El proceso: Caminar hacia el abismo; Franz Kafka

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El Proceso.
Todo comienza cuando, una mañana cualquiera, Joseph K. siente que la mujer que le lleva el desayuno se
tarda demasiado. Entonces, sale de su habitación para ver qué sucede y se encuentra con dos hombres que le
esperaban en la sala para informarle de su sometimiento a proceso. Ante la obvia pregunta de K. referente a
los cargos, se identifican como funcionarios que no saben ni pueden hacerle saber nada. Ningún intento de
soborno o intimidación con influencias amedrenta a los dos sujetos quienes, sin embargo, le aconsejan que no
pierda su tiempo preocupándose por evitar lo inevitable, que aún tiene toda una vida de procesado por delante
para hacerse todas las preguntas que quiera.
Sin saber cómo ni por qué, y de un día a otro, K. se convierte en procesado de una justicia invisible que no es
capaz de comprender salvo en algunos aspectos muy concretos. Al hacer una primera vista de su causa, es
citado a declarar a las oficinas judiciales, cuya ubicación lo confunde sobremanera. Caminando por calles
cargadas de gente, que parecía de una especie totalmente distinta a K., es conducido por su caminar
inconsciente hasta un edificio casi en ruinas. De inmediato comprende, por alguna razón que ni el mismo se
molesta en questionar, que es allí donde se ubican las oficinas. Como no sabe cual es el piso ni el
apartamento, opta por preguntar por un personaje ficticio, para poder asomarse y encontrar las oficinas. ¿Está
el carpintero Lantz?, pregunta en cada puerta con un cinismo que le caracteriza, y todo el mundo le contesta
que no. Por última vez, golpea una puerta y dice a la mujer que lo atiende Buen día, ¿está el carpintero Lantz?.
Ante la sorpresa de K, la mujer contesta Sí, pase, a lo que no es capaz de negarse. Sin embargo, no es con el
carpintero con quien se encuentra adentro, sino con una gran audiencia que espera su declaración,
agradeciendo, además, que haya llegado justo a tiempo.
K. comienza a sentirse preocupado por este proceso del que no comprende nada, no se atreve a preguntar
nuevamente la causa del sometimiento pues confía en esta ley que no se equivoca, además de sentir que, muy
probablemente, en algún momento debió infringir alguna ley hasta ahora desconocida. Sin embargo, contrata
un abogado para que se haga cargo de su causa y así dedicarse completamente a su trabajo en el banco.
A pesar de todo, las cosas no avanzan en absoluto a su favor, y aún más, su capacidad de cumplir con las
exigencias del trabajo se ve fuertemente desmedrada por lo que a menudo tiene fuertes enfrentamientos con su
jefe. Al mismo tiempo, entran a su vida una serie de personajes involucrados en el proceso, como, por
ejemplo, Leni, con quien K. sostiene una relación medianamente amorosa, que vive en casa del abogado y le
cuida durante la larga enfermedad que lo mantiene postrado en cama aún desde antes de que K. contratara sus
servicios; o el pintor, con el que K. mantiene una extraña relación basada en la incertidumbre. Otras tantas
personas hacen breves apariciones en la vida de K., como el sacerdote, que intenta hacer que K. comprenda
algo sobre su proceso contándole una historia sobre la capacidad intrínseca del hombre de entrar en la ley, que
este mismo se niega a utilizar; o el comerciante Block, un hombre deprimido por las circunstancias, procesado
al igual que K., con mucho miedo y desesperanza, como si la horrible enfermedad del proceso estuviera en él
en una etapa terminal.
El proceso sigue avanzando.
Finalmente, la desesperanza comienza a apoderarse también de K., mandando todo su trabajo, sus
responsabilidades, sus relaciones con otros y su propia vida al tacho de la basura. Comienza a dedicarse
completamente a su proceso y, aún así, ve todos sus esfuerzos como infructuosos. Su proceso avanza más y
más rápido y no es posible detenerle.
Un día cualquiera, igual que el día cualquiera en que aparecieron los funcionarios de la justicia en casa de
Joseph K., el protagonista camina encadenado a las miradas de dos funcionarios. No tiene miedo, a éstas
alturas sólo desea que todo termine, camina voluntariamente con ellos hasta que llegan al lugar elegido. En
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medio de la oscuridad que antecede a la condena, K. pregunta por última vez la razón de su proceso,a lo que
los funcionarios se declaran incapaces de contestar. Finalmente, dan muerte a K. y el proceso se cierra para
siempre.
Joseph K.
Si hay alguien con el que me identifico, probablemente igual que Franz Kafka lo hizo al relatar la historia de
este proceso, es con el protagonista, Joseph K., un hombre silencioso, metódico, con un profundo sentido del
orden y de la lógica, y que, sin embargo, nada puede hacer contra estas circunstancias que lo empujan hasta el
borde del abismo. Y es que K. es el hombre atípico para una situación típica, un hombre que asume
responsablemente las consecuencias de haber nacido en este mundo y de haber hecho lo que sea que hubiere
hecho; un tipo que hace todo lo que tiene que hacer, que pasa por muchas cosas y que, a pesar de todo, se
encuentra al borde del abismo.
Conviene en este punto detenernos a analizar el concepto de abismo.
En éste caso el abismo es el final abrupto al que el destino empuja a cada hombre y es, por lo tanto, para cada
individuo totalmente distinto. La vida consiste en empujar y ser empujado hacia el propio y particular fin de
nuestra vida, como en una máquina que nos mueve y se mueve gracias a nosotros.
El abismo de K., representa el mal término de su proceso. Él, como hombre correcto que es, hace todo lo
posible para el buen fin de su proceso; parece que intentara hacer cambiar su destino que empuja lo
inalienable hacia el abismo, pero en realidad lo que hace es asumir la realidad tal cual es, e incluso pareciera
que cuida de su causa unicamente porque éso es lo que hay que hacer. De hecho, nunca K. se preocupa de
algo tan fundamental como amar y ser amado, es más, su propia relación con Leni es puramente
circunstancial, y se basa, sobre todo, en que Leni ejerce una gran influencia sobre el abogado.
Me identifica la soledad de K., esa vida de hombre exitoso con el alma completamente a solas, esa
impenetrabilidad de su coraza, la imposibilidad de ser conocido en su fuero interno por otros; ésa total
autonomía, la certidumbre constante de que el peso de una invisible cadena se cierne sobre su cabeza (pues el
proceso es ya en sí mismo una condena), lo sombrío de su vida. Me identifica su silencio y su depresión
intrínsecos, casi tanto como la sensación de que el mundo está delimitado por esta reja procesal merecida,
deprimente, que transforma lentamente en un ente sin poder sobre la humanidad que lo empuja haca el abismo
y que, sin embargo, conserva la esperanza ilógica de la redención.
El comerciante Block.
Block es un desesperanzado innato, alguien para el que el inicio del proceso es sinónimo de condena. Es un
tipo que pone todo sus medios en salir del proceso porque teme a su abismo, no comprende que va hacia allá
y, mientras pueda evitar der un paso en su camino, lo hará con tal de no llegar jamás.
Por éso K. lo desprecia, a pesar de su experiencia de procesado con más años en el asunto, por su incapacidad
de enfrentarse a su destino y de hacer lo correcto, por su falta de vida propia sino en función de su causa, por
el miedo constante en el que vive.
Block es un hombre débil, con poca confianza en sí mismo y sin fe en el destino, no parece creer en los finales
felices y siempre teme a los reveses de la existencia.
Su ser me repugna, igual que a K., igual que a Kafka que no terminó el capítulo que le corres...
Franz Kafka, El Proceso:
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Caminar hacia el abismo
Curso: III ½ B
Fecha: 2 de Diciembre de 1999
Asignatura: Castellano
Caminar hacia el Abismo.
Cada hombre camina hacia su propio abismo. Su vida, de hecho, está marcada por un constante empujar y ser
empujado por la humanidad. Sin embargo, siempre existe la posibilidad de entrar en la ley y tomar el control
de nuestro caminar por la inquietante ruta de la vida.
Que vivamos caminando hacia el abismo suena horrible, tal vez demasiado fatalista, depresivo o pesimista, lo
que va absolutamente en contra de nuestra constante búsqueda por ser más y más felices. Para Franz Kafka,
sin embargo, este dolor ante la vida es totalmente natural y, es más, propio de un mundo que mutuamente se
empuja hacia sus propios abismos, hacia sus propias condenas que la sociedad les ha impuesto. Pese a todo
ésto, Kafka nos abre la puerta de un secreta esperanza, nos muestra, en un parpadeo de lucidez, la única forma
de abstraernos de nuestro rumbo al abismo: EL ÚNICO MODO DE DEJAR DE SER PROCESADOS ES
ENTRAR EN LA LEY.
En la metáfora que esconde El Proceso, de Kafka, cada hombre, vive su propio proceso, en el que una justicia
invisible e inevitable nos somete al inconsciente cuestionamiento de nuestros actos −como cuando K. decide
no seguirse preguntando la razón de su causa, dado que, de todos modos, debió haber infringido alguna ley−,
cuestionamiento que, por último, decidimos abandonar puesto que sabemos que en algún momento
quebrantamos nuestra débil coherencia. Y es que nuestra coherencia está constantemente siendo puesta a
prueba por la sociedad, un reino oscuro y corrupto que nos insta al doble standard, al hacerse el leso, al
individualismo, al egoísmo y a vivir en torno a verdades aparentes. Datos que respaldan indudablemente esta
verdad y este estado de la sociedad que nos hace tender hacia el delito moral, que nos hace ser procesados por
nuestra justiciera conciencia, son, por ejemplo, los altos índices de corrupción, la alta competitividad
(expresada en el alza de los casos de patologías psiquiátricas producidas por el stress) o, en el caso de Kafka,
esta tendencia ultranacionalista de su patria (austro−húngaro, habitante de la Alemania nazi) que producía en
la gente la necesidad de la autoprotección y el ensimismamiento para luchar por la propia supervivencia. Pero
todo esto tiene la misma fuente, una sociedad relativista para la que el bien es algo que depende
absolutamente del punto de vista personal, donde no hay valores fundamentales y donde cada uno está merced
de la propia conciencia −por éso es que se dan opciones de vida tan diversas como las de K., la del
comerciante Block, la del abogado, el pintor y, a pesar de todo, ninguno de ellos es capaz de entender el
origen de su proceso o la distinta velocidad con la que éste avanza, dado que en cada caso la justicia parece
comportarse en forma diferente−, justicia de la que no hay escapatoria.
Según ésto último, todos deberían estar siendo sometidos a proceso, mas no todos lo están. Ésto responde a
dos posibilidades. Primero, han logrado mantenerse en plena coherencia con sus valores; o, segundo, silencian
su conciencia y hacen caso omiso a los funcionarios que, un día cualquiera, aparecen sentados en la sala de su
casa. Sin embargo, la mayoría de las veces en que ya se ha caído en el delito al que el mundo nos incita, no es
posible huir de la justicia y comienza este proceso, que es ya en sí mismo una condena, esta participación en
el empujar y ser empujados hacia el abismo, hacia el fin, en que nos encontramos cara a cara con nuestra
culpa −como aquel día cualquiera en que K. fue llevado hacia su abismo sin oponer resistencia−.
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Sabemos que el resultado del proceso de K. es adverso, pero esto no implica que su historia no haya sido
capaz de arrojar ciertas luces sobre nuestros propios procesos. Es más, en el capítulo titulado En la catedral,
un sacerdote le cuenta una historia que indica claramente que cada hombre tiene la posibilidad de entrar en la
ley, única forma de convertirse en conductor de la situación judicial que le atañe. Esto significa, a fin de
cuentas, que el hombre sí tiene la posibilidad cierta de tomar las riendas de su vida y simplemente no caminar
hacia el abismo que el mundo le ha preparado.
La historia trata de un hombre que llega ante la puerta de la ley donde se encuentra con un guardia que le
recomienda no entrar, aunque no se lo impide en forma manifiesta, e incluso le dice que, a pesar de lo poco
recomendable que es entrar, si quiere hacerlo que lo haga. El hombre le pide permiso y el guardia se lo niega.
Muchas veces, durante muchos años, el hombre sigue intentando e incluso trata de sobornar al guardia, mas la
respuesta de éste es siempre la misma. Finalmente, cuando el hombre va a morir le pregunta, como última
cosa, por qué si todo el mundo aspira a entrar en la ley, sólo él había estado allí todo este tiempo. El
guardia le contesta: Esta entrada estaba destinada sólo para tí, ahora me voy y la cierro.
Aquí hay varios elementos que nos permiten apoyar lo anterior. Por ejemplo, el hecho de que todo el mundo
aspira a entrar en la ley, puesto que sólo dentro de ella se garantiza que la conducción del proceso de la vida
está en las propias manos. Por otro lado, está también el hecho de que existe una entrada particular para cada
individuo, lo que pone en evidencia la particularidad de cada proceso. Sin embargo, siempre hay algo que
aparentemente nos evita entrar en la ley −el guardia−, pero atención que es sólo una apariencia, dado que el
guardia jamás le impide en forma manifiesta la entrada, solamente le señala que es poco recomendable, en
realidad, tan poco recomendable como es asumir el enorme peso de la responsabilidad de una vida que, para
colmo, es la propia.
La posibilidad existe, es posible no caminar hacia la condena, hacia el abismo; no ser llevado por los
funcionarios sin oponer resistencia, sino tomar las riendas de la vida haciendonos libres e independientes de la
circunstancias; pero esto sólo es posible cuando somos capaces de vencer el miedo, la poca recomendabilidad,
de asumir la horrorosa (ya lo señalaba Nietzsche), pero libre, tarea de conducirnos la vida.
En definitiva, la humanidad camina, hombre por hombre, hacia un abismo personal que parece inalienable,
que es impuesto por la propia forma en que la sociedad malcria a sus hijos, y en el que, por qué no decirlo, la
mayor parte de los indecentes homínidos que habitan esta gris esfera de agua caen. Sin embargo, para cada
hombre existe también una puerta a la conducción independiente de su vida, para la que debe sortear el terror
a la responsabilidad, pero que garantiza una construcción inesperada de camino nuevo o, al menos, de un
abismo desconocido que, de todos modos, no puede ser peor que el antiguo.
...y yo
Hasta justo antes de comenzar, no tenía idea de lo que iba a escribir, debo reconocerlo. Por alguna gracia
divina, ayer disfruté de una obra de teatro que hablaba precisamente del asunto de caminar inevitablemente
hacia el abismo, claro que, más bien, ponía el énfasis en el hecho de que el hombre es sólo su destino. Un
hombre que habíase dado cuenta de que la humanidad lo empujaba hacia su propio abismo, decidió alejarse de
todo. Sin embargo, el destino lo golpeó con mano fiera en el rostro y comprendió que en realidad había sido
empujado al abismo definitivo de la soledad.
Ahora, el silencio me invade como antes me invadió el ruido de las ideas aún no redactadas. Ahora mi mente
se ha quedado callada, inerte, como una nube totalmente exprimida por la tormenta.
De modo que sólo escribiré sensaciones, ruidos de mi inconsciente que son traducidos en imágenes en vez de
ridículas onomatopeyas (alguien se ha preguntado alguna vez lo ridículas que son) .
Sucede que, mientras el sol se empeña en alargar las sombras contra la vereda Este, de entre la niebla mental
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de las tardes de primavera −esa niebla de mentiras que es un poco por el sueño, un poco por la alergia− sale
una saeta que surca el infinito universo de la calle que se cierra en sí misma, allá en el fondo del horizonte.
Recuerdo entonces cuando todo era así, cuando todo era saetas, todo sombras veloces surcando el espacio,
siluetas, rayos, raudas flechas que asustaban a los niños más pequeños que no comprendían la velocidad a la
que avanzaba nuestra vida entera.
Son sólo recuerdos fugaces. Es que fue todo tan rápido.
Todo tan ciego e inconsciente. Jamás supe siquiera cómo llegué aquí, al borde donde todo se acaba, donde se
cierra la farsa del tiempo y de la vida.
Nada más, sólo sé que ya es bastante tarde. El tiempo vuela a la hora del atardecer, demasiado breve como
para alcanzar a llegar a casa.
Ya es ocaso, todo se vuelve arreboles en extinción.
Y se extingue la luz y la energía.
Fugaz, se me ha pasado la vida entre saetas.
Ahora todo es silencio, la noche se apodera del tiempo.
Mientras, mi cuarpo cae inerte, produciendo un ruido sordo allá en el fondo, donde el cuento termina.
Éso es todo.
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