Miguel de Unamuno: SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR Texto1 Cuando se percató de todo el imperio que sobre el pueblo todo y en especial sobre nosotras, sobre mi madre y sobre mí, ejercía el santo varón evangélico, se irritó contra éste. Le pareció un ejemplo de la oscura teocracia en que él suponía hundida a España. Y empezó a barbotar sin descanso todos los viejos lugares comunes anticlericales y hasta antirreligiosos y progresistas que había traído renovados del Nuevo Mundo. —En esta España de calzonazos —decía—, los curas manejan a las mujeres y las mujeres a los hombres… ¡Y luego el campo!, ¡el campo!, este campo feudal… Para él, feudal era un término pavoroso, feudal y medieval eran los dos calificativos que prodigaba cuando quería condenar algo. Le desconcertaba el ningún efecto que sobre nosotras hacían sus diatribas y el casi ningún efecto que hacían en el pueblo, donde se le oía con respetuosa indiferencia: “A estos patanes no hay quien los conmueva.” Pero como era bueno, por ser inteligente, pronto se dio cuenta de la clase de imperio que don Manuel ejercía sobre el pueblo, pronto se enteró de la obra del cura de su aldea. — ¡No, no es como los otros —decía—, es un santo! —Pero, ¿tú sabes cómo son los otros curas? —le decía yo, y él: —Me lo figuro. Mas aun así ni entraba en la iglesia ni dejaba de hacer alarde en todas partes de su incredulidad, aunque procurando siempre dejar a salvo a don Manuel. Y ya en el pueblo se fue formando, no sé cómo, una expectativa, la de una especie de duelo entre mi hermano Lázaro y don Manuel, o más bien se esperaba la conversión de aquél por éste. Nadie dudaba de que al cabo el párroco le llevaría a su parroquia. Lázaro, por su parte, ardía en deseos —me lo dijo luego— de ir a oír a don Manuel, de verle y oírle en la iglesia, de acercarse a él y con él conversar, de conocer el secreto de aquel su imperio espiritual sobre las almas. Y se hacía de rogar para ello, hasta que, al fin, por curiosidad —decía—, fue a oírle. —Sí, esto es otra cosa —me dijo luego de haberle oído—, no es como los otros, pero a mí no me la da; es demasiado inteligente para creer todo lo que tiene que enseñar. Texto2 Una vez pasó por el pueblo una banda de pobres titiriteros. El jefe de ella, que llegó con la mujer gravemente enferma y embarazada, y con tres hijos que le ayudaban, hacía de payaso. Mientras él estaba, en la plaza del pueblo, haciendo reír a los niños y aun a los grandes, ella, sintiéndose de pronto gravemente indispuesta, se tuvo que retirar y se retiró escoltada por una mirada de congoja del payaso y una risotada de los niños. Y escoltada por don Manuel, que luego, en un rincón de la cuadra de la posada, le ayudó a bien morir. Y cuando, acabada la fiesta, supo el pueblo y supo el payaso la tragedia, fuéronse todos a la posada y el pobre hombre, diciendo con llanto en la voz: “Bien se dice, señor cura, que es usted todo un santo”, se acercó a éste queriendo tomarle de la mano para besársela, pero don Manuel se adelantó y tomándosela al payaso pronunció ante todos: —El santo eres tú, honrado payaso; te vi trabajar y comprendí que no sólo no lo haces para dar pan a tus hijos, sino también para dar alegría a los de los otros, y yo te digo que tu mujer, la madre de tus hijos, a quien he despedido a Dios mientras trabajabas y alegrabas, descansa en el Señor; y que tú irás a juntarte con ella y a que te paguen riendo los ángeles a los que haces reír en el cielo de contento. Alberto Méndez: LOS GIRASOLES CIEGOS Texto1 Este texto fue encontrado en 1940 en una braña de los altos de Somiedo, donde se enfrentan Asturias y León. Se encontraron un esqueleto adulto y el cuerpo desnudo de un niño de pecho sorprendentemente conservado sobre unos sacos de arpillera tendidos en un jergón; una piel de lobo y lana de cabra montesa, pelos de jabalí y unos helechos secos les cobijaban. Los dos cuerpos estaban juntos y envueltos en una colcha blanca, <<como formando un nido>>... En 1952, buscando otros documentos en el Archivo General de la Guardia Civil, encontré un sobre amarillo clasificado como DD (difunto desconocido). Dentro había un cuaderno con pastas de hule, de pocas páginas y cuadriculado, cuyo contenido transcribo... No había más señal de vida, pero el informe sí recoge -y eso es lo que me introdujo a leer el manuscrito- que, en la pared, había una frase que rezaba: “Infame turba de nocturnas aves”. El texto es éste: PÁGINA 1 Elena ha muerto durante el parto. No he sido capaz de mantenerla a este lado de la vida. Sorprendentemente, el niño está vivo. Ahí está, desmadejado y convulsivo sobre un lienzo limpio al lado de su madre muerta. Y no sé qué hacer. No me atrevo a tocarlo. Seguramente le dejaré morir junto a su madre, que sabrá cuidar de un alma niña y le enseñará a reír, si es que hay un sitio para que las almas rían. Ya no huiremos a Francia. Sin Elena no quiero llegar hasta el fin del camino. Sin Elena no hay camino. ¿Cómo se corrige el error de estar vivo? ¡He visto muchos muertos pero no he aprendido cómo se muere uno! PÁGINA 2 No es justo que comience la muerte tan temprano, ahora que aún no ha habido tiempo para que la vida se diera por nacida. He dejado todo como estaba. Nadie podrá decir que he intervenido. La madre muerta, el niño agitada mente vivo y yo inmóvil por el miedo. Es gris el color de la huida y triste el rumor de la derrota..." Texto2 —No bebas más, Ricardo, te estás matando. —¿Beber es lo que me está matando? No digas bobadas. —Necesitamos estar lúcidos para... —Para vivir como si no existiéramos, ¿es eso? —No, para seguir juntos, para resistir todo el tiempo necesario. No me gusta que Lorenzo te vea tan deshecho. Por favor... Con un gesto rápido retiró la botella de la mesa y fue a la cocina a guardarla en la fresquera. La casa estaba a oscuras y la tenue luz del pasillo sólo insinuaba los perfiles de las cosas. Aun conociendo la casa como la palma de la mano, había momentos en los que tenía que caminar a tientas. Cuando Elena regresó al comedor, la luz estaba encendida y su marido asomado a la ventana abierta de par en par. Pese al frío, casi todas las ventanas estaban abiertas para que el olor a manteca quemada y a coliflor revenida no impregnara su pobreza. Serían las diez de la noche y Lorenzo hacía tiempo que dormía. Como si quisiera protegerle de una lengua de fuego, se precipitó sobre Ricardo con tal vehemencia que le hizo caer al suelo. Así permanecieron, arrebujándole con su cuerpo, hasta que comprobaron que otras voces y otros silencios daban los hechos por no ocurridos. Nada alteraba el frío. Casi inmóviles, fueron desplazando suavemente con sus cuerpos el aire que mediaba entre sus cuerpos, entrelazándose hasta guarecerse mutuamente de la noche y sus miradas. Escondidos el uno en el otro hablaron del miedo, de Lorenzo y su entereza cómplice, de Elena huida, de la necesidad de no caer en el desánimo. —No es eso, Elena, es estupor. No por haber perdido una guerra que ya estaba perdida el día en que empezó, es otra cosa. —¿El qué? —Que alguien quiera matarme no por lo que he hecho, sino por lo que pienso... y, lo que es peor, si quiero pensar lo que pienso, tendré que desear que mueran otros por lo que piensan ellos. Yo no quiero que nuestros hijos tengan que matar o morir por lo que piensan. Rompió en un lamento sofocado, gutural y sordo, que su mujer fue rebañando con los labios, buscando con su lengua los ojos de su esposo y apretando sus labios contra el llanto. Gota a gota, fue sorbiendo el dolor de su marido. Y también su rabia. Gabriel García Márquez: CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA Texto1 Nadie hubiera pensado, ni lo dijo nadie, que Ángela Vicario no fuera virgen. No se le había conocido ningún novio anterior y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una madre de hierro. Aun cuando le faltaba menos de dos meses para casarse, Pura Vicario no permitió que fuese sola con Bayardo San Román a conocer la casa en que iban a vivir, sino que ella y el padre ciego la acompañaron para custodiarle la honra. “Lo único que le rogaba a Dios es que me diera valor para matarme –me dijo Ángela Vicario-. Pero no me lo dio.” Tan aturdida estaba que había resuelto contarle la verdad a su madre para librarse de aquel matrimonio, cuando sus dos únicas confidentes, que la ayudaban a hacer flores de trapo junto a la ventana, la disuadieron de su buena intención. “Les obedecí a ciegas –me dijo– porque me habían hecho creer que eran expertas en chanchullos de hombres”. Le aseguraron que casi todas las mujeres perdían la virginidad en accidentes de la infancia. Le insistieron en que aun los matrimonios más difíciles se resignaban a cualquier cosa siempre que nadie lo supiera. La convencieron, en fin, de que la mayoría de los hombres llegaban tan asustados a la noche de bodas, que eran incapaces de hacer nada sin la ayuda de la mujer, y a la hora de la verdad no podían responder de sus propios actos. “Lo único que creen es lo que vean en la sábana”, le dijeron. De modo que le enseñaron artimañas de comadronas para fingir sus prendas perdidas, y para que pudiera exhibir en su primera mañana de recién casada, abierta al sol en el patio de su casa, la sábana de hilo con la mancha del honor. Texto2 Ambos estaban exhaustos por el trabajo bárbaro de la muerte, y tenían la ropa y los brazos empapados y la cara embadurnada de sudor y de sangre todavía viva, pero el párroco recordaba la rendición como un acto de una gran dignidad. —Lo matamos a conciencia -dijo Pedro Vicario-, pero somos inocentes. —Tal vez ante Dios -dijo el padre Amador. —Ante Dios y ante los hombres -dijo Pablo Vicario-. Fue un asunto de honor. Más aún: en la reconstrucción de los hechos fingieron un encarnizamiento mucho más inclemente que el de la realidad, hasta el extremo de que fue necesario reparar con fondos públicos la puerta principal de la casa de Plácida Linero, que quedó desportillada a punta de cuchillo. En el panóptico de Riohacha, donde estuvieron tres años en espera del juicio porque no tenían con que pagar la fianza para la libertad condicional, los reclusos más antiguos los recordaban por su buen carácter y su espíritu social, pero nunca advirtieron en ellos ningún indicio de arrepentimiento. Sin embargo, la realidad parecía ser que los hermanos Vicario no hicieron nada de lo que convenía para matar a Santiago Nasar de inmediato y sin espectáculo público, sino que hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo, y no lo consiguieron. Según me dijeron años después, habían empezado por buscarlo en la casa de María Alejandrina Cervantes, donde estuvieron con él hasta las dos. Este dato, como muchos otros, no fue registrado en el sumario. En realidad, Santiago Nasar ya no estaba ahí a la hora en que los gemelos dicen que fueron a buscarlo, pues habíamos salido a hacer una ronda de serenatas, pero en todo caso no era cierto que hubieran ido. «Jamás habrían vuelto a salir de aquí», me dijo María Alejandrina Cervantes, y conociéndola tan bien, nunca lo puse en duda. En cambio, lo fueron a esperar en la casa de Clotilde Armenta, por donde sabían que iba a pasar medio mundo menos Santiago Nasar. «Era el único lugar abierto», declararon al instructor. «Tarde o temprano tenía que salir por ahí», me dijeron a mí, después de que fueron absueltos. Sin embargo, cualquiera sabía que la puerta principal de la casa de Plácida Linero permanecía trancada por dentro, inclusive durante el día, y que Santiago Nasar llevaba siempre consigo las llaves de la entrada posterior. Por allí entró de regreso a su casa, en efecto, cuando hacía más de una hora que los gemelos Vicario lo esperaban por el otro lado, y si después salió por la puerta de la plaza cuando iba a recibir al obispo fue por una. razón tan imprevista que el mismo instructor del sumario no acabó de entenderla. Ramón del Valle-Inclán: LUCES DE BOHEMIA Texto1 La Buñolería entreabre su puerta y del antro apestoso de aceite van saliendo deshilados, uno a uno, en fila india, los Epígonos del Parnaso Modernista: RAFAEL DE LOS VÉLEZ, DORIO DE GADEX, Lucio VERO, MÍNGUEZ, GÁLVEZ, CLARINITO y PÉREZ. Unos son largos, tristes y flacos, otros vivaces, chaparros v carillenos. DORIO DE GADEX, jovial como un trasgo, irónico como un ateniense, ceceoso como un cañí mima su saludo versallesco y grotesco. DORIO DE GADEX.- ¡Padre y Maestro Mágico, salud! MAX .- ¡Salud, Don Dorio! DORIO DE GADEX.- ¡Maestro, usted no ha temido el rebuzno libertario del honrado pueblo! MAX .- ¡El épico rugido del mar! ¡Yo me siento pueblo! DORIO DE GADEX.- ¡Yo, no! MAX .- ¡Porque eres un botarate! DORIO DE GADEX.- ¡Maestro, pongámonos el traje de luces de la cortesía! ¡Maestro, usted tampoco se siente pueblo! Usted es un poeta, y los poetas somos aristocracia. Como dice lbsen, las multitudes y las montañas se unen siempre por la base. MAX .- ¡No me aburras con lbsen! PÉREZ.- ¿Se ha hecho usted crítico de teatros, Don Max? DORIO DE GADEX.- ¡Calla, Pérez! DON LATINO.- Aquí sólo hablan los genios. MAX.- Yo me siento pueblo. Yo había nacido para ser tribuno de la plebe y me acanallé perpetrando traducciones y haciendo versos. ¡Eso sí, mejores que los hacéis los modernistas! DORIO DE GADEX.- Maestro, preséntese usted a un sillón de la Academia. MAX.- No lo digas en burla, idiota. ¡Me sobran méritos! Pero esa prensa miserable me boicotea. Odian mi rebeldía y odian mi talento. Para medrar hay que ser agradador de todos los Segismundos. ¡El Buey Apis me despide como a un criado! ¡La Academia me ignora! ¡Y soy el primer poeta de España! ¡El primero! ¡El primero! ¡Y ayuno! ¡Y no me humillo pidiendo limosna! ¡Y no me parte un rayo! ¡Yo soy el verdadero inmortal y no esos cabrones del cotarro académico! ¡Muera Maura! Los MODERNISTAS.- ¡Muera! ¡Muera! ¡Muera! CLARINITO.- Maestro, nosotros los jóvenes impondremos la candidatura de usted para un sillón de la Academia. Texto2 LA MADRE DEL NIÑO: ¡Maricas, cobardes! ¡El fuego del Infierno os abrase las negras entrañas! ¡Maricas, cobardes! MAX: ¿Qué sucede, Latino? ¿Quién llora? ¿Quién grita con tal rabia? DON LATINO: Una verdulera, que tiene a su chico muerto en los brazos. MAX: ¡Me ha estremecido esa voz trágica! LA MADRE DEL NIÑO: ¡Sicarios! ¡Asesinos de criaturas! EL EMPEÑISTA: Está con algún trastorno, y no mide palabras. EL GUARDIA: La autoridad también se hace el cargo. EL TABERNERO: Son desgracias inevitables para el restablecimiento del orden. EL EMPEÑISTA: Las turbas anárquicas me han destrozado el escaparate. LA PORTERA: ¿Cómo no anduvo usted más vivo en echar los cierres? EL EMPEÑISTA: Me tomó el tumulto fuera de casa. Supongo que se acordará el pago de daños a la propiedad privada. EL TABERNERO: El pueblo que roba en los establecimientos públicos, donde se le abastece, es un pueblo sin ideales patrios. LA MADRE DEL NIÑO: ¡Verdugos del hijo de mis entrañas! UN ALBAÑIL: El pueblo tiene hambre. EL EMPEÑISTA: Y mucha soberbia. LA MADRE DEL NIÑO: ¡Maricas, cobardes! UNA VIEJA: ¡Ten prudencia, Romualda! LA MADRE DEL NIÑO: ¡Que me maten como a este rosal de Mayo! LA TRAPERA: ¡Un inocente sin culpa! ¡Hay que considerarlo! EL TABERNERO: Siempre saldréis diciendo que no hubo los toques de Ordenanza. EL RETIRADO: Yo los he oído. LA MADRE DEL NIÑO: ¡Mentira! EL RETIRADO: Mi palabra es sagrada. EL EMPEÑISTA: El dolor te enloquece, Romualda. LA MADRE DEL NIÑO: ¡Asesinos! ¡Veros es ver al verdugo! EL RETIRADO: El Principio de Autoridad es inexorable. EL ALBAÑIL: Con los pobres. Se ha matado, por defender al comercio, que nos chupa la sangre. EL TABERNERO: Y que paga sus contribuciones, no hay que olvidarlo. EL EMPEÑISTA: El comercio honrado no chupa la sangre de nadie. LA PORTERA: ¡Nos quejamos de vicio! EL ALBAÑIL: La vida del proletario no representa nada para el Gobierno. MAX: Latino, sácame de este círculo infernal. Juan Ramón Jiménez Texto1 NOCTURNO 1 Viene una música lánguida, no sé de dónde, en el aire. Da la una. Me he asomado para ver qué tiene el parque. 5 La luna, la dulce luna, tiñe de blanco los árboles, y, entre las ramas, la fuente alza su hilo de diamante. En silencio, las estrellas 10 tiemblan; lejos, el paisaje mueve luces melancólicas, ladridos y largos ayes. Otro reló da la una. Desvela mirar el parque 15 lleno de almas, a la música triste que viene en el aire. Arias tristes (1902-1903) Texto2 ¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas! … Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente. 5 Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas; que por mí vayan todos los que ya las olvidan, a las cosas; que por mí vayan todos 10 los mismos que las aman, a las cosas… ¡Intelijencia, dame el nombre exacto, y tuyo, y suyo, y mío, de las cosas! Eternidades (1918) Antonio Machado Texto1 El limonero lánguido suspende una pálida rama polvorienta, sobre el encanto de la fuente limpia, y allá en el fondo sueñan los frutos de oro... Es una tarde clara, casi de primavera, tibia tarde de marzo que el hálito de abril cercano lleva; y estoy solo, en el patio silencioso, buscando una ilusión cándida y vieja: alguna sombra sobre el blanco muro, algún recuerdo, en el pretil de piedra de la fuente dormido, o, en el aire, algún vagar de túnica ligera. En el ambiente de la tarde flota ese aroma de ausencia, que dice al alma luminosa: nunca, y al corazón: espera. Ese aroma que evoca los fantasmas de las fragancias vírgenes y muertas. Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara, casi de primavera tarde sin flores, cuando me traías el buen perfume de la hierbabuena, y de la buena albahaca, que tenía mi madre en sus macetas. Que tú me viste hundir mis manos puras en el agua serena, para alcanzar los frutos encantados que hoy en el fondo de la fuente sueñan... Sí, te conozco tarde alegre y clara, casi de primavera. Soledades, galerías y otros poemas (1907) Texto2 DEL PASADO EFÍMERO Este hombre del casino provinciano que vio a Carancha recibir un día, tiene mustia la tez, el pelo cano, ojos velados por melancolía; bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza. Aún luce de corinto terciopelo chaqueta y pantalón abotinado, y un cordobés color de caramelo, pulido y torneado. Tres veces heredó; tres ha perdido al monte su caudal; dos ha enviudado. Sólo se anima ante el azar prohibido, sobre el verde tapete reclinado, o al evocar la tarde de un torero, la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta la hazaña de un gallardo bandolero, o la proeza de un matón, sangrienta. Bosteza de políticas banales dicterios al gobierno reaccionario, y augura que vendrán los liberales, cual torna la cigüeña al campanario. Un poco labrador, del cielo aguarda 5 10 15 20 25 y al cielo teme; alguna vez suspira, pensando en su olivar, y al cielo mira con ojo inquieto, si la lluvia tarda. Lo demás, taciturno, hipocondriaco, prisionero en la Arcadia del presente, 30 le aburre; sólo el humo del tabaco simula algunas sombras en su frente. Este hombre no es de ayer ni es de mañana, sino de nunca; de la cepa hispana no es el fruto maduro ni podrido, 35 es una fruta vana de aquella España que pasó y no ha sido, esa que hoy tiene la cabeza cana. Campos de Castilla (1912-1917) Federico García Lorca Texto1 ROMANCE DE LA LUNA LUNA La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. Niño déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño déjame, no pises, mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. ¡Cómo canta la zumaya, ay como canta en el árbol! Por el cielo va la luna con el niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. el aire la está velando. Romancero gitano (1928) Texto2 LA AURORA La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible: A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraíso ni amores deshojados: saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. Poeta en Nueva York (1929-1930) Luis Cernuda Texto1 Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero. Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina, por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero. Tú justificas mi existencia: Si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido. Los placeres prohibidos (1921-1931) Texto2 PEREGRINO ¿Volver? Vuelva el que tenga, Tras largos años, tras un largo viaje, Cansancio del camino y la codicia De su tierra, su casa, sus amigos. Del amor que al regreso fiel le espere. Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas, Sino seguir siempre adelante, Disponible por siempre, mozo o viejo, Sin hijo que te busque, como a Ulises, Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope. Sigue, sigue adelante y no regreses, Fiel hasta el fin del camino y tu vida, No eches de menos un destino más fácil, Tus pies sobre la tierra antes no hollada, Tus ojos frente a lo antes nunca visto. Desolación de la quimera (1956-1962) Rafael Alberti Texto1 DESAHUCIO Ángeles malos o buenos, que no sé, te arrojaron en mi alma. Sola, sin muebles y sin alcobas, deshabitada. De rondón, el viento hiere las paredes, las más finas, vítreas láminas. Humedad. Cadenas. Gritos. Ráfagas. Te pregunto: ¿cuándo abandonas la casa, dime, qué ángeles malos, crueles, quieren de nuevo alquilarla? Dímelo. Sobre los ángeles (1927-1928) Texto2 CANCIÓN 8 Hoy las nubes me trajeron, volando, el mapa de España. ¡Qué pequeño sobre el río, y qué grande sobre el pasto la sombra que proyectaba! Se le llenó de caballos la sombra que proyectaba. Yo, a caballo, por su sombra busqué mi pueblo y mi casa. Entré en el patio que un día fuera una fuente con agua. Aunque no estaba la fuente, la fuente siempre sonaba. Y el agua que no corría volvió para darme agua. Baladas y canciones del Paraná (1953-1954) Vicente Aleixandre Texto1 CANCIÓN A UNA MUCHACHA MUERTA Dime, dime el secreto de tu corazón virgen, dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra, quiero saber por qué ahora eres un agua, esas orillas frescas donde unos pies desnudos se bañan con espuma. Dime por qué sobre tu pelo suelto, sobre tu dulce hierba acariciada, cae, resbala, acaricia, se va un sol ardiente o reposado que te toca como un viento que lleva sólo un pájaro o mano. Dime por qué tu corazón como una selva diminuta espera bajo tierra los imposibles pájaros, esa canción total que por encima de los ojos hacen los sueños cuando pasan sin ruido. Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo, que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme, cantas color de piedra, color de beso o labio, cantas como si el nácar durmiera o respirara. Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste, ese rizo voluble que ignora el viento, esos ojos por donde sólo boga el silencio, esos dientes que son de marfil resguardado, ese aire que no mueve unas hojas no verdes... ¡Oh tú, cielo riente, que pasas como nube; oh pájaro feliz, que sobre un hombro ríes; fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna; césped blando que pisan unos pies adorados! La destrucción o el amor (1935)