El libro de Manuel y Camila; Ernst Tugendhat

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EL LIBRO DE MANUEL Y CAMILA.
Diálogos sobre ética
−de Ernst Tugendhat, con Celso López y Ana María Vicuña−
CAPÍTULO 1
¿Cuál es el peor crimen?
Esta cuestión se plantea a raíz de una noticia que ve en el telediario el padre de Manuel, en el que unos
asaltantes domésticos asesinan a un matrimonio. Entonces los niños comienzan a debatir sobre este horrible
crimen, pero preguntándose a sí mismos si matar es realmente el peor crimen. Al final no llegan a una
conclusión ética concreta, debaten sobre que preferirían, un sufrimiento prolongado o una muerte rápida y sin
sufrir, y se plantean porqué la muerte se considera lo peor que te puede pasar. Por desgracia no se responde a
esta pregunta. En cambio ofrece la conclusión de que es nuestra propia moral la que nos impide matar a
alguien, la que nos dice que eso está mal. Y que nuestro instinto de supervivencia es el que intenta evitar
nuestra propia muerte, a pesar de que pueda ser mejor morir que padecer un sufrimiento extremo.
Yo pienso que hay cosas peores que la muerte, pero el asesinato está considerado tan gravemente porque,
cuando matas alguien, le quitas todo, absolutamente todo. Todo lo que ha vivido y lo que le queda por vivir.
Todo lo que posee, que ha hecho, todo lo que recuerda. Se lo `quitas' a sus seres queridos. Le quitas todo lo
que es suyo y lo haces sin permiso. Supongo que esa es la diferencia entre el asesinato y la eutanasia, pero ese
no es el tema Quiero decir que, el asesinato, en cierto modo, es la peor forma de robo que existe. Cometer un
acto así sin razón alguna demuestra carecer de moral. Si se hace en legítima defensa no creo que deba
considerarse como un crimen, sino como un acto desesperado por sobrevivir todo el mundo lucha por su
supervivencia y la de los suyos. Pero asesinar sin motivo es una de las peores crímenes que existen, no sabría
decir si es el peor de todos. No creo que un asesinato justifique la pena de muerte. Poniéndome en el lugar de
cualquier víctima colateral de un asesinato, seguro que desearía la muerte del criminal; pero considero un
castigo mucho peor y más justo el hacerle pagar por su crimen todo lo que haga falta. Una vida de sufrimiento
es mucho peor que morir.
CAPÍTULO 2
¿Provocan todos los tipos de robo el mismo daño?
Ricardo presencia un atraco de camino a clase y comenta que no paró para ayudar al niño al que estaban
robando por medio a que le pegaran a él también, pero no puede evitar sentir rabia por lo ocurrido. Así
empieza el debate sobre los robos y porqué están mal. Se plantean si robarían o no y porqué, si por el hecho de
que está mal y no te gustaría que te lo hicieran a ti o por las posibles consecuencias si se descubriera que has
robado. Se llega a la conclusión de que lo correcto es no robar, que es tu propia conciencia moral la que te
debe dictar si robar o no, no ya por el hecho de robar sino como una cuestión de respeto hacia los demás.
También se concluye que nadie querría convivir con una persona amoral, que no tuviera ningún reparo en
robar. Si el robo se llevara a cabo sin que nadie se diera cuenta ni siquiera de que le falta algo, depende de la
situación, se consideraría un abuso de confianza o, aunque el afectado no fuese consciente del daño que ha
sufrido, seguiría siendo un daño.
Estoy de acuerdo con que no se debe robar, por razones morales y de respeto. A nadie le gustaría que le
robaran. El respeto hacia las posesiones de la gente De hecho, el respeto en sí hacia la gente es algo que uno
debe tener en la cabeza presente constantemente. Aunque en una situación muy desesperada no tendría
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inconveniente en robar. Es cómo el ejemplo que he puesto en el capítulo 1, el de asesinar en legítima defensa,
uno sólo haría algo así en una situación extrema o de vida o muerte. Creo que con el hurto sucede lo mismo,
aunque no del todo porque el asesinato es mucho más grave. Me explico: en una situación de desesperación
total o en la que peligra mi vida o la de los míos, ni yo ni nadie repararía en robar. Es instintivo. Sobrevivir es
algo que se interpone en ocasiones a cualquier valor moral.
CAPÍTULO 3
¿Siempre está prohibido hacer sufrir a los demás?
Esta es la pregunta que le hace Manuel a su padre tras ver cómo su compañero Raúl ejercía de matón con
niños menores que él. Su padre responde que en algunos casos el sufrimiento es necesario, como los médicos,
que en ocasiones deben hacerte cosas que producen un sufrimiento pero por tu bien. Pero otros tipos de
sufrimiento, como el que padecen las víctimas de torturas, no deben producir de ningún modo, por el hecho de
que `a ti no te gustaría que te lo hicieran, ¿verdad?'. También le cuenta que existe otro tipo de sufrimiento, el
que se intenta evitar mediante el ocultamiento de información o mentiras piadosas. Esas mentiras constituyen
un daño inconsciente hacia la persona que las recibe, aunque se trata del mal menor teniendo en cuenta el
sufrimiento que podría producirle el conocimiento de la información que se le oculta. Además le explica que
los accidentes deben evitarse, porque involuntariamente puedes causarle un daño físico a alguien por una falta
de previsión. Existe también el tipo de sufrimiento que recibe alguien cuando pierde en una competición
deportiva, si ganas le causas un sufrimiento al oponente, y viceversa. Aunque este caso es una excepción
porque o se gana o se pierde, así es el deporte, no hay nada malo en ello.
Creo que la clase de daño que te hace un médico o un dentista es algo inevitable e involuntario. El propósito
no es hacerte sufrir, sino ayudarte. Si para ello debes sufrir brevemente, que así sea, es por tu bien. Lo que si
que es un sufrimiento evitable y negativo es la clase de sufrimiento que se inflinge intencionadamente. Las
torturas por ejemplo, ya sean físicas o psicológicas, son algo terrible y moralmente aberrante. Si además
disfrutas torturando, no sólo demuestras ser una persona amoral, serías un sádico. En cuanto al caso de ocultar
información peliaguda y las mentiras piadosas, en algunos casos es mejor evitar ese sufrimiento de la otra
persona y mentir, aunque mentir sea un mal acto. En otras ocasiones no está tan claro. Quieres a una persona y
no quieres hacerle daño emocionalmente contándole que has estado con otra. Por una parte sufriría si lo
supiera, pero por otra le gustaría saberlo, y sería peor si descubriera que se lo has estado ocultando. Esta
situación te hace plantearte un dilema, aunque siempre se debe y se tiende a elegir el mal menor.
CAPÍTULO 4
Compromisos y engaños
Manuel propone hacer una lista de todas las cosas que están mal hechas y que no se deben permitir, y para ello
empiezan a repasar todo lo que han estado hablando. Entonces pretenden enumerar los tipos de daño que
existen, los que producen sufrimiento y los que no. Analizan el daño que producen ciertas mentiras y el que
evita otras. También debaten sobre los daños que producen faltar a una promesa, pues en el momento que le
prometes algo a alguien, ese alguien está confiando en ti. Si rompes la promesa acabas con su confianza y ello
puede acabar con las bases de vuestra relación y vuestra convivencia. Comentan también el daño que supone
el hablar mal o insultar a otras personas, a sus espaldas o a la cara. Se llega a la conclusión de que en la
sociedad todos dependemos en cierto modo de los demás, y para que nos ofrezcan su apoyo deben confiar en
nosotros. Por eso es importante a nivel social que las personas confíen en ti, si las mientes o incumples algún
compromiso con ellas no puedes esperar su confianza. Y dado que la confianza es uno de los `pilares' de la
convivencia, debes transmitir confianza a la gente. Otra conclusión a la que se llega es que quien hace trampas
para ganar algo, visto por los demás jugadores es el ganador. Pero para él sabe que es un tramposo, su
conciencia no le permite reconocerse a sí mismo como el ganador. La última conclusión es que para alguien
engañado existe un daño aunque él no lo sufra, y que algunas personas prefieren vivir engañadas y contentas
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que sabiendo la verdad y sufriendo por ella. `La política del avestruz'.
Personalmente prefiero que me digan las cosas a la cara aunque me duelan, que vivir inconsciente de las cosas
que se me ocultan o que se dicen de mí. Tú no lo sabes porque no eres consciente del daño que se te hace, no
lo sufres. Pero si lo averiguaras te darías cuenta de que no puedes confiar en aquellas personas que no sólo te
engañan, sino que hablan mal de ti. Esos actos no sólo los convierten en personas en las que no puedes
confiar, sino en unos cobardes y unos falsos: te ofrecen su confianza y realmente odian y critican aspectos de
tu persona, y lo hacen a tus espaldas por miedo a decírtelas a la cara. Eso es algo rastrero y sobre todo
cobarde. En cuanto a la promesas, me gusta pensar que soy alguien que cumple su palabra, porque
normalmente lo hago, sobre todo si se trata de temas serios. Si tengo la confianza de alguien no pienso darle
razones para que piense que se equivoca a cerca de mí. Todo lo contrario, intento demostrarle que puede
confiar en mí y cumplir mis promesas. Ya está más que dicho, la confianza es uno de los pilares de la
convivencia humana.
CAPÍTULO 5
La regla de oro y el respeto
Manuel, Camila, Sebastián, Gloria y Álvaro se preguntan que es lo que determina que una acción está mal,
porqué debemos sentirnos mal e indignarnos en cuánto a ciertos actos considerados inmorales. Al no
encontrar una respuesta clara acuden al Señor Ibarra. Éste les expone que existen dos tipos de moral: la
autoritaria (no haces ciertas cosas porqué alguna autoridad así te lo dicta) y autónoma (tú eres el que decide lo
que está bien y lo que no). Y les explica que la pauta del comportamiento humano, la pauta que dicta lo que
está bien o mal, es `la regla de oro'. Ésta se remonta a tiempos bíblicos, cuando Jesucristo dijo (según Mateo
7, 12): `Todo lo que ustedes no quieren que los hombres les hagan, ustedes no deben hacerlo a ellos también'.
Establece que debemos actuar hacia los demás cómo nos gustaría que actuasen hacia nosotros. Concluimos
que todo lo que consideramos malo es todo lo que no nos gustaría que nos hicieran y, por tanto, es lo que no
debemos hacer a los demás. Pero se concluye también que porque esta regla lo diga no es la única razón por la
que debemos actuar moralmente, sino que nosotros debemos comprender y decidir si actuar de esa manera.
Aunque seguramente, si alguien se salta `la regla de oro' pensaremos que actúa de forma inmoral.
Estoy de acuerdo con el mensaje de `la regla', pero no por que lo diga Jesucristo, sino por que yo así lo creo.
No soy religioso, y no me gusta que me digan lo que debo hacer y lo que no, así que soy de los de `moral
autónoma'. Creo que no necesito ninguna autoridad, divina o terrestre, para recordarme las pautas de mi
comportamiento, que uno mismo debe ser quien decide lo que está bien y lo que está mal, y actuar en
consecuencia. Esa es una de las razones por las que soy ateo, las religiones no hacen más que establecer
normas absurdas y antinaturales, te privan de la total libertad de actuación. No necesito a nadie para que guíe
mis pasos y que me explique la diferencia entre el bien y el mal, eso es algo que puedo diferenciar yo sólo,
mis elecciones son las que determinarán si actúo bien o mal, y yo lo sabré. Pero lo haré libremente, porque así
lo creo yo, no porque lo diga Dios, Jesús, la madre Teresa, o mis padres Sino porque así es como yo considero
que uno debe actuar, libremente pero siempre respetando ciertos límites auto−marcados.
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