“Yo creo que no hay nada más excitante que el amor

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“Yo creo que no hay nada más excitante que el amor. La ternura es la
causante de la mayor parte de experiencias maravillosas en la
sexualidad de la pareja”.
“Solo cuando se ha aprendido a amar, se llega a mantener viva la fuerza
erótica, ésta, en cambio, se consume en sí misma si la desligamos del
amor.”
“La experiencia sexual libre y gozosa ayuda a materializar al espíritu y
espiritualizar el cuerpo”.
“El núcleo principal de la fuerza erótica es la aventura, la búsqueda de
auto-conocimiento y conocimiento del otro ser.”
“Inevitablemente se atraen relaciones y situaciones que responden o se
adecuan a los deseos y temores inconscientes”.
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I - EROS, CORAZON Y ORGASMO
EL AMOR es el sentimiento más poderoso. Todo – en la existencia de
los seres humanos – gira alrededor de los hechos del amor y el desamor
(de una forma u otra).
Al referirnos a la sexualidad siempre – desde sus orígenes, en nuestra
vida – ésta va a estar ligada al amor porque desde que, siendo
pequeñit@s, aparecen las primeras sensaciones, sentimientos y
curiosidades sexuales, fue, ya, muy importante la aceptación o el
rechazo de los padres y/o adultos de referencia, su reconocimiento y
comprensión, sus respuestas… así como su negación, represión o sus
silencios, etc…
Crecemos y llevamos en “esa mochila de cosas pendientes”, que
cargamos a la espalda, una serie de tendencias: al placer o la inhibición,
al miedo al rechazo o a la confianza en el otro, etc… que condicionan
claramente nuestras relaciones eróticas en la vida adulta.
EL EROTISMO es el sentimiento que lleva a la unión, a buscar el
encuentro. Eso que llamamos “química” con alguien, es lo que nos
dispone a esa experiencia de atracción y movilización energética
profunda que altera nuestra fisiología y nos conmueve psíquicamente.
No hay nada más excitante que el amor y la ternura es el componente
esencial en la relación amoroso-sexual humana. Para enternecerse es
necesario abandonar las posiciones de narcisismo, dureza y la búsqueda
de medallas y otros logros. Si dejamos de convertir la experiencia
sexual en un escenario de demostraciones de la propia valía personal,
en unos casos, en otros, de escondernos en la oscura cueva de le
timidez y el rechazo de la aventura..etc, y nos permitimos el viaje,
siempre nuevo y sorprendente, hacia los sentidos, la piel cuan playa
abierta y generosa, el corazón que cabalga como un caballo, el alma
toda explorando la belleza (de cada mirada, cada gesto cómplice, cada
susurro..), si nos dejamos, pues, enamorar da la pasión que suscita la
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ternura por ese ser que, bajo nuestras caricias, respira, entorna sus ojos
de placer, se deshace, se nos regala.., tenemos EL MEJOR TERRENO
POSIBLE PARA EL GOCE EROTICO-SEXUAL-AMOROSO que
una pareja puede disfrutar.
EL AMOR RECLAMA “OJOS”. Cuanto más intenso es el disfrute
del encuentro erótico más urgente se despierta es sentimiento de
mirarse, decirse, con los ojos, te amo.
La experiencia erótica es una gran potenciadora de la experiencia
trascendental del yo, precisamente por esa cualidad (inherente al
encuentro erótico) que consiste en ir más allá de uno mismo-a. Procura
un estado de vibración hacia otro ser, superior a cualquier otro
sentimiento humano.
EL EROTISMO HACE PERDER LA CABEZA, disminuye el tan
frecuente dominio del cortex cerebral (donde residen las funciones de
control racional) y pone en marcha, en cambio, la irrupción de
endorfinas y oxitocina, que disponen a la dulce locura del amor típica
de los enamorados y facilita una súbita transformación interna de
estados de ánimo y... la inquietud del que busca UNIRSE y no descansa
hasta lograrlo.
Pero en nuestra historia afectiva (hombre-mujer) encontramos
elementos que alteraron, distorsionaron o bloquearon la capacidad de
placer erótico, de abandono a la experiencia de apertura amorosa y con
ello la capacidad de disfrute completo del orgasmo. No nos
centraremos, en esta ocasión, en este punto.
Algunas diferencias en el erotismo masculino y femenino:
A partir del peso de la cultura y educación de nuestro sistema
occidental:
En la fantasía masculina, la mujer siempre está dispuesta, loca por su
pene, con un deseo sin freno…, más o menos sumisa y dispuesta a ser
poseída completamente.
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En la fantasía femenina predomina la presencia de un hombre
extraordinario, que la seduce… se produce la conquista difícil (novela
rosa). El núcleo de la atracción erótica no es el sexo sino la turbación,
el sobresalto, la excitante conquista, el ardor de la duda, los celos…
Hace algún tiempo me decía una mujer (una linda mujer, sensual,
que suscitaba un fuerte deseo en su pareja): “ Si él fuera capaz de coger
mi cara entre sus grandes manos y mirarme en silencio- sin tiempo-,
expresándome con sus ojos y su sonrisa:”te amo”, ceo que todo mi
cuerpo se abriría como una flor; en cambio cuando me dice que estoy
muy buena o... alguna expresión del tipo: “como me pones” etc, y me
aborda directa y rápidamente.., yo me bloqueo y entonces mi deseo no
aparece. Resulta frustrante.”
Una de las escenas que una gran mayoría de mujeres encontrarían
eminentemente erótica es esa en la que Tarzan (el hombre de la selva)
descubre a la chica -Jane-, se acerca tímido, curioso, algo torpe y... le
quita un guante, mira sus dedos, los acaricia, une su palma de la mano
con la de ella, la mira a los ojos con intensidad y alegría. Ella entre
asustada y excitada. El coge su cabeza y la apoya( algo torpemente
pero, ¡ay¡ con tanta dulzura y calma…) en su pecho-para escuchar su
corazón-, luego es él mismo quien apoya su oído en el pecho de ella..,
vuelven a mirarse a los ojos: VAYA EROTISMO FINO. Y es que ahí
no sirven las palabras (Tarzan es un hombre salvaje) y además él no
está contaminado por una cultura en la que ese tipo de comportamiento
masculino no es, desde luego habitual. Lástima. Jane se rinde, se
enamora perdidamente de Tarzan, se queda a vivir en la selva.
El hombre tiende a lo apasionante del encuentro sexual fascinante, “el
mejor polvo”, instante de gozo perfecto.
La mujer busca continuidad (de la ternura, caricias, interpenetración,
susurros, continuidad de los cuerpos, el olor, la piel, del deseo, la
excitación, la pasión, el cariño).
En el hombre es más frecuente experimentar placer sexual sin la
necesidad de un compromiso amoroso.
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En la mujer el placer erótico se fusiona más fácilmente con el amor. Le
cuesta experimentar goce sexual si el hombre no le agrada en su
totalidad, si no lo ama con pasión. Su deseo de compromiso y
continuidad del placer y la intimidad surge tras la experiencia de
apertura sexual, que difícilmente en el caso de la mujer está separada de
la del corazón.
Muchas canciones lo definen bien, por ejemplo:
“Tú, enredándote en mi pelo,
Tú y tu mirada otra vez.
Quiero que no exista el tiempo
De tener este momento,
Una vida es poco para mi”
(Oreja de Van Gogh)
La entrega erótica en el hombre es como una zambullida completa.
Para la mujer la entrega a la experiencia erótica es gradual.
En la relación sexual, a la mujer le resulta más excitante mirarse a los
ojos, al hombre mirar el cuerpo femenino.
Una de las grandes dificultades para vivir el amor sexual consiste
en que la separación de las partes consciente e inconsciente produce
separación entre tu y el otro.
Desconocer o negar tus propios sentimientos negativos o que causen
temor y dolor produce una escisión en ti que te dificulta para las
relaciones amorosas.
A MEDIDA QUE SE SUPERAN (se resuelven) LOS TEMORES: AL
RECHAZO, AL JUICIO, AL ABANDONO, ETC… (que te llevan a no
ser tu-misma, ni buscar tu placer, y a comportarte de forma
modélica)AUMENTA TU CAPACIDAD DE AMAR Y, ASI MISMO,
TU DISPOSICION A SER AMADA – de hecho, como expresa Eva
Pierrakos: “tu aptitud para amar crecerá proporcionalmente a la
superación de tu terror de no ser amada (o serlo como te gustaría)” .
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Cuando nos liberamos de la compulsión de reproducir situaciones
infantiles para satisfacer las faltas afectivas, del deseo inconsciente de
recrear (en el intento, permanente, de sanar) las heridas amorosas,
entonces nos empezamos a orientar hacia relaciones maduras.
Mientras rechazamos los sentimientos difíciles (o llamados
frecuentemente negativos) en nosotros mismos, estamos ignorando o
negando la energía vital y creativa de éstos, así solo se consigue
permanecer escindido dentro de uno mismo y, claro, esto se refleja en
nuestras relaciones. Por ejemplo si crees que debes ser perfecta para
resultar digna de amor, esperarás lo mismo del otro y, francamente, así
es terriblemente difícil amarle. Nunca será perfecto ni infalible (ni en la
vida ni en el amor).
EL ORGASMO es la experiencia más placentera que conoce el ser
humano. Podemos referirnos a diferentes grados de placer sexual:
acmé, multiorgasmos. Es muy frecuente la falta de ese goce completo
de la sexualidad y también hay mucha confusión respecto a la
definición de orgasmo. Hay por ejemplo muchos hombres que, aunque
eyaculan, no conocen el orgasmo. O toda esa discusión entre los
orgasmos femeninos (vaginal, clitoridiano, multiorgásmicos…).
Lo cierto es que el orgasmo es una experiencia de fusión, de abandono
vegetativo completo en “el abrazo genital” (W. Reich). Le acompaña
un sentimiento de disolución temporal del yo, como una cierta muerte
(“la petite mort” en francés). En ese momento de delicioso derroche de
piel, fluidos, sonidos y ternura, acontece un clímax de intenso placer,
pérdida del control cortical y abandono en el otro ser. Resulta difícil no
reconocerle a dicha experiencia, el dulce sentimiento del amor. Y es
que el CORAZON participa de esa danza armoniosa con EROS y ese
otro cuerpo-corazón amado. La tierna gratitud aparece emocionada y
silenciosa con un ¡ahhh! cómplice como único dialogo.
El orgasmo nos acerca al cosmos, nos hace temporalmente mejores,
calma nuestros miedos…
Pero ¡ay! Que – a menudo – se hace lejano, leve o… doloroso esfuerzo,
pues el miedo: a la muerte, a lo desconocido, al otro ser, anida en el
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vientre, en la mente, en la garganta… bloqueando esas corrientes
vegetativas tan anheladas. El peso de la cultura y de los afectos
inconscientes de la infancia se deja sentir en hombres y mujeres,
debilitando su experiencia de orgasmo.
Tanto el orgasmo masculino como femenino es frecuentemente
forzado, provocado (en detrimento de lo que puede resultar una
auténtica y más plena experiencia orgástica) y si bien provoca un pico
de placer por la descarga de tensión, vivido de ese modo también
ACARREA CIERTA PENA E INSATISFACCION, porque queda
ausente esa ternura que hace derretirse no solo de placer físico sino
también de alegría. A veces, tras alguna relación sexual en que
“HACER EL AMOR FUE REALMENTE HACER EL AMOR”, el
diafragma se convulsiona en dulce llanto, que es, a la vez, expresión de
felicidad y de pena ( la pena de “tantas otras veces…”), la pena que
proclama algo así como ¡por fin¡ o..” este es el amor que quiero, que
necesito, que merezco. La pena de sabernos -tan a menudo- atrapados
en un modelo de sexualidad acelerada, machista (de ellos y de ellas), la
del temor al rechazo, la de la incomunicación, la del esfuerzo por
agradar para resultar amado-a…, SI, ESA SEXUALIDAD QUE
LLORA ENTRE DULCE Y AMARGAMENTE CUANDO, ALGUNA
VEZ, EL AMOR IRRUMPE ROMPIENDO MODELOS, MIEDOS E
INHIBICIONES.
En el ánimo de mejorar las relaciones sexuales y de lograr una mayor
capacidad de placer y disfrute a la vez que una evolución personal, a
través de las interacciones que vivimos, podríamos animar: a la mujer a
aceptar la posibilidad de brevedad o eternidad de la relación amorosa,
la impermanencia tanto como la continuidad del vínculo sentimental…
Y, desde luego, a los hombres, a amar mirándole a los ojos, a
abandonarse a la ternura, la entrega y la apertura emocional en cada
encuentro erótico.
Tanto hombres como mujeres, en este sistema cultural nuestro,
estamos necesitados de revisar cuidadosa y responsablemente, la
relación con nuestro propio cuerpo, nuestro potencial de placer y de
amor, así como aprender a mirar al otro-a y dejar de proyectarle
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nuestros temores. Tal vez, en ocasiones, se trata de empezar de nuevo
una y otra vez. Ojalá, un día cercano podamos permitir que Eros se
acomode en nuestro vientre y nuestros sentidos, nos conduzca a la
experiencia misma de intimidad de los cuerpos, de interpenetración
física, energética, emocional y amorosa, que muere feliz en el orgasmo,
¿Por qué contentarse con menos?
II- AMOR, LIBERTAD Y COMPROMISO
En el amor, la libertad y el compromiso frecuentemente parecen
antagónicos. Cuando, en realidad, “la libertad consiste en la
capacidad de elegir: me comprometo únicamente con aquello que elijo
y… si te elijo cada día, entonces, comprometerme contigo me hace
libre”. A no ser que lo queramos todo en cuyo caso no elegimos. La
“ilusión de libertad” que proporciona no comprometerse tiene mucho
que ver con el famoso complejo de Peter Pan. Pero esa fantasía de
eterna juventud condena a seguir jugando sin crecer – en el país de
nunca jamás.
Compromiso se corresponde, a su vez, con implicación. Y “si no me
comprometo con lo que digo, con lo que hago, con lo que elijo, con lo
que amo…, no estoy implicándome en ello y… consecuentemente, no
estoy, no soy, no existo”.
Escuchamos, a menudo, frases como éstas: “yo no quiero ataduras”,
“temo que él-ella busque algo más” “nuestra relación se basa en la
libertad individual”, o “tengo miedo de perderme en el otro”, “prefiero
no entregarme del todo, nunca se sabe si esto durará y…” o bien “el
amor no existe”, “estoy bien con él-ella pero no me quiero perder otras
posibilidades”
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Abunda la confusión que identifica la huida de la relación con la
libertad, el compromiso con atadura o la entrega amorosa con “pérdida
de sí-mismo”.
Amor es entrega y aceptación y es precisamente en la entrega completa,
sin reservas, que puede tener lugar (después de la auto-aceptación y
aceptación del otro – con sus perfectas imperfecciones) el mayor placer
sexual, la confianza y el descanso, así como, desde luego, la
maravillosa aventura hacia la profundidad de una relación REAL y que
promete un sin fin de descubrimientos y crecimiento personal, dejando
atrás las máscaras, los ideales y las pretensiones de “amor perfecto”.
Crecemos con una lista más o menos larga de necesidades afectivas
(infantiles y adolescentes) no resueltas, que condicionan sensiblemente
a la hora de elegir y vivir las relaciones sentimentales, amistosas y
sexuales y-o de pareja. Fácilmente aparecen o bien el miedo a la
pérdida de libertad y a la manipulación afectiva, la huida de la vieja
represión sexual y la búsqueda de sensaciones y libertad sin
restricciones, o bien, la búsqueda de seguridad afectiva (anhelando la
pareja como representante de un “para siempre” que acabe con la
dolorosa soledad).
El deseo de ser admirado-a, deseado-a, de explorar “nuevos mundos”
ávidos de aventura, tal vez el gusto de vibrar de excitación por la
conquista, o comprobar- una y otra vez – la capacidad de éxito, etc, son
algunos de los estímulos que adquieren una preponderancia
significativa cada vez que la relación que “se tiene entre manos” ya ha
ofrecido, aparentemente, todo lo que puede colmar y calmar esas
insistentes necesidades (más o menos inconscientes) que decíamos,
Así, suele llegar la crisis y, frecuentemente, el bajón o la ruptura. Y es
que, preocupados por obtener, del otro, todo el placer, toda la
comprensión o el reconocimiento, o la admiración, etc, se puede pasar
el tiempo de la relación SIN VER al otro. Esa persona que nos atrajo,
despertó nuestro interés, nos resultó tan deseable o interesante, con
mucha facilidad acaba convirtiéndose en “el límite”, “la atadura”, la
“duda”, la “pérdida”, y deja de ser ese ser que, vivido como único,
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especial, infinito tesoro a descubrir, etc, podría ser - sin duda- una
diaria oportunidad de experimentar la ternura y el amor.
El amor está del lado de la confianza, esa bella aliada de Eros, ya que
facilita un a mayor entrega a las sensaciones de placer sin necesidad de
demostraciones y esfuerzos por agradar, porque precisamente, la pasión
efímera (aunque está bien), el desgaste continuo de la conquista, el
anhelo del “perpetuo principio” (porque en cada principio de relación
se dispara toda esa loca búsqueda sin límites) provoca más fácilmente
sensaciones intensas, sexo desenfrenado… pero tenso.
El amor no teme al compromiso, no lo convierte en atadura, porque se
sabe definitivamente libre. Quien ama elige comprometerse, cada día,
libre y gozosamente, con su amado-a, porque dar continuidad a aquello
que nos hace feliz se hace por puro placer y satisfacción.
Permanecer junto a quien nos aporta complicidad, placer, confianza y
amor es SER FIEL, ANTE TODO, AL MAS PURO SENTIMIENTO
DE FELICIDAD PERSONAL. Pues que bello compromiso. Para
lograrlo, sin embargo, es necesario escuchar, entender y calmar los
temores que inducen a confundirlo con “trampa”, “atadura”, “pérdida
de oportunidades”, “débil autoestima”, o “desconfianza”, “necesidad
de éxito”, etc…
UN CASO:
Guillermo es un hombre de 42 años, que después de muchas
experiencias, reconoce haber huido sistemáticamente de todas sus
relaciones sentimentales cuando éstas llegaban al momento crucial de
proyectar una vida en común, una estabilidad de pareja. Le escucho
decir: “no he podido construir nada”, “estoy vacío y desorientado”, “no
soy capaz de ir más lejos” con un claro sentimiento de pérdida y
fracaso. El, que siempre creyó que perderse otras cosas y
comprometerse era poco menos que la muerte.
Está empezando a comprender que si bien, en ocasiones, se siente
frustrado con su actual compañera y los límites de la relación le
confrontan seriamente con esa tendencia suya a desaparecer ante el
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conflicto para refugiarse, una y otra vez, en la fácil promesa de
felicidad que suscita una nueva primera cita, sin embargo, hoy se
propone permanecer, atravesar la duda, el desencanto, la tentación de
nuevos placeres, etc… y entregarse al descubrimiento de esa capa más
profunda de la relación que, nunca antes, había imaginado.
“Estar de puntillas” en una relación, en lugar de clavar bien los pies en
el suelo de ésta, es equivalente a pasar por la vida sin implicarse y ser
plenamente. “No me comprometo”, “estoy y no estoy”, “asomo y
desaparezco”, “te busco y temo encontrarte”, etc… son algunas de las
pérdidas que tanto duelen a Guillermo.
“Me ato al compromiso” ha sido una expresión que he tenido el placer
de escuchar recientemente de alguien que considero realmente maduro.
Me recuerda como Ulises pide a su tripulación que le ate al mástil de su
barco para no “caer en la locura” atraído por el canto de las sirenas.
Hace falta una buena dosis de libertad personal para elegir, decidir
cuando, porque y para que quiero atarme a un compromiso que
contraigo conmigo misma o con otro.
III- AMAR Y CRECER
Ella se ha sentido como una reina. Desde su primera cita está
resplandeciente, flota. Hace mucho tiempo que no ha experimentado la
alegría de ser tratada con cuidado, atención, el placer de las caricias, y
esa dulce intimidad de piel y calor. Teme despertar de un sueño, no
confía demasiado en que sea real, que pueda llevarlo a su día a día y
vivir –en lo cotidiano- esa relación amorosa, que tan feliz le hace.
Cuarta, quinta cita, ir a cenar, tomarse algo, hacer el amor, contarse
anécdotas, reír juntos, mirarse “de ese modo tan especial”… todo es
perfecto, pero… ¡ay! Al día siguiente él no la llama, pasan dos días…
ni un solo mensaje, ella resiste la tentación de hacerlo ya que: “no
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quiero agobiarle”, “seguro que no quiere verme más”, “lo que quería
era aprovecharse de mi, ahora si te he visto no me acuerdo”, etc.… son
los contenidos que atenazan su garganta y su diafragma y la paralizan.
El hizo todo lo posible por agradarla, ya que desde que se la
presentaron, sintió un fuerte interés. Todo parecía funcionar, las
sonrisas eran compartidas. Ella estaba receptiva, disponible… ya en la
segunda cita llegaron al sexo y a él se le echó encima su temor al
fracaso. Después de esto, eludir su miedo a decepcionarla y perderla, le
induce a comportarse en contra de sus verdaderos deseos. NO la llama
al día siguiente ni al otro. Recibe una llamada tímida de ella; escueta,
así… como para “tomarse un café”. Pero entonces él… ¡vaya! no
puede, tiene gimnasio, luego cita con amigos, tal vez mañana.
Llega mañana y él en su cita se siente confiado, relajado,
después de todo ha sido ella quien le ha llamado. Tal vez su “pequeño
fracaso” no fue tan grave…
Ella, en cambio, acude cansada de esperar, desconfiando,
teniendo en cuenta su negativa- para ella absurda- por pequeños
motivos, como el de ir al gimnasio. Así pues se muestra distante, finge
no haberle echado de menos, y su saludo consiste en un neutro ¿Qué
tal? Al mínimo acercamiento de él, ella está fría, seria, incluso evasiva.
…así va creciendo el desencuentro…
Ambos navegan en la confusión, en el desconcierto, en la
desconfianza y la inseguridad. Para protegerse del dolor al rechazo,
ambos se muestran irreales, superficiales, evitan el contacto con los
sentimientos y enmascaran sus respuestas.
Se despiden después de haber entorpecido, aún más, la marcha
de una relación que guarda un bello potencial.
Ambos han sufrido en las últimas relaciones, experimentan un
fuerte temor a alimentar afectos que pueda resultar doloroso perder…,
se comportan paradójicamente, sembrando, en el otro, esa duda, esa
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desconfianza, que en el fondo sabotean la felicidad, inconscientes de la
única vía que puede garantizar el buen fluir de las cosas, la vía de la
verdad…
Ella opina y fantasea, abstraída y triste, que: “no puedo decirle
que lo siento. Se va a burlar de mi”, “está claro que no pueden ponerlo
fácil”, “es la última vez que confío en un hombre”…
Lo cierto es que día a día, relación tras relación, ha ido brotando y
floreciendo su inseguridad, su sumisión, o su reactividad a El.
El fantasea, en el fondo le aterra, “siempre hay que estar
agradándolas, si no…”, “los hombres lo hacemos todo…”, “las mujeres
lo complican todo”, “ahí están los amigachos”, “¿no esperará que
cambie mi ritmo de vida por ella?”, “no voy a ser un blando, ya me
costó caro una vez”.
Para “llevarlo mejor” se trata de ser simpátic@ o correct@, ser más
intelectual (responder con un “ajá” aunque no conozcas el tema) o más
cariños@ (aunque a veces sea de forma estereotipada) o más fuerte o
más débil…
Todo ello según resulte más conveniente para la buena marcha
de la relación. O sea, hacer lo que sea preciso con tal de que él o ella no
le deje, le siga llamando. Ella: “que él desee seguir conmigo”. El: “que
ella me muestre que soy el mejor”.
Exponerse a ser real, permanecer vulnerable… resulta demasiado
penoso.
La incertidumbre provoca ansiedad y la única forma de salir de
ella es usar los viejos mecanismos de defensa. Ahí hacen aparición los
comportamientos de desimplicación, negación, dramatización,
proyección, evitación, etc.…
Lo cierto es que sólo existe un camino saludable para el ser
humano (hombre o mujer) que emprende una relación amorosa, y es el
camino de la verdad: “yo soy” en contraposición a “yo me comporto”,
“yo quiero”, “yo temo”, frente a “¿que espera? o ¿Qué quiere de mi?
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El camino del riesgo de ser uno mismo es el camino de amar con
plenitud.
Con el transcurrir de ese “amor al otro” en el que te vas perdiendo a ti
mism@, descubres tarde o temprano (tal vez secretamente) que
aprendes a “odiar al otro”.
En la osadía de mostrarte tal como te sientes (lo que te gusta, lo que
temes que piense de ti, lo que te encoge por dentro, lo que le hace
perder la cabeza, o lo que sea…) no eliges SALVARTE de la ansiedad,
porque la afrontas y la haces retroceder, no eliges SALVARTE del
dolor del abandono, porque descubres que sol@, pero en paz contigo,
te llenas de una calma que hace palidecer cualquier apariencia de
felicidad.
NO eliges la máscara, porque ya sabes la pequeñez de sentimientos y la
soledad que encierra y… te atreves a experimentar que ser libre es
(aunque a veces duela) lo más hermoso que te puedes regalar.
El concepto AMOR PROPIO está, en mi opinión, contaminado,
cultural y caracterialmente hablando.
Amor propio, confundido con orgullo, no guarda ninguna relación con
el concepto de: AMOR POR TU VIDA
Emprender el camino consciente de amar tu vida conlleva el respeto
hacia quien eres (y así dejar de disfrazarte de quien no eres), conlleva el
gusto de manifestarte tal cómo eres (y así, te arriesgas al amor o al
rechazo de la otra persona, pero tienes garantizada, sin ninguna duda, la
ternura de tu propio corazón).
El amor no sabe de juegos sucios o juegos de poder, sumisión, o
necedades como la mentira, o la manipulación, no sabe de
ridiculización ni de orgullo.
El amor es un niño espontáneo, real, ingenuo, y digno. Lo que hagamos
con el lo convierte en el cielo o en el infierno, en la felicidad o en el
sufrimiento.
Amar plenamente es entregarte a la más bella experiencia de la
vida. Los límites que le pongamos a ese amor, procedan de donde
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procedan, van definiendo “ese amor que cada cual es capaz de vivir”,
pero no… al amor.
Amar con plenitud es no reservarse nada.
Si definimos la madurez sentimental como la capacidad para reconocer
y aceptar los límites del amor, deduciremos que : vivir en la espera de
la perfección del amor sólo lleva al fracaso sentimental y a ese dolor
inútil, y en cambio el amor experimentado plenamente (sea imperfecto,
asustado, maravilloso, dulce, compasivo, triste o enfadado, inocente,
callado, en gotitas o a lo loco, inmenso, pequeño…etc.…) siempre real,
te devuelve a la fuente de ese amor hacia ti mism@.
Ama al otro como a ti mismo. Es una reflexión sobre la que
volver una y mil veces.
¿Te estás amando o te estás negando? Y entonces… ¿puedes
amar o negar al otro?
Siempre digo que la relación de pareja es una gran oportunidad
(tal vez la mejor) de evolución personal: el amor a tu pareja ¿se parece
en algo al amor a ti mism@? ¿Observas, aceptas tus limitaciones?
¿Reconoces que él o ella puede tenerlas? ¿Sientes, reconoces que a
veces no puedes amarle, que dudas, que le odias, que lloras lágrimas de
desconsuelo, de desamor, de impulsos infieles…?
¿Hasta donde eres capaz de admitir que él-ella es así de
humano-a y… puede experimentar esos sentimientos?
El amor está a salvo y crece sin límites cuando permitimos el
espacio a esos días en que ese tipo de sentimiento, en un nivel u otro
aparece.
Resulta curioso como puede llegar a hacerse todo al revés, ¿no
te parece?
Permanecer cerca y afrontar la verdad afectiva en cada crisis equivale a
superar retos y es de ese modo que el amor se robustece.
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Todo aquello que aumenta nuestra conciencia nos ayuda a crecer. Cada
nuevo conocimiento o experiencia es, de hecho, un paso adelante en
nuestro desarrollo como personas, pero son, muy especialmente, dospor excelencia, las experiencias adultas, que guardan un mayor
potencial en cuanto que enseñanzas para ese aprendizaje primordial del
ser humano; el de llegar a ser, desarrollarse plenamente. Me refiero a la
relación de pareja, por un lado, y la relación con nuestros niños,
especialmente, hijos/as, por otro.
Nuestra naturaleza humana necesita permanentemente crecer; se siente
más estimulada ante aquellas situaciones que representan un alimento
para su tendencia hacia la evolución. Realmente cuanto más libre de
bloqueos –materiales, emocionales o espirituales- esté
nuestra
naturaleza, más se orienta hacia dicha evolución personal, y es más
capaz de elegir entre las opciones que le sugiere la vida.
Las mayores oportunidades de autoconocimiento provienen de nuestras
relaciones. Y de entre todas ellas, la relación de pareja nos hace
conectar, muy especialmente, con las partes más dulces y las más
densas de nosotros mismos; las más luminosas y las más oscuras.
La vida de la pareja atraviesa varias fases (o tramos), cada una de las
cuales aporta oportunidades para la propia experimentación de simism@.
Resulta comprensible no querer abandonar el primer tramo de la
relación, ese en el que todo es deseo, curiosidad, placer, dulce locura,
aunque a veces esté matizado de ansiedad.
Es el tramo de la conquista, del descubrimiento, de la pasión y de la
aventura al interior de un mundo nuevo, del deseo de dar lo mejor de
uno mism@, mirar lo mejor del otro, ( lo que nos nutre, lo que nos
completa, lo que necesitábamos, y el/ella puede saciar, la belleza que
alegra el espíritu, el placer que calma el cuerpo, las palabras de
caramelo que se derriten en nuestros oídos, las miradas que encienden
la esperanza… tanta vida que reclama vida…).
Ahora bien, quedarse en la primera etapa del enamoramiento
acabaría con nuestras energías y estancaría la relación. Es inevitable y
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necesario seguir avanzando en la atractiva, pero a la vez incierta y
desconcertante senda del amor en pareja.
En el siguiente tramo surge la desidealización, el desencanto y las
dudas, el enfrentamiento con el ser real (imperfecto y limitado, pero de
carne y hueso) de la pareja y, lo que es más importante, con el ser real
que “soy yo”, quien también enamora y decepciona, que sube al cielo y
baja a los infiernos, que a veces danza con Eros y otras con la muerte,
que ama y odia, que confía y teme…
Superado este segundo tramo se abren todas las puertas al
crecimiento individual que supone ir penetrando en cada sinsabor o
duda, en cada dolor e inseguridad…, en el significado profundo de cada
gesto o silencio, en la certeza, finalmente de quien es y, por tanto, quien
no es realmente la persona que te acompaña. Es en este instante
cuando, visualizamos el fondo del oasis, cuando empezamos a adivinar
y a preguntarnos qué es lo que podemos tomar del otr@, compartir,
regalarle, que faceta de nuestra vida puede respirar, aprender, disfrutar,
en el espacio de la pareja. Y qué parte de nosotros, de nuestra búsqueda
de conocimiento, reclaman soledad u otras relaciones.
Aquí surge el tercer momento: en que el amor se hace ternura, el de la
elección, por excelencia.
Si primero fue: “me enamoro de ti”, ahora la relación avanza en la
senda del:”te amo” y es que…: “me enamoras, porque me enciendes,
porque me escuchas, porque me miras, porque me fundo contigo. Me
enamora Tu sabor, tu olor, tu voz, tu contacto”, en cambio el amor
ahora se torna entrega, aceptación y prepara una vía de conocimiento y
auto-conocimiento ilimitado.
Nos adentramos, desde entonces, en el momento o fase de la
relación, donde se empieza a crecer, a crear una continua posibilidad de
madurez personal, ya que los deseos u anhelos infantiles se acaban
abandonando (aunque ello cause dolor), la idealización se rinde.
Ciertamente en un principio de la relación, se puede “ver en el otro”
muchas cualidades capaces de satisfacer las necesidades afectivas que
no se pudieron cubrir a lo largo de la infancia y/o adolescencia. Tales
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como el calor, las miradas de reconocimiento, las caricias, el sexo libre
y gozoso, la ternura o la seguridad…
Si al ir atravesando los posteriores tramos de la relación, conseguimos
desprendernos de esas viejas expectativas y … perdura -eso si- el deseo
sexual- (creciente gracias a la confianza, y el abandono de las poses o
intentos de agradar), la complicidad y esa coincidencia en las
“pequeñas grandes cosas de la vida”, la comunicación real,
pudiéndonos mostrar tal cual somos y sentimos-asustando al miedo del
rechazo, del juicio, la pérdida, etc.… entonces estamos caminando en la
vía del amor, de la autoestima y del auto-respeto, en la vía de la
conciencia. Ayudando a crecer a ese yo nuestro y de nuestra pareja.
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Maite Sánchez Pinuaga
Rep. Guinea Ecuatorial,4,7ºC
46022 VALENCIA
Tel: 963 72 72 35
Psicóloga desde 1979. Psicoterapeuta. Orgonterapeuta. y pionera del
movimiento Reichiano en España.
1980-1984: Vegetoterapia individual con Roberto Sassone (Nápoles) y
Federico Navarro (Paris) y vegetoterapia de grupo con Piero Borreli
(Nápoles). Terapia de control con Mirella Origlia (Milán). Tanto
Navarro como Borrelli y Origlia fueron discípulos de Ola Raknes (a su
vez discípulo directo de W.Reich).
Desde el 1984: terapia ad-vitam y supervisión didáctica con F.Navarro.
Miembro fundador de la ES.TE.R.
Anteriormente: experiencia en análisis bioenergético (Jacques Mariot),
sexología (Gaston Boero), entre otras.
Desde 1996 investiga el campo de "la medicina espiritual"
Especializada en P.B.C. y especialista y trainer en Vegetoterapia
caracteroanalítica con adultos en la modalidad individual y grupal
desde 1989.
Especialista y trainer en Profilaxis orgonómica (1987).
Actividades clínicas:
Asistencia individual, en pareja y en grupo de los trastornos
psicopatológicos, sexuales y psicosomáticos, en la modalidad de
psicoterapia breve (focal) o profunda (vegetoterapia caracteroanalítica).
Talleres de crecimiento personal (de creación propia).
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Actividades preventivas:
Seguimiento infantil desde la vida intrauterina para facilitar los
procesos de autorregulación, teniendo en cuenta los sistemas que
confluyen en esta dinámica (familia, escuela).
Consultorio sobre temas de comunicación social, educativos, sexuales,
de pareja, previniendo trastornos más graves.
ACTIVIDADES DIVULGATIVAS:
Publicaciones:
Más de 30 artículos en revistas nacionales sobre temas de: Psicoterapia,
Profilaxis y Teoría y Praxis del Paradigma Reichiano, en particular en
la revista "Energía, carácter y Sociedad", así como en la revista del
colegio oficial de psicólogos, año cero.
Libretas: "Cuerpo y energía en psicoterapia", "Depresión, vivir al filo
de la muerte".”El miedo”. “ Habitar la pelvis, ese paraíso perdido “.
Libros:
En colaboración con Xavier Serrano, "Ecología infantil y maduración
humana" Publicaciones Orgón.Valencia,1997.
En preparación: "Crecer juntos".
Aportaciones clínicas:
Sistemática de la Orgonterapia prenatal. Creadora de los talleres
"Crecer juntos" (para padres y educadores).
Creadora de talleres de crecimiento como: "La salida de la trampa", "El
carácter y las relaciones", "Yo, Carácter y Espiritualidad", "Eros,
corazón y orgasmo".
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