Ética en la capacitación Jorge Capella Riera Es patente que la preocupación ética aparece hoy en todos los sectores del saber científico y del práctico, al menos en sus representantes más cualificados: la biología, la medicina, la física, la economía, los negocios... muestran, en sus hombres mejores, una fuerte carga de preocupación ética. En efecto, ante las sombras que la filosofía antimetafísica ha venido arrojando sobre la verdad del ser, el hombre de hoy se pregunta angustiado por el bien: qué es el bien; porque la vida, tanto en su vertiente individual como en la social, exige imperiosamente un sentido. Es por ello que el norte inteligente y efectivo no sólo para la educación sino también para la capacitación de hoy, está en el planteamiento ético de la tarea y del objetivo del educador y del capacitador: formar hombres íntegros, personas. Lamentablemente lograr esta meta no es fácil pues como apunta Salvat (1994), el orden moral aparece cuestionado y puesto como representativo de meras «ficciones» útiles para la vida práctica. De una ética sin metafísica, parece que hemos pasado a una ética sin moral, toda vez que los postulados que la configuran (libertad, autonomía, voluntad, deber, racionalidad), se muestran como «entelequias» inventadas para poder darle sentido y fijación a un mundo que, en verdad, se mueve en eterno retorno y sin sentido. Para responder a esta realidad tenemos que reconocer, como lo hace Guédez (1999), que el proceso de racionalización y desencanto ha coronado la hegemonía de una racionalidad estratégico/instrumental, basada en una determinada idea del conocimiento y la ciencia orientados, a final de cuentas, hacia el dominio y el poder. Por su parte Simons (1998) dice que es necesario caer en la cuenta que la ética o la moral no consisten en cumplir normas que se imponen arbitrariamente al hombre y que más bien parecerían estorbar su vida y realización humana. Pero tampoco es consecuente una ética relativista, individualista o pragmática que la hace depender totalmente de las diferencias de culturas, personas o intereses. Menos aún tiene sentido una ética fácil (Iight) del todo vale si me parece bien o me conviene. Teniendo en cuenta lo dicho, en esta ponencia me propongo desarrollar este tema siguiendo este esquema: Un replanteamiento de la ética a nivel personal. La ética en las organizaciones. Formación ético-moral. La ética y el profesional de la educación. 1. Un replanteamiento de la ética a nivel personal. Simons (1998) enfoca la situación que acabo de señalar como una oportunidad para buscar enriquecer y profundizar el sentido positivo y, sobre todo, imprescindible que tiene la dimensión ética de nuestra vida. El ser humano no puede elegir ser ético o no. En expresión de López Aspitarte que parafrasea a Sartre (1967), él está condenado a ser ético. El animal tiene su vida resuelta por el dinamismo de sus instintos a los que, 1 por otra parte no puede escapar. Al hombre, en cambio, los instintos le son insuficientes y no se le ha dado un modo específico y determinado de ser y comportarse, sino que él mismo tiene que encontrarlo, y en ello se da conjuntamente el llamado ético y su dignidad de ser humano. Simons plantea cuatro dimensiones del fundamento ético en el ser humano: El hombre como ser consciente, libre y por tanto responsable, se ve en la necesidad ineludible de elegir y de emitir juicios de valor para poder optar consciente, libre y responsablemente. Así el hombre sólo es responsable ética y moralmente en la medida que es libre y consciente y, justamente por ello, responsable de sus actos. El hombre como ser en búsqueda de sentido. De lo anterior se deduce que el ser humano no tiene un destino predeterminado de encontrar y dar un sentido a la vida (y a su propia vida) que oriente el quehacer de las personas y la sociedad. Aquí entra en juego la afectividad del hombre que desea el bien aunque lo haga de manera equivocada, pues la búsqueda de sentido a la vida es algo que compromete a todo el hombre y no sólo su inteligencia. El hombre como ser histórico en búsqueda de autenticidad y humanidad. Se da por la tensión que se encuentra en el hombre entre lo que es y lo que debe, puede y quiere ser; entre su ser de hombre y su autenticidad y humanidad, es decir su autorealización personal, social y trascendente. Del ser antropológico se deriva el deber ser y hacer ético, pero al mismo tiempo el ser del hombre sólo alcanza su plenitud a través del llamado ético. El ser proyecto de sí mismo es lo que hace al hombre ser ético. Es el llamado a construir su propio ser en libertad. El hombre como ser social y solidario. Somos constitutivamente sociales, modelamos y somos modelados por el medio socio - cultural. El bien y mal que hacemos repercute en los otros y viceversa. Nuestros actos afectan y cualifican a los otros hombres y esto es recíproco. Si esto es así, la exigencia ética de construir la solidaridad es clara. 2. La ética en las organizaciones. Guédez (2001) sostiene que así como a nivel de los equipos se proclama que ninguno de nosotros es más importante que todos nosotros, y así como en materia de conocimiento se repite que ninguno de nosotros sabe más que todos nosotros, igualmente, desde la perspectiva de la ética, podría también sostenerse que ninguno de nosotros es más ético que todos nosotros. Este sentido individualizado y compartido de la ética es el que se persigue dentro de la acepción de la cultura organizacional. Es importante subrayar que la naturaleza de esta cultura debe ser más proactiva que reactiva. Esto parece obvio pero, sin embargo, debe reiterarse porque somos muy dados a plantear lo ético como un problema de corrupción más que de honestidad, con lo cual debilitamos el impacto de los mensajes. Más que hablar de los castigos y de los riesgos de la corrupción, hay que subrayar las bondades del comportamiento ético. La acepción proactiva de la ética encuentra un importante reforzamiento cuando la organización comprende que lo que se gana por medio de la imposición de un esquema restrictivo es mucho menos de lo que se pierde por la vía de la iniciativa, de la creatividad, de la lealtad, de la honestidad y de la solidaridad de la gente. Hasta el 2 bien deja de serlo cuando es impuesto, mientras que el convencimiento y el arraigo de los principios promueve una creciente economía de escala. Bien sabemos que los valores éticos, a diferencia de los bienes tangibles, no se desgastan con su intercambio, por el contrario, se incrementan y repotencian en proporción directa al uso que se hace de ellos. Los valores éticos actúan como vectores de adhesión y motivación, más que como imperativos incondicionales o patrones legales. Cuando no se convence a la gente por la vía proactiva de los principios y del modelaje, se tiene que gastar a destiempo en recuperaciones y represiones. Con Savater (1999), podemos decir que la tarea fundamental de la humanidad es producir más humanidad y con Lipovetsky (1991), que no es la ética lo que gobierna la comunicación de la organización, es ésta la que promueve los alcances y prolonga las proyecciones de aquélla. Guédez dice que el carácter ético de las organizaciones favorece las relaciones internas y externas así como la sustentabilidad organizacional. No hay ninguna actividad intelectual, afectiva e intuitiva que no se promueva en el marco de vínculos y correspondencias. Vivimos en una red o tela de araña en la cual las interconexiones y tramas pautan el desenvolvimiento inmediato y el devenir en todo su conjunto. Pues bien, en cierto sentido, la ética es la esencia mediadora entre el hombre con Dios, con la naturaleza y con los semejantes, desde la perspectiva de nosotros mismos. En la dimensión de los semejantes ubicamos también los vínculos con el grupo, con las instituciones y organizaciones, con el país y, en general, con el resto del mundo. Desde el mismo momento en el cual se debilitan o rompen esos vínculos se promueven los desequilibrios éticos. Así como se recurre a la sustentabilidad para destacar el sentido equilibrado y abarcador del desarrollo, de igual manera es posible pensar en un concepto de sustentabilidad empresarial. La clave del éxito gerencial está dada por la capacidad de combinar lo que se puede hacer (factor conocimiento), con lo que se quiere hacer (factor emocional) y con lo que se debe hacer (factor ético). Pero más allá de estas diferencias, aflora la posibilidad de conjugar el poder, el querer y el deber en un círculo virtuoso en el cual se promueva un reforzamiento progresivo y acumulativo entre estas tres dimensiones. El poder da fuerza, el querer promueve rumbo y el deber aporta claridad. Cooper (1998) apunta que recientes investigaciones subrayan que las emociones sirven de energía a los valores éticos, tales como la confianza, integridad, empatía y credibilidad, así como también promueven una mejor relación con el entorno comunitario, que es también parte de la responsabilidad ética de las empresas. 2.1. La ética como eje de relaciones. No hay ninguna actividad intelectual, afectiva e intuitiva que no se promueva en el marco de vínculos y correspondencias. Vivimos en una red o tela de araña en la cual las interconexiones y tramas pautan el desenvolvimiento inmediato y el devenir en todo su conjunto. Pues bien, en cierto sentido, la ética es la esencia mediadora entre el hombre con Dios, con la naturaleza y con los semejantes, desde la perspectiva de nosotros mismos. En la dimensión de los semejantes ubicamos también los vínculos con el grupo, con las instituciones y organizaciones, con el país y, en general, con el resto del mundo. Desde el mismo momento en el cual se debilitan o rompen esos vínculos se promueven los desequilibrios éticos. 3 Cuando este marco de relaciones se transplanta al territorio particular de las empresas, tendríamos que admitir el carácter diversificado y complejo de las relaciones que se imponen. 2.2. Causas de errores éticos. Son diversas las causas que pueden generar desatinos de carácter ético. En síntesis podemos señalar estos factores relacionados a: Principios flojos, poco asimilados y prejuicios enraizados en la conciencia de las personas. Presiones de trabajo que promuevan estrés a partir del interés por cerrar negocios o generar beneficios apresuradamente. Falta de solidez profesional y de integridad personal. Ruptura de las correspondencias entre la ética empresarial, la ética profesional y la ética personal. Entornos privados o públicos que contaminan o que operan en contradicción. Disonancia cognitiva entre lo que se piensa, se siente, se dice y se hace. Esta desagregación puede complementarse con los antivalores relacionados con: Las expectativas por incrementar en forma desmedida la obtención y el consumo de la mayor cantidad de bienes materiales. La extraña equivalencia entre logro material y logro social. La rapidez, aceleración y ansiedad con que se plantean las metas. La subestimación de los valores consolidados por la tradición. La sobreestimación del yo. La ley del menor esfuerzo. 2.3. La ética estratégica. Uno de los mayores riesgos de las decisiones empresariales se relaciona con las presiones aceleradas que proceden del entorno. Generalmente se impone pensar en medio de la velocidad del tiempo y de las exigencias perentorias. La urgencia, la emergencia y la ansiedad se están apoderando de la dinámica empresarial. Corremos el riesgo de perder la noción de lo importante a causa del apego a la presión de lo urgente. 3. Formación ético-moral. Wilson (1993) se pregunta: ¿posee el ser humano un sentido moral innato? En contra del relativismo cultural de los antropólogos, este autor supone la presencia de una pauta universal en materia de parentesco, por la cual se les tiene un gran afecto a los hijos y se siente repulsión por el homicidio y el incesto. A juicio de Wilson, cuatro sentimientos innatos infunden en la gente un sentimiento moral de tipo universal. Estos son la compasión, la justicia, el control de sí mismo y el deber. El duda que la especie humana hubiera evolucionado sin ellos. La indignación es la aliada imprescindible de la compasión y la justicia, y sería un error exigir que toda la gente fuera dulce y razonable. Pero la ira, igual que el sentimiento moral que se expresa a través de ella, debe ser refrenada por otros sentimientos básicos, que son el control de sí mismo y el deber. De igual modo, la satisfacción egoísta y la lealtad a intereses estrechos, que son emociones surgidas del autocontrol 4 y del deber, deben ser refrenadas por otros sentimientos, que en este caso son la compasión y la justicia. Wilson nos presenta «un recuento de las fuentes de los sentimientos morales». A su juicio tales fuentes son la naturaleza humana, las experiencias de la familia el género y la cultura. Lamenta lo que a su juicio es « el ambiguo legado de la Ilustración» y sobre todo que los intelectuales hayan llegado a creer «que el producto de una vida familiar intensa -la conducta caballerosa- se podía considerar como algo imposible de destruir, mientras se aplicaban a la tarea de liberar a los individuos de los convencionalismos rígidos, la religión miope y el error político. 4. La ética y el profesional de la educación. Lo primero que debe hacer el educador, como profesional, plantea Cardona (1990), es conseguir que su propia tarea sea un acto ético: debe actuar éticamente, como persona que se dirige a personas, y dar a esa relación recíproca que se establece un sentido moralmente bueno: ha de ser un acto personal bueno, en sí y en sus consecuencias. Ello implica tratar a cada sujeto de modo personalizado. No tratarlo como una fracción de multitud, sino como una persona única e irrepetible. Hay que interpelar directamente su responsabilidad personal. Es claro que eso requiere un trato directo, dedicándole tiempo. Como bien señala Cordero (1986), para el fructífero ejercicio de la profesión de educador, resulta imprescindible una cualidad ética en el educador: la que suele expresarse como ‘autoridad moral», refiriéndose a un conjunto de características -de que debe estar investido la acción del profesional educador. La necesidad de esta cualidad moral sería reveladora del alcance ético de la tarea a desarrollar. En resumen, podría decirse que, si se trata de formar el carácter del educando, con la carga ética que implica, lógicamente se requerirán unas cualidades morales en la acción del educador. Si partimos del supuesto de que en el proceso educativo se exige un esfuerzo, se hace necesaria una fuerza capaz de constreñir el «estado natural», los impulsos incontrolados y espontáneos, para someterlos a la norma cultural, se hace imprescindible una capacidad de imponerse por parte del educador. Y esa capacidad para imponerse no será otra cosa que la autoridad con que tiene que ejercerse la labor del profesional educador. La autoridad, en el sentido que Weber daba al concepto, como capacidad para ejercer influjo sobre los demás, será imprescindible en el educador para poder influir en el educando de manera que éste pueda aprender a adquirir el necesario dominio sobre sí mismo y sobre sus tendencias. Si se trata de que, mediante la educación, se forme el carácter del educando, y éste significa dominio controlado sobre sí mismo, no podrá alcanzar su objetivo un educador desprovisto de autoridad. Ahora bien, la única autoridad que da la fuerza para actuar sobre el sujeto humano, en particular sobre los más jóvenes, sin anular al mismo tiempo su personalidad, sólo es la autoridad moral, que se define como un ascendiente reconocido y aceptado por el educando que percibe unas cualidades y una actitud específicas en el educador. Las cualidades de referencia son cualidades ciertamente de conocimiento y experiencia, 5 de aptitud técnica si se quiere, pero sobre todo de índole ética, como será la claridad y firmeza en los valores asumidos, que se expresan en la firme adhesión al deber. El sentido del deber, personalmente asumido, no como algo impuesto desde el exterior, va a ser la única fuerza eficaz para estimular y producir el esfuerzo necesario en la educación, el esfuerzo de la superación de sí mismo. Ahora bien, ese sentido del deber no es algo natural, algo espontáneamente dado, sino que ha de adquirirse, y sólo hay un camino seguro para adquirirlo: percibiéndolo en el educador, por cuanto él lo tiene asumido y lo vive. Bibliografía. CARDONA, C. 1990 Etica del quehacer educativo. Madrid. RIALP. COOPER, R. y S. AYMAN: 1998 La inteligencia emocional aplicada al liderazgo y a las organizaciones. Grupo Editorial Norma. Bogotá-Colombia. 1998. CORDERO, J. 1986 Etica y profesión en el educador. Revista Españoia de Pedagogía. Año XLIV Nº 174, Octubre-Diciembre. GUÉDEZ, V. 2001 La ética gerencial. Instrumentos estratégicos que facilitan decisiones correctas.Caracas. PDVSA. Planeta. LIPOVETSKY, G. 1991 El imperio de lo efímero. Editorial Anagrama. Barcelona. MAYORGA, L. 1994 Relaciones entre política, ética y economía. En Nueva América. Nº 61. Buenos Aitres. SARTRE, J.P. 1967 Los caminos de la libertad. Buenos Aires. Losada. SAVATER, F. 1999 Las preguntas de la vida. Editorial Ariel. Barcelona. 1999 Ética para Amador. Editorial Ariel. Barcelona. SIMONS, 1998 Crisis y replanteamiento actual de la ética. En: Una ética para tiempos difíciles. Lima. Centro de Espiritualidad Ignaciana. WILSON, E.O., 1972 El pensamiento no humano. Barcelona. Plaza Janés. 6