Domingo 10 de abril de 2011

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Los sentidos y la educación de los sentidos.
Nosotros vivimos en comunicación con el universo, físico, animal, humano,
angélico, divino. En parte somos y construimos nuestra personalidad en esa
comunicación.
Como todo lo humano tal comunicación es inseparablemente física y espiritual,
aunque podamos distinguir aspectos. Por eso en el centro de la comunicación humana
están los sentidos. Ellos nos abren al universo: vemos, tocamos, oímos, sentimos el olor,
gustamos.
Con los sentidos percibimos los objetos, nos introducimos en el mundo de los
demás seres, de alguna forma los introducimos en nosotros, entramos en contacto y, de
alguna forma en comunión. Por supuesto, también puede darse el movimiento contrario:
que busquemos separarnos, perder el contacto, romper la comunión. Pero siempre es
porque, a través de los sentidos alguna comunicación se ha producido, al menos
potencialmente.
Ese acercamiento e intercambio a través de los sentidos, en el caso del hombre –
no estamos hablando de los animales – participa de la realidad intelectual, libre y
espiritual del ser humano. El contacto a través de los sentidos está conectado con la
capacidad de preguntarse, de inquirir, conocer, abstraer, clasificar, e ir más allá de la
sensación aunque con referencia a ella. El mismo contacto con otros seres es también un
guante echado a la libertad del hombre: elijo, dejo, me detengo, sigo, aprecio más o
menos. En fin, el hombre no es solo un conjunto o una seguidilla de acciones, sino que
de alguna forma está relacionado con la totalidad: debe vivirse en una totalidad de
historia, de comunidad, de sentido, del universo, y, en definitiva, de Dios, más allá de la
respuesta que asuma para esa totalidad.
Por esa totalidad de planos y valencias que tiene el hombre y su contacto con el
mundo, es que las realidades del mundo alcanzadas por los sentidos, empezando por el
propio cuerpo, tienen un sentido simbólico, es decir, reúnen una cantidad de
significados, de niveles, de conexiones, que hacen a la relación del ser humano con el
mundo físico, con los demás, consigo mismo, con Dios. El símbolo – arrojado en
común- en ese sentido es una estructura humana por excelencia.
La anterior atención a los sentidos, sensaciones y símbolos, nos sugiere un
llamado al cuidado en la educación de los sentidos. El niño actual, el adolescente
hodierno, el joven y adulto moderno están inundados de sensaciones, pero no tienen una
educación de los sentidos. Sea por la cantidad, sea por la calidad, sea por el tiempo para
asimilar e integrar ordenadamente las sensaciones, la diversidad de lenguajes, todo ello
con no ser malo en sí – algunas veces lo es – se vuelve al menos inhumano, un
impedimento para la construcción de sentido, de orden, de cosmos, que le permita ser él
mismo, relacionarse con símbolos ricos, lograr participar de un universo simbólico,
alcanzar la totalidad de la existencia y su significación, incluyendo a Dios.
Si cuanto antecede es verdadero atendiendo a una mirada antropológica, lo es
también y más desde el punto del cristiano católico. La fe nos permite reconocer que
Jesús es el Verbo encarnado, que Dios habla en lenguaje humano, que se expresa en
gestos humanos, asumiendo toda la creación. De aquí el lenguaje simbólico de la
Sagrada Liturgia, fundada en la polivalencia de la realidad captada por los sentidos y en
el significado último y total que les ha dado la humanidad de Jesucristo. De aquí la
necesidad de una educación de los sentidos capaces de entrar en la simbólica cristiana,
formarse en ella, ordenar su persona, en armonía y comunión, con los demás, el
universo y Dios.
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