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LA SEGUNDA OPORTUNIDAD
REFLEXIONES EN TORNO A LA VIDA
Y LA MUERTE
LA SEGUNDA OPORTUNIDAD
REFLEXIONES EN TORNO A LA VIDA Y LA MUERTE
La noche entera
con un hacha
me ha golpeado el dolor,
pero el sueño
pasó lavando como un agua oscura
piedras ensangrentadas.
Hoy de nuevo estoy vivo.
De nuevo
te levanto,
vida,
sobre mis hombros.
(Oda a la Vida de Pablo Neruda)
EXPERIENCIA EN EL UMBRAL DE LA MUERTE
Hace algunos meses, al celebrar el Bicentenario de nuestra
República, rememoré una vez más, aquel tormentoso día en que
enfermé gravemente en Mendoza, hecho acaecido en el año 2006.
Un súbito, intenso
e
inexplicable dolor
que atravesaba
diametralmente mi abdomen, seguido por vómitos explosivos, me
condujeron rápidamente en la mañana del 19 de Septiembre en
compañía de mi hijo a consultar en el Hospital General, donde luego
de ser evaluado, me comunicaron la lapidaria noticia: ¡Ud. tiene una
pancreatitis aguda!, diagnóstico que para mí representaba una
grave y eventualmente mortal enfermedad. Repentinamente me
envolvió un manto de incertidumbre. Mis sueños se volatilizaban
súbitamente, mientras escuchaba al médico de urgencia que
recomendaba mi inmediata hospitalización en una clínica privada
especializada en este tipo de enfermedades.
Una vez ingresado a la Unidad de Cuidados Intensivos de
dicha clínica, observé alarmado el enorme volumen que alcanzaban
diversas partes de mi cuerpo. Al quinto día me trasladaron a una
habitación individual donde perdí el conocimiento, por lo que me
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retornaron a la UCI. Sin embargo, al día siguiente empeoró mi
estado de salud y mi situación se tornó crítica. La clínica carecía de
los elementos básicos, indispensables para mi tratamiento y distaba
mucho de ser un centro especializado en la patología que me
afectaba. Surgió en mí la certeza de una muerte inminente si
continuaba hospitalizado, por lo que solicité angustiosamente a mi
familia mi traslado a Chile. La tenaz oposición de las autoridades
de la clínica para concederme el alta obligó a mi familia a plantear
la amenaza de una demanda judicial, lo que permitió finalmente
rescatarme en ambulancia aérea el 24 de Septiembre. Mi recuerdo
del cruce de la Cordillera de Los Andes fue, aunque parezca
contradictorio, el más plácido del cual conserve memoria.
Llegamos al aeropuerto Arturo Merino Benítez, donde me
esperaba una ambulancia que me trasladó de inmediato al Hospital
Clínico de la Universidad de Chile, donde fui recibido por un equipo
multidisciplinario. Durante las primeras 24 horas de mi
hospitalización, me mantuve lúcido a ratos y al día siguiente fui
sometido a mi primera intervención quirúrgica para drenar dos litros
de una hemorragia generada en el interior del abdomen a nivel
retroperitoneal. Recuperé el conocimiento recién a comienzos de
Diciembre. Mientras aún permanecía en la UCI, recuerdo haber dado
mis primeros pasos con ayuda de dos kinesiólogos. Analizando
retrospectivamente esta situación, sorprendido me dí cuenta que
logré realizar estos pasos mientras aún me encontraba con el
abdomen abierto, ya que había sido sometido a varios aseos
quirúrgicos.
En los días próximos a la celebración del Año Nuevo,
mientras estaba en la Unidad de Tratamiento Intermedio Quirúrgico,
escuché por vez primera de labios de una enfermera que entregaba
su turno y paralogizado por la impactante información, la larga
lista de gravísimas complicaciones que había sufrido. Entre ellas,
una trombosis mesentérica superior, cuadro extremadamente grave
que recordaba había sido la causa del deceso de nuestro inolvidable
amigo Hugo Maccarini Raya .
Dentro del sinnúmero de complicaciones, tuve un shock
séptico y llegó un momento en que mi organismo estaba en gran
parte colonizado por gérmenes resistentes a toda terapia antibiótica.
Fue entonces cuando surgió como única posibilidad de vida la de
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ensayar un nuevo antibiótico que a la sazón no existía en el país, el
que fue donado por un laboratorio farmacéutico extranjero.
Felizmente, la prueba resultó exitosa, y fui experimentando un
lento proceso de recuperación hacia fines del mes de Noviembre de
2006, el que incluyó un auto injerto de piel para recubrir mi
abdomen en Enero de 2007 y un magnífico procedimiento
endoscópico realizado en Clínica Alemana para eliminar mis cálculos
en el colédoco en Marzo de 2007. Recuperé progresivamente el
habla que había quedado interrumpida luego de una traqueotomía,
recomencé a escribir primero puntos, luego líneas y enseguida
palabras, reinicié mi alimentación por vía oral, mientras que la
marcha se fue fortaleciendo lentamente con la importante ayuda de
los kinesiólogos. La extirpación de la vesícula biliar recién se pudo
efectuar en Diciembre de 2007 y el cierre definitivo de mi pared
abdominal con una malla compuesta en Octubre de 2008.
Amigos, esta noche quisiera compartir con Uds. algunas
reflexiones en torno a aquellos vagos recuerdos aparentemente
oníricos que aún conservo, que sin duda acontecieron durante el
largo período en que permanecí en estado de coma y que habrían
coincidido con mis peores momentos durante mi hospitalización en
la Unidad de Pacientes Críticos
del Hospital Clínico de la Universidad de Chile.
Según me ha comentado mi esposa, quien estuvo
permanentemente a
mi lado entregándome su amor, su fuerza y su compañía, el
magnífico equipo médico que me atendía, cuya vocación,
abnegación y permanente dedicación era para todos conmovedora,
a pesar de todos sus esfuerzos, abandonó toda esperanza de vida
manifestando que no había medida terapéutica alguna a la cual
acudir, restando tan sólo orar. Diversos amigos médicos, analizaron
profundamente la extrema gravedad de mi estado concluyendo que
en caso de sobrevivir quedaría muy probablemente con serias
secuelas neurológicas. De allí
que decidieran
solicitar
mi
desconexión para evitarme mayores sufrimientos, petición que fue
sin embargo, denegada por el equipo médico tratante.
Además de frecuentes e incoherentes pesadillas y
alucinaciones monstruosas, mis mayores recuerdos giran alrededor
de tumbas y cementerios. Es posible que éstos se hayan originado
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en momentos en que mis signos vitales descendían a niveles
mínimos. Quizás también sea posible que hayan coincidido con el
fallecimiento de varios pacientes en el corto lapso de una semana
en la UCI. Dentro de este conjunto de imágenes, destacan
nítidamente dos recuerdos carentes de colores. En uno de ellos, me
encontraba sentado en una especie de tribuna, rodeado de figuras
humanas cuyos oscuros rostros no distinguía claramente, en un
amplio recinto sostenido por pilares que parecían ser de mármol,
pero que daban la impresión que en cualquier momento podrían
derrumbarse. Aún cuando hacia el fondo a la izquierda, parecía
haber una salida hacia el exterior, entre todos los presentes había
cierto grado de resignación e impotencia
y permanecíamos
inmóviles en nuestros sitiales.
En el segundo de ellos, me encontraba sentado en un
pequeño carro metálico, sin techo, el que partiendo desde la
superficie, se deslizaba bulliciosamente sobre rieles descendiendo
lentamente y dando giros. Mientras sus ruedas chirriaban
intensamente, en cada recodo veía cierto grado de luminosidad. Me
acompañaban, también sentadas, varias figuras humanas oscuras,
de espaldas hacia mi posición, que enardecidas gritaban, clamando
por salir al exterior, mientras yo permanecía inmóvil y en el más
absoluto silencio.
Del mismo modo recuerdo imágenes de monjes que
deambulaban a mi alrededor, generando en mí una singular
molestia. Según me relata mi esposa, el Director General del
Hospital Clínico durante un largo período, solicitó misas diarias al
párroco, quien me dio la extremaunción. Una vez recuperado el
conocimiento, estas imágenes felizmente se esfumaron.
Algunos me decían que aún permanezco en esta tierra por
algún motivo, que estoy aquí para cumplir una misión ¿Cuál podría
ser esa misión? ¿Dejar algún mensaje? ¿Tareas pendientes? Podría
ser, ya que indudablemente los seres humanos nos proyectamos en
la vida con el propósito de cumplir ciertas metas trazadas, ya sea
familiar, profesional, social o espiritual. Otros lo atribuían a un
milagro y me llamaban Jesús, Lázaro, mientras algunos me decían
jocosamente que no “fui aceptado ni arriba ni abajo”.
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Los deseos o ansias de vivir ¿podrían explicar
suficientemente este fenómeno, o deberíamos hurgar en otras
causas aún desconocidas por nosotros? Durante un largo tiempo no
encontré respuesta a esta interrogante. Sin embargo, luego de
reflexionar e investigar concluí en que este fenómeno podría
explicarse a través de la resiliencia, la capacidad de resistir, de
sobrevivir, de levantarse, capacidad que por lo demás, ha
demostrado claramente el pueblo chileno tras el último terremoto y
tsunami que devastó gran parte de nuestro territorio.
Estas reminiscencias de una experiencia vivida cercana a la
Muerte me han conducido inexorablemente a reflexionar en torno a
la Vida y la Muerte.
REFLEXIONES EN TORNO A LA MUERTE
Desde que el Hombre existe, la Muerte ha representado un
enigma que no ha sido resuelto. La Muerte es considerada en
esencia la extinción del proceso homeostático y por ende el fin de la
Vida. Se entiende por homeostasis el proceso que permite regular
el ambiente interno en los organismos vivos, con lo que se logra
mantener una condición estable y constante. En ella intervienen
todos los sistemas y aparatos del organismo. La homeostasis fue
descrita por Claude Bernard a mediados del siglo XIX, cuando
observó que las variaciones corporales como temperatura, presión
arterial y frecuencia cardíaca tenían como objetivo devolver la
estabilidad al cuerpo. Sin embargo, el término homeostasis fue
acuñado en 1928 por el biólogo Walter Cannon quien recibió el
Premio Nobel por definir en el libro The Wisdom of the Body, las
características que rigen la homeostasis, entre las cuales se señala que una falla de los mecanismos
homeostáticos producen la enfermedad y la muerte.
Khalil Gibran en su obra “El Profeta” escrita en 1923 señala
que el secreto de la muerte debemos buscarlo en el corazón de la
vida, ya que “la vida y la muerte son uno, como lo son el río y el
mar”. Así como “el buho, cuyos ojos están ciegos durante el día, no
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puede descubrir el misterio de la luz, si en verdad queréis conocer el
espíritu de la muerte, abrid bien vuestro corazón al cuerpo de la
vida. En lo hondo de vuestras esperanzas y deseos yace vuestro
silente conocimiento del más allá, y cual semillas soñando bajo la
nieve, vuestro corazón sueña con la primavera. Confiad en los
sueños, porque en ellos está escondida la puerta de la eternidad”.
El 29 de Noviembre de 2006, mientras quien habla
permanecía aún
hospitalizado en estado crítico, fue presentada en el Taller una
extraordinaria Plancha titulada “El Hombre y la Muerte”, en la que
se mencionaba diversos estudios e investigaciones en torno a la
muerte. En su introducción se señalaba que “Entre todos los seres
vivos, el hombre según parece, es el único en prever la fatalidad de
su propio fin. Esta conciencia humana de la inevitabilidad de la
muerte conlleva un interés en saber qué es, en qué consiste este
fenómeno natural y, consecuentemente, un interés por conocer o
intuir si algo sigue a la muerte. Ese interés está representado en
una de las tres incógnitas formidables que la filosofía pretende
dilucidar: ¿hacia dónde vamos? Frente a la muerte y a la incógnita
que ella plantea acerca de su significado, el ser humano tiene
básicamente dos planteamientos. El primero, que sostiene que nada
existe después de que ella acaece, y que la muerte significa por
consiguiente, el aniquilamiento total, la negación de toda idea de
pervivencia. De acuerdo a esta forma de pensar, la muerte no sólo
significa la desaparición del cuerpo sino también de cualquier rasgo
de conciencia, inteligencia o personalidad. La otra posición, que es
la mayoritaria, sostiene que después de la muerte, si bien el cuerpo
material desaparece y se reintegra a la Naturaleza, algo llámese
alma, conciencia o espíritu se salva de la aniquilación total y
permanece.”
El sabio Epicuro – en su carta a Meneceo – trata de
tranquilizarnos ante la tragedia de dejar de ser. Señala que la
muerte no es algo temible para quien reflexione sobre ella. “Haz un
hábito pensar que la muerte no es nada en relación con nosotros.
Porque todo bien y todo mal radican en los sentidos, y la muerte es,
precisamente, ausencia de sentidos. Por lo tanto, es necio aquel que
dice temer la muerte, no porque sufrirá dolor cuando ésta se
presente, sino porque sufre al pensar en su venida. Pues no es
prudente que lo que no nos trastorna con su presencia, nos atribule
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durante su espera. Luego, el más pavoroso de los males - la muerte
– no es nada en relación con nosotros, porque, cuando nosotros
somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros ya no
somos”.
En la Revista Masónica de Diciembre de 1990 fue publicada
“La Muerte del Pensador”, artículo escrito por el Q:.H:. Borja
Orihuela Grez en Marzo de 1892. Su hijo, el Q:. H:. Roberto
Orihuela Salas fue V:.M:. de nuestra Respetable Logia Cóndor Nº 9
en el período 1935-1936.
En su inicio expresa:
“Mi hora ha llegado. Voy a penetrar en el seno del infinito. La
materia que encierra mi alma se desorganiza con rapidez, y libre de
los lazos que lo atan a la tierra, mi espíritu se desprende de mi
cuerpo, como árbol desarraigado poco a poco por la azada del
labrador”.
En su parte final señala: “¡Mi hora ha sonado! Miserable
átomo del Universo, voy a experimentar una nueva transformación.
Las moléculas de mi cuerpo se incorporarán a la madre tierra, de la
cual provienen, y mi espíritu seguirá su curso a través del tiempo y
del espacio. Allá como aquí, la idea de un Dios infinito, de un
verdadero Padre Universal, acompañará a mi alma y la confortará
en su larga peregrinación.”
“No debe halagarme en este momento supremo, la engañosa
ilusión de ir a reunirme con ese Dios en un fantástico cielo, que no
puede existir en la forma que se promete a los creyentes por los
sacerdotes de todas las sectas. El Altísimo no concede a los espíritus
imperfectos otros goces que aquellos que son compatibles con su
estado de adelanto, y que pueden servirles para su desarrollo y
progreso moral. Además, la visión repentina y completa de la
divinidad, deslumbraría nuestras almas hasta ofuscarlas, sin
producir otro goce que un inefable aniquilamiento. No. Dios, que
nos acompaña invisible por donde quiera, no se muestra a sus
creaturas sino por grados; pero su amor nos alienta y protege en
toda circunstancia, como lo hace un padre con los hijos que ha
engendrado y a quienes está en el deber de amparar en todas las
épocas de la vida. Él, que es el Padre Universal, me acompañará
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también en este supremo trance, aunque mi espíritu no deba ni
pueda verle”.
Psiquiatras, cardiólogos, cirujanos, biólogos, físicos y filósofos
están estudiando, analizando y recogiendo los testimonios de
personas moribundas, para entender el proceso de morir y la
psicología de aquellos que sufren enfermedades terminales, así
como también los relatos de personas declaradas clínicamente
muertas y de aquellas experiencias cercanas a la muerte (ECM) o
en el umbral de la muerte.
Entre ellos, el Dr. Raymond A. Moody publicó en 1975 su
libro “Vida después de la Vida” en el que describe las experiencias
de personas declaradas clínicamente “muertas”. Por otra parte, la
Dra. Elizabeth Kübler Ross, médico psiquiatra suiza, radicada en
Estados Unidos, profesora de psiquiatría en la Universidad de
Chicago, realizó diversas investigaciones que se concentraron en las
personas moribundas con enfermedades terminales. Su propósito
fue junto con tratar de aliviar los temores y angustias del
moribundo, comprender el proceso de la muerte e intentar
descubrir cuál es su psicología, para ayudarle a lograr morir en paz.
La Dra Kübler logró sistematizar las reacciones que los enfermos
sufren al conocer su propio fin y detectar, incluso, las diversas
etapas por las que pasan en este proceso irreversible.
Autora de numerosas publicaciones entre las que destacan
“La Muerte: Un Amanecer”, “Sobre la Muerte y los Moribundos”, “La
Rueda de la Vida”, la Dra. Kübler Ross señala en parte de sus
conclusiones que “el cuerpo físico no es más que una casa, un
templo, el capullo de seda en el que vivimos durante un cierto
tiempo hasta la transición que llamamos muerte. Cuando llega la
muerte, abandonamos el capullo de seda y somos libres como una
mariposa. La muerte es el paso a un nuevo estado de conciencia en
el
que
se
continúa experimentando,
viendo,
oyendo,
comprendiendo, riendo, y en el que se tiene la posibilidad de
continuar creciendo”.
REFLEXIONES EN TORNO A LA VIDA
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Según describe Platón en su Apología de Sócrates, éste
durante su tercera alocución a los jueces atenienses que le
impusieron la pena de muerte, manifiesta que “Al parecer, esto que
me sucedió ha sido un bien, y no puede ser correcta la suposición
de quienes pensamos que morir es un mal. También lo siguiente
debería hacernos pensar que hay grandes esperanzas de que esto
sea un bien. En efecto, estar muerto es una de dos cosas: o bien el
que ha muerto no es nada, por así decir, y no tiene ninguna
percepción de ninguna cosa, o bien se trata, como se cuenta, de
una suerte de cambio de estado y migración del alma desde este
lugar de aquí hacia otro sitio. Si es ausencia de toda percepción,
algo así como dormir cuando
el que duerme no tiene ningún sueño, entonces la muerte sería una
ganancia maravillosa. Si por otro lado, la muerte es como emigrar
de aquí hacia otra parte, y si es verdad lo que se cuenta acerca de
que allí están todos los que han muerto, ¿qué bien podría haber
mayor que éste, señores jueces? Pues si una vez llegado a lo de
Hades (dios que gobierna el mundo subterráneo, donde, según
representaciones de la mitología y la religión popular, habitan
los muertos), tras librarse de éstos que se jactan aquí de ser jueces,
uno va a encontrar a los verdaderos jueces, que, según se cuenta,
hacen justicia allí, como Minos, Radamante, Éacos, Triptólemo, y a
todos los otros semidioses que fueron justos durante su vida, ¿sería
acaso malo emigrar? Y además, ¿cuánto daría alguno de ustedes
por convivir con Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero? Por mi parte
estoy dispuesto a morir muchas veces, si esto es cierto.” Sócrates
agrega, “pero es preciso, señores jueces, que ustedes mantengan
una actitud esperanzada ante la muerte y consideren una sola cosa
como cierta: que para un hombre honesto no hay ningún mal, ni
mientras vive ni una vez que ha muerto, y que los dioses no se
despreocupan de lo que le pase.”
El día en que Sócrates debía cumplir su sentencia de muerte
y beber la cicuta con la puesta del sol, sus amigos
que
ordinariamente le visitaban y acompañaban en la prisión, se
reunieron más temprano que de costumbre. Al entrar, encontraron a
Sócrates a quien acababan de quitar los grillos. En el diálogo
sostenido por Fedón y Equécrates, descrito por Platón, en el que
también participan Simmias, Cebes y Critón, Sócrates señala
“cuando el alma existe por sí y queda librada del cuerpo, y el cuerpo
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queda librado del alma, ¿qué es eso sino la muerte? Y agrega,
“según una opinión muy antigua (refiriéndose a Pitágoras), las
almas, al abandonar este mundo, van al Hades, y desde allí vuelven
al mundo y vuelven a la vida, luego de haber pasado por la muerte”.
“Para asegurarse de esta verdad - continúa no hay que
concretarse a examinarla con relación a los hombres, sino que es
preciso hacerlo con relación a los animales, a las plantas y a todo lo
que nace; porque así se verá que todas las cosas nacen de la misma
manera, es decir, de sus contrarias, cuando tienen contrarias. Por
ejemplo: lo bello es lo contrario de lo feo; lo justo de lo injusto; y lo
mismo sucede con una infinidad de cosas.” “¿La vida no tiene
también su contraria, como la vigilia tiene el sueño? Con motivo del
sueño y la vigilia, el sueño nace de la vigilia y la vigilia del sueño; el
paso de la vigilia al sueño es el adormecimiento y el paso del sueño
a la vigilia es el despertar”. De la misma manera, agrega que “la
muerte es lo contrario de la vida y que la una nace de la otra y, por
lo tanto, nuestras almas están en el Hades después de la muerte.”
“Lo contrario del morir es el revivir. Por tanto, estamos de
acuerdo en que los vivos no nacen menos de los muertos que los
muertos de los vivos; prueba incontestable de que las almas de los
muertos existen en alguna parte de donde vuelven a la vida”.
Concluye diciendo “nada se
puede objetar a estas verdades, y no nos hemos engañado cuando
las hemos admitido; porque es indudable que hay un regreso a la
vida; que los vivos nacen de los muertos; que las almas de los
muertos existen; que las almas buenas libran bien y que las almas
malas libran mal”.
Aún cuando la discusión en torno a la Muerte continuará
estando siempre presente entre todos los seres humanos que
sobrevivimos, concretamente sólo en el momento en que nos
enfrentemos a ella, encontraremos la respuesta a tales
interrogantes. Al margen de estas disquisiciones y en lo que se
refiere a mi experiencia personal, no fui declarado clínicamente
muerto y no observé aquel túnel que describen algunos moribundos,
pero me correspondió vivir inequívocamente una experiencia en el
umbral de la muerte, lo que se tradujo en un renacer a la vida,
proceso durante el cual tuve que aprender nuevamente a hablar,
escribir, comer y caminar. Debo reconocer que hubo instantes en los
cuales mis fuerzas flaqueaban y dudé de poder lograr la ansiada
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recuperación. Por ello, esta segunda oportunidad me ha conducido
a valorar en su justa medida las cosas simples de la vida, el
despertar día a día, mirar a través de mi ventana y disfrutar del
amanecer, de la luz del día, del azul del cielo, la tibieza del sol, del
canto de los pájaros, del ruido del viento, del surgimiento de las
hojas primaverales y la caída de las otoñales, de las flores, de la
lluvia, la alegría y risa de un niño, ver , escuchar y sentir a mis seres
amados.
Si bien el tiempo es un tirano y vivimos inmersos en
compromisos ineludibles intentando cumplirlos con responsabilidad
y puntualidad, resulta esencial a mi juicio, distanciarse del mundo
acelerado en que vivimos, hacer la pausa y vivir el presente, el aquí
y el ahora. En otras palabras, aprovechar el tiempo que aún nos
queda. Lin Yutang, escritor y filólogo chino en su obra “La
importancia de vivir” escrita en 1937, describe diversas formas de
gozar la vida. Entre ellas, el simple hecho de tenderse en una
cama, no tan sólo para descansar y dormir, sino también para
meditar, leer un buen libro o escuchar buena música. El poeta Li
Liweng, dice en su ensayo sobre “Sauces” que se debe aprender a
escuchar tendido en la cama el canto de los pájaros al amanecer:
¡Qué mundo de belleza nos espera si aprendemos a despertarnos al
alba y escuchar el celestial concierto de los pájaros!
He aprendido a valorar la importancia del presente y el
poder continuar disfrutando de la compañía y cariño de mis seres
queridos, de mis entretenidas actividades profesionales, de la
Masonería que le ha aportado un especial sabor a mi existencia,
donde he encontrado a mis mejores amigos y agradecer al
G:.A:.D:.U:. por mantenerme aún vivo en este mundo terrenal sin
las probables y temidas secuelas de mi enfermedad.
MASONERIA, VIDA Y MUERTE
El día de nuestra Iniciación, todos nosotros hemos
enfrentado a la Muerte y hemos decidido voluntariamente morir
profanamente para comenzar una Vida Nueva al recibir la Luz
Masónica. Es decir, luego de la ceremonia, sufrimos indudablemente
una metamorfosis y renacemos masónicamente.
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El día de nuestra muerte física, nuestro Ritual Fúnebre nos
señala que la Muerte no es más que el principio de una Nueva Vida.
El que ha vivido como hombre de bien, no debe temerla. Además,
nos señala que el Q:.H:. que ha pasado a decorar el O:.E:. ya no
existe, viaja en las tinieblas, los lugares que le conocían ya no le
conocen y los lugares que ahora recorre no los conocemos,
agregando que el G:.A:.D:.U:. hacia el cual ha vuelto es el único
que puede guiarlo hacia el Templo Inmortal de la Verdad. Finaliza
diciendo ¡Que el G:.A:.D:.U:. os haya recibido con bondad y os haya
acordado la recompensa de los justos! En extricto rigor y de
acuerdo a estas palabras, nuestra Orden no sostiene que después
de la Muerte sobreviene el aniquilamiento total, la Nada y parece
aceptar la idea de Vida después de la Muerte, aún cuando por su
posición antidogmática deja abierta a cada hermano la posibilidad
de alcanzar sus propias creencias con respecto a este misterio
impenetrable.
Intimamente ligado a la idea de la Muerte se encuentra el
deseo de trascender. El masón puede seguir existiendo en la
memoria de sus hermanos, en el archivo histórico de su Logia, en
sus Planchas, pero donde puede esencialmente sobrevivir a su
muerte es a través de sus obras, sus discípulos y encarnando en su
propia existencia el proyecto ético de la Masonería.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
1. Khalil Gibran : Obras completas. Tomo II. El Profeta.
Bibliográfica Internacional S.A., págs. 410-411
2. Platón: Apología de Sócrates. Editorial Universitaria S.A., págs.
95-105.
3. Platón: Diálogos. Critón - Fedón - El Banquete - Parménides.
Editorial EDAF, S.A., Madrid, España, 1984, págs. 51-143.
4. J. J. M. : El Hombre y la Muerte. Plancha leída en la Resp:.
Log:. Cóndor Nº 9 el 29.11.2006.
5. Borja Orihuela Grez : La Muerte del Pensador. Revista
Masónica de Chile, 1990, Nº 2, págs. 42-46.
6. Raymond A. Moody,Jr.: Vida después de la Vida. Editorial
EDAF, S.A., Madrid, España, 1975.
13
7. Elisabeth Kübler-Ross: La Muerte: Un Amanecer. Editorial
Océano/Luciérnaga, 2010.
8. Elisabeth Kübler-Ross: La Rueda de la Vida. Ediciones B, S.A.
para el sello Zeta Bolsillo, 2006.
9. Lin Yutang : La importancia de Vivir. Ediciones Apóstrofe,
Barcelona, España, 1994.
10.
Rogelio Rodríguez Muñoz: Venga… Reflexionemos sobre
la
Muerte. Revista Masónica de Chile 2010, Nº 7-8, págs.
33-36.
HVH
Santiago, 01 de Junio de 2011
14
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