Ética y poder en la información

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Ética y poder en la información
Maria Rosa Lorbés
Con ocasión de su Tercer Congreso, realizado en Loja en octubre,
la Organización Católica Latinoamericana y Caribeña de
Comunicación (OCLACC) hizo entrega de los premios
“Comunicador por la Paz” a destacados comunicadores. Entre
ellos fue premiada María Rosa Lorbés, por su tra-yectoria de vida
y en reconocimiento a su compromiso como periodista al servicio
de la Iglesia y el pueblo del continente. Desde estas líneas, nuestra
calurosa felicitación.
Reproducimos a continuación su intervención en el panel Ética y
poder en la información, que tuvo lugar dentro de los trabajos del
Congreso.
Desde un análisis semántico de las tres palabras que constituyen el título de este panel (ética, poder e
información) y desde una aproximación empírica a la realidad comunicativa de nuestros países, salta
a la vista la imbricación, la relación dialéctica y conflictiva entre estos tres conceptos y muestra por
qué el III Congreso Latinoamericano y Caribeño de Comunicación lo propone para nuestra reflexión.
La información es poder, se suele decir, pero ¿de qué clase de poder se trata? Y aquí se presenta el
primer dilema ético: ¿es la información un poder que busca seducir y controlar, es decir,
manipulador, deshumanizador e idiotizante, que establece con el consumidor una relación
unidireccional, vertical y desigual, como si considerara al público un sujeto pasivo o un menor de
edad? ¿O un poder que busca promover cambios en las personas y en la sociedad mediante la
persuasión, la comunicación bidireccional y horizontal y el desarrollo del sentido crítico y que, por
lo tanto, apunta a empoderar al ciudadano? Obviamente, el primero está reñido con la ética, mientras
que el segundo está imbuido del sentido de responsabilidad social y, por lo tanto, orientado por la
adhesión a valores morales.
Pero el poder mediático, el poder que podemos calificar, de alguna manera, como ideológico, en la
medida en que contribuye a elaborar sentidos y significados y construir imaginarios, no es un poder
aislado ni autónomo. Interactúa con otros poderes en diferentes correlaciones, el poder político y el
poder económico, sobre todo. Lo que ocurre es que, como señaló el presidente del Colegio de
Periodistas de Cataluña, Joan Brunet, en un foro realizado sobre el tema que ahora nos ocupa: “La
libertad de información es un derecho fundamental de la sociedad que hoy se encuentra
condicionado por intereses políticos, económicos y sociales, por eso resulta indispensable el
cumplimiento estricto del código ético para que la comunicación sea un servicio a favor de la
ciudadanía”.
En el mismo evento, otro participante apuntó: “La relación entre medios de comunicación públicos o
privados y sociedad se encuentra en un estado de tensión, puesto que la ética del periodista y la
credibilidad de los contenidos informativos se ven sometidas a los intereses económicos de las
empresas o a la influencia del poder político”. Mientras que Manuel Castells, también en dicho foro,
afirmó que “la política se decide en los medios” y que éstos se encuentran hoy ante un creciente
conflicto entre los “valores de la profesión y los valores de las empresas”, lo que termina
produciendo una crisis de legitimidad.
Un caso paradigmático de esta connivencia entre el poder político, económico y mediático es el caso
de Berlusconi, primer ministro de Italia hasta el 2006, el propietario de la 37ª mayor riqueza del
mundo, según la revista Forbes, quien, siendo el primer mandatario de la República Italiana, tenía no
sólo el control de los medios públicos sino que, además, poseía las tres cadenas privadas de
televisión y tenía el control del 45% de la prensa. También podríamos hablar, en cuanto a poder
económico, del mexicano Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, quien, entre sus numerosas
empresas, tiene varias dedicadas a las telecomunicaciones y la cibernética. Y, por traer otro caso de
concentración del poder mediático y económico, ¿cómo no hablar de Rupert Murdoch, dueño de la
News Corporation, que tiene la cadena Fox? El magnate, dueño de diarios como el New York Post y
The Times, posee 50 estaciones de cable y televisión abierta en Estados Unidos, Europa y Australia,
una veintena de editoriales de libros como Harper Collins Publishers y Greenwillow Books, por
mencionar sólo algunas, más 43 diarios repartidos en Estados Unidos, Reino Unido y Australia, y
acaba de comprar el control del grupo editorial Dow Jones por 5.000 millones de dólares.
Lo peligroso de estas relaciones entre información y poder económico es que el lucro se convierte en
el único norte del mundo comunicacional. La información se torna una mercancía. La comunicación
es un negocio y, como en cualquier negocio, la ganancia puede ser legítima, pero la comunicación
no es un negocio cualquiera, ya que tiene una función social y, cuando la información se convierte
únicamente en una mercancía, prostituye su esencia más profunda, al subordinar un bien público al
provecho individual. Eso es en definitiva la corrupción. En realidad, eso puede aplicarse a cualquier
actividad profesional: sea la medicina, la abogacía, la docencia, la empresa o el fútbol… No hay
nada reprochable en el hecho de que un médico, un abogado, un futbolista busquen una retribución
económica por su trabajo, lo corrupto se configura cuando el afán descontrolado de lucro se
convierte en el principal objetivo de sa actividad, lo que pervierte y desnaturaliza la esencia misma
de su función esencial, sea ésa curar, impartir justicia o informar con veracidad. En el caso de la
comunicación, el asunto es aún más grave, en tanto en muchos casos se usa el espacio radioeléctrico
que es propiedad de todos.
Las relaciones entre el poder político y los medios tampoco han sido nunca fáciles, porque en la
mayoría de nuestras sociedades ambos poderes, el político y el económico, van de la mano, pero,
incluso en aquellos sistemas de gobierno que intentan tomar cierta distancia del modelo económico
neoliberal, el problema existe, porque la tentación del poder político siempre es la de buscar un
discurso monocorde a costa del pluralismo y de la legítima libertad para disentir.
DEL CUARTO PODER AL SUPERPODER
A propósito del poder de los medios, Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, dice:
“La prensa y los medios de comunicación han sido, durante largos decenios, en el marco
democrático, un recurso de los ciudadanos contra el abuso de los poderes. En efecto, los tres
poderes tradicionales –legislativo, ejecutivo y judicial– pueden fallar, confundirse y cometer
errores.
Ese “cuarto poder” era, en definitiva, gracias al sentido cívico de los medios de comunicación
y al coraje de valientes periodistas, aquel del que disponían los ciudadanos para criticar,
rechazar, enfrentar democráticamente decisiones ilegales que pudieran ser inicuas, injustas, e
incluso criminales contra personas inocentes. Era, como se ha dicho a menudo, ‘la voz de los
sin-voz’.
Desde hace una quincena de años, a medida que se aceleraba la globalización liberal, este
“cuarto poder” fue vaciándose de sentido, perdiendo poco a poco su función esencial de
contrapoder.
La cuestión cívica que se nos plantea, pues, de ahora en adelante, es la siguiente: ¿cómo
reaccionar? ¿Cómo defenderse? ¿Cómo resistir a la ofensiva de este nuevo poder que, de
alguna manera, ha traicionado a los ciudadanos y se ha pasado con todos sus bártulos al
enemigo?
Es necesario, simplemente, crear un “quinto poder”. Un “quinto poder” que nos permita
oponer una fuerza cívica ciudadana a la nueva coalición dominante. Un “quinto poder” cuya
función sería denunciar el superpoder de los medios de comunicación, de los grandes grupos
mediáticos, cómplices y difusores de la globalización liberal. Esos medios de comunicación
que, en determinadas circunstancias, no sólo dejan de defender a los ciudadanos, sino que a
veces actúan en contra del pueblo en su conjunto” .
1
El quinto poder, para Ramonet, debe ser, pues, la sociedad civil.
ESE CUARTO PODER DE LOS MEDIOS NO ES TAN PODEROSO
COMO PARECE
En conversación reciente sobre el tema de este panel, un amigo, Eduardo Borrell, que no es
periodista, pero sí filósofo, me decía que los medios no son tan poderosos como se piensa y tuvo a
bien compartir conmigo algunas reflexiones de un breve ensayo sobre el poder en general y, en
concreto, sobre el poder de los medios. Citaré textualmente algunos extractos de su reflexión.
“Hoy día parece que el poder mayor lo tienen los medios masivos de comunicación. Los
periodistas de investigación son realmente terribles... Ellos tumban gobiernos, aniquilan
personajes. “Bastaría –se ha escrito– con que 50 periodistas pillos, con buena audiencia, se
pusiesen de acuerdo en desprestigiarlo para hacer caer a un gobierno.
Con todo, pensémoslo con atención. El tiraje de un diario exitoso no demuestra sino que son
muchos los que piensan como aquellos que escriben en él, pues a cada ciudadano le gusta leer
lo que corrobora sus opiniones personales. Los media se manejan con las mismas leyes de los
negocios. Por otra parte, su exceso de “astucia” (se venden y mienten, calumnian, tergiversan
y callan...) ha hecho caer en el desprestigio a los periodistas.
Ya no hay que conquistar el trono porque el poder no está en el trono. ¿Está en el Congreso?
¿En las divisiones blindadas? ¿En el proletariado? ¿En los técnicos, los investigadores, los
científicos? ¿En las masas indiferenciadas de clase? ¿En la ciudadanía organizada? ¿En las
instituciones multilaterales? ¿En las transnacionales? ¿En los partidos políticos? ¿En los
intelectuales? ¿En los famosos de los media?
Está donde siempre ha estado: en las personas. Nada más poderoso que una persona
inteligente, convencida, libre y consecuente con la verdad.
El poderoso de verdad no es el que violenta las puertas con un tanque, ni el que logra dictar
una ley, ni el que llena de pasquines la ciudad, sino quien se sentó a convencer y de hecho
convenció, mejor aún, logró persuadir (movió voluntades). Buena es la incidencia, pero sólo
si incluye el convencimiento, la persuasión. Si no, ¿en qué se diferencia de lo que han hecho
los conspiradores de todos los tiempos”.
Polémico y provocador, ¿no les parece? Pero mi amigo tiene, en parte, razón, mucha razón. Para el
tema que nos ocupa, es bueno que los periodistas y los medios tomen conciencia humildemente de
que no son tan poderosos como parecen. De que no tienen al frente muñecos de plastilina, sino
ciudadanos que tienen su propia racionalidad, sus propios intereses y sus propias formas
comunicativas, al margen de los medios. Los ejemplos sobran. Por no citar sino uno entre varios, en
el Perú, en la campaña electoral para la presidencia, el año 90, todos los medios y toda la plata se
volcó en una campaña mediática impresionante a favor de Mario Vargas Llosa. Pues bien, quien
ganó las elecciones fue un ciudadano de ancestros japoneses que hizo su campaña a bordo de un
tractor (Alberto Fujimori) y que un mes antes era desconocido para la mayoría de los medios y de los
votantes. Otras lógicas y otras formas de comunicación popular entraron a tallar y dejaron a los
medios boquiabiertos.
LA SOCIEDAD CIVIL ES CONSCIENTE DEL SUPERPODER DE LOS
MEDIOS Y EXIGE REGULACIÓN
Aunque parezca contradictorio, la relación entre los medios y los poderes políticos y económicos no
es rentable para los primeros, porque esa alianza es cada vez más evidente para muchos ciudadanos,
que desconfían de los medios y los acusan de corruptos y de mercantilizar la comunicación. Todo
1
“El quinto Poder”, Le Monde Diplomatique (edición española), 17 de octubre del 2003.
ello se traduce en una pérdida creciente de credibilidad. De manera que prescindir de la ética, a la
larga, no es un buen negocio.
Según una encuesta del 2005 realizada por la Universidad de Lima, el Consejo Peruano de la Prensa
y el PNUD, en Lima metropolitana y Callao, el 80.7% de los encuestados confía poco o nada en los
medios de comunicación y el 87.4% afirma que los medios manipulan la información. De otro lado,
el 72% considera que hay un uso inadecuado de la libertad de prensa y, como consecuencia, el
63.4% dice que los medios deberían estar regulados; de este universo, el 71% opta por la
autorregulación (para que el regulador no sea al Estado), pero, en cuanto a quién debe hacer esa
“autorregulación”, el 59% opina que la autorregulación debería estar a cargo de un tribunal de ética
externo e imparcial, mientras que el 37% dice que la regulación debe ser interna, que cada medio
debe autorregularse.
Otra encuesta realizada por la misma entidad, la Universidad de Lima, un año más tarde (2006),
arroja resultados similares en lo referente al descrédito de la ciudadanía: efectivamente, 80.7%
confía poco o nada en los medios de comunicación y 49.4% dice que hay poca o ninguna libertad de
prensa en el Perú. El porcentaje de los que piensan que los medios de comunicación deben ser
regulados ha crecido moderadamente (65.9%) y ha disminuido el porcentaje de los que apuestan por
la autorregulación interna, por lo que la mayoría (56.1%) afirma que la “autorregulación” debe venir
de un tribunal imparcial externo al medio.
La lógica ciudadana es muy sabia, no confundir libertad de prensa con libertad de empresa ni con
ausencia de regulación, pero tampoco identificar regulación con injerencia estatal. La pelota queda
de nuevo en la cancha de la sociedad civil.
LA ÉTICA EMPIEZA POR MÍ
Pero no quisiera acabar sin hacer algunas reflexiones que puedan involucrar más a este auditorio de
mujeres y hombres que trabajamos diariamente en la comunicación, porque resulta muy fácil situar
los problemas en “los poderes” y satanizarlos, pero el conflicto ético, en el periodismo y en cualquier
profesión, no se presenta en abstracto, en las instituciones, el sujeto ético son las personas y el
dilema ético se presenta, la mayor parte de las veces, no siempre como una elección entre el bien y el
mal, sino como un conflicto entre dos valores cuya jerarquía relativa nos resulta difícil discernir.
El discernimiento es tanto más necesario cuanto los “valores en conflicto” aparecen como
característicos y deseables en la profesión (el derecho a la información, la inmediatez, el llegar al
público en tiempo real, el acceder a la fuente más directa, el captar el interés del receptor, etc). Por
ejemplo, la pregunta de si debo informar de todo cuanto llega a mi conocimiento, sin analizar cuáles
puedan ser su consecuencias sociales; la pelea por la primicia a cualquier costo, sin importar los
medios usados para lograrla; la premura en lanzar una información, sin haberla ratificado
suficientemente; el atropello del derecho al buen nombre; el apelar a lo morboso y a lo
sensacionalista, menospreciando el derecho a la privacidad y el respeto debido al que sufre (un
accidente, una catástrofe, una guerra) y a su familia: ¿Le duele mucho? ¿Qué siente? ¿Cómo fue?
Cabría incorporar otras muchas preguntas a nuestro autoexamen ético. ¿De dónde nace nuestra
agenda periodística, de los temas que venden o que interesan al poder o de los problemas cotidianos
que preocupan a la población? ¿Quienes son los actores, los protagonistas y los rostros de nuestros
reportajes, de nuestros editoriales, de nuestras entrevistas: los voceros de lo “oficial” o los
ciudadanos comunes y corrientes, principalmente los “invisibles”: los derechos de las mujeres, los
niños, los indígenas, los jóvenes, los campesinos? ¿Y los derechos humanos de los más pobres en
general? Otra más: ¿nos preocupamos por brindar a los ciudadanos el abanico más amplio posible de
opiniones sobre un tema, incluyendo las de los que no piensan cono nosotros?
De otro lado, pocas veces tomamos conciencia del poder que nos inviste, aunque nuestro salario sea
muy escaso: el tener un micrófono, un diario, o un canal de televisión en medio de poblaciones que
viven en situaciones de pobreza y exclusión tan grandes. Con demasiada frecuencia se vienen dando
casos en mi país en que los periodistas que cubren movilizaciones sociales son vistos con hostilidad
por la población, e incluso se llega a la agresión, lo que, por supuesto, es repudiable, pero cabría
preguntarse a qué se debe esa reacción violenta de la gente humilde contra los hombres y mujeres de
prensa. Es explicable que suscitemos la ira del poderoso, y con ello no quiero convertir en ángeles a
los pobres por el hecho de serlo, sólo sugiero que nos preguntemos qué está pasando y con que tipo
de actitud nos acercamos a todos los ciudadanos. Cómo el poder que nos dan los conocimientos y los
instrumentos lo ponemos, con humildad y con respeto, al servicio del derecho a la comunicación de
la población.
En sociedades tan complejas y desiguales como las de nuestros pueblos latinoamericanos y
caribeños, los problemas, las confrontaciones y las polarizaciones sociales y políticas no faltan.
Obviamente, los medios no son los que inventan esa realidad, como a veces les gusta decir los
políticos. Pero es indudable que muchas veces, de manera irresponsable, la cobertura mediática
contribuye a convertir en “espectáculo” dichos conflictos y, de algún modo, se convierte en un factor
más de agudización de los mismos, de manera que, en vez de aportar objetividad en las información,
serenidad en el juicio e imparcialidad en la presentación de los puntos de vista de las partes en
conflicto, se apuesta por atizar el fuego, ya sea para aumentar el tiraje o el rating o por compromisos
subalternos económicos ó políticos. He aquí una cuestión ética fundamental: ¿de qué manera
contribuimos a cohesionar el tejido social de de nuestros pueblos? ¿No es eso comunicar?
La palabra clave, en definitiva, para un comportamiento ético en cualquier ámbito es la
responsabilidad social. Los periodistas somos testigos y traductores de la realidad, sí, pero también
ciudadanos y, por tanto, actores políticos de esta realidad. Es de esperar que asumamos nuestra
porción de responsabilidad social en el ejercicio ético de nuestra profesión, desde el lugar que cada
uno ocupa, para lograr una comunicación que contribuya al desarrollo, la democracia y la inclusión
en nuestras sociedades.
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