NO HAY NADA EN EL MUNDO COMO LOS AMIGOS DE VERDAD. (1974) (Dedicado a Víctor Durán Pérez) Sí. La frase está ahí. En las palabras marcadas y remarcadas de negro sobre las listas a suaves tonos de celeste y verde, en la tarjeta grande, doblada en dos, que, así de sencilla, golpeó duramente los recuerdos que Humberto y yo hemos atesorado y enterrado bajo siete llaves de larguísimas conversaciones de silencios. ¡No! No podía dejarla en el cajoncito en que cuidadosamente la ubicó mi hijo, después de mostrármela. ¿Te gusta?, preguntó, y le respondí que sí, tratando de que no se me quebrara la voz. Un nudo apretaba mi garganta y no se quería deshacer. Loreto la envió a todo el grupo, siguió diciendo Luis. Se refería a la Comunidad Juvenil Católica que formamos hace unos pocos meses, y, guardó la tarjeta. No bien mi hijo se hubo alejado, la saqué del cajón y la contemplé por un largo rato. Deseé haber tenido mil tarjetas iguales porque quería que ese mensaje gritara desde todos los rincones de mi hogar. “No hay nada en el mundo como los amigos de verdad”, decía; y la encaramé sobre la cajita de madera con incrustación de cobre repujado, obsequio humilde pero lleno de amor que te hiciera un alumno, y que junto con algunos discos de tu preferencia, otros tantos libros y una hermosa Biblia Familiar, nos dejaras como regalos la frase la asociaba póstumos; pues a la increíble, maravillosa y auténtica amistad que nos uniera a ti, Víctor. ¿Amigo? Quizás debiera decir ¨hermano¨. Entraste en nuestras vidas en los primeros años de matrimonio, que ya suman más de veinte -los años pasan tan rápido- adueñándote con tu forma de ser, en forma inmediata, del afecto que queríamos destinar a éstos, separados unos, dado lo largo de este angosto territorio chileno, por cientos de kilómetros de distancias, y, separados los otros, también por distancias que distan del corazón. ¡Hermano! Esa era la palabra justa que calzaba contigo. Así te queríamos, sentíamos y así éramos correspondidos. Y cuando partiste aquel 22 de agosto del año pasado, en el viaje sin retorno, no me daba cuenta por qué daban los pésames a las tías, tíos, primas, primos, Teresita, tu hermana, llorando inconsolable encerrada en su pieza; y un desfile de amigos, parientes y conocidos trataban de decirles algunas palabras de consuelo. Pero a nosotros ¿quién se acercó a decirnos “lo siento”, “ayudándoles a sentir”, o qué sé yo, cualquier palabra confortante? ¿Es que no sabían acaso que eras parte de nuestra familia y ya estábamos acostumbrados a tu presencia? ¿Qué nuestros hijos habían crecido viéndote a diario; y te decían tío en una forma que les resultaba natural? ¿Qué los cuatro mayores eran ya jóvenes que siempre estaban compartiendo nuestras conversaciones de sobremesa, la crítica constructiva, o el elogio sincero sobre sus dibujos o trabajos artísticos, cuando venías a nuestra casa, casi todas las tardes? ¿Qué Paolita, de las dos menores, era tu regalona, sentándola sobre tus rodillas, pidiéndole dibujos de esos expresivos que ella solía hacer y te gustaba llevar a tu escuela para mostrarlos a tus alumnos? ¡No! No sabían. ¡Cómo iban a saber de las noches y noches en que nos quedamos charlando sobre tanto tema interesante, en los cuales afloraba la gama riquísima de conocimientos adquiridos por tu persona, y de los que te continuabas enriqueciendo en aquellos cursos en que siempre andabas embarcado! ¡No! Nadie supo, ni sabe cuántos recuerdos nos unen a ti, ni cuántos sueños trazamos juntos, digo mal, trazaron Humberto y Tú; o, Tú y Humberto, para el pueblo que les vio nacer. Querían lo mejor para ésta, su ciudad que aunque centenaria ya, sigue siendo pequeña y recién empieza a crecer unos centímetros en poblaciones nuevas. Collipulli que debió haber sido conocida no sólo por el Viaducto del Malleco con sus ciento tres metros de altura y su nuevo Puente Carretero, sino por un Embalse que, hasta hace unos pocos años atrás, estuvo a punto de ser, y la hubiera convertido en puerta del Turismo de esta Región. ¡Locos y Soñadores! Eso eran ustedes dos cuando se juntaban. Una noche les escuché hablar con un entusiasmo desbordante hasta avanzadas horas. Echaron abajo unos cuantos árboles del cerro Santa Lucía e hicieron un parque forestal, más un par de Piscinas Municipales para niños y adultos. Y como con palabras, las cosas se hacen fáciles, construyeron también, frente a la Población Lastarria, una gran Terraza Mirador con vista al imponente paisaje de la Cuesta y sus Puentes; toda embaldosada, con barandas de protección y regiamente iluminada. Hasta hicieron Bailes y Carnavales de Primavera allí. Ahora, eso nunca podrá ser. Un corte violento dejó una hilera de casas al borde, precio de un tramo de vía panamericana más amplia y expedita a la entrada norte de los Puentes. Esa fue la misma noche en que echaron abajo la vieja plaza y remodelaron una nueva, original y moderna. Todo con la imaginación, por supuesto. Humberto logró en su período edilicio hacerla realidad y hoy existe. ¡Cuántos lloraron a los viejos tilos que fue necesario arrancar de raíz! Tampoco en sus ansias de progreso podía faltar una Biblioteca Municipal que estuviera al alcance de todos, con textos adaptados a los nuevos cambios de educación. Era necesaria y urgente, pues no existía. Y junto con la plaza, se creó la primera biblioteca municipal. ¡Claro! ¿Cómo no se iban a preocupar de todos estos adelantos si estaban los dos candidateándose para Regidores? Tú, Víctor, preparabas los discursos, es decir, casi ni necesitabas hacerlos. Las palabras te brotaban solas. ¡Es que tenías una enorme facilidad para expresar en forma clara tus ideas y pensamientos! Y no eras de los que gustaban de hablar por hablar, sino mesurado en el lenguaje, como en toda tu forma de ser y actuar, mas, estabas tan inspirado en los ideales de servicio a tus semejantes que... contagiabas. Así fue que conversando y conversando, llegaron a la conclusión de que este mundo lo hacemos entre todos, y que los que nos decimos y sentimos cristianos, tenemos no sólo un compromiso con Cristo, sino también con la Comunidad en que estamos insertos. Hoy y Aquí. Aquí era Collipulli. Por eso, aunque ninguno de Uds. había participado jamás en política, les atrajo lo positivo en ser parte activa, a nivel edilicio para efectuar adelantos que repercutieran en el bien de todos. Que conste que estos cargos eran honoríficos. Y bueno... había que asistir a esa proclamación a escucharles, perdón, escucharte a ti que hablabas a nombre de los dos, ya que tu amigo, corto de palabras, no decía ni “ pío”. ¡Cómo nos reímos después! Tanto hablar por aquí y tanto hablar por allá, no te eligieron, pero igual estabas feliz, ya que tu amigo al que admirabas por ser práctico y ejecutivo, logró triunfar, correspondiéndole además asumir la Alcaldía. Con esa entrega característica, te propusiste cooperarle igual. fue. Y así Llegabas siempre con ideas hasta nuestro hogar y aquel año 1968 se moldeó hasta hacer realidad el Departamento de Extensión Cultural, dependiente de la Municipalidad, cuya directiva quedó bajo la presidencia de la señorita Rebeca Rozas Rivera, quien en forma destacada realizó este cargo con seriedad, eficiencia y gran sentido de responsabilidad, rindiendo este departamento frutos en numerosos actos de importancia, como encuentros corales y folclóricos; obras de teatro, casi siempre conseguidas al grupo formado por los obreros de Laja Crown., a los cuales la Empresa los auspiciaba con todos los elementos necesarios, incluida la movilización. Se crearon las Agrupaciones como el Coro Polifónico, Folclore, Cine, entre otros (cuando la T.V. aún no invadía los hogares), y éste se pasaba con equipos rudimentarios conseguidos en calidad de préstamo, logrando exhibir películas mudas de Chaplin y otros actores cómicos, además de dibujos animados, etc. en que se exponían primero los cortos culturales, conseguidos a las diferentes Embajadas. Todo esto se hacía al aire libre, en las distintas Poblaciones, (siendo muy promocionado, por cierto). Después trajiste la idea y las conexiones con una Escuela Artística de Chillán integrada por Escuela de Temporada profesores especializados para hacer una con 10 cursos intensivos, abierta a toda la comunidad, aprovechando de usar una de las Escuelas Básicas en vacaciones de invierno. Fue todo un éxito. Se impartieron cursos de Metalistería; Ballet, Pintura en Género, Dibujo y Pintura, Flores, Confección de Títeres; y entre otros, también el de Folclore, el que marcó un hito, debido a que se realizó en el segundo piso del edificio municipal y había que ver cómo estaba ese aire, con los zapateados de las cuecas, sacándole brillo y polvo al piso, más el gran entusiasmo reinante. ¡Qué importancia puede tener la pena que sentían ustedes dos aquella noche de clausura, realizada en el Gimnasio, y la convivencia que hubo entre Profesores y Alumnos de esa “Primera Escuela de Temporada... a la que me permití agregar,...de Invierno” –sonaba más poético- porque, por esas cosas de la vida, los marginaron y no los invitaron ni tomaron en cuenta, después de todos sus afanes y esfuerzos! Como Secretaria del Departamento de Extensión Cultural, asistí a la Velada que estuvo espléndida, pero mientras transcurría, sólo recordaba como habían quedado ustedes dos en mi casa, con sus caras tristes que me parecieron dos niños a punto de romper a llorar. Por eso, no supe ni cómo, ni cuándo, me encontré en los finales, aunque no figuraba en la programación, haciendo uso de la palabra. Creo que me alentó hacerlo el poder mencionarles de algún modo, como una forma de compensar el olvido . Nunca supe, Víctor, a qué se debiera que llegaras siempre atrasado a las reuniones, ya fueran del departamento. cultural, del club de leones, amicat, o de cursillistas. Estábamos tan acostumbrados a tus atrasos que hasta los celebrábamos. También te retrasabas para la comprensión de los chistes. Eras sencillo y tan puro de corazón, que todos esperaban tu risa que se escuchaba unos minutos después de la de los demás. ¡Sí! Estábamos acostumbrados a ti. Pero, ya ves. Veinte años de amistad verdadera no dan derecho a nada. Cuando partiste, no hubo despedida entre nosotros. Tal vez te habías estado yendo de a poco. Hacías uno de tus acostumbrados Cursos en Santiago, especializándote, ya no recuerdo en qué, con una duración que pasaba el año, viajando cada cierto tiempo a Collipulli. Presentí tu partida 10 meses antes de que tu salud se resintiera, advirtiéndote que mejor no terminaras ese curso en la capital. Me miraste incrédulo sin dar importancia a mis sugerencias. A comienzos de Junio tu enfermedad se dejó sentir fatal y repentina, probándote en una agonía que se prolongó por más de ciento veinte días. Y del hospital de Angol te trasladan al de Temuco, con equipo médico, porque vas muy mal. En la pasada por Collipulli -se ha corrido la voz- un grupo de amigos se ha juntado con la intención de verte a modo de despedida. Y tú, agonizante; pero consciente y preocupado de ver y mirar el puente carretero nuevecito y recién inaugurado que por primera vez cruzas. Llegas a Temuco con la vida en un hilo: estado de coma, reacción favorable, vuelta a la vida, de nuevo grave. Mientras tanto, los días pasan difíciles y peleados porque es junio del setenta y tres. Hay una huelga nacional de camiones, buses, comercio, de esto y de lo otro y un Chile entero partido en dos, que desconozco. Voy caminando las cuadras y cuadras de esa ciudad sureña de Temuco, para verte. Estoy muy cansada. Pero no me importa porque este cansancio mío lo voy ofreciendo por el amigo enfermo. En medio de todas las dificultades, de nuevo hay esperanzas de recuperación en la máquina de diálisis. Uno de tus riñones está comprometido. Te trasladan a Santiago en el avión particular que generosamente facilitó el matrimonio Nickelsen. Por supuesto que te acompaña tu amigo del alma. Luego las comunicaciones con el personal de hospital. Breves y frías. Se agravó, está mejor, está en la máquina, está igual, suma y sigue dentro de los interminables días. Son las fuerzas de tu espíritu que hacen sobrevivir tu dolorido cuerpo. ¡Tienes grandes deseos de vivir! ¡Y un equipaje repleto de sueños por realizar! Perteneces a los valientes. Supiste que te irías. “Quiero morir en mi pueblo, en mi casa y rodeado de mis amigos”, fue tu último deseo. Te traen de vuelta en el mismo avión. Mi esposo cuenta que pides te enderecen para ver la Cordillera de los Andes y así despedirte de Chile. Regresas un día domingo. Acomodado en tu cama, recibes a todos los amigos que te vienen a ver. Nunca olvidaré tu “hooooooola “junto con una sonrisa, porque tratas de ocultar tu dolor. Ignoro que ya has arreglado todos tus asuntos personales, conversado con tu única hermana sobre tu partida y legado tus colecciones de libros a las bibliotecas de las distintas escuelas de la localidad. Aquel martes tuve que viajar. Por atraso de los trenes, regresé a la una de la madrugada. A dos cuadras de la plaza, divisé unas figuras familiares. Víctor nos dejó hace unos cinco minutos, dijo mi marido con voz resignada. Enmudecí, pero no lloré. ¿De qué servirían las lágrimas? Caminamos silenciosos, estrechamente unidos por un mismo sentimiento, Humberto y yo, porque ambos sabemos que una amistad así ya no la hacemos más. Nunca más.