CAPITULO 1 - página Arqueología Andina y Tiwanaku

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CAPITULO 2
NACE UN IMPERIO
“Un evento ocurrido hace más de un siglo – la invasión de los
Chancas – y un personaje que pudo dominar su curso – Yupanqui – fueron
hechos decisivos en la historia reciente de los Andes. Fué el principio del
último imperio andino, más potente que cualquiera anterior y dejó huellas en
muchos más territorios que las que dejaron los imperios del Titicaca o de
Ayacucho. Aún hoy se pueden ver las ruinas de los edificios de piedras
gigantescas, alisadas por la mano del tallador y por los siglos a la intemperie,
que perduran en los antiquísimos pueblos del valle de Ayacucho; y las
pirámides de Akapana y el templo del Kalasasaya al sur del lago Titicaca,
allende las tierras de los Lupaqas. A estos monumentos de las antiguas
sociedades de los Andes se añaden hoy los restos de imponentes edificios
construidos durante las seis décadas de esplendor – al menos arquitectónico
– que alcanzó el imperio Inca. Sacsayhuaman, Ollantaytambo, y el mismo
Coricancha en el Cuzco quedan como testigos inalterables de este imperio,
aunque su misma esencia se haya perdido...
“Hay dos personas que hicieron posible la muy reciente invasión de
los Andes por los ejércitos castellanos: uno que no pudo cumplir su –
¿lógico? – destino, y otro que lo supo gobernar el suyo: Atahualpa y Pizarro,
vencido y vencedor en otro momento crucial de la historia de los Andes.
Más aún, en esa ocasión hubo un segundo vencido, Huascar, que se había
establecido en Cuzco, capital legendaria del imperio y, ahora, capital
regional cismática del mismo. Si bien Huascar no tuvo que acallar
conspiraciones ni dominar sublevados, el caos político causado por el
rompimiento de las alianzas selladas la parte norte del imperio tuvieron
serias consecuencias para su reinado. Los ejércitos castellanos conocían bien
las ventajas de unirse a los antiguos aliados del enemigo, pero nunca
sospecharon lo fácil que les resultaría desplazarse por los montañosos
territorios de los Andes. El imperio Inca estaba bien organizado; con una
vasta red de caminos para conectar sus centros administrativos, los cuales
estaban bien pertrechados con alimentos y con todo lo que era vital para la
supervivencia de los ejércitos de Castilla, así como para abastecer a sus
nuevos aliados andinos. Esos pueblos, subyugados por los Incas, a quienes
les habían pagado tributo tanto en bienes como en mano de obra, ahora
recibían dones que los castellanos habían conseguido saqueando los grandes
centros imperiales del norte: Aypate y Huanuco Pampa. De las collcas, esas
estructuras de piedra circular que encontraron en esos lugares, sacaron
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alimentos, textiles, y bienes suntuarios, objetos de metal, que seguramente
habían sido entregados a modo de tributo por los mismos pueblos a los que
ahora volvía el botín, para mantenerlos fieles a Castilla en contra de los
Incas. Por supuesto, lo devuelto no incluía objetos de metal pues la
conquista castellana, tanto en los Andes como en México, acumulaba
metales preciosos: los nuevos dueños de las tierras comienzan a atesorar el
metal desde los primeros momentos, para más tarde fundirlo, y expedirlo a
la Península. Así., por ironía del destino, los Incas facilitaron la avanzada de
Castilla sobre el terreno agreste e inhóspito de los Andes. Y así fué que
Castilla pudo armarse de fuerzas sin las que no habría podido vencer a los
ejércitos incas.
“Pero eso justificaba sólo parcialmente la sorprendente y rápida
ocupación de los Andes por los ejércitos castellanos, que desembarcaron en
el norte del Perú mientras tenía lugar el tradicional “arreglo” de fuerzas y la
consiguiente distribución de riquezas que seguían a la muerte de un Inca,
entre los sucesores de las dos mitades del imperio. Tradicionalmente, este
“arreglo” se resolvía con las luchas armadas entre ambos herederos y entre
sus panacas, y también entre los pueblos aliados que conformaban las dos
mitades del mundo andino y del imperio, el Hanan y el Hurin. La cuestión
era decidir cuál habría de ser la mitad dominante. El Inca vencedor
gobernaría solo, dueño y señor de todas las tierras y riquezas, y renovaría,
después de su investidura, as alianzas heredadas del anterior jefe supremo
del curacazgo. En el momento de llegar los ejércitos de Castilla, se
preparaban las luchas entre Huascar y Atahualpa para determinar la
supremacía de uno de ellos.
“Pero las cosas se habrían complicado aún más para los Incas,
facilitando a la vez la avanzada de Castilla que iba subyugando a su paso
algunos pueblos andinos. El mito de Viracocha, el dios creador andino, dios
tutelar en estas tierras, que bajo este u otros nombres –Con Ticsi Viracocha,
Con Raya Viracocha, simplemente Con, o más tarde Pachacamac en la
costa, o como siempre Ichma en esa misma región, en diferentes épocas,
desde los tiempos más tempranos de las sociedades de Conchucos, y de los
Aymara del Lago Titicaca, y en diferentes formas, plasmado como señor con
varas, alado, con cara de felino, y en templos de piedras, barro y hasta
montañas, o la simple tierra, era compartido por las poblaciones andinas.
Este mito anunciaba el retorno a un mundo ordenado, que sucedería al
actual, sumido en el caos, sin dominadores ni subyugados. Un retorno, sobre
todo, a la paz y a la prosperidad. Desde el desorden a una nueva etapa, a otro
ciclo histórico, ordenado, que a su vez tornaría al caos al concluir su tiempo.
Y cuando el caos fuera demasiado entonces Viracocha, o alguno de los otros
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dioses andinos, como aquel Naymlap en la región de Lambayeque, generaría
una transformación que se llama pachacuti.
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