Misiones de Semana Santa en Valparaiso

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¡Alégrate María, mi alianza trae a Cristo!
Después del gran incendio ocurrido en Valparaíso, justo antes de Semana Santa, surgió entre varias de
nosotras la inquietud: ¿Cómo nos vamos a quedar todas aquí celebrando tranquilamente nuestra Semana
Santa sabiendo que hay tantos hermanos chilenos pasándolo tan mal? ¿Por qué no ir en su ayuda?...
¡Salgamos al encuentro del Cristo que carga con la cruz en tantas personas concretas y llevémosles un
mensaje de esperanza! Llevémosle la alegría de la Resurrección, el mensaje de que Dios es capaz de
empezar de cero, crear de la nada, vencer la muerte. Vamos a animarlos en medio de tanto dolor.
Lo que parecía una locura se transformó en una realidad. Tomamos contacto con un párroco que podría
necesitar ayuda y llamamos. La parroquia se llama Nuestra Señora de Andacollo, ubicada en el cerro
Ramadita, uno de los cerros afectados por el incendio. Pensábamos ir para acompañar, para dar una
palabra de aliento y un mensaje de esperanza. El párroco nos dijo que necesitaban ayuda y que ponía a
nuestra disposición el salón parroquial, cocina y baños para que nos quedáramos. La conversación era
rápida, se notaba que estaba con mucho trabajo. Nos comento que la gente necesitaba ser escuchada que
seríamos bienvenidas.
Por todas partes nos llegaba información de que no eran necesarios más voluntarios y muchas otras voces
como para desistir, pero lo rezamos, y confiadas en las puertas que se nos iban abriendo (donación de
pasajes, donaciones en dinero, alimentos etc.), nos pusimos en camino.
Partimos enviadas desde el Santuario de Providencia el Viernes Santo, viernes 18, día de Alianza, bajo el
lema de nuestro encuentro nacional de juventud en el verano, “Reginae Sum”: Alégrate María, mi alianza
trae a Cristo. Fuimos enviadas, cada una con su Virgen Peregrina a recorrer las calles de Valparaíso. En la
fuerza de la Alianza, con María al encuentro del Cristo que sufre.
Llegamos a Valparaíso, al Cerro Ramadita. La parroquia, que se encuentra en la mitad del Cerro, no fue
afectada por el incendio. Caminando unas cuadras hacia arriba, comienza la devastación. Desde el cerro se
pueden ver los cerros vecinos (lo cañas, cerro la cruz) o caminar hasta el sector de Rocuant. El panorama
era desolador. El incendio arrasa sin dejar nada. Escombros, bosques quemados, sitios irregulares al
descubierto en medio de tortuosas calles, muchas de tierra.
La parroquia, Nuestra Señora de Andacollo, se había transformado en un centro de acopio. ¡Hasta en el
templo había colchones arrumbados! El salón parroquial (donde alojaríamos) estaba repleto de ropa y
cachureos de todo tipo. En el lugar alojaban, ya otros grupos de voluntarios. Jóvenes venidos de todas
partes con muy buena voluntad. La mayoría no eran católicos y el ambiente estaba lejos de ser semejante
al espíritu de cualquier otra misión que hayamos vivido.
El párroco se encontraba en terreno, después de haber trabajado por la gente de su cerro se pasó a los
cerros vecinos a brindar ayuda. Iba preguntando cuantas familias había en un sector y desde su parroquia
se armaban paquetes para cubrir las necesidades reales de muchas familias. Nos explicaba que este cerro
(Ramadita) es de fácil acceso y la ayuda se concentró aquí, pero que había otros sitios donde es difícil llegar
y la gente no había recibido ayuda. Tampoco se había terminado de remover los escombros de esas zonas
y con todos los anuncios los voluntarios habían disminuido mucho. En el día llegaban muchas personas de
todo tipo a los cerros y para evitar más problemas se puso límites de restricción vehicular entre otras
medidas. Por todo ello, en las noches, el cargaba un camión y varios autos con todos los paquetes armados
en la parroquia durante el día y hacían varios viajes nocturnos llevando ayuda a los cerros. Las personas, en
su mayoría, no querían abandonar sus sitios y se encontraban durmiendo a la intemperie o en carpas. El
nos decía: “la gente no quiere más tallarines. La gente no tiene ollas, no tiene gas, no tiene una cocinilla
donde cocinar”. Está era la situación. En medio de este ambiente no había cabeza para pensar en el
Viernes Santo, al párroco no celebraría la liturgia de la cruz, ni participaría en el vía crucis que rezarían las
personas de su parroquia.
Lo primero que hicimos fue ordenar el salón parroquial. Había que separar toda la ropa de cama de la ropa
de vestir que podía comenzar a infectarse y hacer orden. En 40 minutos el salón era otra cosa. Entre
nosotras comentábamos: “lo que hacen 15 mujeres… y 15 mujeres schonestattianas”. Luego nos
animamos a hacer una liturgia de la cruz invitando a la gente de la parroquia que afanada trabajaba. Todos,
se notaba, venían trabajando la semana entera y pensamos que no podían negarse a detener su trabajo 15
minutos para acompañar a Jesús crucificado. Fue una liturgia muy linda, sencilla. En las peticiones pedimos
por todas las personas del lugar afectadas por el incendio.
Una linda sorpresa nos tenía la Mater preparada al entrar en el templo para arreglar todo para la liturgia.
En el centro a cada lado de la Virgen de Andacollo unos números muy bien hechos con las siguientes
fechas: 1914 – 2014 y abajo, en letras doradas se leía “cien años junto a ti”. No podía ser casualidad… cien
años, las mismas fechas. Descubrimos que la parroquia también celebraba sus 100 años, cien años desde
que fuera consagrada en 1914 a la Virgen de Andacollo. ¡No cabía duda de que la Mater nos trajo hasta
aquí!
Luego los ministros nos pidieron ayuda para
las estaciones del Via Crucis y accedimos con
gusto. 14 estaciones y un gran número de
feligreses caminábamos por los retorcidos
pasajes del Cerro Ramadita rezando junto a
Jesús. Cada estación era una casa muy bien
adornada con un altar para Jesús. Nos
asombramos de la religiosidad de este cerro,
nos
encontramos
con
personas
de
fe
profunda y viva.
Al llegar, ya era la hora de la Cena nos
pusimos a cocinar una sopa para llevar a las
personas en los cerros. Sin saber si sería
necesario. Llevábamos, desde Santiago, dos
quemadores, y dinero para un balón de gas.
En el centro de acopio encontramos todo tipo
de verduras para hacer una rica sopa caliente
que les llevaría sabor de hogar a tantos. Pelar
papas, picar cebolla, hervir agua
etc.,
cocinábamos afanosamente para llevar todo
lo más listo posible.
Cuando comenzaron los viajes no subimos a los autos y seguimos la caravana que se metía rápido por entre
los cerros. Subimos caminos de tierra pasando guardias de militares hasta llegar al Cerro lo cañas. Allí en
medio de la noche vimos los lugares más arrasados por el incendio, escombros, cenizas y barro y en medio
todos trabajando para tratar de rearmar algo de todo lo que quedo. Allí comenzamos a repartir nuestra
sopa. Fue todo un éxito, la gente estaba muy agradecida. Con la sopa comenzaron a cercarse muchas
personas a quienes pudimos escuchar y acoger. El día termino muy tarde, cansadas pero agradecidas de
poder estar allí ayudando tanto.
Al día siguiente, Sábado Santo nos quedamos en la parroquia. Después de comenzar el día con la oración
de la mañana nos pusimos a ayudar en la parroquia, donde trabajo sobraba.
En la tarde tomamos nuestras Vírgenes Peregrinas y nos fuimos a misionar por los sectores afectados del
mismo cerro Ramadita. Al comienzo no nos atrevíamos a decir muchas palabras. Las necesidades
materiales eran tan evidentes, que parecía superfluo todo lo demás ¿Cómo hablar de Dios cuando,
aparentemente, nada te habla de Él? ¿Qué puertas tocar si ¡no había puertas!…? pero la Mater nos regalo
una lección de fe que no olvidaremos fácilmente. Sacamos su imagen peregrina de nuestros estuches y
simplemente caminamos con Ella, o mejor dicho Ella con nosotras. María, la Reina de la Esperanza, que
cree en la vida después de la muerte, que cree que su Hijo resucitará, quería estar allí para acoger a tantos
corazones sedientos de búsqueda de sentido. No pasó mucho y se nos acerco una persona para que
fuéramos a bendecir a su señora enferma. Entramos a una carpa y allí hicimos oración. Luego se nos acercó
un hombre muy devoto de la Virgen que nos pedía oraciones por su mamá. Más allá una voluntaria que
nos decía que era tan bueno ver a la Iglesia presente allí y nos pedía que volviéramos a celebrar una Misa.
Después una pequeña catequesis a unos niños llenos de huevitos que les habían regalado, pero que no
tenían ninguna idea del porque. Más allá una conversación con un hombre que creía que todo esto tenía
un sentido profundo para hacernos llegar más a Dios etc. A cada paso era el mismo Jesús que nos salía al
encuentro para compartir la fe, para conversar sobre lo ocurrido, para elevar una oración, pedir, dar
gracias. Si, es verdad muchos pueden llevar ayuda material de todo tipo, y es muy necesaria, pero hay algo
que tenemos y que no puede dar nadie más: la fe, la esperanza y ese ardor que hemos experimentado por
la Alianza de Amor y que es camino y puente seguro hacia Dios. Ese Dios que todos buscan, del que todos
tenemos necesidad, que está más cerca de lo que pensamos pero que necesita de instrumentos que lo
hagan visible.
En la noche participamos de la Vigilia Pascual con la Parroquia.
Una Vigilia muy completa, con las 9 lecturas y todos los salmos
bien cantados. Al final de la Misa el párroco nos dijo algo que nos
sorprendió. El nos agradeció diciendo “algunos pensarán que este
grupo no hizo mucho (no removimos escombros ni nada de ese
tipo de trabajos), pero la verdad es que han hecho mucho. Ellas
han rezado mucho y le han venido a dar el espíritu a esto que
hacemos porque sin la oración todo nuestro trabajo carecería de
sentido”
Después de la Misa celebramos la Pascua, una Pascua que nos
quedó grabada para siempre. Más que lo que pudimos dar fue
mucho lo que pudimos recibir, sobre todo una resurrección para
nuestra fe, para creer más en nuestra Alianza de Amor, esa que en
estos cien años ha dado vida a nuestra familia y que debemos
regalar para que sean muchos los que encuentren por María el
camino a Cristo resucitado.
Juventud femenina de la zona Maipo
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