Nos proponemos desarrollar en el presente trabajo la

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Música y Política: los fundamentos apolíneos de la polis griega.
Nos proponemos desarrollar en el presente trabajo la enorme influencia que
ejerció sobre los griegos la música. «Música» remite, en esta civilización, no
sólo a lo que actualmente concebimos como música, sino, más precisamente, a
todo el espacio regido por las Musas. Por lo tanto, alude a un marco teogónico
y divino que será el fundamento del kosmos.
La propuesta del trabajo es rastrear el pasaje que va de la poesía como
recitación musical de los orígenes, y por lo tanto de la Aletheia, a la filosofía, y
más específicamente, a la filosofía política. Los conceptos comunes entre las
dos tradiciones, veremos, son los de «límite» y «medida». Límite y medida son
dos atributos esenciales a la naturaleza del dios Apolo: su expresión la
encontramos tanto en su figura de músico o citarista, compitiendo con Marsias
en un concurso musical, como en su otro rol de dios-legislador, dictándole la
constitución de los espartanos a Licurgo, según contaba la tradición.
La filosofía, y su encarnación en la polis, tendrá su arkhe en la reflexión
sobre los conceptos comunes de «límite» y «medida» que conforman el
universo de la religiosidad apolínea como máxima expresión y síntesis de la
religión oficial de los siglos VIII a IV.
Mito y música pertenecen al reino del oído: no es casual, entonces, que
siendo Apolo el dios que dice la verdad, el dios que, como dice Píndaro en
Píticas III, 28-29, “con su espíritu todo lo sabe, / pues a él no le roza lo falso”,
sea también el dios por el cual, como dice el Himno a Apolo, “en todas partes
han
sido
fijadas
las
leyes
del
canto”.
Palabra
y
música
estaban
indiscerniblemente unidas. Antes que a las formas observables y visibles, los
griegos se inclinaron a las formas audibles. Antes que en cuerpos visibles, el
kosmos está fundamentado en cierta medida y proporción de sus elementos.
Es precisamente esta medida la que expresa la música con sus intervalos y
con su ritmo.
Apolo compañero de las Musas, Apolo Musageta (‘conductor de las
Musas’) trae al mundo, con sus encantadoras melodías, la Aletheia de los
orígenes, y por eso también es Apolo Patroo (‘ancestral’). En este legein
comienza el mundo a einai regido por Apolo Tesmio (themis, ‘ley’). Ritmo por
un lado, y palabra por el otro. El cantar del poeta, el recitar del aedo, se
producía según el ritmo que la misma lengua les imponía.
El desarrollo cultural que permite la existencia de un florecimiento
musical con sus implicancias mítico-musicales, en donde deberíamos nombrar
a personajes como Safo de Lesbos, Sakadas de Argos, Arquíloco de Paros o a
Alceo de Lesbos, coincide con el movimiento colonizador y el crecimiento
económico que darán lugar a la formación de las poleis griegas. Hacia el siglo
VII, la recitación de la epopeya va recayendo paulatinamente en un narrador, el
rapsoda, mientras que el proemio se desarrolla como un trozo musical
autónomo: el nomos kitharodico. También hacia el mismo siglo surge, sobre
todo en Lesbos, la lírica, es decir, el canto al son de la lyra. Pero lo que más
nos interesa remarcar es la aparición de un modo musical independiente: el
nomos. Sólo el nomos como variante en la recitación es la expresión
estrictamente musical, tal como lo entenderíamos actualmente. Nomos es este
nuevo estilo puramente musical, es «lo que se reparte», la justa proporción de
los elementos que conforman el cosmos, y que conformarán a las nuevas
poleis.
La preocupación sobre el espacio es el lazo entre el aspecto míticomusical y el político. Y otra vez, la figura que los reúne es Apolo. En esta
preocupación se reúnen las condiciones del límite y la medida necesarias para
el desarrollo musical y para la expansión política (que podríamos llamar
colonizadora) que culminarán en la aparición de la polis. El espacio, podemos
decir, es la forma o expresión visible de la armonía musical del kosmos. Tal
como aparece en la procesión pitagórica, el espacio, las tres dimensiones,
tienen su fundamento en el número y en las proporciones numéricas. Recién
con el número tres aparece el espacio, ya que el dos sólo delimita dos planos
ilimitados. La siguiente procesión, como sabemos, son los cuerpos sólidos en
el número cuatro.
Pero el espacio es también el producto de la palabra cantada, en la
tradición de la palabra mágico-religiosa, pero sobre todo, para la época heroica
y clásica, en la tradición de los poetas, aedos y líricos. En el lenguaje mismo se
manifiesta esta cuestión nodular que une ritmo y rememoración de los
orígenes. Pero no nos olvidemos: nos referimos siempre al lenguaje hablado, a
la supremacía del oído sobre el ojo. Es el lenguaje hablado mismo el que
imponía la melodía y el ritmo. La melodía y el ritmo podían formarse con la
elevación del pie (arsis) de los elementos cortos y por el descenso del pie
(thesis) de los largos. Como vemos, el poeta era, a la vez, cantante y músico. Y
en cuanto tal, constituía el kosmos en cada canto.
Se cuenta que Anfión levantó al son de su lira las murallas de Tebas.
Así, por ejemplo, lo cuentan Pausanias y Apolodoro (aunque no así Homero) 1.
Otro ejemplo es el siguiente himno órfico referido a Apolo: “posees los límites
1
Ver: Apolodoro: III, v. 5; Pausanias: IX, 5. 6-8; Homero: Odisea, XI, 260-263.
del Cosmos, y eres principio y fin de todas las cosas [...] tu cítara sonora llena
el espacio y se oye hasta en los últimos confines”2. El espacio definido por sus
límites es producido en la mitología referida a Apolo y a la música, por el sonido
de la lira.
De las vibraciones de la lira, que son vibraciones del aire, es decir,
vibraciones espaciales, se derivan una serie de medidas, en tanto mandatos y
en tanto límites. Para Píndaro, en Píticas I 1-12, la lira marca el paso, el
espacio de la danza, pero también el espacio de la palabra según recaiga
sobre arsis o thesis. Así, el ritmo de la recitación misma acompaña al ritmo de
las vibraciones del aire producidas por la lira. Los sonidos de la lira son, según
este pasaje, como los dardos, los dardos que dispara el certero arco de Apolo.
El liredo o el citaredo imponen intervalos que, en la medida que la música es
musike, es decir, unión de melodía y palabra, son intervalos semánticos,
significando de esta manera a la totalidad de lo real, desde la inalcanzable
águila de Zeus y las almas de los dioses, hasta los pasos de los danzantes u
oídos del público.
Las vibraciones del aire recorren el espacio constituyéndolo, de la misma
manera que la lira. Recordemos que una de las más importantes formas
musicales era el nomos. Nomos quiere decir, entre otras cosas, «aire»,
«canto». Por esta vía semántica del término, Apolo, en tanto dios ligado a la
música y a las Musas, aparece como un dios eólico. Es precisamente en ese
desplegarse de los sonidos musicales a través del espacio y por medio del aire,
que el espacio se constituye de una determinada manera. Apolo es, en cierta
medida, dominador del aire. Por ejemplo, en la Ilíada Apolo retira el castigo que
2
Himnos órficos. (En: Hesíodo. Teogonía). P. 71-72
caía sobre los dánaos y, entre otras cosas, dice Homero en I, 479, “un próspero
viento les enviaba” para que las naves siguieran su rumbo. El mismo accionar
aparece en Himno a Apolo 421-422 cuando Apolo controla un navío de los que
serán sus próximos sacerdotes y sirvientes; dice el himno: “el soberano Apolo,
el que hiere de lejos, la dirigía [a la nave] fácilmente con su soplo”. Debemos
entender estas facultades del dios sobre todo por su tendencia a conquistar
espacios, a re-territorializar espacios profanos o extranjeros, en espacios
sagrados dedicados a su culto. La misma vibración del aire es reproducida por
la lira, pero también por la palabra. Es la palabra la que recorre el espacio para
ser territorializada, simbólicamente mediante su desciframiento, en la religión
oficial griega.
Esta es una tendencia que se observa en abundancia en la descripción
que hace Pausanias sobre Grecia, pero también en el primer relato que hace el
Himno a Apolo sobre la búsqueda, por parte de Apolo, de una tierra para
instalarse. Así como Delfos resultó ser el ombligo del mundo por la travesía
hecha por las dos águilas, muchos otros oráculos parecen haber surgido de la
misma manera. Hay un patrón en los relatos que nos transmite Pausanias
sobre cómo aparecen ciertos ríos, o ciudades, o templos, que se repite una y
otra vez: a partir de un punto originario, se abre espacialmente un territorio
simbólico y sagrado por intermedio de diferentes métodos, aunque siempre en
forma de mandatos del dios. Veamos un ejemplo de Pausanias IX, 12, 1-2:
También cuentan que, cuando Cadmo partió de Delfos por el camino hacia la
Fócide, una vaca le guió en su viaje. Esta vaca fue comprada a unos pastores de
pelagón, y en cada uno de sus costados había una señal blanca parecida al círculo de
la luna llena. / Cadmo y su ejército debían vivir, de acuerdo con el oráculo del dios, allí
donde, cansada la vaca, doblase las rodillas [...]
El oráculo impone cómo ha de redistribuirse el espacio a partir de
procedimientos ambiguos u oscuros, conforme a la naturaleza del dios. Los
espacios profanos se convierten en sagrados, con las consecuencias
prósperas, para los lugareños, según la fertilidad que acompañaba siempre al
dios. Por cada ayuda prestada por el dios, el hombre erige un santuario: Apolo
reafirma su poder territorial marcando, a su paso, los espacios con sus
templos.
Para terminar, digamos que el espacio visual era las dimensiones
fundadas por la música. Entrarían aquí una serie de consideraciones acerca del
espacio propio de cada uno de los pueblos griegos, cada uno representado por
una melodía distinta (doria, frigia, etc.), que no podemos desarrollar ahora. Sólo
haremos mención de un dato significativo. Pausanias, entre tantos otros
nombres, da cuenta en II, 35, 3 de un Apolo Horio (‘Protector de las fronteras’).
La inmensa cantidad de oráculos y sobre todo santuarios dedicados al dios, era
una expansión territorial, una conquista y re-territorialización de espacios
extranjeros tanto en la religión oficial griega como en el nuevo paradigma de la
polis. Así dice Pausanias en el pasaje citado: “Por qué llaman a otro [Apolo]
Horio no podría decirlo con certeza, pero conjeturo que por haber vencido en
una guerra o en un juicio acerca de las fronteras del país le concedieron
honores a Apolo Horio”. En la configuración del kosmos, el espacio es, así, el
despliegue del ritmo que es audición y luego visión.
Y en la configuración de las poleis encontramos un especial interés y
cuidado por la distribución espacial: el agora, por un lado, como centro público
y civil en donde se desarrollará el gusto por la palabra, y por el otro, el templo o
santuario de la divinidad protectora de la ciudad o poliada, como centro
religioso en donde se asegura el bienestar de la comunidad. El agora y el
santuario forman el centro geográfico y estratégico de la ciudad alrededor del
cual se fundamentan las nomoi que regirán las relaciones sociales y
económicas de la polis.
Si consideremos el mito de la fundación del oráculo de Delfos como el
paradigma de la religión griega, podemos afirmar que Apolo viene a ser la
divinidad que encarna y reúne al politeísmo griego. Centro geográfico por
excelencia, también es el centro “legal” por antonomasia: ninguna expedición
de los siglos VIII a VI que tuviera como fin fundar una apoikia, una colonia,
dejaba la metrópolis sin antes consultar al oráculo de Apolo.
A modo de conclusión, veamos cómo las dos tradiciones, la civil y la
religiosa, que son las dos caras del dios Apolo, se sintetizan, o al menos
confluyen, en la filosofía. La relación ley-música-Apolo aparece con toda su
fuerza en Platón. Pero primero debemos volver al campo semántico de nomos.
Nomos quiere decir, además de lo que ya vimos, «lo que se reparte», «lo que
se posee o usa», «uso», «costumbre», «hábito», «opinión general», «máxima»,
«regla de conducta», «ley», «mandato», «modo musical». Apolo es el dios de
la ley, en un sentido cosmológico y en un sentido jurídico. Apolo es el dios que,
como dice Cornford en Principium Sapientiae [P. 114], hace girar los cielos
conjuntamente (α = , ), es decir armoniosamente, conforme al
término «harmonia» como acoplamiento de partes.
Platón erige a Apolo como el dios de la nueva polis, el dios de la lira que
impone las leyes. Es Platón el que reúne con más claridad las dos caras del
dios, la musical y la legisladora, componiendo un retrato completo de las
facultades principales del dios. La ley representa el límite entre lo legal y lo
ilegal, pero también entre lo moral y lo inmoral. La noción de «límite», mucho
más racionalizada que en sus predecesores, aparece en Platón como lo que
divide lo verdadero de lo aparente. El límite entre el verdadero guardián y el
falso está fundamentado por la teoría de las Ideas: las cosas sólo pueden ser
en tanto que participen en, y correspondan a, una Idea. La racionalidad
apolínea se transfigura en la teoría platónica de las ideas como Ideas-límite de
las cosas. Es, por otro lado, el espíritu socrático que continua en el discípulo.
La búsqueda de Sócrates de los conceptos respondía también a esa máxima
inscripta en el oráculo de Delfos: «Observa el límite». La delimitación del
campo semántico de las palabras fue una de las tareas que Sócrates quiso
realizar y que Platón aplicó a la definición de la polis ideal y de los gobernantes.
Dice Platón en República 424 c: “no pueden alterarse las normas de la música
sin que ocurra lo mismo con las leyes fundamentales de la ciudad”.
En órdenes aparentemente tan dispares como lo son la música y la
política, la antigüedad griega nos presenta esta unión, esta armonía entre
diversos ámbitos de la cultura como condición para una clara y fuerte
fundamentación de la vida de una civilización. Esta condición impone, a su vez,
una integración y participación de la vida social, religiosa y artística perdida ya
para nosotros, hombres del tercer milenio. Si podemos seguir pensando a los
griegos es, precisamente, no por justificar cierta pérdida, sino más bien por
justificar cierto proyecto, cierta esperanza de transformación, en una sociedad
que atomiza las distintas producciones y construcciones de sus integrantes,
anulando, así, los verdaderos, mejor aún, los necesarios vínculos sociales que
posibilitan el ejercicio libre del trabajo del hombre.
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