COMISION 5: POLITICA CRIMINAL Y CRIMINOLOGIA SUBCOMISION A: Vigencia de las formas de control social y el sentido de última ratio del derecho penal. TITULO DE LA PONENCIA: “DERECHO PENAL Y NUEVAS TECNOLOGIAS DE CONTROL SOCIAL EN EL POSTCAPITALISMO”. AUTOR: ALAN MAXIMILIANO JAVIER DI IORIO. ABOGADO GRADUADO EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE MAR DEL PLATA, REPUBLICA ARGENTINA. CORREO ELECTRONICO: [email protected] “DERECHO PENAL Y NUEVAS TECNOLOGIAS DE CONTROL SOCIAL EN EL POSTCAPITALISMO”. Por Alan Maximiliano Javier Di Iorio. “Se nos hace pasar seriamente por filosofía a los sueños de algunas malas noches. Se me dirá que yo también sueño; convengo en ello: pero, cosa que otros no se cuidan de hacer, yo hago pasar a mis sueños por sueños, y dejo que las personas despiertas averigüen si hay en ellos algo de útil ” Jean J. Rousseau. 1- PEQUEÑO EXORDIO La especie humana se caracterizó en sus comienzos por una significativa dispersión territorial y una tendencia a la práctica nómade a los fines de la obtención de alimentos que procuraran la subsistencia; solamente en algunos pueblos que conocieron el arco y la flecha, anclados temporalmente en el “estadio superior del salvajismo”, se encontraron algunos indicios de residencia fija en aldeas. En términos generales, puede decirse que en cierto momento histórico, posterior al tránsito de la barbarie a la “era de la civilización”, devino la localización- fijación del elemento demográfico en un espacio geográfico determinado, y por consiguiente la aparición de asentamientos humanos relativamente estables al operarse la división del trabajo social con la práctica de la esclavización y la aparición de intermediarios en el proceso de producción. Quizá el paradigma en este orden de ideas sea la Antigua Grecia y posiblemente Roma. Semejante circunstancia recién se diversificó y consolidó de manera definitiva con la instauración del modo capitalista de producción y la formación de la categoría del trabajador asalariado en el siglo XIX; la fijación de una masa relevante de personas al aparato de producción hizo posible el correspondiente asentamiento estable en el espacio territorial. El circuito que posibilitó la fijación definitiva de los individuos al aparato de producción fue el dinero; en efecto, el dinero y su circulación, a su vez, resultaron el medio apto para fijar a los individuos a un espacio geográfico determinado y tornar la deuda infinita. El acreedor infinito y el crédito infinito han reemplazado a los bloques de deudas móviles y finitos característicos del Estado monárquico; la deuda se conviertió entonces en deuda de existencia, deuda de la existencia de los sujetos mismos. Llegó el momento en que el acreedor no ha prestado y el deudor no interrumpe su devolución; para ello se debieron elaborar- inventar códigos para los flujos desterritorializados del dinero, la mercancía y la propiedad privada. Ahora bien, ante este paisaje estamos urgidos de repensar la temática del control social en la medida que se vislumbra un desplazamiento o desterritorialización del capitalismo; el proceso citado se desplaza desde el centro a la periferia, de los países desarrollados a los subdesarrollados que no constituyen un mundo aparte sino una pieza esencial de la expansión capitalista. Incluso el centro posee sus enclaves organizados de subdesarrollo, sus reservas y sus chabolas como periferias interiores. Al mismo tiempo que este fenómeno se realiza desde el centro a la periferia, la descodificación de los flujos en la periferia se efectúa por una desarticulación que asegura la ruina de los sectores tradicionales, el desarrollo de los circuitos económicos extravertidos, una hipertrofia específica del sector terciario y una extrema inequidad en la distribución de las productividades y rentas. El restante dispositivo paralelo que permitió el asentamiento poblacional fue la consolidación del Estado como aparato de poder y la instauración de las fronteras políticas a través de la guerra. A propósito del interés que cimenta este breve ensayo, sucede que con motivo de la fijación de los agentes en el espacio social emergen lógicamente conflictos locales que vienen a permitir la aparición en el escenario social de una serie de mecanismos, dispositivos y técnicas dirigidos a encauzarlos y que aquí nos ocupan; en el surgimiento de mecanismos de control social inciden palmariamente condiciones regionales o geográficas específicas de un territorio determinado. Del razonamiento precedente puede colegirse que en virtud de las variables locales- regionales ciertos mecanismos genéricos de control social adquieren rasgos polimorfos cuyos contornos específicos habrá que hallar y delimitar cada vez. Puede advertirse finalmente que la historia del control social es la historia del cuerpo, en tanto materia prima moldeada por todas las instituciones políticas, económicas y penales. El cuerpo es al mismo tiempo objeto y efecto del poder, es el blanco de las estrategias tendientes a su disciplinamiento. Esta breve introducción deja entrever las variables conceptuales que juegan en la explicación y comprensión del control social: localización territorial, localidad de los conflictos, deuda, dinero, Estado, cuerpo, disciplina, biopolítica. Desde ya que este escenario no agota los elementos potenciales a ponderar en la cuestión que nos convoca, sino que simplemente opera un recorte en el abanico terminológico a los fines de la exposición. El derecho penal como tecnología de control social y técnica de gobernabilidad no puede ser estudida sino dentro de un contexto histórico- social construido por el hombre en sus relaciones ancladas en el interior del espacio social. 2- HORIZONTE EPISTEMOLOGICO DEL ENSAYO: LA INTERDISCIPLINARIEDAD EN EL ESTUDIO DEL CONTROL SOCIAL Y EL DERECHO PENAL. “La ignorancia F. Nietzsche. es la condición indispensable de la vida y de su desarrollo” “El punto de vista crea el objeto” F. de Saussure. Con la intención de enfrentar las perplejidades, incluso filosóficas, que se plantean en toda empresa de entendimiento de fenómenos complejos y comprendiendo la necesidad de domesticar dicha complejidad, se plantea la edificación del objeto de estudio. En razón de la pluralidad de variables que inciden en el mentado objeto –el estudio del derecho penal en tanto dispositivi de dominación- resulta de extrema necesidad su abordaje interdisciplinario- transdisciplinario, en tanto posicionamiento epistemológico indisciplinado que permite un acercamiento entre sujeto cognoscente y objeto de investigación, una superación de arquetipos dicotómico- sustancialistas de análisis y la obtención de una cosmovisión basada en el método relacional. Al mismo tiempo, este anclaje implica una ruptura de la dialéctica objeto- sujeto y una asunción de la relación entre ellos como de mutua transformación, de los múltiples factores que constituyen al objeto que mantiene su objetualidad transformándola al ser pensado por el sujeto, y transforma el pensamiento al imponerse en su significación histórica y en sus relaciones internas no explícitas -, realzando la riqueza que obtienen las exploraciones que ponen en relación estrecha objeto, estructura, función y operación, ingresando al cuadriculado anterior la inevitable tarea de construcción del agente investigador: la hermenéutica. Representa asimismo la ruptura de la concepción acerca de la búsqueda de la verdad o el saber cristalizado, asumiendo que el conocimiento implica la transformación de la razón y sus estatutos. Esto último recuerda que alguna vez Nietzsche enseñó que la verdad debe bostezar cuando se la obliga a responder. Interdisciplinariedad, por tanto, obliga a pensar en términos de heterogeneidad. Este abordaje interdisciplinario no debe confundirse con la búsqueda de una teoría totalizadora y global, característica de las visiones funcionalistas, aun cuando toda tarea exploratoria, analítica o descriptiva se encuentre en condiciones de reconstruir el conocimiento al arbitrio del sujeto investigador. Por el contrario, intenta sinceramente asumir el objeto de estudio en su máxima complejidad, a través de la relación de las diversas disciplinas de conocimiento, como tentativa superadora de los momentos empiristas, idealistas e incluso desconstructivistas; pero también se coloca más allá de la mera relación disciplinar, del aporte múltiple de diferentes enfoques: implica las des-disciplinización para la reconstrucción del conocimiento fragmentario. Los objetivos que persiguen los enfoques interdisciplinarios radican en decodificar el discurso hegemónico de la globalización y confrontar la presencia de la censura social conseguida a través del ejercicio permanente de la violencia cotidiana en los ámbitos político, económico, laboral, penal, que aniquila al agente generador de movimientos de fractura del orden social en su connotación negativa. En el estudio del problema penal y el control social, no se busca obtener aportes significativos desde el discurso propio de la filosofía, la sociología, antropología, etnología, la ciencia política, la criminología, entre otras, sino de explicar los fenómenos sociales desde su complejidad inmanente. Lo expresado no lleva a sostener que en las afirmaciones del presente desaparezca la carga de politicidad: la pretensión cognitiva es primordialmente política, aunque en contadas oportunidades sea éste un hecho asumido por el pretendido espíritu objetivo, neutro o simplemente ascéptico de la mera contemplación. Al mismo tiempo, el estudio de la temática será de carácter genealógico, siguiendo advertencias metodológicas de Michel Foucault, entendiendo por généalogie el acoplamiento de conocimientos eruditos y memorias locales que permite la formación de un saber histórico diacrónico de la lucha y la utilización de dicho saber en las tácticas actuales, con miras a detectar fugas y escapes, producir rupturas de continuidad, dislocaciones, fracturas, grietas, desplazamientos y emplazamientos estratégico- tácticos en el teatro de operaciones. En virtud de las afirmaciones precedentes se asoma otra postura epistemológica definida: en efecto, analizar cuestiones relacionadas con el orden social y el gobierno de los otros mediante el derecho penal obliga a adoptar cierta hermenéutica política de la historia. Esto implica que la realidad social es edificada por los agentes sociales a través del vector de la lucha política. Los agentes determinan activamente, mediante categorías de percepción y apreciación social e históricamente constituidas, la situación que los determina; estas categorías que forman la base de su autodeterminación están en sí mismas determinadas, en gran medida, por las condiciones económicas y sociales de su constitución. En especial, se intenta de esta manera gestar la construcción de un cuadriculado de análisis que derive no solamente hacia un estudio de “historia de la política”, sino también hacia una lectura política de la historia. El control social, por ende, es un producto del hombre, del “comportamiento” humano entendido como generador de realidad social que al mismo tiempo supervisa su propia producción, en un proceso que se retroalimenta y permite la perseverancia del grupo en su ser. Esa perseverancia en su ser requiere de un elemento esencial: el control de los mecanismos de reproducción de la estructura social. Solamente en la génesis de cualquier fenómeno no está presente el control; el nacimiento, la disrupción original, implica la ausencia pero a su vez el punto de partida del control social necesario para mantener dicha irrupción en cuanto deviene estructura. 3- GENEALOGIA DEL CONCEPTO “CONTROL SOCIAL”. “El control de los individuos al nivel de sus virtualidades no puede ser efectuado por la justicia en exclusividad, sino por una serie de poderes laterales: la policía y toda una red de instituciones de vigilancia y corrección, instituciones pedagógicas, psiquiátricas, criminológicas y médicas” Foucault. El problema del comportamiento humano ha sido enfocado desde múltiples crisoles, en diferentes épocas y con diversidad de códigos explicativos. De allí que se ha planteado la necesidad de abordarlo desde la óptica interdisciplinaria, asumiendo la tarea de evocar teóricamente una totalidad ampliamente fragmentable. El problema del control social y sus formas aborda la cuestión de la conducta humana y su regulación, el desarrollo y reproducción de la especie, el problema estrictamente político y de poder. De allí que se da por supuesta su característica compleja, multidimensional, y es así que dispara una pluralidad de puntos de vista. Por cierto, no existe un consenso en el entendimiento de lo que implica el control social a nivel conceptual. Tal como lo señala Stanley Cohen (1985), en los textos sociológicos el término aparece como un estandarte neutro apto para abarcar todos los procesos sociales destinados a inducir conformidad, desde la socialización infantil hasta la ejecución pública. A pesar de la aserción precedente se impone la necesidad de negar la superficialidad, imprecisión y la ambiguedad del concepto; de manera provisoria se defiende la lógica y el contenido del concepto que será desarrollado a continuación. En el ámbito del presente se entiende que el control social engloba toda esa serie de estrategias, tácticas, mecanismos, dispositivos y técnicas tendientes a regular, moldear y transformar las relaciones sociales entre los agentes sociales, aunque como sugiere Cohen, la cuestión no es legislar un uso correcto del concepto de control social, sino aclarar en que sentido concreto se está utilizando. Con el afán de no generar ningún malentendido metodológico, debemos dejar aclarado que por estrategia, siguiendo a Feeley y Simon, no entendemos una agenda consciente y coherente empleada por un determinado grupo de agentes penales o de otra índole. La noción de M. Foucault del poder como “intencional y no subjetivo” provee una herramienta metodológica invaluable en este sentido. La cuestión no es negar que la gente posea estrategias deliberadas, sino que la configuración global de las múltiples estrategias es en sí misma “estratégica”, sin ser por ello deliberada. De hecho, es un término que se refiere a un patrón discernible de práctica institucional o acción política que opera en ámbitos distintos; estas prácticas o acciones son estructuradas y, hasta cierta medida, calculadas, aunque no necesariamente coordinadas por un solo político u organismo. El concepto adquiere un contorno específico con elementos aportados por el análisis del sociólogo francés Pierre Bourdieu, quien observa que la estrategia designa “las líneas de acción objetivamente orientadas que los agentes sociales construyen sin cesar en la práctica y que se definen en el encuentro entre el habitus y una coyuntura particular del campo”1. Es decir que no existiría una prosecución planificada de fines calculados, sino un desarrollo activo de líneas objetivamente orientadas que obedecen a regularidades y forman configuraciones coherentes y socialmente inteligibles, habida cuenta de las condiciones sociales externas e incorporadas por quienes producen las prácticas. Por consiguiente, al hablar de control social no se hace referencia solamente a una maquinaria penal que opera cuando fallan los mecanismos restantes, sino de una fuerza activa omnipresente. Pues bien, estamos en condiciones de apreciar que se trata de un concepto polisémico; es decir que puede interpretarse como control social al diseño arquitectónico urbano, a un proyecto legislativo sobre procreación responsable, una decisión de política económica, o simplemente al marketing, entre otros, ya que todos estos elementos tienen por función influir de cierta manera en la "conducta" de los individuos. A manera de ajuste conceptual debe reformularse lo expresado en el párrafo precedente, en la medida que la “conducta” es el efecto de superficie del suceso- acontecimiento: su emergencia o irrupción en tanto fenómeno puede derivarse del orden natural o del orden social. En efecto, cuando hablamos de la conducta humana estamos desviando el punto de ataque que, lejos de ser la personalidad o el comportamiento, es la acción con significancia social, es decir aquellos fenómenos empíricos que trascienden la mera intrasubjetividad. Es así que el hombre puede caracterizarse, entre otras formas, como un universo de conductas, o mejor dicho un universo de acciones desarrolladas en su praxis social. Esta serie diversa e infinita de producciones sociales se dirigen a la acción social relevante. Intentan influir en ella de manera que ésta aparezca como realmente hija de una decisión “libre”. Ahora bien, el concepto de control social posee una historia propia que es preciso situar en un contexto político y geográfico determinado: Estados Unidos. En sus inicios, dicho país era una democracia de pequeños propietarios rurales y urbanos, situación que se debía a la abundancia de tierras vírgenes de las que resultaba fácil apropiarse, a una ideología religiosa que predicaba la hermandad, el ahorro, el industrialismo y una relación personal y directa con la divinidad, sin la mediación de una organización del tipo de la Iglesia. Como señala Darío Melossi, el acento se colocaba en la igualdad de todos los miembros de la comunidad, lo que constituyó una forma adecuada de prepararse para el desarrollo de un ideal democrático. La democracia debía imponerse de manera rigurosa, mediante mecanismos que fomentaran el autocontrol. De ese modo podían avanzar como comunidad, reservando la violencia para aquellos que resultaran excluidos, por carencia del derecho de nacimiento o por elección propia, como son los habitantes originales de esta tierra, los esclavos y los desviados criminal o socialmente. Los colonizadores angloamericanos receptaron el liberalismo de Locke, y concebían al derecho común que emanaba de las costumbres antiguas del pueblo como la fuente de autoridad. En consecuencia, las raíces de la creencia angloamericana en la soberanía del pueblo residían en una mixtura de la composición social, la convicción religiosa y la tradición legal. Esta idea de una soberanía popular influyó poderosamente en el rechazo constante de un concepto de Estado; de hecho, iba a ser en las leyes de la Constitución donde los estadounidenses encontraran el principio de la cohesión social. Ahora bien, entre comienzos y mediados del siglo XIX, el poder judicial inició un intenso proceso de modernización de la jurisprudencia, en un esfuerzo por facilitar la incipiente hegemonía de los intereses comerciales e industriales. Posteriormente, alrededor de 1870, este proceso empezó a crear contradicciones con los resultados de la evolución económica y social por la que había mostrado predilección. En aquel momento, la reacción del poder judicial pasó a ser conservadora, de defensa del statu quo, un repliegue en torno al concepto del individuo con respecto a los asaltos de las empresas privadas, los poderes públicos y las organizaciones de trabajadores que desafiaban la naturalidad de la argumentación del laissez- faire. Por tal motivo, hubo una retirada hacia el formalismo legal y una jurisprudencia mecánica. En el período que medió entre el final del siglo XIX y la primera guerra mundial, tras la desorganización que sufrió la constelación rural de comunidades insulares, era preciso buscar un nuevo orden social y paralelamente instrumentos para reafirmarlo. Durante este período se establecieron formas de organización social iniciadas y enmarcadas en la panorámica más amplia del gobierno local, estatal o federal, que abarcaron desde la administración pública hasta el ejército, desde la reglamentación del mundo de los negocios hasta las reformas en el área de la educación, la correccional y del bienestar social. Sin embargo, todas ellas se entendieron como formas de control social público en áreas que previamente se habían definido como privadas, y no como ejemplos de conformación de un Estado. Melossi observa que la sociedad angloamericana constituía un verdadero convenio de los blancos de sexo masculino, protestantes, pequeños propietarios; esta situación cambió de manera drástica en el lapso entre la guerra civil y la primera guerra mundial, con una transformación en el panorama industrial y social del territorio y el auge de los grandes negocios. A su vez se produjo la llegada de inmigrantes provenientes de Europa central y meridional, y más tarde de una masa de personas de raza negra que venían del sur rural y carecían de educación formal. Estos procesos dieron origen a toda suerte de conflictos entre el trabajo y el capital, la población rural y urbana, segmentos obreros y empresarios. En el período que abarcó las depresiones de las décadas de 1870 y 1930, una serie de crisis sociales, políticas y económicas fueron la condición de posibilidad de la articulación de una sociedad democrática de masas. Esta nueva sociedad se estructuró en torno al rechazo de la teoría europea de la obligación política basada en el contrato social. Entre finales del siglo XIX y la década de 1930, la sociología estadounidense como disciplina de conocimiento pionera del concepto de control social era desarrollada en gran medida por aquellos escolásticos que pertenecían al grupo de los hombres protestantes blancos. Los estadounidenses del siglo XX desarrollaron una teoría que puso el acento en las ciencias sociales; este cambio intelectual general significó un distanciamiento con respecto al concepto europeo de la unidad política como condición a priori que es preciso conquistar y defender mediante la coacción y que hay que legitimar mediante un Dios Estado otorgador de leyes. Un pensamiento social de nuevo cuño, creado dentro del movimiento progresista, había de tener sus cimientos fuera de la filosofía política o el derecho. Park y Burgess, intelectuales provenientes de la Universidad de Chicago, señalaban que la sociología había surgido a causa del fracaso de los controles políticos y legales, y que el conocimiento de las regularidades del comportamiento humano era necesario para controlar a los movimientos y organizaciones sociales. La teoría pionera del control social que proponía Edward Ross y los darwinistas sociales contemplaba la perspectiva de una cultura racional dominante que debía intentar integrar a las culturas de inmigrantes intelectual y biológicamente inferiores. De esta manera, existía un alejamiento progresivamente mayor respecto a las ideas europeas, debido a la aversión que comenzó a surgir entre los angloamericanos por el papel que desempeñaban el derecho y el Estado en el control social. Paradójicamente, la parte medular del programa de los progresistas era la reforma jurídica. La herramienta legal adquirió mayor importancia durante los años del progresismo, pero esto ocurrió al mismo tiempo que desaparecía el aura tradicional de que gozaba la forma legal, que ya no era la expresión de un Dios- Estado ni de una sabiduría acumulada en el derecho común; al derecho se lo concebía en ese momento como un instrumento de la ingeniería social que debía utilizarse con el fin de alcanzar metas políticas. Ahora bien, con el objeto de desarrollar una teoría del control social que fuese compatible con la sociedad democrática, era preciso abandonar la postura monista que había acompañado los primeros intentos de la sociología estadounidense. Según Thomas y Znaniecki, el control racional únicamente se podía basar en el conocimiento de los diversos aspectos de los procesos sociales que intervengan en él, conocimiento que aclararía otros posibles cursos de acción; por consiguiente, sería un acto de razón democrático, y no un acto de voluntad autoritario, el que proporcione la solución de los problemas sociales. Debido al optimismo fundamental típico de la era progresista y al concepto plástico de la naturaleza humana afín a aquél, la educación, la socialización y la integración pasaron a ser las alternativas naturales de la coacción. Los agentes sociales podían descubrir la forma racional de resolver los conflictos mediante la ampliación del campo discursivo; de manera que la ruptura de las barreras lingüísticas y la creación de un universo común de discurso era el terreno en que se anclaba el control social. La problemática social de la libertad de expresión y las pugnas que marcaron su afirmación en el territorio estadounidense, se convirtieron en el paradigma del nuevo enfoque que se le otorgaba al problema del orden. La batalla para influir en las mentalidades y sensibilidades únicamente se podía ganar afirmando los “valores democráticos” y el libre flujo de la comunicación. El paso desde un control centrado en la censura hacia aquel que gira en torno a la producción de significados sociales, fue también un cambio desde el prisma del control social gubernamental por medio de la ley hasta el control social producido por la interacción social informal. Melossi subraya que esta transformación global se puede resumir en dos modelos: uno de censura del orden político, en el que los mensajes orientados hacia el control del comportamiento de los miembros se pueden eliminar a través de la coacción centralizada; y un modelo de interacción social del orden político, en el que el comportamiento se controla a través del ofrecimiento de mensajes afirmativos. Las conceptualizaciones, ideas y elaboraciones que se desarrollaron en ese excepcional taller que representó la era progresista, alcanzaron su madurez en el período de la historia de Estados Unidos que abarca desde el final de la primera guerra mundial hasta el New Deal de Franklin Roosevelt. En los años turbulentos de la década de 1930, la política estadounidense halló las herramientas de su cohesión social en el control social y en el público, y no a través de la ideología del Estado. Este viraje histórico gracias al cual se pasó de la era de los grandes encarcelamientos a la de descentralización y desinstitucionalización, comenzó a producirse mucho antes del llamado desencarcelamiento de la década de 1960 y principios de los años setenta y mostró profunda afinidad con las transformaciones que se observaron en las ciencias sociales, cuyo interés en el control dentro de las instituciones cerradas y con una disciplina férrea se centraba ahora en las redes de control dentro de la ciudad. Este cambio correspondió al surgimiento de una teoría social de enfoque interactivo, que ya no era simplemente “conductista” en el sentido estrecho de externa a la mente, sino que era social y giraba en torno al lenguaje. La estructura política afín a este modelo interaccionista era la democracia, puesto que éste exigía el intercambio comunicativo y el diálogo. Aun así el control social basado en las instituciones cerradas, y en particular las penitenciarias, jamás se ha abandonado; lo que sucedía era que el proyecto de los agentes integrantes de las estructuras gubernamentales que se centraba en la cuestión de recomendar una forma de vida metódica, pretendía extenderse a todo el espacio social, especialmente a la gran ciudad. El capitalismo democrático de la sociedad de masas alentó un cambio maestro hacia formas de control social más descentralizadas, difusas y desinstitucionalizadas; reiteramos que una democracia funcional es una forma política que posee una afinidad electiva con el concepto de control social. La protección legal no era más que una forma limitada de control social, que estaba destinada a cesar al terminar la socialización de aquellos que son participantes del orden legal. La reformulación de la cuestión básica del orden únicamente fue posible una vez que se negaron las afirmaciones en el sentido de que existía un dios externo, el Estado, que otorgaba la ley, y cuando emergieron las exigencias de autogobierno de la sociedad. Los ideólogos intelectuales estaban confiados en que la serie de lenguajes vernáculos no iba a destruir la democracia estadounidense, sino que por el contrario contribuiría a ejercitar el control social al proporcionar un lenguaje más amplio para lograr la interacción entre los diversos círculos sociales de la comunidad. La construcción de nuevos vocabularios se produjo por parte de aquellos líderes intelectuales que expresaron las simientes de las nuevas organizaciones sociales desde el seno de las antiguas. En términos generales, puede afirmarse que el proceso del control social, aquel mediante el cual objetos determinados se colocan ante la atención del agente, forma parte de todas las transacciones sociales, ya sean éstas públicas o privadas. El New Deal vino finalmente a ofrecerle morada a medio siglo de historia del país del norte, una historia que se expresó en la cultura pública de la dirigencia de dicho período. Un leitmotiv de esta cultura fue la convicción de que el antiguo vocabulario del individualismo económico era incapaz de abarcar las nuevas realidades de la sociedad corporada, una sociedad de sindicatos y empresas de capital conjunto, cuya esencia había que buscar en el dominio de lo político. En este proceso, la autonomía de las estructuras de estado significó que los agentes que ocupaban posiciones en el campo intelectual y político llegaran a compartir un concepto del papel que desempeñaban, que era autónomo con respecto al punto de vista objetivista y economicista que circulaba en el espacio social; percibían de tal manera la desaparición de la postura dominante del concepto de individuo en los terrenos económico, político, moral, legal e incluso epistemológico, y el surgimiento de un instrumento especial: la organización. A fines de la década de 1930, surgen nuevas conceptualizaciones provenientes de los cambios operados en la etapa precedente. Parsons consideraba que el problema central era la necesidad de superar la fe ingenua en la economía del laissez- faire y en la filosofía individualista que la acompañaba, y en virtud de ello se propuso investigar la cuestión del control social dentro del marco de las organizaciones laborales de la industria; compartía con los primeros sociólogos estadounidenses una comprensión de la historia del utilitarismo británico que pasaba por el filtro de la teoría de la evolución social de Spencer. Por lo tanto, el problema hobbesiano del orden se convirtió una metáfora que se empleaba para describir a una sociedad caracterizada por profundas hendiduras entre grupos y agentes; el resultado fue la convicción de que en la acción social existía un orden normativo, independiente de los factores económicos y políticos, y que para poderlo estudiar era necesario alejarse del complejo económicopolítico y acercarse al sociopsicológico, es decir, al problema de la irracionalidad desde la perspectiva de Freud. El lenguaje que empleaba Parsons al tratar el rompimiento del equilibrio y su restablecimiento en virtud del proceso homeostático del control social, se apoyaba en la versión corregida del psicoanálisis, que gozaba de popularidad durante la década de 1940. En la sociedad parsoniana, la unicidad del sistema normativo y de la racionalidad social que presidía por encima de aquella, vinieron a coincidir; la desviación era esencialmente la ausencia de control social. Aproximadamente en la época en que se publicaba la obra “The structure of social control” perteneciente al citado autor, otros ideólogos como Sutherland, Lemert y Mills, construyeron los cimientos de una teoría distinta del control social, inspirada en las enseñanzas de George Mead. Ellos representaban una alternativa al modelo homeostático de Parsons en cuanto al control social como reacción a la desviación. Mead había dejado abierto el problema de la competencia entre las múltiples determinaciones del objeto social; este problema era particularmente apremiante en el espacio social estadounidense, complejo étnico y lingüístico que se caracterizaba por un pluralismo de grupos y auditorios. Ante este panorama el control social se convierte en un problema, cuando menos en el mismo grado en que el autocontrol es un problema del agente. Sutherland desarrolló la sociología de Mead en la dirección de una teoría clara del conflicto normativo - la teoría de la asociación diferencial, que es “una manifestación del conflicto cultural, desde el punto de vista de la persona que comete el delito”. Además, en el concepto complementario de la organización de grupos diferenciales, ponderaba el mismo proceso desde la perspectiva de la organización social. Edwin Lemert, en un artículo que escribió en 1942, presentó por primera vez una clara oposición a la idea de Parsons acerca del control social. Según explicaba posteriormente, en un esfuerzo anterior por desarrollar una idea moderna del control social proponía que dicho control – es decir, el control que se basa en las costumbres, las tradiciones y las leyes- se denominara control social pasivo, en contraste con el “activo”, esencialmente orientado a la implantación de metas y valores. Esta fue una declaración importante, porque sólo tras semejante conceptualización de un tipo de control social activo se podía considerar el control social reactivo de Parsons como una instancia de fenómenos más generales que igualmente podían producir aquello que desde otro punto de vista adquiriría el aspecto de una desviación. Otro aporte en la dirección activa y pluralista provino de Mills, quien propuso la idea de un “vocabulario del motivo” como aquella estructura que controla el comportamiento del participante en un “conjunto de acción colectiva” específico, y lo hace orientando la conducta hacia el repertorio de motivos de que se dispone en el vocabulario. Por consiguiente, el proceso del control social se puede definir como aquel que le presenta al agente ciertos contenidos simbólicos que encierran, implícita o explícitamente, recomendaciones para la acción. Por su parte, el concepto plasmado por Lemert acerca del control social activo, y el concepto positivista- legal del delito de Sutherland, apuntaban hacia el papel central que desempeñaban los agentes oficiales del control social en la definición de desviación y delito. Más allá de que la desviación, conforme a estos sociólogos, era ciertamente una cualidad del comportamiento, al menos en su manifestación primaria, no había duda de que las agencias tenían mucho que ver con el establecimiento de la autoimagen de desviación o delictiva. De hecho, el avance logrado con el incipiente enfoque del “etiquetamiento” por parte de Becker, en su libro “Los extraños”, todavía se podía concebir como una extensión de la teoría de la asociación diferencial, según la cual el sistema oficial de control social fortalece el efecto de aquellas definiciones que son favorables para la conducta desviada o delictiva. Becker, sin embargo iba más allá y negaba la importancia de una forma de desviación “primaria”, aduciendo que el comportamiento desviado “es aquel al que las personas ponen esa etiqueta” ; en su edificación teórica no aparecía el Estado y los mecanismos de control social eran resultado de las acciones de personas y organizaciones específicas, en momentos y lugares específicos. Empero, esta explicación perdió potencia durante la década de 1960 en razón de la necesidad de implantar un concepto más central de imputación; el corolario fue la politización del concepto de control social, convirtiéndolo en un producto del “Estado”, y la aceptación indirecta de un punto de vista monista parsoniano de control social. En este sentido, restablecer el orden y la unidad del significado en un espacio social de voluntades en conflicto parecía ser una labor destinada al Léviathan. Después de la segunda guerra mundial, el proceso de racionalización y centralización del gobierno estadounidense que había comenzado en la era progresista cobró aun mayor impulso. La problemática, entonces, parecía girar en términos de conflicto entre libertad individual y restricción social, cuyas expresiones polares eran el desorden social -anarquía- y control social autoritario Léviathan-. En la década de 1960 una juventud subterránea hacía referencia al nuevo topo que escarbando eliminaba los cimientos del aborrecible statu quo; en la époce de Port Hurón, ya hacía tiempo que había comenzado la lucha por los derechos civiles en el sur; solo dos años después el movimiento de Berkeley a favor de la libertad de expresión hizo saltar la chispa del movimiento estudiantil que se extendió por todo el orbe y que culminó en el fatídico año de 1968. En un principio, mientras las masas de negros y de estudiantes participaban personalmente en el movimiento, la etiqueta de “movimiento democrático” era perfectamente apropiada; pronto ingresaron masas cada vez más amplias de personas, conforme su carácter inicial antiautoritario. En sus primeras instancias, la inspiración antielitista del movimiento parecía perfectamente viable; el éxito del movimiento en pro de los derechos civiles en el Sur y posteriormente el triunfo del movimiento contra la guerra de Vietnam, se podrían medir, tal vez, por las profundas divisiones que generaron en las diversas instituciones políticas del país. El apoyo que la administración Kennedy le brindó a Luther King en el Sur, en contra de los funcionarios gubernamentales locales, así como la guerra privada de Hoover contra los Kennedy, constituyen paradigmas de aquellas divisiones. Sin embargo, el propio incremento de la radicalización de las posturas del movimiento estaba produciendo resultados difíciles de manejar y tendientes a la autoderrota. Todas las maniobras que no fuesen de rebelión o desafío se consideraban de control y opresión, única faz del poder público que eran capaces de percibir los líderes del movimiento; éste fue socialmente reconstruido y controlado dentro de un marco que hacía posible su aniquilamiento, principalmente por su propia mano. En adelante, las teorías del Estado que se desarrollaron en la década de 1970, ya fuesen marxistas, conservadoras o anarquistas, tenían en común el trasfondo político descripto; significaban, aunque solo parcialmente, un intento por superar la tosquedad de los conceptos de Estado que circularon en el lenguaje político de esos años El renacimiento de una perspectiva europea continental tuvo estrecha relación con los acontecimientos posteriores a la segunda guerra mundial, y especialmente teniendo en cuenta la forma en que dichos acontecimientos fueron percibidos por la generación que abordó el estudio de los fenómenos políticos durante la década de 1960, en momentos donde influían fuertemente algunas ideas sobre una gigantesca conspiración encabezada por el Estado. La retórica antiestatal que se produjo en esa época, fácilmente se fusionó con los esfuerzos de los conservadores por reconstruir un “sentido del Estado”, especialmente en aquellos países donde la estadolatría contaba con una tradición aneja. Esta somera contextualización del concepto permite esbozar ciertas conjeturas. En efecto, de lo expresado puede colegirse que el concepto de control social y las prácticas a él asociadas tuvieron como condición de emergencia la oposición con el modelo del Léviathan, característico de las sociedades europeas. En el pensamiento social clásico del siglo XIX, el concepto de control social era el centro de toda discusión. El problema radicaba en la forma de conseguir un grado de organización coherente con ciertos principios morales y políticos y sin un excesivo voltaje de control coercitivo. En el siglo XX, particularmente en la sociología americana, esta conexión orgánica entre control social y el estudio del Estado se fue debilitando progresivamente; el concepto perdió su acento político, convirtiéndose en menos estructural y más psicológico- social. Es decir que, finalmente, la emergencia del concepto tal como se lo conoce actualmente tiene su claro anclaje en la sociología norteamericana del siglo XX como respuesta a luchas específicas que amenazaban la cohesión social, y se elaboró con la mira colocada en la obtención de un consenso social. A pesar de ello, el control social sufrió una serie de mutaciones que determinaron su absorción por el Estado, es decir que el proceso, en una especie de reconversión, se institucionalizó paulatinamente contrariando el espiritu inicial. Este contexto histórico- político y geográfico determinó su génesis; ahora bien, la tarea propia del entendimiento de la problemática consiste en descubrir y comprender sus desarrollos y manifestaciones futuras, por ende sus transformaciones en clave política e histórica y las consecuencias que apareja en relación al futuro inmediato del derecho penal. Una vez presentada cierta génesis- genealogía del concepto, cabe enfatizar a manera de aclaración metodológica que la matriz de datos de la presente investigación posee los siguientes elementos constitutivos: a- La unidad de análisis es la acción social del hombre, en tanto materialidad socialmente estructurada y condicionada. b- Las variables a analizar alcanzan a un número inferior a infinito, aunque aquí se analizará en especial la influencia del contexto económico en el derecho penal, y del último en la estructura social en el orden de las prácticas y representaciones individuales. c- El valor que se tiene en vista se definirá en relación a la función positiva o negativa que cumple el derecho penal en el comportamiento. De esta manera está estructurada metodológicamente la cruzada analítica de esta problemática harto compleja. En cuanto a la dimensión del control social que nos interesa para la presente aproximación, suele aceptarse que el control penal se refiere a las formas en que la “sociedad” responde a comportamientos y a personas que contempla como desviados, problemáticos o amenazantes y que esta respuesta se manifiesta de diversas formas: castigo, disuasión, segregación, reforma, resocialización o defensa social, acompañada de una serie de ideas y emociones. Y más aun, que control penal quiere significar aquellas respuestas planificadas y programadas a los comportamientos desviados, es decir reacciones institucionales posteriores a la ejecución de un acto o a la identificación de una persona como autor de un comportamiento problemático. En una perspectiva general, el estudio del control punitivo se justifica en razón de que las estrategias de reforzamiento de los castigos son piezas internas de programas más generales y ambiciosos de disciplinamiento social, disciplina general de la existencia toda. A manera de énfasis en cuanto a ciertas aclaraciones conceptuales, es preciso reiterar que, finalmente, el sistema penal no presenta una disposición puramente represiva, sino que se inserta en un mecanismo de dominación que busca inducir la conformidad y generar las conductas deseadas en relación a su clientela. 4- ECONOMIA Y CONTROL SOCIAL. LEGITIMACION Y FUNCIONES DEL DERECHO PENAL EN LA ERA DEL POSTCAPITALISMO. “Cada sistema de producción tiende a descubrir castigos que corresponden a sus relaciones productivas” Rusche. “Del modelo de represión- exclusión, tan brillantemente descripto por Foucault, hemos pasado al diagrama de gestión- normalización”. E. Marí. Esta fase del análisis se dirige a desentrañar el funcionamiento de los mecanismos de control penal y denunciar su posible relación con el aparato de producción económica. La hipótesis central se orientará hacia la problematización acerca de la existencia o no de un nexo causal evidente entre el modelo económico de producción, distribución y consumo de bienes y servicios y el entramado de controles punitivos. Para ello se apelará a un anclaje en la historia contemporánea, más precisamente definido por el pasaje de un Estado benefactor a un Estado neoliberal no intervencionista en el plano económico. En honor a la sinceridad, esta relación entre economía y penalidad ha sido abordada largamente por los pensadores de la Escuela de Frankfurt; asimismo la conexión entre control social y organización capitalista del trabajo fue desarrollada por Darío Melossi y deja abierta una esfera fecunda para la reflexión sistemática. Quizá entonces podamos definir como labor principal aquella consistente en probar la relación de condicionamiento que posiblemente existe entre el modelo económico de producción postindustrial, en especial referencia a sus ciclos de crisis recesiva y las formas en que el cuerpo social responde a comportamientos y a personas que contempla como desviados, problemáticos o amenazantes, respuesta que insistimos se manifiesta de diversas formas: castigo, disuasión, segregación, reforma, resocialización o defensa social, acompañada de una serie de ideas y emociones. A partir de este enunciado podemos comenzar a formularnos distintos interrogantes:¿Es posible afirmar que las transformaciones operadas en los mecanismos, tecnologías y relaciones de producción han producido y moldeado cambios en las estrategias de control penañ de manera causal y mecánica?. ¿En qué medida está determinado el desarrollo de los métodos punitivos por las relaciones sociales básicas?. ¿ Podría decirse a manera de hipótesis que el modo de producción es el determinante principal de métodos punitivos específicos en períodos históricos específicos?. ¿Puede decirse que el intervencionismo y el control abarcan un extenso campo de la vida social, con la salvedad notoria que debe puntualizarse respecto de la economía?. Y de manera consecuente, siendo un poco más arriesgados: ¿Las crisis en el orden económico producen una crisis de autoridad del Estado de Derecho generando la búsqueda de un nuevo consenso autoritario acerca de lo que debe hacerse?. ¿A partir de allí, puede sostenerse que los temas tradicionales son abordados en el espacio ideológico de la ley y el orden, la justicia, la autoridad, la disciplina, el control y la asistencia?. ¿Es cierto que en un contexto de crisis económica el sistema de control punitivo se endurece de manera crecientemente proporcional, con una mayor inversión en policía, cárcel, tecnología, gastos militares, etc.?. ¿Qué influencia cobran en estas situaciones fácticas los mecanismos y las estrategias de control social informal? Es precisamente en este punto donde se hará hincapié: ¿es posible afirmar categóricamente que en cada fase histórica en la que se observa un avance de la intromisión en la vida social por intermedio del Estado o de agencias comunitarias, pueden apreciarse un discurso y una praxis que alientan la resolución de las cuestiones económicas de manera desregulatoria, a través de la mano invisible del mercado?. El objetivo general consiste en tratar de establecer, a nivel teórico, una relación entre las crisis económicas que muestran una severa desregulación en dicho campo de la realidad social y el consecuente aumento de la intervención penal. La grave cuestión que se nos presenta es QUE SI el aumento en la extensión y profundidad de la intervención punitiva se registra en situaciones de crisis financiera y fiscal, la economía política despoja a los discursos ideológicos, a las organizaciones y los agentes sociales de poder autónomo, delineando los límites de cualquier transformación, incluídas aquellas mutaciones en la política criminal. En definitiva el interrogante aparece cristalino: ¿puede el dispositivo moderno de control social de la desviación, que la ideología de las teorías liberales racionaliza, como lo demuestra la experiencia práctica en los países capitalistas avanzados, ser interpretado como una racionalización e integración del aparato penal y del dispositivo de control social en general, con el fin de tornarlo más eficaz y económico respecto a su función principal de auxilio a la reproducción de las relaciones sociales de producción?. En términos generales queda formulada la hipótesis central del presente. En primer término debe decirse que las transformaciones operadas en el ámbito del control punitivo no constituyen sucesos independientes del contexto sociopolítico. A los efectos de desandar el camino de la justificación teórica de la mentada hipótesis comenzaremos señalando que a principios de los años 1970, el capitalismo asistencial representado en la figura del Estado benefactor comenzó a desmoronarse aparentemente víctima de una severa crisis fiscal; de esta forma los gastos en política social se vieron drásticamente reducidos y las poblaciones de "desviados" fueron derivadas hacia los mecanismos de control comunitario, situación que no modificó en absoluto los índices de encarcelamiento: la cárcel siguió funcionando como la opción preferencial en la agenda del "control del crimen". Esa ausencia de prosperidad económica operó como condición de posibilidad para una extensión del mecanismo punitivo y un incremento de la intervención penal. El sociólogo francés Loic Wacquant, en su libro “Las cárceles de la miseria”, hace notar sin evidencia empírica alguna que la mano invisible del mercado y el puño de hierro del Estado se encuentran en relación de complementariedad a los fines de lograr una aceptación general del trabajo asalariado desocializado. Advierte asimismo que los mismos que ayer militaban a favor del Estado mínimo en lo referente a las prerrogativas del capital y la utilización de la mano de obra exigen hoy con igual fervor más Estado para enmascarar las consecuencias sociales deletéreas de la desregulación del trabajo asalariado y el deterioro de la protección social en las regiones inferiores del espacio social. Es decir que mientras el Estado se retira decididamente de la arena social, despliega todo su arsenal de violencia física y simbólica en la esfera punitiva. En este orden de ideas, la desregulación en la esfera económica importa cierta anarquía en el mundo de las finanzas, pero correlativamente profundiza el deterioro de las condiciones laborales del planeta de trabajadores asalariados y aumenta la intensidad de los controles punitivos y del castigo institucional. En efecto, mientras que en las plazas bursátiles se observa una corriente de desprecio por los controles estatales, los mismos que allí operan reclaman un aumento de la intervención policial a los efectos de resguardar la seguridad ciudadana y auspician una política seriamente neoconservadora respecto del gasto social. El control punitivo a los fines de sostener el orden se ocupa de diversos aspectos de las relaciones sociales, con la curiosa salvedad que puede puntualizarse respecto de la economía. Esta estrategia de pauperización muestra cierta tendencia de los grupos hegemónicos a los efectos de imponer un nuevo orden económico mundial y, paralelamente, la dependencia de la política social respecto de la economía. Al mismo tiempo deja entrever que el mecanismo punitivo ha cobrado vigencia temporo- espacial, resultando el instrumento preferido de control del comportamiento disidente. Ahora bien, la imposición de dicho modelo político solo es posible en la medida en que existan agentes con disposiciones tales que estén en condiciones de reproducir la estructura capitalista de dominación primordialmente económica. En particular, esta temática deviene trascendental en razón de que Latinoamérica se ha convertido en la región del mapa político que sufre un pasaje del discurso propio de la doctrina de la seguridad nacional al discurso de la seguridad urbana; en términos genéricos y a riesgo de imprecisión, los espacios militarizados se han transformado en espacios policizados. Bauman resulta claro al observar que los “estados débiles” son justamente lo que necesita el nuevo orden mundial para sustentarse y reproducirse; resulta accesible reducir a un “estado débil” a la función de una estación de policía local capaz de asegurar el mínimo de orden necesario para efectuar negocios, pero sin alertar temores de limitar la libertad de las compañías locales. No obstante lo expresado en el desarrollo de la hipótesis, debe realizarse una salvaguarda en atención a la realidad latinoamericana, ya que la mutación del wealthfare en workfare puede comprobarse empíricamente solo en ciertas regiones planetarias; en primer lugar por la sencilla razón de que en Latinoamérica únicamente existió en cierto período histórico que abarcó aproximadamente dos décadas una especie de populismo. De ninguna forma se puede hablar por estas latitudes de un Estado de bienestar propiamente dicho, ya que nunca existió en los hechos; quizá podría sostenerse la existencia de un Estado de bienestar periférico latinoamericano, en virtud de la presencia de leyes protectivas y una alianza con el mercado internista, que de todos modos nunca se asemeja al prototipo europeo y estadounidense. Una vez establecido que el problema latinoamericano debe ser estudiado de manera particular y volviendo sobre los pasos, pareciera que cierta insistencia acerca de la importancia del mercado de capitales desconoce otras variables que influyen directamente en la configuración de las políticas criminales. En efecto, al momento de diseñar y ejecutar una política de control social –política criminaljuegan diversas variables relacionadas con aspectos religiosos, políticos, psicológicos, culturales y económicos. Al respecto señala Garland que las relaciones de producción, las condiciones del mercado laboral, los intereses patrimoniales, y otras fuerzas específicas debatieron y construyeron un modelo específico de control represivo, pero al mismo instante los movimientos sociales, circunscriptos a estructuras sociales más amplias, forjan las políticas, los discursos y los mecanismos punitivos, de manera que la penalidad es un elemento dentro de un contexto de mayor alcance en la dimensión de las políticas sociales; ello no obsta a que las instituciones penales y las políticas para controlar el delito tengan su propia dinámica interna, que no puede considerarse como el reflejo de hechos que suceden en otros ámbitos sociales. Es posible que los principios económicos condicionen en cierta medida las tecnologías de control en su aspecto lógico y pragmático, pero su utilización y propósitos dependerán de fuerzas sociales y culturales más amplias. Las formas políticas, económicas y organizacionales resultan aspectos parciales de la cultura, siempre y cuando se entienda a ésta última en un sentido amplio concerniente a los marcos de significado en los que sucede la acción social. Es así que nuestros esfuerzos deben concentrarse en la interpretación de aquellas fuerzas sociales, valores y sentimientos en conflicto que encuentran su expresión en el entramado de controles punitivos. Los rasgos culturales y las sensibilidades influyen en lo punitivo de manera incontrovertible, de modo que las respuestas sociales implican respuestas culturales. Cada una de las corrientes de pensamiento muestra que los marcos culturales de significado no pueden escindirse del mundo social, en la medida que la cultura aparece ligada a formas materiales de acción, estilos de vida y situaciones específicas. Clifford Geertz argumenta al respecto que cultura y estructura social son aspectos de la misma cosa: práctica social con significado. De este modo, las “sensibilidades y mentalidades” socialmente edificadas poseen implicaciones profundas en la forma de responder a comportamientos problemáticos; a riesgo de vaguedad, cabe decir que la estructura social determina los contornos y límites externos de lo punitivo, sus formas distintivas, su arquitectura. Los intereses económicos conforman los determinantes principales de la dimensión punitiva, aunque dichos intereses deben necesariamente funcionar en el marco de acciones y lenguajes sociales e institucionales. En este sentido, lo punitivo se convierte en la encarnación práctica de ciertos tópicos simbólicos y constelaciones de significado que definen a la cultura humana; por ello debemos otorgar una considerable importancia a la multiplicidad de variables que se insertan en el campo punitivo. De manera que cabe refutar la hipótesis presentada, en la medida que opera un reduccionismo analítico que convertiría a una relación compleja y dialéctica en una conexión estática y mecánica, alejando cualquier posibilidad de acercarse a una cosmovisión en la materia. 5- ULTIMAS PALABRAS DESLEGITIMACION Y DISCURSO CONTRAHEGEMONICO “Legitimar una dominación es dar toda la fuerza de la razón a la razón del más fuerte”. Bourdieu. “La verdad del mundo social es un objeto de lucha entre agentes armados de manera muy despareja para acceder a la visión y previsión absolutas, es decir, autoverificantes”. Bourdieu. A lo largo de la presentación y desarrollo del problema se ha expresado brevemente que asistimos al surgimiento y manifestación de un nuevo estilo de control social basado en el dominio de uno mismo, es decir el autocontrol, que posee como elemento de contexto al modelo democrático de gobierno que lo posibilita y estimula. Y para llevar a cabo dicha empresa se ha colocado al lenguaje en un lugar de privilegio, con la intención de incidir en el imaginario colectivo, en las representaciones de los agentes, más que actuar sobre el cuerpo como blanco de ataque. Una nueva maquinaria pretende actuar sobre las mentes, en vez de hacerlo sobre los cuerpos, de manera que el contragolpe derivado de la resistencia debe generarse en los procesos de formación de objetos discursivos. Por ello es preciso montar una empresa encargada de develar las funciones manifiestas y latentes del derecho penal en particular. Esta tarea básicamente desconstructiva y eminentemente política, se convierte en el primer eslabón, que debe suprimirse, conservarse y superarse en momentos posteriores, a los efectos de evitar la imposición del funesto pensamiento único. La edificación simbólica de los procesos sociales fabrica espacios de confrontación que permitirían resignificar las complejidades discursivas en la institución de las hegemonías políticas. La densidad de un lenguaje erigido en los procesos históricos, en la capacidad de un sujeto que conforma su habla bajo la férula de la dialéctica, implica reconocer la existencia de una posibilidad de batalla continua. Foucault ha dicho, con acierto, que existen tantos discursos como hombres y tantas interpretaciones como discursos; la interpretación, el plano del significante, posibilita la intervención de posturas críticas que funcionan como enrejado de inteligibilidad denunciante de la arbitrariedad y de la contingencia de cualquier orden social. En dicha subjetividad que se aleja de la instrumentalidad de lo enunciado, de la repetición sin diferencia, para ensanchar los espacios de su enunciación, es factible alumbrar un discurso contrahegemónico que en la radicalidad de su construcción desnaturalice la coactividad de lo señalado como realidad. Es por ello que cabría proceder, en primer lugar, a la descodificación del lenguaje punitivo y autoritario asentado en nuestra occidental cultura del control, asumiendo el riesgo que apareja la desconstrucción de ciertas reglas e imposiciones sociales. Señala Bourdieu que “la deslegitimación es, sin duda, una de las dimensiones fundamentales del radicalismo revolucionario; el riesgo estriba en que toda proposición contradictoria de las ideas aceptadas por todo el mundo se vuelve sospechosa de haber surgido de una presuposición ideológica, una toma de posición política” 2. Ante la evidencia del fracaso del derecho penal respecto de la prevención de hechos problemáticos, es imperiosa la transformación de las prácticas en este ámbito de la política social, a través de la apertura de los espacios políticos monopolizados o directamente cerrados. De hecho, se reclama como urgente la participación argumentada y responsable de los agentes sociales en la diagramación, orientación y control de las cuestiones políticas. La propuesta apunta a la descentralización vertical y horizontal del control social, a la ruptura del paternalismo estatal, con la mira colocada en la recuperación de los espacios comunitarios cedidos por la población y en la redistribución del poder concentrado principalmente en las fuerzas policiales y de seguridad, estructuras burocráticas y por ende jerárquicas que impiden una coordinación de funciones entre los diferentes circuitos y mecanismos sociales; dicha sinergia sencillamente implica un alejamiento del modelo de control social autoritario que afecta a las recientes democracias latinoamericanas y una desinstitucionalización de las luchas sociales. A modo de colofón deviene necesario recordar a Bourdieu, cuando afirma que “para cambiar el mundo, es necesario transformar las maneras de hacer el mundo, es decir, la visión del mundo y las operaciones prácticas por las cuales es producido y reproducido” 3. Borges dijo alguna vez: “Nosotros hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso...” 4. Quizá llegue aquel momento en el que nuestro edificio denominado derecho penal se desmorone definitivamente como tecnología de gobierno. Pero debemos estar seguros de que todos los contemporáneos no estaremos presentes para verlo. 6- NOTAS: 1. Bourdieu, P.: “Respuestas por una antropología reflexiva”, pág. 89. 2. Bourdieu, P.: “Sociología y cultura”, pág. 303. 3. Bourdieu, P.: “Cosas dichas”, pág. 140. 4. Borges, J.: “Ficciones”. 7- BIBLIOGRAFIA CONSULTADA: *Adorno, W. Theodor y Horkheimer, Max: “Dialéctica de la Ilustración” ,Trotta, Madrid, 1998.*Baratta, A.: "Criminología Crítica y crítica del derecho penal. 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