Se dicen artistas, no vagos

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Se dicen artistas, no vagos
Los tamborileros: “Somos mochileros viajeros, no hippies”
De tajo rechazan que los llamen “hippies”, a pesar de su aspecto físico y vestimenta.
Se dicen artistas de la música africana, artesanos y promotores del turismo porque con su
música frenética atraen y hacen aplaudir a los turistas extranjeros que “sí nos valoran”.
Prefieren que los llamen “mochileros viajeros”. No tamborileros o vagos, como generalmente
los conoce la gente que los ve en la Plaza Grande de la ciudad.
Vienen y van de un lugar a otro, y cuando coinciden en Mérida se concentran hasta 30 de ellos.
Permanecen el tiempo que quieren o cuando dejan de recibir recursos de sus simpatizantes.
Su convivencia ha llegado a tales niveles que hasta comparten los cigarrillos. Un solo cigarro
puede pasar por varias bocas hasta que se acaba.
Su fama e imagen de vagabundos o delincuentes tatuados ocasiona que no sean bien vistos por
la policía. Casi a diario ellos y sus mochilas son revisados en las plazas para ver si llevan
drogas. Incluso, algunos han estado “de gratis” en la cárcel, como Alejandro Olivas Aranda, de
23 años de edad y oriundo de Chihuahua, detenido por un caso de enervantes pero liberado por
falta de elementos para procesarlo.
“Aquí hay quienes se drogan, pero es problema de cada quien”, dice Linda Daniela Sánchez
Amezcua, de 17 años de edad y oriunda de Playa del Carmen, quien se sumó al grupo hace
apenas cuatro meses.
Los tamborileros de la Plaza Grande están indignados porque los relacionan con la fuga de
Karla Janeth Gaymard Sosa, de 15 años de edad. Su imagen pública empeoró, al grado de que la
gente los rechaza, ya no les da colaboración económica por sus espectáculos ni les compra sus
dulces o artesanías.
Culpan a la “morra” y sus padres de distorsionar la verdad de los hechos y al “mocoso de
Champi” por ayudarla a huir.
El martes pasado, la Procuraduría entregó a la menor a sus padres, Nelly Sosa Acosta y Carlos
Gaymard Rivera. La adolescente huyó de su casa el sábado pasado, según declaró judicialmente,
por un pleito con sus papás porque le negaron el permiso para relacionarse con los tamborileros.
Llegó con los tamborileros hasta Minatitlán, Veracruz, y ellos la ayudaron a regresar, ante el
“escándalo” por su desaparición. —El malabarista Ricardo Acosta Villanueva la localizó y
entregó a la Judicial —afirma Linda.
Linda Daniela y Alejandro Olivas cuentan parte de su vida de “mochileros” y “la emoción” de
viajar, incluso, a Centroamérica, siempre en aventones, gracias a los traileros, para los que
tuvieron palabras de agradecimiento.
La plática apacible se interrumpió abruptamente con la llegada de un tabasqueño beligerante
que habló mal del Diario y amenazó con reunir a un grupo para interponer una queja ante
Derechos Humanos porque supuestamente se afectó su imagen con nuestras publicaciones sobre
el extravío de Janeth Gaymard.
El enojado tamborilero, quien no quiso proporcionar su nombre ni formalizar su queja,
amenazó: “Nos vemos el 2 de octubre en la marcha” (al parecer se refería a la conmemoración
de la matanza de Tlatelolco de 1968).
Pidió a sus compañeros que no dijeran nada al reportero, pero los jóvenes le solicitaron que se
calmara porque iba contra los ideales de amor y paz que pregonan.
Linda Daniela relata que estudiaba la preparatoria en Playa del Carmen, pero en Cancún y
Tulum conoció a un grupo de tamborileros y se interesó por la música y la vida viajera y
aventurera que llevan sus nuevas amistades.
Platicó con sus padres y, según dice, la apoyaron para que experimentara este estilo de vida.
Ella mantiene contacto con su familia, que ahora vive en el fraccionamiento Francisco de
Montejo de esta ciudad, y cuando está en Mérida vive con ellos.— Joaquín Chan Caamal
“¡Cuidado con los tamborileros!”
Sólo embaucan a los menores —dice una madre meridana
—Los tamborileros son unos embaucadores que encaminan a la juventud a las drogas y la
prostitución. ¡Cuidado con ellos! —advierte Nelly Sosa Acosta, madre de Karla Janeth
Gaymard Sosa, de 15 años de edad, quien huyó de su casa para unirse a un grupo de músicos y
malabaristas que trabaja en la Plaza Grande.
La mujer dice que ese grupo de jóvenes con imagen de “hippies” son un mal ejemplo y un
peligro porque hacen creer a los jóvenes, principalmente a las muchachas, que todo es pachanga
y aventura, pero una vez que las enrolan en su estilo de vida las inducen a las drogas y
prostitución.
—Son unas personas que no son buenas para la sociedad porque influyen en los adolescentes.
Aprovechan que las muchachas atraviesan por situaciones de sentimientos encontrados, por el
mismo cambio hormonal, y muchas dudas, para embaucarlas.
—Su influencia es negativa porque hacen creer que viven felices y tranquilos, eso lo hacen para
que los jóvenes se confíen.
—Una vez que se ganan la confianza de los muchachos y muchachas sutilmente los hacen
trabajar para ellos, los inducen a las drogas, a la prostitución y quién sabe cuánta cosa más.
Doña Nelly sostiene que no pueden ser buen ejemplo para la sociedad porque viven en las
calles, en lugares abandonados, andan drogados porque a simple vista se les ve con la mirada
perdida. “Además, andan sin camisa, con tatuajes, no tienen oficio ni beneficio”.
—Son vagabundos porque viven en las calles, en las plazas, en casas abandonadas, en cuartos
de amigos, y viven de la limosna pública —dice.
Ellos se consideran artistas, músicos, artesanos y promotores del turismo.
—¡Qué va! —responde—. No todos hacen artesanías ni tocan. Se dedican a otras actividades
que desconozco. Ya los vi en la plaza y tuve contacto con ellos cuando buscaba a mi hija, no
todos hacen artesanías, ni bailan ni tocan.
—Si traen turismo es de su mismo nivel, es gente que se dedica a mal encaminar a los
adolescentes.
¿Cómo influyeron en su hija? —Ignoro cómo pasó —contesta—. Ella fue al Centro a comprar
un libro y no regresó. Uno de ellos tenía a mi hija, hizo que vendiera sus cosas y su celular y se
la llevó bajo engaños a Minatitlán.
—Entre ellos reunieron dinero y cooperaron para sacarla del Estado y la mandaron con una
amiga de una tal Daniela.
¿Con qué intenciones la sacaron de Mérida? —La querían prostituir y que ella se convirtiera en
uno de ellos. Doy gracias a Dios y al Diario porque con sus publicaciones ayudó para que ellos
se dieran cuenta de la gravedad de la situación y que la Judicial investigara con rapidez.
Doña Nelly aclara que es mentira lo que dijo el malabarista Ricardo Acosta Villanueva: que ella
golpeó a su hija y le negó un permiso para que fuera a la Plaza Grande a ver a los tamborileros.
—Ese argumento y las versiones de los tamborileros son para justificar sus actos y sus
verdaderas intenciones con mi hija y para no quedar mal ante la sociedad.
—¿A quién le creen? ¿A unos vagos malvivientes o a una familia católica, decente y que vive
del trabajo honesto? —pregunta También dice que las autoridades deben enfocar sus
investigaciones a la Casa de Todos, un centro de reunión de los tamborileros, porque ella y dos
muchachos entraron y no soportaron el olor a mariguana y licor. —Ese lugar aparenta ser un
cibercafé, pero la parte posterior sirve para los adictos.
—La propia autoridad ya constató que ahí circula mariguana. ¿Por qué no hace algo? —se
pregunta.— Joaquín Chan Caamal
Sólo mala apariencia: “¡Sí, sí nos bañamos!”
Una vida de viajes, sensación de ser libres y aventones
—Quise ganar mi propio dinero y vendí una bolsa de dulces y le saqué $250. Entonces me animé porque
pensé que si trabajo puedo vivir yo sola; además, quería viajar, conocer otros lugares y con este grupo ya
lo hice —dice Linda Daniela Sánchez Amezcua, de 17 años, quien hace cuatro meses se sumó a los
tamborileros.
La joven, oriunda de Playa del Carmen, ya aprendió a tocar instrumentos tradicionales de los
“mochileros”, como el djembe, kenkeni, ashiró, dun dun y el sacbá. Aún no está a la talla del chihuahueño
Alejandro Olivas Aranda (a) “Campe”, de 23 años de edad y 11 de “mochilero viajero”, ni “del famoso
Kanin”, el tercer mejor tamborista de percusiones en el Distrito Federal.
—La ventaja de los que van a Veracruz y México es que allá llegan músicos africanos y enseñan su arte
—dice Olivas Aranda, quien ha viajado en aventones por el país y Centroamérica.
Linda Daniela indica que el grupo elabora collares, pulseras, plata, aretes, trenzas y tejidos de cabello,
tocan los tambores y hacen malabares, para ganar su comida diaria.
Si no les va bien, comen una torta y un refresco durante el día, pero cuando las colectas son buenas
comen en restaurante y duermen en hostelerías o casas de algún amigo.
—Es falso que seamos vagos y que no nos bañemos, claro que sí, sí nos bañamos; lo que pasa es que
llegamos de viaje, venimos a la Plaza y trabajamos, por esa razón nos ven aspectos de sucios, pero no lo
somos —aclara.
Ella se queja de los policías e inspectores porque les decomisan sus productos por falta de permiso para
vender en la calle, los revisan a cada rato y los tratan de desalojar.— J.Ch.C.
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