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69.181
de Acheng
69.181
Controlo este número a diario. No compro acciones y por lo tanto no se trata del
índice bursátil del día. Ni tampoco es un número telefónico puesto que en China no
existen números de cinco cifras.
Desde hace varios días este número no ha sufrido variaciones, se ha estancado en
69.181.
69.181 es el número de muertos contabilizados hasta hoy y anunciado por el
gobierno después de que un fuerte seísmo de magnitud 8 golpeara Wenchuan, en la
provincia de Sichuan, el 12 de mayo de 2008 a las 14 horas y 28 minutos. Controlo
cada día este número. Hace ya unos días que no aumenta.
Los números no me interesan, no es lo mío, digamos incluso que soy negado. En
Italia, cuando todavía existía la lira, tenía que calcular las unidades, las decenas, las
centenas y los millares para asimilar el precio de un objeto. Y lo mismo en Japón.
69.181, al contrario, es un número que memorizo sin dificultad. Corresponde a 69.181
vidas perdidas, y esto lo entiende todo el mundo. Pero mi interés por este número
tiene además otras facetas.
En los últimos 50 años del siglo pasado, en China hubo numerosos terremotos pero
el gobierno nunca hizo público el número de víctimas. A las 3 horas y 42 minutos y 54
segundos y 2 centésimos del 28 de julio de 1976, en la ciudad de Tangshan, en Hebei,
se produjo un terremoto de fuerza 7,8. Al día siguiente el Diario del Pueblo, órgano
del Partido Comunista, publicó una sola frase respecto a la calamidad: «Las zonas en
el epicentro del seísmo han sufrido pérdidas de distinto grado». En los años
siguientes, el número de víctimas quedó a expensas de las conjeturas de la gente, oí
decir que si eran 300.000, 500.000, 1 millón, hasta 2 millones y medio de muertos.
Dos millones y medio de muertos equivalía a decir que todos los habitantes de
Tangshan habían perecido. Al final de la Revolución Cultural, en noviembre de 1979,
durante un congreso sobre los terremotos, se reveló que los muertos habían sido
2.420.000.
El 5 de enero de 1970, a la una de la madrugada, hubo un terrible terremoto en
Tonghai, en Yunnan. El gobierno no dio de él la más mínima noticia y mantuvo un
férreo control informativo. Yo estaba al corriente del terremoto porque en aquella
época estaba en Yunnan y las sacudidas llegaron hasta debajo de mi cama y me
tiraron al suelo. En 2006, el escritor Liu Xinwu publicó un libro titulado Yo soy Liu
Xinwu y, aunque no hubiera estado en Tonghai, en el libro cuenta un detalle de aquel
terremoto. En 1976 había ido a comer a casa de unos amigos y sobre una estantería
había visto un libro que le interesaba y lo había pedido prestado. En la época de la
Revolución Cultural se prestaban libros sólo a personas de mucha confianza. Al volver
a su casa abrió el libro y de sus páginas cayó al suelo una hoja, la recogió y se puso a
leerla. Se trataba de una carta dirigida a sus amigos que se remontaba a la primavera
de 1970. Pero «cuando hube terminado de leerla, salté de la cama, la acerqué a la luz
de la lámpara y la leí por segunda vez, y me quedé trastornado».
Porque «era una carta con la que se anunciaban lutos. Informaba a los familiares de
que, la noche del 5 de febrero, su pueblo natal había sido devastado por un terremoto
fortísimo, las viviendas habían quedado casi todas arrasadas y las víctimas eran
numerosas. La carta, además, hacía al destinatario el elenco de los muertos que lo
incumbían». La lista era muy larga, y había parientes próximos: hermanos, cuñadas,
sobrinos, tíos, pero también vecinos de casa y compañeros de escuela, y afirmaba
asimismo que los heridos eran numerosos, «es inútil entrar en los detalles».
«Aquella noche, a la luz mortecina de la lámpara, sosteniendo en una mano la carta
permanecí un largo rato como aturdido, estaba absolutamente estupefacto.
¿Verdaderamente el 5 de enero de 1970 en Yunnan se había producido un terremoto
de tal magnitud? La noticia no había sido publicada en los periódicos ni difundida por
la radio». Si de verdad había habido un terremoto, «y sólo entre los parientes y
conocidos de mis dos amigos había muerto tanta gente, ¿cuánta gente habría muerto
en total?». Y luego, «si no se había mencionado en los periódicos y la radio no había
transmitido la noticia, el hecho no debía haber sucedido. Las noticias que no se
difundían a través de los periódicos y de la radio debían ser forzosamente falsas, y
difundir noticias falsas no sólo era vergonzoso sino también un crimen».
Incapaz de resolver la cuestión de la carta, Liu Xinwu pasó la noche en blanco.
Entre él y sus amigos existía una relación de confianza, pero ellos no le habían
hablado nunca ni del terremoto ni de los parientes muertos porque sabían que si lo
hacían, ellos y la persona que había escrito la carta habrían sido sometidos a la
«dictadura del proletariado». Si hubiera restituido la carta, los amigos se habrían
alarmado enormemente porque el contenido había sido leído por una tercera persona.
¿Debía transmitirla a la «organización»? A él seguramente no le habría sucedido nada,
pero quedaría comprometido el pariente que la había escrito. ¿Recordaban haber
puesto la carta en el libro? Liu Xinwu no podía saberlo. En los días siguientes indagó
con mucha circunspección, llegando incluso a decir en voz baja al amigo que había
encontrado el libro muy interesante, sin percibir reacción alguna.
Lo que lo llevó a concluir que su colega no recordaba haber guardado la carta en el
libro y entonces decidió guardarla de nuevo entre las páginas y recolocar el volumen
directamente en la estantería. Estaba a punto de hacerlo cuando de nuevo le
asaltaron las dudas; ¿y si intentando dárselas de listo empeoraba las cosas? La
situación se habría complicado ulteriormente.
Tras reflexionarlo mucho, al final restituyó el libro al amigo pero quemó la carta a
escondidas. «De aquella forma no habrían padecido ninguna consecuencia psicológica
por el hecho de que yo hubiera leído la carta. Habría mantenido la boca cerrada para
siempre: sí, había leído el libro, pero no había leído, e ignoraba, que el 5 de enero de
1970 se había producido en Yunnan un espantoso terremoto».
En 1982, pasados 22 años, el ministerio de Asuntos Civiles dio la orden a su oficina
de Yunnan de efectuar una investigación sobre las víctimas mortales de aquél
terremoto: el número de muertos resultó ser de 15.621.
Aquel número lo controlo cada día, ahora la actualización se ha parado en 69.181,
el proceso de definición de aquel número corresponde para mí al grado de
transparencia del gobierno.
Hay otro aspecto de la cuestión. Desde que la sociedad civil comenzó a recaudar
fondos para las zonas afectadas por el seísmo, todo tipo de personajes públicos han
pedido que se proceda a un control de su utilización. En la Red han aparecido
opiniones muy decididas sobre la necesidad de controlar a los organismos
gubernativos encargados de los auxilios; al mismo tiempo, han surgido además
muchas voces que sostenían que lo prioritario era llevar las ayudas y luego ocuparse
del control, llegando incluso a acusar a los defensores de éste de no ser patrióticos.
Yo creo que no es imposible controlar y al mismo tiempo garantizar los auxilios, no se
trata de un problema del antes y el después; en cuanto al hecho de no ser patrióticos,
me parece un problema planteado por un extraterrestre.
El 6 de junio, el periódico matutino de Pekín publicó una entrevista con Wang
Zhongxin, jefe del Departamento de Verificación de la Protección Civil de la Oficina
Nacional de Verificación (ONV). Wang Zhongxin dijo que «después del terremoto
creamos de inmediato un grupo dirigente para el seguimiento de las ayudas a las
zonas afectadas del que es responsable el director de la ONV, sus subdirectores son
los subdirectores de la ONV y forman parte del mismo funcionarios de otros
departamentos competentes. Y se enviaron rápidamente funcionarios de la ONV a 6
organismos gubernamentales: la Comisión Nacional del Desarrollo y las Reformas, el
ministerio de Hacienda, el ministerio del Comercio, el ministerio de Asuntos Civiles, la
Cruz Roja china, la Asociación China de la Caridad». Wang Zhongxin explicó que otros
6.000 empleados de la ONV están realizando verificaciones en 18 organismos
centrales, 240 provinciales, 370 municipales y 2.500 de distrito. Las verificaciones
cubren las zonas y los ámbitos más importantes; «es la primera vez en la historia que
se lleva a cabo un seguimiento a gran escala de las ayudas destinadas a las zonas
afectadas por un terremoto».
A tenor de lo que dice Wang Zhongxin, la ONV dará a conocer los primeros
resultados del seguimiento el 20 de junio y luego se publicarán mensualmente.
Esto es lo que debe hacer un gobierno. Ésta es la primera vez que lo hace en 60
años.
El gobierno hizo además otra cosa. El Consejo de Estado proclamó tres días de luto
nacional, del 19 al 21 de mayo. El 1 de mayo se observaron tres minutos de silencio
en todo el país, a partir de las 14 horas y 28 minutos. Luego, en el momento
establecido, las bocinas de los coches, los silbidos de los trenes, las sirenas de los
buques y las alarmas antiaéreas sonaron al unísono. Es la primera vez en 60 años que
el gobierno rinde homenaje a la gente corriente.
Si se producen otras muchas primeras veces del gobierno, si éste se hace más
abierto y transparente, si el control sobre su actividad se demuestra eficaz, China
después del terremoto cambiará a mejor.
Aunque la Constitución garantiza la libertad de culto, el Partido Comunista es
obviamente ateo y, con ocasión de esta catástrofe (en realidad, de todas las que se
han sucedido a lo largo de la historia), el gobierno no ha recurrido a la ayuda de la
religión. La fe religiosa es una necesidad del espíritu humano, sobre todo para la
gente corriente; en las catástrofes constituye una fuerza enorme, ayuda a mantener
el equilibrio psicológico y la sucesiva reconstrucción interior. La influencia del budismo
no ha desaparecido del todo de la cultura china profunda; sería bueno restablecer por
lo menos la ceremonia de la purificación de las almas para conseguir que estas 69.181
víctimas y el ánimo de sus parientes, y de todos los concernidos por el destino de esas
víctimas, pudieran recibir un consuelo.
Om mani padme hum.
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