir las exigencias de la obediencia con la sencillez de lo cotidiano, apoyándonos con la oración, seguras de que nada se nos pide que no sea para bien? Hagámonos este regalo con generosidad y confianza. Aquí está la fuente de nuestra alegría que resiste incluso momentos fatigosos y difíciles de la vida y se hace anuncio creíble de la presencia de Dios hoy. El CG XXIII nos invita a ser hoy con los jóvenes casa que evangeliza, no sólo como comunidades religiosas, sino juntas con los mismos jóvenes. Antes bien, podemos ser evangelizadas por ellos. Ayudadas por las nuevas generaciones y en colaboración con la comunidad educativa, podremos comprender mejor el mundo y juntos construir la casa del futuro. El Señor nos habla también a través de las jóvenes y los jóvenes. La escucha profunda de sus preguntas nos lleva a buscar respuestas adecuadas en nuestra misión educativa. Os invito, queridas hermanas, a poner una nueva confianza en las jóvenes y en los jóvenes. Descubriremos que ellos saben sorprendernos todavía, yendo más allá de nuestras expectativas. Tal vez encontremos también la alegría de la propuesta vocacional y asistamos, con asombro, a la respuesta convencida y disponible de muchos de ellos. Cada vez mayor número de jóvenes descubren el compromiso del voluntariado como lugar de encuentro con Cristo en la persona de los más necesitados, hasta el punto de que deciden abrazar la vida consagrada. Si las jóvenes ven en nosotras personas felices en la obediencia, no con la formalidad de las normas, sino como servicio de amor, podrán quizás más fácilmente tomar la decisión de abrazar aquel gran proyecto que realiza hoy el sueño de nuestros Fundadores. Esto es lo que he creído urgente compartir con vosotras. ¡Que María, icono perfecto de fe, Mujer del sí incondicional y alegre, nos ayude a entregar totalmente nuestra vida al Señor Jesús y a servirlo con audacia para ser personas que evangelizan, constructoras de casa con y para los jóvenes. Deseo a todas un buen camino de Adviento, una hermosa y serena fiesta de la Inmaculada y santa Navidad. Hago extensivos mis augurios a vuestras familias, al Rector Mayor don Pascual Chávez Villanueva, a los hermanos Salesianos, a los varios grupos de la Familia salesiana, a las comunidades educativas y a los jóvenes a los que miramos con gran esperanza y confianza. Que Dios os bendiga y que Su alegría sea vuestra fuerza para vivir el sí cotidiano con renovada disponibilidad. Roma, 24 de noviembre de 2013 Afma. Madre Sor Yvonne Reungoat