El imperio persa duró poco más de dos siglos: las expediciones

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EL PERÍODO HELENISTA
1.
LA EXPANSIÓN GRIEGA: ALEJANDRO MAGNO Y SUS SUCESORES.1
El imperio persa duró poco más de dos siglos: las expediciones contra Grecia, que acabaron
con la derrota de los persas por mar y por tierra, supusieron un duro golpe para el prestigio político
y militar del imperio, y desembocaron en una serie de revueltas. Estas fueron casi continuas en
Egipto, nación que logró recuperar la libertad durante largos periodos; fueron más frecuentes en las
ciudades fenicias, que incluso habían suministrado las flotas para las expediciones contra Grecia.
También las hubo entre los propios sátrapas.
Desde el 337 a. C., Filipo II de Macedonia ha penetrado en Asia para liberar a las ciudades
griegas. Asesinado en julio del 336, le sucede el joven Alejandro, que pasaría a la historia con el
título de “Magno”. Había nacido en el año 356 a. C., y a partir del 343 fue educado varios años por
Aristóteles. Apenas subió al trono Alejandro entró en guerra con el poder persa. En mayo del 334 y
en noviembre del 333, obtiene, respectivamente, las decisivas victorias de Gránico (Asia Menor) y
de Issos (Siria del norte), que le abrirán el camino a Egipto, donde Menfis lo recibe como libertador.
En la batalla de Issos destrozó el ejército persa de Darío III (335-332) y antes de conquistar Egipto
(331), toma Tiro después de un célebre asedio de siete meses, luego ocupará Damasco y Gaza.
En los territorios palestinos, los samaritanos acogieron bien a Alejandro, mientras que
Jerusalén se resistió en un primer momento, en nombre de la fidelidad a los persas, pero después fue
milagrosamente salvada y el sumo sacerdote se sometió. Un pasaje profético (Zac 9,1-8) podría
aludir al paso de Alejandro por la región. Samaría, sede de la satrapía, se rebeló más tarde, pero en
el 330 fue castigada con la instalación de una colonia macedonia. Por Flavio Josefo sabemos que
Alejandro continuó la política religiosa instaurada por los persas. Judea fue dejada en paz, y a los
habitantes se les concedió vivir según la Ley, que probablemente continuó siendo ley del Estado.2
A diferencia de las conquistas precedentes, en el curso de las cuales una nación oriental
sometía a alguna de las otras, esta vez, con los macedonios, era Occidente quien irrumpía victorioso
en Oriente: la civilización helenista se imponía a las civilizaciones locales. Empieza así el proceso
de helenización de la región. Nos encontramos al final de una época y del comienzo de otra:
Termina la era de un Oriente que, en su inmensidad, aparecía culturalmente autónomo, y empieza
rápidamente la de su progresiva helenización; proceso que tuvo no pocas resistencias.
En Oriente, el helenismo se presentaba como la cultura por excelencia y. por tanto, como la
alternativa a la cultura tradicional. Y este problema afectaba no sólo al judaísmo, sino a todos los
pueblos de la región. Sólo que el judaísmo, con su religión monoteísta, no encajaba en los esquemas
politeístas aplicables en otras circunstancias. Los griegos calificaban al resto de los pueblos
globalmente como “bárbaros”, término que en su origen no era necesariamente ofensivo, sino más
bien irónico. Pero poco a poco la palabra se fue cargando de significados cada vez más parecidos a
los que tiene actualmente: bárbaro es el que habla una lengua incomprensible, el que tiene
costumbres distintas y desconcertantes, el que come alimentos raros, a veces incluso repugnantes, el
que no se guía por leyes justas ni conoce el arte y las distintas formas de cultura. Frente a los
“bárbaros”, la lengua griega se presentaba como el lenguaje universal por excelencia, y universales
eran consideradas su filosofía y su religión; universales eran también su literatura, su ciencia y su
1
Para la historia política de este período: E. WILL, Histoire politique du monde hellénistique II-II, Nancy
1979, 1982.
2
Cf. FLAVIO JOSEFO, Antiquitates Judaicae 11,337-339.
1
jurisprudencia. Todo este cúmulo de expresiones tenían sus centros apropiados: las nuevas y
monumentales ciudades.
Alejandro Magno murió el año 323, dejando abierto el problema de la sucesión: tenía dos
hijos, uno legítimo y otro no, pero los dos eran menores de edad, lo que hacía necesaria una
regencia. Ésta fue asumida por los generales de Alejandro, que entre tanto se habían convertido en
gobernadores de sendas regiones del imperio. Se les llamó después “Diádocos” (en griego
“sucesores”). A uno le tocaron los territorios europeos: Macedonia, Grecia y Tracia; a otro Egipto; a
un tercero Asia Menor; y al cuarto Babilonia.
Alejandro de Macedonia, hijo de Filipo, partió del país de los Queteos, derrotó a Darío, rey
de los persas y los medos, y reinó en su lugar, empezando por la Hélada. Suscitó muchas
guerras, se apoderó de plazas fuertes y dio muerte a reyes de la tierra. Avanzó hasta los
confines del mundo y se hizo con el botín de multitud de pueblos. La tierra enmudeció ante
él y su corazón se ensoberbeció y se llenó de orgullo. Reunió un ejército potentísimo y
ejerció el mando sobre tierras, pueblos y príncipes, que le pagaban tributo. Después cayó
enfermo y se dio cuenta que se moría. Hizo llamar entonces a sus servidores, a los nobles
que con él se habían criado desde su juventud y, antes de morir, repartió entre ellos su
reino. Alejandro murió tras doce años de reinado. Sus generales entraron en posesión del
poder, cada uno en su región. A su muerte, todos ellos se ciñeron la diadema, y sus hijos
después de ellos durante largos años; y multiplicaron los males sobre la tierra. (1 Mac 1,19).
La muerte de los hijos de Alejandro, probablemente asesinados en el 310 y el 309, dejó las
cosas como estaban, legitimando de hecho, el poder de los Diádocos. Cada uno se quedó con lo que
tenía y fundó una dinastía, buscando al mismo tiempo el modo de ampliar sus territorios.
2.
JUDEA BAJO LOS TOLOMEOS.
Palestina cayó casi inmediatamente en poder de los Tolomeos Lágidas de Egipto.3 El general
Ptolomeo, en guerra con los sucesores de Alejandro Magno desde el 323 a. C., aseguro a Egipto y
Palestina en la repartición del imperio macedonio. La capital de ese imperio era la ciudad de
Alejandría, en Egipto. El año 312 a. C. fue ocupada Jerusalén.
Los sucesores de Ptolomeo I organizaron el imperio en base a dos modelos: El egipcio, en el
que “todas las tierras pertenecen al Faraón” (cf. Gn 47,20). El rey griego se proclamó Faraón de
Egipto, pasando a ser propietario de todas las tierras, excepto la de los templos. La organización de
la producción en esas tierras seguía el modelo griego. El rey dividió su territorio en distritos
llamados “diócesis”. Al frente de cada distrito colocó un jefe militar (strategós) y un administrador
civil (dioiketes). Con esta organización doble, la riqueza de Egipto y de Palestina fue canalizada
para la ciudad-capital de Alejandría, que se convirtió en la ciudad más importante de la época. Un
sistema de cobradores de impuestos unidos al rey de Egipto, hacia que el sistema económico de los
griegos llegase a la aldea más distante de la capital.
Aún con la ocupación griega, Judea consiguió mantener sus privilegios, conquistados en la
época del dominio de los persas. Su titulo administrativo era “etnos”. Eso significaba que el templo
seguía funcionando y la administración de la provincia era realizada por el Sumo Sacerdote. Pero la
carga de los tributos aumento mucho, lo cual obligo a las aldeas de Judea a modificar su sistema de
agricultura. Tenían que plantar no solo para sobrevivir, sino también para exportar y vender,
especial mente el vino y el aceite.
3
Descendientes del general Ptolomeo, hijo de Lagos.
2
3.
JUDEA BAJO LOS SELÉUCIDAS.
A comienzos del siglo II a. C., Siria y Palestina pasaron de los Tolomeos Lágidas a los
Seléucidas de Babilonia, una dinastía fundada el 312 por Seleuco I. Con Antíoco III el Grande (232187), aliado de Filipo V de Macedonia y amigo de Aníbal de Cartago, el reino seléucida se extendió
por Asia Menor y sus colonias jónicas, lo que desembocó pronto en conflictos con Roma. Pero
antes, Antíoco pudo ocupar Siria y Palestina (198 a. C.), derrotando a Tolomeo V Epífanes en la
batalle de Panea (más tarde, Cesarea de Filipo).
El conflicto con Roma acabó en la batalla de Magnesia con una derrota estruendosa (190 a.
C.). Antíoco se vio obligado a la paz, que consiguió con condiciones muy duras: el abandono de
Asia Menor y de las ciudades griegas, pago de una fuerte indemnización, entrega de rehenes a
Roma y junto con los elefantes de guerra y la flota.
Antíoco III fue sucedido por su hijo Seleuco IV Filopátor (187-179 a. C.), hombre lo
suficientemente hábil como para moverse con agilidad en la difícil situación que había heredado de
su padre. Apremiado también por las deudas de guerra contraídas con Roma, trató de recurrir al
tesoro del templo de Jerusalén. Por lo demás, parece que fue más amigo que enemigo de los
judaítas:
Mientras la ciudad santa era habitada en completa paz y las leyes guardadas a la
perfección, gracias a la piedad y al aborrecimiento del mal del sumo sacerdote Onías,
sucedía que hasta los reyes veneraban el Lugar Santo y honraban el templo con magníficos
presentes, hasta el punto de que Seleuco, rey de Asia, proveía con sus propias rentas a todos
los gastos necesarios para el servicio de los sacrificios. (2 Mac 3,1-3)
Antíoco IV (175-164) fue hermano y sucesor del asesinado Seleuco IV. Asumió el título de
Epífanes. Al igual que su padre Antíoco, parece que fue una persona genial, dotado de notable
capacidades, que sin embargo fueron a veces mitigadas por ciertas formas de extravagancia y de
inconstancia.
Pronto se encontró enfrentado a Egipto, que planteaba reivindicaciones sobre Siria y
especialmente sobre Palestina. Esta región había estado de hecho bajo su soberanía hasta comienzos
del siglo II a. C. Dos intentos por ocupar Egipto no alcanzaron su objetivo por diferentes razones.
Se dirigió hacia Oriente, a Armenia y a Persia, donde habitaban los partos. Aquí encontró la muerte
el año 164/163. Según 1 Mac 6,8s. y 2 Mac 9,5s., murió a consecuencia de una grave enfermedad y
no del todo sano mentalmente.
Con Antíoco IV habría ido imponiéndose de manera coherente y sistemática la helenización
de Judea, sin renunciar a la violencia cuando la persuasión se demostraba insuficiente y las buenas
palabras no conseguían sus propósitos. Pero esta política no nacía en el vacío: se servía del apoyo
de un partido filo-helenista, del que formaba parte el sacerdote Jasón, hermano del sumo sacerdote
Onías III, con el que llevaba enfrentado desde hacía tiempo. Jasón, aparte de conseguir el apoyo de
la corte a su candidatura al sumo sacerdocio tras la muerte de Onías, no dudó en prometer a Antíoco
grandes sumas de dinero para aliviar las arcas del Estado, dinero que saldría del tesoro del templo
(cf. 2 Mac 4,8). Por otra parte, colaboraría en el plan de helenización. En Jerusalén, una fracción
importante de la población se deja ganar poco a poco por la nueva cultura; las familias ricas y una
parte del clero quedan impresionados por la libertad y la riqueza de las nuevas ciudades
helenísticas; hacia el año 175 a. C. se construye en Jerusalén un “gimnasio” para la práctica de los
deportes griegos y se envían delegaciones a los juegos cuatrienales de Tiro. Mientras que algunos se
3
alegran de esta evolución, otros se preocupan y la ven como una amenaza a las tradiciones
religiosas y para la fe judía.4
En aquellos días surgieron de Israel unos hijos rebeldes que sedujeron a muchos diciendo:
“Vamos, concertemos alianza con los pueblos que nos rodean, porque desde que nos
separamos de ellos, nos han sobrevenido muchos males.” Estas palabras les parecieron
bien, y algunos del pueblo se apresuraron a acudir donde el rey y obtuvieron de él
autorización para seguir las costumbres de los paganos. En consecuencia, levantaron en
Jerusalén un gimnasio al uso de los paganos, rehicieron sus prepucios, renegaron de la
alianza santa para atarse al yugo de los paganos, y se vendieron para obrar el mal. (1 Mac
1,11-15).
Así pues, va creciendo una oposición entre los partidarios de una amplia apertura y los
círculos preocupados por preservar la tradición propiamente israelita. El conflicto alcanza su punto
máximo en el 167 a. C., cuando Antíoco IV, estimulado por el fanatismo de ciertos judíos y sus
conflictos internos, toma medidas extremas que imponen la helenización sistemática del país:
prohibición de la circuncisión, de la lectura de la Ley -se queman sus rollos-, de la observancia del
sábado y del culto tradicional; participación obligatoria en los sacrificios paganos; y dedicación del
Templo de Jerusalén a Zeus Olímpico. También el templo sagrado de Garizín fue profanado y
dedicado a Júpiter. Es probable que también los samaritanos como comunidad religiosa fuesen
tratados como los judaítas, y que les aplicasen las mismas leyes.
4.
LA RESISTENCIA MACABEA.
Fueron muchos los judíos que cedieron a los halagos, las presiones y las amenazas griegas.
Otros, en cambio, resistieron; y alguno eligieron el martirio “prefiriendo una muerte honrosa a una
vida infame” (2 Mac 6,19). Los que resistieron, fueran activos o pasivos, asumieron una
denominación significativa: los “fieles”, los “piadosos”, en hebreo hassîdîm y en griego asidaioi.
Con ello se subraya así su fidelidad a la alianza y a las normas que la regulan.
Al frente de la resistencia se encontraba el anciano sacerdote Matatías, que había
abandonado Jerusalén y el templo, donde ya no podía ejercer su ministerio. Estaba acompañado de
sus cinco hijos: Juan, Simón, Judas (de sobrenombre “Macabeo”, probablemente “martillo”),5
Eleazar y Jonatán.
Por aquel tiempo, Matatías, hijo de Juan, hijo de Simeón, sacerdote del linaje de Joarib,
dejó Jerusalén y fue a establecerse en Modín. Tenía cinco hijos: Juan, por sobrenombre
Gadí; Simón, llamado Tasí; Judas, llamado Macabeo; Eleazar, llamado Avarán; y Jonatán,
llamado Afús. Al ver las impiedades que en Judá y en Jerusalén se cometían, exclamó: “¡Ay
de mí! ¿He nacido para ver la ruina de mi pueblo y la ruina de la ciudad santa, y para
estarme allí cuando es entregada en manos de enemigos y su santuario en poder de
extraños? Ha quedado su templo como hombre sin honor, los objetos que eran su gloria,
llevados como botín, muertos en las plazas sus niños, y sus jóvenes por espada enemiga”. (1
Mac 2,1-9).
El sacerdote y sus hijos pronto empezaron a atraer a cuantos hasta entonces sólo habían
elegido formas de resistencia pasiva y a quienes ya desarrollaban una lucha activa. Matatías murió
4
La expansión de la cultura helenista se encuentra en Palestina, y particularmente en Jerusalén, con el
afianzamiento del “judaísmo” como cultura que define los perfiles de vida y creencias de la comunidad
repatriada. Este proceso se había iniciado a partir de la obra del sacerdote y escriba Esdras en el siglo V a. C.
(cf. M. HENGEL, Judentum und Hellenismus, Tübingen 1969).
5
Cf. FLAVIO JOSEFO, Antiquitates Judaicae 12, 365.
4
al año siguiente y en su lugar fue elegido Judas (1 Mac 2,28). La campaña de Judas culminó en la
conquista de Jerusalén. Se dedicó por completo a purificar y restaurar el templo, en el que
estableció a sacerdotes sadoquitas no comprometidos con el régimen. Destruyó todo lo que había
estado en contacto con el culto pagano, incluido el altar de los sacrificios, que fue totalmente
reconstruido. En el año 164, unos tres años después de su profanación, el templo fue solemnemente
consagrado y protegido con la presencia de una pequeña guarnición.
Macabeo y los suyos, guiados por el Señor, recuperaron el templo y la ciudad, destruyeron
los altares levantados por los extranjeros en la plaza pública, así como los recintos
sagrados. Después de haber purificado el templo, hicieron otro altar; tomando fuego de
pedernal del que habían sacado chispas, tras dos años de intervalo, ofrecieron sacrificios,
quemaron incienso, encendieron las lámparas y colocaron los panes de la Presencia. Hecho
esto, rogaron al Señor, postrados sobre el vientre, que no les permitiera volver a caer en
tales desgracias, sino que, si alguna vez pecaban, los corrigiera con benignidad y no los
entregara a los paganos blasfemos y bárbaros. El mismo día en que el templo había sido
profanado por los extranjeros, es decir, el veinticinco del mismo mes que es Kisleu, tuvo
lugar la purificación del Templo. Lo celebraron con alegría durante ocho días, como en la
fiesta de las Tiendas, recordando cómo, poco tiempo antes, por la fiesta de las Tiendas,
estaban cobijados como fieras en montañas y cavernas. Por ello, llevando tirsos, ramas
hermosas y palmas, entonaban himnos hacia Aquél que había llevado a buen término la
purificación de su lugar. Por público decreto y voto prescribieron que toda la nación de los
judíos celebrara anualmente aquellos mismos días. (2 Mac 10,1-8)
La muerte de Antíoco IV en Oriente (primavera del 164/163) liberaba a Israel de su
enemigo, pero no de las leyes promulgadas por él. Por otra parte, seguía intacta la soberanía
seléucida fuera de Judea. Para obviar estos inconvenientes, Judas emprendió una serie de campañas,
especialmente en las regiones habitadas por hebreos fieles a Jerusalén, en Galilea y Transjordania.
No pudiendo mantenerse en estas regiones por la escasez de efectivos, evacuó a las poblaciones
hebreas y las trasladó a Judea.
Jonatán, a la muerte de Judas, supo defender su causa con tal habilidad que consiguió del
nuevo rey griego Demetrio II la confirmación de su posición personal: se respetaron los antiguos
privilegios concedidos al culto hebreo y se concedieron notables exenciones fiscales a la comunidad
judía. Además se le asignaron tres circunscripciones de Samaría, cuya población había permanecido
fiel a Jerusalén. Ejecutado en año 143 a. C. Jonatan es sucedido por su hermano Simón. Obtendrá
del rey seléucida Demetrio II que se lo reconozca como soberano de Judea y exenciones fiscales
para los judíos. Esto significaba, de hecho, la autonomía política, lo cual se hará evidente en los
pasos sucesivos de Simón: conquista Guezer –al oeste de Jerusalén– y Jafa, haciéndose así con un
acceso a la costa; y relaciones con Esparta y con Roma. Se hizo confirmar como príncipe por una
gran asamblea de sacerdotes, de laicos, de la gente principal del pueblo y de los ancianos del país;
además, se hizo proclamar “sumo sacerdote por siempre hasta la aparición de un profeta
fidedigno” (1 Mac 14,41). Simón murió el año 134, asesinado en Jericó por su yerno, junto con dos
de sus hijos. El período de insurrección de los hermanos Macabeos había terminado, iniciándose el
del estado de los asmoneos.
5.
LA DINASTÍA ASMONEA.
Con Juan Hircano (134-104 a. C) comienza la verdadera dinastía de los asmoneos. Era el
tercer hijo de Simón, que se libró de la masacre al no haber acompañado a Jericó a su padre y
hermanos. Con el paso de los años asumió características cada vez más tiránicas y decadentes,
alejándose progresivamente de los que habían sido los ideales de los fundadores. También él
prosiguió los contactos con Roma y se dedicó el resto de sus días a ampliar los límites de su país.
5
Conquistó Samaría el año 108 a. C. y destruyó el templo del Garizín. Intentó asumir también el
título de rey.
Le sucedió Aristóbulo I (104-103 a. C.), que hizo asesinar a su madre y a su hermano
Antígono. Era tan partidario del helenismo que cambió su nombre de origen -Juan- por uno que en
nada se parecía a éste. Convirtió a la fuerza a los habitantes de Iturea, región o del norte Galilea. Le
sucedió su hermano Alejandro Janneo (103-76 a. C.) quien retomó la política expansionista de su
pudre. Aunque era un “soldado helenista”, logró conservar los territorios conquistados y ampliados
en Transjordania. Murió de una enfermedad contraída probablemente a causa de su desordenada
vida. Le sucedió su viuda, Alejandra Salomé (76-67), y a su muerte subió al trono Hircano, hijo de
Alejandro Janeo y sumo sacerdote; pero el otro hijo de Alejandro, Aristóbulo, no tuvo dificultades
para que el inepto hermano abdicase en su favor después de sólo tres meses de reinado. Se proclamó
rey con el nombre de Aristóbulo II (67-63 a. C.).
Las tensiones al interior de la dinastía asmonea no cesaban. Una embajada de Jerusalén llegó
a Damasco pidiendo a los romanos que pusieran fin al reinado de los corruptos e incapaces
asmoneos. La delegación proponía una solución “hierocrática”: el país quedaría políticamente bajo
soberanía romana, pero gobernado dentro por el sacerdocio del templo. La conquista de Jerusalén
por Pompeyo en el año 63 a. C. puso fin al reino asmoneo.
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