Miguel de Unamuno: SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR Texto1

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Miguel de Unamuno: SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR
Texto1
Cuando se percató de todo el imperio que sobre el pueblo todo y en especial sobre
nosotras, sobre mi madre y sobre mí, ejercía el santo varón evangélico, se irritó contra éste. Le
pareció un ejemplo de la oscura teocracia en que él suponía hundida a España. Y empezó a
barbotar sin descanso todos los viejos lugares comunes anticlericales y hasta antirreligiosos y
progresistas que había traído renovados del Nuevo Mundo.
—En esta España de calzonazos —decía—, los curas manejan a las mujeres y las
mujeres a los hombres… ¡Y luego el campo!, ¡el campo!, este campo feudal…
Para él, feudal era un término pavoroso, feudal y medieval eran los dos calificativos que
prodigaba cuando quería condenar algo. Le desconcertaba el ningún efecto que sobre nosotras
hacían sus diatribas y el casi ningún efecto que hacían en el pueblo, donde se le oía con
respetuosa indiferencia: “A estos patanes no hay quien los conmueva.” Pero como era bueno,
por ser inteligente, pronto se dio cuenta de la clase de imperio que don Manuel ejercía sobre el
pueblo, pronto se enteró de la obra del cura de su aldea.
— ¡No, no es como los otros —decía—, es un santo!
—Pero, ¿tú sabes cómo son los otros curas? —le decía yo, y él:
—Me lo figuro.
Mas aun así ni entraba en la iglesia ni dejaba de hacer alarde en todas partes de su
incredulidad, aunque procurando siempre dejar a salvo a don Manuel. Y ya en el pueblo se fue
formando, no sé cómo, una expectativa, la de una especie de duelo entre mi hermano Lázaro y
don Manuel, o más bien se esperaba la conversión de aquél por éste. Nadie dudaba de que al
cabo el párroco le llevaría a su parroquia. Lázaro, por su parte, ardía en deseos —me lo dijo
luego— de ir a oír a don Manuel, de verle y oírle en la iglesia, de acercarse a él y con él
conversar, de conocer el secreto de aquel su imperio espiritual sobre las almas. Y se hacía de
rogar para ello, hasta que, al fin, por curiosidad —decía—, fue a oírle.
—Sí, esto es otra cosa —me dijo luego de haberle oído—, no es como los otros, pero a
mí no me la da; es demasiado inteligente para creer todo lo que tiene que enseñar.
Texto2
Una vez pasó por el pueblo una banda de pobres titiriteros. El jefe de ella, que llegó
con la mujer gravemente enferma y embarazada, y con tres hijos que le ayudaban, hacía de
payaso. Mientras él estaba, en la plaza del pueblo, haciendo reír a los niños y aun a los
grandes, ella, sintiéndose de pronto gravemente indispuesta, se tuvo que retirar y se retiró
escoltada por una mirada de congoja del payaso y una risotada de los niños. Y escoltada por
don Manuel, que luego, en un rincón de la cuadra de la posada, le ayudó a bien morir. Y
cuando, acabada la fiesta, supo el pueblo y supo el payaso la tragedia, fuéronse todos a la
posada y el pobre hombre, diciendo con llanto en la voz: “Bien se dice, señor cura, que es
usted todo un santo”, se acercó a éste queriendo tomarle de la mano para besársela, pero don
Manuel se adelantó y tomándosela al payaso pronunció ante todos:
—El santo eres tú, honrado payaso; te vi trabajar y comprendí que no sólo no lo haces
para dar pan a tus hijos, sino también para dar alegría a los de los otros, y yo te digo que tu
mujer, la madre de tus hijos, a quien he despedido a Dios mientras trabajabas y alegrabas,
descansa en el Señor; y que tú irás a juntarte con ella y a que te paguen riendo los ángeles a
los que haces reír en el cielo de contento.
Alberto Méndez: LOS GIRASOLES CIEGOS
Texto1
Este texto fue encontrado en 1940 en una braña de los altos de Somiedo, donde se
enfrentan Asturias y León. Se encontraron un esqueleto adulto y el cuerpo desnudo de un niño
de pecho sorprendentemente conservado sobre unos sacos de arpillera tendidos en un jergón;
una piel de lobo y lana de cabra montesa, pelos de jabalí y unos helechos secos les cobijaban.
Los dos cuerpos estaban juntos y envueltos en una colcha blanca, <<como formando un
nido>>... En 1952, buscando otros documentos en el Archivo General de la Guardia Civil,
encontré un sobre amarillo clasificado como DD (difunto desconocido). Dentro había un
cuaderno con pastas de hule, de pocas páginas y cuadriculado, cuyo contenido transcribo...
No había más señal de vida, pero el informe sí recoge -y eso es lo que me introdujo a
leer el manuscrito- que, en la pared, había una frase que rezaba: “Infame turba de nocturnas
aves”. El texto es éste:
PÁGINA 1
Elena ha muerto durante el parto. No he sido capaz de mantenerla a este lado de la
vida. Sorprendentemente, el niño está vivo.
Ahí está, desmadejado y convulsivo sobre un lienzo limpio al lado de su madre muerta.
Y no sé qué hacer. No me atrevo a tocarlo. Seguramente le dejaré morir junto a su madre, que
sabrá cuidar de un alma niña y le enseñará a reír, si es que hay un sitio para que las almas rían.
Ya no huiremos a Francia. Sin Elena no quiero llegar hasta el fin del camino. Sin Elena no hay
camino.
¿Cómo se corrige el error de estar vivo? ¡He visto muchos muertos pero no he
aprendido cómo se muere uno!
PÁGINA 2
No es justo que comience la muerte tan temprano, ahora que aún no ha habido tiempo
para que la vida se diera por nacida.
He dejado todo como estaba. Nadie podrá decir que he intervenido. La madre muerta,
el niño agitada mente vivo y yo inmóvil por el miedo. Es gris el color de la huida y triste el
rumor de la derrota..."
Texto2
—No bebas más, Ricardo, te estás matando.
—¿Beber es lo que me está matando? No digas bobadas.
—Necesitamos estar lúcidos para...
—Para vivir como si no existiéramos, ¿es eso?
—No, para seguir juntos, para resistir todo el tiempo necesario. No me gusta que
Lorenzo te vea tan deshecho. Por favor...
Con un gesto rápido retiró la botella de la mesa y fue a la cocina a guardarla en la
fresquera. La casa estaba a oscuras y la tenue luz del pasillo sólo insinuaba los perfiles de las
cosas. Aun conociendo la casa como la palma de la mano, había momentos en los que tenía
que caminar a tientas. Cuando Elena regresó al comedor, la luz estaba encendida y su marido
asomado a la ventana abierta de par en par. Pese al frío, casi todas las ventanas estaban
abiertas para que el olor a manteca quemada y a coliflor revenida no impregnara su pobreza.
Serían las diez de la noche y Lorenzo hacía tiempo que dormía.
Como si quisiera protegerle de una lengua de fuego, se precipitó sobre Ricardo con tal
vehemencia que le hizo caer al suelo. Así permanecieron, arrebujándole con su cuerpo, hasta
que comprobaron que otras voces y otros silencios daban los hechos por no ocurridos. Nada
alteraba el frío.
Casi inmóviles, fueron desplazando suavemente con sus cuerpos el aire que mediaba
entre sus cuerpos, entrelazándose hasta guarecerse mutuamente de la noche y sus miradas.
Escondidos el uno en el otro hablaron del miedo, de Lorenzo y su entereza cómplice, de Elena
huida, de la necesidad de no caer en el desánimo.
—No es eso, Elena, es estupor. No por haber perdido una guerra que ya estaba perdida
el día en que empezó, es otra cosa.
—¿El qué?
—Que alguien quiera matarme no por lo que he hecho, sino por lo que pienso... y, lo
que es peor, si quiero pensar lo que pienso, tendré que desear que mueran otros por lo que
piensan ellos. Yo no quiero que nuestros hijos tengan que matar o morir por lo que piensan.
Rompió en un lamento sofocado, gutural y sordo, que su mujer fue rebañando con los
labios, buscando con su lengua los ojos de su esposo y apretando sus labios contra el llanto.
Gota a gota, fue sorbiendo el dolor de su marido. Y también su rabia.
Gabriel García Márquez: CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA
Texto1
Nadie hubiera pensado, ni lo dijo nadie, que Ángela Vicario no fuera virgen. No se le había
conocido ningún novio anterior y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una
madre de hierro. Aun cuando le faltaba menos de dos meses para casarse, Pura Vicario no
permitió que fuese sola con Bayardo San Román a conocer la casa en que iban a vivir, sino que
ella y el padre ciego la acompañaron para custodiarle la honra. “Lo único que le rogaba a Dios
es que me diera valor para matarme –me dijo Ángela Vicario-. Pero no me lo dio.” Tan aturdida
estaba que había resuelto contarle la verdad a su madre para librarse de aquel matrimonio,
cuando sus dos únicas confidentes, que la ayudaban a hacer flores de trapo junto a la ventana,
la disuadieron de su buena intención. “Les obedecí a ciegas –me dijo– porque me habían hecho
creer que eran expertas en chanchullos de hombres”. Le aseguraron que casi todas las mujeres
perdían la virginidad en accidentes de la infancia. Le insistieron en que aun los matrimonios
más difíciles se resignaban a cualquier cosa siempre que nadie lo supiera. La convencieron, en
fin, de que la mayoría de los hombres llegaban tan asustados a la noche de bodas, que eran
incapaces de hacer nada sin la ayuda de la mujer, y a la hora de la verdad no podían responder
de sus propios actos. “Lo único que creen es lo que vean en la sábana”, le dijeron. De modo
que le enseñaron artimañas de comadronas para fingir sus prendas perdidas, y para que
pudiera exhibir en su primera mañana de recién casada, abierta al sol en el patio de su casa, la
sábana de hilo con la mancha del honor.
Texto2
Ambos estaban exhaustos por el trabajo bárbaro de la muerte, y tenían la ropa y los
brazos empapados y la cara embadurnada de sudor y de sangre todavía viva, pero el párroco
recordaba la rendición como un acto de una gran dignidad.
—Lo matamos a conciencia -dijo Pedro Vicario-, pero somos inocentes.
—Tal vez ante Dios -dijo el padre Amador.
—Ante Dios y ante los hombres -dijo Pablo Vicario-. Fue un asunto de honor.
Más aún: en la reconstrucción de los hechos fingieron un encarnizamiento mucho más
inclemente que el de la realidad, hasta el extremo de que fue necesario reparar con fondos
públicos la puerta principal de la casa de Plácida Linero, que quedó desportillada a punta de
cuchillo. En el panóptico de Riohacha, donde estuvieron tres años en espera del juicio porque
no tenían con que pagar la fianza para la libertad condicional, los reclusos más antiguos los
recordaban por su buen carácter y su espíritu social, pero nunca advirtieron en ellos ningún
indicio de arrepentimiento. Sin embargo, la realidad parecía ser que los hermanos Vicario no
hicieron nada de lo que convenía para matar a Santiago Nasar de inmediato y sin espectáculo
público, sino que hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera
matarlo, y no lo consiguieron.
Según me dijeron años después, habían empezado por buscarlo en la casa de María
Alejandrina Cervantes, donde estuvieron con él hasta las dos. Este dato, como muchos otros,
no fue registrado en el sumario. En realidad, Santiago Nasar ya no estaba ahí a la hora en que
los gemelos dicen que fueron a buscarlo, pues habíamos salido a hacer una ronda de serenatas,
pero en todo caso no era cierto que hubieran ido. «Jamás habrían vuelto a salir de aquí», me
dijo María Alejandrina Cervantes, y conociéndola tan bien, nunca lo puse en duda. En cambio,
lo fueron a esperar en la casa de Clotilde Armenta, por donde sabían que iba a pasar medio
mundo menos Santiago Nasar. «Era el único lugar abierto», declararon al instructor. «Tarde o
temprano tenía que salir por ahí», me dijeron a mí, después de que fueron absueltos. Sin
embargo, cualquiera sabía que la puerta principal de la casa de Plácida Linero permanecía
trancada por dentro, inclusive durante el día, y que Santiago Nasar llevaba siempre consigo las
llaves de la entrada posterior. Por allí entró de regreso a su casa, en efecto, cuando hacía más
de una hora que los gemelos Vicario lo esperaban por el otro lado, y si después salió por la
puerta de la plaza cuando iba a recibir al obispo fue por una. razón tan imprevista que el mismo
instructor del sumario no acabó de entenderla.
Ramón del Valle-Inclán: LUCES DE BOHEMIA
Texto1
La Buñolería entreabre su puerta y del antro apestoso de aceite van saliendo deshilados, uno a
uno, en fila india, los Epígonos del Parnaso Modernista: RAFAEL DE LOS VÉLEZ, DORIO DE
GADEX, Lucio VERO, MÍNGUEZ, GÁLVEZ, CLARINITO y PÉREZ. Unos son largos, tristes y flacos,
otros vivaces, chaparros v carillenos. DORIO DE GADEX, jovial como un trasgo, irónico como un
ateniense, ceceoso como un cañí mima su saludo versallesco y grotesco.
DORIO DE GADEX.- ¡Padre y Maestro Mágico, salud!
MAX .- ¡Salud, Don Dorio!
DORIO DE GADEX.- ¡Maestro, usted no ha temido el rebuzno libertario del honrado pueblo!
MAX .- ¡El épico rugido del mar! ¡Yo me siento pueblo!
DORIO DE GADEX.- ¡Yo, no!
MAX .- ¡Porque eres un botarate!
DORIO DE GADEX.- ¡Maestro, pongámonos el traje de luces de la cortesía! ¡Maestro, usted
tampoco se siente pueblo! Usted es un poeta, y los poetas somos aristocracia. Como dice lbsen,
las multitudes y las montañas se unen siempre por la base.
MAX .- ¡No me aburras con lbsen!
PÉREZ.- ¿Se ha hecho usted crítico de teatros, Don Max?
DORIO DE GADEX.- ¡Calla, Pérez!
DON LATINO.- Aquí sólo hablan los genios.
MAX.- Yo me siento pueblo. Yo había nacido para ser tribuno de la plebe y me acanallé
perpetrando traducciones y haciendo versos. ¡Eso sí, mejores que los hacéis los modernistas!
DORIO DE GADEX.- Maestro, preséntese usted a un sillón de la Academia.
MAX.- No lo digas en burla, idiota. ¡Me sobran méritos! Pero esa prensa miserable me boicotea.
Odian mi rebeldía y odian mi talento. Para medrar hay que ser agradador de todos los
Segismundos. ¡El Buey Apis me despide como a un criado! ¡La Academia me ignora! ¡Y soy el
primer poeta de España! ¡El primero! ¡El primero! ¡Y ayuno! ¡Y no me humillo pidiendo limosna!
¡Y no me parte un rayo! ¡Yo soy el verdadero inmortal y no esos cabrones del cotarro
académico! ¡Muera Maura!
Los MODERNISTAS.- ¡Muera! ¡Muera! ¡Muera!
CLARINITO.- Maestro, nosotros los jóvenes impondremos la candidatura de usted para un sillón
de la Academia.
Texto2
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Maricas, cobardes! ¡El fuego del Infierno os abrase las negras entrañas!
¡Maricas, cobardes!
MAX: ¿Qué sucede, Latino? ¿Quién llora? ¿Quién grita con tal rabia?
DON LATINO: Una verdulera, que tiene a su chico muerto en los brazos.
MAX: ¡Me ha estremecido esa voz trágica!
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Sicarios! ¡Asesinos de criaturas!
EL EMPEÑISTA: Está con algún trastorno, y no mide palabras.
EL GUARDIA: La autoridad también se hace el cargo.
EL TABERNERO: Son desgracias inevitables para el restablecimiento del orden.
EL EMPEÑISTA: Las turbas anárquicas me han destrozado el escaparate.
LA PORTERA: ¿Cómo no anduvo usted más vivo en echar los cierres?
EL EMPEÑISTA: Me tomó el tumulto fuera de casa. Supongo que se acordará el pago de daños
a la propiedad privada.
EL TABERNERO: El pueblo que roba en los establecimientos públicos, donde se le abastece, es
un pueblo sin ideales patrios.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Verdugos del hijo de mis entrañas!
UN ALBAÑIL: El pueblo tiene hambre.
EL EMPEÑISTA: Y mucha soberbia.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Maricas, cobardes!
UNA VIEJA: ¡Ten prudencia, Romualda!
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Que me maten como a este rosal de Mayo!
LA TRAPERA: ¡Un inocente sin culpa! ¡Hay que considerarlo!
EL TABERNERO: Siempre saldréis diciendo que no hubo los toques de Ordenanza.
EL RETIRADO: Yo los he oído.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Mentira!
EL RETIRADO: Mi palabra es sagrada.
EL EMPEÑISTA: El dolor te enloquece, Romualda.
LA MADRE DEL NIÑO: ¡Asesinos! ¡Veros es ver al verdugo!
EL RETIRADO: El Principio de Autoridad es inexorable.
EL ALBAÑIL: Con los pobres. Se ha matado, por defender al comercio, que nos chupa la sangre.
EL TABERNERO: Y que paga sus contribuciones, no hay que olvidarlo.
EL EMPEÑISTA: El comercio honrado no chupa la sangre de nadie.
LA PORTERA: ¡Nos quejamos de vicio!
EL ALBAÑIL: La vida del proletario no representa nada para el Gobierno.
MAX: Latino, sácame de este círculo infernal.
Juan Ramón Jiménez
Texto1
NOCTURNO
1 Viene una música lánguida,
no sé de dónde, en el aire.
Da la una. Me he asomado
para ver qué tiene el parque.
5 La luna, la dulce luna,
tiñe de blanco los árboles,
y, entre las ramas, la fuente
alza su hilo de diamante.
En silencio, las estrellas
10 tiemblan; lejos, el paisaje
mueve luces melancólicas,
ladridos y largos ayes.
Otro reló da la una.
Desvela mirar el parque
15 lleno de almas, a la música
triste que viene en el aire.
Arias tristes (1902-1903)
Texto2
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
… Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
5
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
10
los mismos que las aman, a las cosas…
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!
Eternidades (1918)
Antonio Machado
Texto1
El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta,
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...
Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
Sí, te conozco tarde alegre y clara,
casi de primavera.
Soledades, galerías y otros poemas (1907)
Texto2
DEL PASADO EFÍMERO
Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados por melancolía;
bajo el bigote gris, labios de hastío,
y una triste expresión, que no es tristeza,
sino algo más y menos: el vacío
del mundo en la oquedad de su cabeza.
Aún luce de corinto terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado,
y un cordobés color de caramelo,
pulido y torneado.
Tres veces heredó; tres ha perdido
al monte su caudal; dos ha enviudado.
Sólo se anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de políticas banales
dicterios al gobierno reaccionario,
y augura que vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, del cielo aguarda
5
10
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20
25
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondriaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
30
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
35
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.
Campos de Castilla (1912-1917)
Federico García Lorca
Texto1
ROMANCE DE LA LUNA LUNA
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.
Romancero gitano (1928)
Texto2
LA AURORA
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible:
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados:
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
Poeta en Nueva York (1929-1930)
Luis Cernuda
Texto1
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
Si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Los placeres prohibidos (1921-1931)
Texto2
PEREGRINO
¿Volver? Vuelva el que tenga,
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos.
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
Sino seguir siempre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Desolación de la quimera (1956-1962)
Rafael Alberti
Texto1
DESAHUCIO
Ángeles malos o buenos,
que no sé,
te arrojaron en mi alma.
Sola,
sin muebles y sin alcobas,
deshabitada.
De rondón, el viento hiere
las paredes,
las más finas, vítreas láminas.
Humedad. Cadenas. Gritos.
Ráfagas.
Te pregunto:
¿cuándo abandonas la casa,
dime,
qué ángeles malos, crueles,
quieren de nuevo alquilarla?
Dímelo.
Sobre los ángeles (1927-1928)
Texto2
CANCIÓN 8
Hoy las nubes me trajeron,
volando, el mapa de España.
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!
Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, a caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.
Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme agua.
Baladas y canciones del Paraná (1953-1954)
Vicente Aleixandre
Texto1
CANCIÓN A UNA MUCHACHA MUERTA
Dime, dime el secreto de tu corazón virgen,
dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra,
quiero saber por qué ahora eres un agua,
esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan con espuma.
Dime por qué sobre tu pelo suelto,
sobre tu dulce hierba acariciada,
cae, resbala, acaricia, se va
un sol ardiente o reposado que te toca
como un viento que lleva sólo un pájaro o mano.
Dime por qué tu corazón como una selva diminuta
espera bajo tierra los imposibles pájaros,
esa canción total que por encima de los ojos
hacen los sueños cuando pasan sin ruido.
Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo,
que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme,
cantas color de piedra, color de beso o labio,
cantas como si el nácar durmiera o respirara.
Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste,
ese rizo voluble que ignora el viento,
esos ojos por donde sólo boga el silencio,
esos dientes que son de marfil resguardado,
ese aire que no mueve unas hojas no verdes...
¡Oh tú, cielo riente, que pasas como nube;
oh pájaro feliz, que sobre un hombro ríes;
fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna;
césped blando que pisan unos pies adorados!
La destrucción o el amor (1935)
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