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C
erca de las montañas, no tan lejos de la ciudad de Dosamén, vivía
una tribu de indios llamada Los Gomitas. El gran indio Pluma de
Cóndor, era el líder de todos ellos.
Su hijo, llamado Orejas de Zorro, era tan inteligente, que todo lo que
hacía le salía a la perfección. Un día, su padre Pluma de Cóndor, trabajaba
la tierra para poder sembrar, y así, la Madre Naturaleza, le de los
alimentos que toda la aldea cosechaba con mucho esfuerzo, para poder
alimentarse. Pero hubo un feroz tiempo, en el que, el Dios Sol, calentó
tanto la tierra, que secó la cosecha de Pluma de Cóndor y prácticamente,
escaseaba el alimento.
Orejas de Zorro tenía un amigo muy especial, que lo visitaba de vez en
cuando: el padre Cristian, que vivía en la ciudad de Dosamén. Un día muy
temprano, apenas el Dios recién se asomaba, Orejas de Zorro salió sin
que su padre, y su madre Luna Llena, se dieran cuenta; y fue a visitar a la
ciudad al padre Cristian. Al llegar, cansado, el cura le ofreció un pedazo
de pan y unos dulces, que eran los preferidos de Orejas de Zorro. Comió,
y se sentó en una piedra grande que se encontraba debajo de un gran
paraíso. Era el lugar preferido de toda la gente de la ciudad para
descansar y refrescarse en la sombra que daba ese enorme árbol.
– ¿A qué se debe esta visita? – preguntó el padre Cristian al
niño.
– ¡Gran anciano blanco! – (así le decían Los Gomitas, al
sacerdote) – vengo a contarle algo que está pasando en la
aldea: nuestro Dios está enojado con toda la tribu, y secó
nuestras cosechas. Mis padres ya no saben qué ofrecerle.
Toda la tribu está desesperada
y hay muchos niños
desnutridos, ¿qué hacemos padre?
El padre lo miró y le dijo:
– ¡Vení hijo! Entrá a la casa de Dios. Verás que todo lo que te rodea
es amor y paz. ¿Ves ésta imagen?
–
¡Sí! – le dijo Orejas de Zorro.
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– Bueno, hijo, es mi Dios, y se llama Jesús. Tomá, agarralo con tus
manos. Andá con él hasta tu aldea y contale a todos, que él puede
ayudarlos a recuperar sus alimentos.
Orejas de Zorro salió corriendo hacia su aldea, llevando la imagen en
sus manos, agradeciéndole en voz alta mientras corría a unos cuantos
metros de la iglesia.
El niño iba a toda velocidad, y antes de llegar a la aldea, en un arroyo,
se inclinó a tomar un poco de agua. Miró la imagen, la mojó y la dejó
parada en la orilla, pidiéndole que las tierras que sembraran de nuevo,
sean buenas, y que le pida al Dios Sol que deje caer agua sobre las
cosechas. Luego de hacer su pedido a Jesús, continuó su caminata para
su aldea. Llegando para el momento de la oración, cuando el gran Sol, al
que solían llamarlo Dios, se escondía entre las montañas. En las manos
del pequeño, llegaba otro dios, que ellos no conocían; toda la tribu lo
miró sorprendido y Plumas de Cóndor le dijo:
– ¡¿No vale nada?! –. Mientras Orejas de Zorro le mostraba la
imagen que tenía en sus manos, chiquitas y raspadas.
– Tu madre, Luna Llena, está muy preocupada por vos ¡no te
encontrábamos por ningún lado!
– Padre, madre, fui a ver al padre Cristian y le conté lo que está
pasando en nuestra aldea. Miren lo que me dio: una imagen de su
Dios que se llama Jesús, y me dijo que le pidamos por nuestras
cosechas y toda la tribu.
Todos lo miraban y lo tocaban, pidiéndole que desde el cielo, brote la
tan deseada lluvia.
Al día siguiente, Orejas de Zorro se despertó temprano. Salió de su
choza, y sintió que corría una brisa húmeda que mojaba su cara. Despertó
a sus padres, y rápidamente, salieron los tres, mientras toda la tribu
dormía. Miraron al cielo, y se arrodillaron agradeciéndole a Jesús, al ver
como caían gotas de agua sobre sus rostros. Adoraron la imagen y
abrazaron a Orejas de Zorro bien fuerte, dándole gracias a los gritos, al
padre Cristian por su bendición. Los Gomitas festejaron la llegada de la
salvadora lluvia, que evitaría que todos, mueran de hambre.
Fin
Hernán Mansilla Catan
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