Documento 2626830

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El examen
de matemáticas
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Miguel Matesanz
El examen
de matemáticas
edebé
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© Miguel Matesanz, 2012
© Ed. Cast.: Edebé, 2012
Paseo de San Juan Bosco, 62
08017 Barcelona
www.edebe.com
Directora de Publicaciones: Reina Duarte
Editora de Literatura Infantil: Elena Valencia
Diseño gráfico de cubierta: César Farrés
© Ilustraciones: Gemma Gené Camps
Primera edición: marzo 2012
ISBN 978-84-683-0410-6
Depósito Legal: B. 32149-2011
Impreso en España
Printed in Spain
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus
titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español
de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento
de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).
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Ésta va por Roxana,
mi Multiplex Infinitum.
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Índice
Primera pregunta ..............................11
Segunda pregunta .............................23
Tercera pregunta ...............................35
Cuarta pregunta ................................47
Quinta pregunta ................................59
Sexta pregunta ..................................73
Séptima pregunta ..............................85
Octava pregunta ................................95
Novena pregunta .............................105
Décima pregunta .............................117
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NOMBRE: NATALIA BARRACHINA DE SASTRE
CURSO: CUARTO A
ASIGNATURA: MATEMÁTICAS
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Primera pregunta
LA FACHADA DE UNA VIVIENDA TIENE
12 VENTANAS. DURANTE EL DESFILE
MUNICIPAL, 2 PERSONAS SE ASOMAN A
CADA UNA DE LAS VENTANAS. ¿CUÁNTAS PERSONAS ESTÁN CONTEMPLANDO EL DESFILE MUNICIPAL DESDE LA
CASA?
M
e parecen muy pocas personas asomadas a cada ventana. Lo digo, señorita,
porque el desfile municipal se celebró precisamente hace diez días y la comitiva pasó
justo por delante de nuestra casa, y le aseguro
que fuimos un montón los que nos asomamos
a las ventanas para ver pasar a los miembros
de la banda, porque casi todos los vecinos
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teníamos a algún familiar o conocido tocando un instrumento. Mi hermano Mario, por
ejemplo, iba tocando una trompeta, y eso
que sólo tiene once años, y a su espalda
marchaba mi prima Paloma, preparada para
hacer sonar los platillos, aunque a la pobre
no le dio tiempo por lo que ocurrió un poco
después.
Pues eso, que cada vecino estaba pendiente de alguno de los músicos que iban
interpretando una melodía preciosa, y las
ventanas de nuestra casa estaban llenas de
cabezas asomadas a la calle. La que menos
tenía, y le prometo que me entretuve en contar todas las cabezas, era la ventana del salón
del primero izquierda, con sólo dos cabezas,
pero es que decía mi madre que esa gente
no eran de disfrutar mucho las fiestas.
A nosotros, sin embargo, nos chiflaba todo lo que fuese música y baile y desfiles y
alegría. Que yo recuerde, a la ventana del
salón nos asomamos mi madre, mi padre,
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mi tía Fati, mi prima Estrella, mi hermana
Mariló y yo. Eso suma seis cabezas. A la ventana del dormitorio de mi hermana Mariló,
se asomaron mi tío Aurelio, mi primo Gustavo, mi abuela Gisela y nuestra vecina Pacita,
porque la pobre no tenía ventanas en su casa
que dieran a la calle, pues todas dan al patio
interior. Ya tenemos otras cuatro cabezas. Y
así por toda la fachada, salvo en la ventana
del salón del primero izquierda, por la que
sólo asomaron su cabeza el señor Duarte y
su esposa, el matrimonio que no disfrutaba
mucho de las fiestas, y apenas estuvieron
mirando el desfile un par de minutos. Quizá
tuvieran algo mejor que hacer, aunque no se
me ocurre qué podría ser más divertido que
contemplar el paso del desfile municipal por
delante de nuestra casa.
Las fiestas del barrio comenzaban siempre
con este desfile, en la primera semana de octubre, y hasta este año siempre habían durado
siete días, aunque en esta ocasión sólo iban
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a durar cuatro. Mi padre me explicó que era
por culpa de la Crisis, una señora malísima
que nos estropeaba la diversión cada dos por
tres. Mi prima Estrella decía que se trataba de
una bruja que viajaba por el mundo fastidiándole la vida a la gente, y mi primo Gustavo se
reía de su hermana diciendo que Estrella no
tenía ni idea, que la tal Crisis era una garrapata diminuta que vivía en la caja fuerte de
los bancos y que, en los últimos años, se había comido casi todos los billetes que tenían
guardados allí dentro. Yo me tronchaba de
risa cada vez que me imaginaba a ese bichito
bien feo mordisqueando los fajos de billetes,
un día tras otro, hasta hacerlos desaparecer.
¡Menudo atracón se debía de haber dado!
Lo malo era que, como habían desaparecido tantos billetes por culpa de la bruja o de
la garrapata esa, ya no se podían gastar en
las fiestas del barrio y por eso habían tenido
que acortar su duración. De siete días a sólo
cuatro. Un rollo, la verdad, porque ni siquiera
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se habían molestado en instalar la verbena de
todos los años en la plaza vieja. Digo yo que
no harían falta muchos billetes para haber
traído la pista con los coches de choque y el
tiovivo que tanto le gustaba a mi hermana
Mariló, la pequeñaja. ¡Pues ni eso íbamos a
tener! La malvada Crisis nos iba a dejar más
aburridos que un día sin televisión.
Por eso teníamos todos tantas ganas de
contemplar el desfile municipal. ¡No íbamos
a perdernos una de las pocas diversiones de
las fiestas de este año, estaba claro! Aunque
mis padres y mis tíos habían decidido en el
último momento que lo viéramos desde las
ventanas de nuestra casa, porque en la calle
se juntaba siempre demasiada gente y a mi
tía Fati le solían dar mareos en medio de las
aglomeraciones. Además, mi hermano Mario se ponía muy nervioso cuando tenía que
tocar delante de nosotros y empezaba a liarse con las notas, como si fueran los números
de una multiplicación muy complicada. Así
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que era mucho mejor contemplar el desfile
desde arriba, a distancia, para que Mario demostrase que era un gran trompetista y mi
madre se echase a llorar despacito, llena de
orgullo, y a mi padre se le hinchase el pecho
como si fuera un globo a punto de salir por
la ventana y alejarse hacia el cielo.
Mi prima Estrella y yo nos habíamos subido a un taburete por delante de mis padres
y de mi tía, y señalamos a Mario las dos a la
vez en cuanto le distinguimos entre el resto
de sus compañeros, aunque no gritamos su
nombre para que no se asustara y empezase
a desafinar. La verdad es que estaba bien
guapo con el uniforme de la banda, que era
azul oscuro con una camisa naranja. Me entró la risa cuando lo vi con las mejillas hinchadas y el cuello estirado y los platillos de
mi prima Paloma detrás de él, preparados
para el ¡tachán! que estaba a punto de llegar,
aunque nunca llegó, claro, porque sucedió lo
que nadie esperaba.
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Ahora que lo pienso, fue todo tan inesperado que la mayoría de los miembros de
la banda siguieron tocando después de que
el desfile se detuviera. Supongo que no se
dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo,
porque iban tan concentrados en tocar la
nota correcta que nada de lo que pasara a
su alrededor podía despistarlos. Mi hermano Mario fue uno de los últimos en dejar de
tocar y, por unos instantes, tuve la impresión de que estaba interpretando un solo de
trompeta mientras la multitud congregada en
las aceras murmuraba impresionada por lo
bien que tocaba.
Lo malo era que la gente no había empezado a murmurar porque admirase el talento
de mi hermano, sino por algo mucho peor.
Mario interpretó un la sostenido, lo reconocí porque yo pasaba muchas tardes
estudiando a su lado mientras él ensayaba las partituras que más le costaban, y la
nota se prolongó durante unos cuantos se-
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gundos, como si alguien muy poderoso la
estuviera estirando desde la trompeta de mi
hermano hasta la plaza que había al final
de la calle.
—¿Por qué han dejado de tocar los demás? —preguntó mi madre, que no se había
enterado de lo que estaba ocurriendo porque
sólo tenía ojos para Mario.
—Deberías mirar a tu izquierda para hacerte una idea —dijo mi padre, cogiéndome
de los hombros para apartarme de la ventana—. Natalia y Estrella, sed buenas chicas y
venid conmigo. La diversión ha terminado
por el momento.
Mi prima y yo nos habíamos quedado
boquiabiertas y paralizadas, contemplando
lo que estaba pasando en la calle, frente a
nuestra ventana.
—Si vi mis ginti —comentó Mariló, la canija de la familia, que ese día había decidido
hablar sólo con la «i».
—¡Pero papá…! —exclamé, agarrándome
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al alféizar para que mi padre no me arrastrase con él—. Tenemos que ver lo que ocurre.
No nos lo podemos perder. ¡Nunca había
visto nada igual!
Y era bien cierto.
Lo que estaba sucediendo ante nosotros
resultaba tan increíble, tan sorprendente, que
por un instante estuve a punto de desmayarme, como si mi cabeza no fuese capaz de
aceptarlo y prefiriese desconectar.
Todas las personas que había en la calle,
todas las que veíamos desde la ventana de
nuestro salón, se acababan de multiplicar por
dos. Así, como suena. ¡Una verdadera pasada! En apenas un segundo, la calle se había
llenado de gente. Quiero decir que ahora
había justo el doble de gente, incluido mi
propio hermano, Mario, que ya no era uno,
sino dos, con una trompeta cada uno.
De buenas a primeras, yo tenía un nuevo
hermano, que también parecía trompetista.
Y se me puso la carne de gallina cuando
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pensé que quizás él tuviese otras dos nuevas hermanas: las que acabasen de aparecer
después de que Mariló y yo nos hubiésemos
multiplicado por dos.
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