El fanatismo en Samarcanda; Amim Maalouf

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EL FANATISMO EN SAMARCANDA
de AMIM MAALOUF
Tomando como hilo conductor los avatares de un manuscrito que, con el nombre de la mítica ciudad de
Samarcanda, contiene las famosas Ruba´iyyat del poeta persa Omar Jayyám, Amin Maalouf recrea en esta
novela un fascinante y tumultuoso mundo oriental. En el marco de la Persia medieval, desgarrada por
profundas contradicciones, dos figuras destacan junto a la del que, además de poeta, fuera astrónomo,
geómetra y filósofo: la de Nizam el−Molk, gran visir del sultán Malikxah, y la del misterioso ismaelí Hassan
i Sabbah, fundador de la secta de los Asesinos, que desde su fortaleza de Alamut mantuvo aterrorizado al
país.
Se esboza, en la novela "Samarcanda", el retrato de una figura histórica del siglo XI, el ismaelí Hassan i
Sabbah, fundador de la Secta de los Asesinos, quien mantuvo aterrorizado gran parte del Oriente musulmán
desde su fortaleza de Alamut.
Utilizaremos a este personaje como hilo conductor del concepto de fanatismo, en la obra literaria
Samarcanda.
El integrismo islámico es uno de esos movimientos religiosos de los que solo conociendo su pasado puede
entenderse su presente. Y la historia que sigue lo confirma. En los días de las Cruzadas, el mundo tuvo
noticias de una abominable secta que cometía atentados y crímenes espeluznantes. Dirigida por un cabecilla
oculto, su ortodoxia era heredera de la doctrina chiíta, uno de las dos corrientes en que se escindió el Islam a
la muerte de Mahoma, y usaba como estimulante para sus adeptos una variedad de marihuana. La droga,
llamada hachís, dio pie a que se les conociese por el nombre de hachisinos, palabra que al incorporarse a
nuestro idioma se transformó en asesinos.
Los miembros de esta sociedad secreta eran iniciados en un fanatismo religioso que contradecía las ideas
democráticas y tolerantes de la otra rama del Islam, la de los sunitas. Los chiítas promovían un absolutismo
basado en la jerarquía férrea y la sumisión a los imanes, guías espirituales y políticos a los que los creyentes
han considerado siempre personas impecables e infalibles. Pero no será sino hasta siglos después de la muerte
del Profeta, acaecida en 632, que venga al mundo el hombre que dará a esta doctrina un contenido criminal.
Éste hombre sería Hassan i Sabbah.
Se sitúa el nacimiento de Hasan−i Sabbah El Viejo de la Montaña hacía mitad del XI siglo; persona
sensible, con una curiosidad precoz por todo tipo de conocimientos, decide a la edad de 17 años dedicarse al
estudio de la religión. En un primer momento es seguidor, como sus padres, de la corriente duodecímana
dentro del chiísmo, pero en sucesivas etapas y al contacto con otros estudiosos entre los que se encuentra
Amira Zarrab, que será su mentor, acabara adhiriendo a las tesis fatimitas.
De todas las creencias islámicas−Chiítas, esta es la que más se acerca a una concepción materialista de Dios,
que en la época en que se formula no puede sino, ser a través de una cognoscibilidad esotérica.
"Para los ismaelitas Dios sólo puede intuirse a través de la Razón Universal, que es la que hace posible la
Ciencia, de ellas surge el Alma Universal, de la que emana la vida, la Materia Universal, el Espacio y el
Tiempo. Al final de los tiempos Alma, Materia y Razón se reunirán en uno solo y entrarán en el seno de
Dios."
Uno de los acontecimientos más importantes en la construcción teológica de la secta fue el llevado a cabo el
17 de Ramadan del año 559 (el 8 de agosto de 1164) cuando uno de los sucesores de Hassan−i Sabbah:
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Hassan ibn Mohammad ibn Bozorg'Ummîd, proclamó La Resurrección "lo que implicaba era nada más ni
nada menos que el advenimiento de un puro Islam espiritual, liberado de todo espíritu legalista, de toda
servidumbre a la Ley: una vía personal hacia la Resurrección que es nacimiento espiritual, en la medida en
que hace descubrir y vivir el sentido espiritual de las revelaciones proféticas" (Historia de la filosofía
islámica) Henry Corbin
Hassan−i Sabbah, dedicará todos sus esfuerzos en consolidar y acrecentar, la presencia fatimita a través de
sus numerosos viajes por Mesopotámia, Siria, Egipto, Irán etc. Al cabo de numerosas peripecias y
enfrentamientos con las autoridades religiosas y políticas, decide establecerse en el extremo norte de Persia,
más precisamente en las tierras altas: Daylam, cuyos habitantes gozaban de una reputación de belicosa
independencia. Esos territorios de predominancia chiíta eran los receptores indicados para unas ideas tan
radicales como las fatimitas.
Después de un largo trabajo de misionero y de captación de adeptos, en aquella región, buscó el lugar idóneo
para una base inaccesible a sus múltiples enemigos, desde donde predicar sus ideas y dirigir la guerra contra
los invasores selyúcidas.
Alamut (Aluh Amat−) una fortaleza en lo alto (1800m.) de un risco, en medio de las montañas, situado en la
sierra de Elburz, cerca del mar Caspio, dominando un valle de tierras fértiles, cerrado, rodeado de acantilados
cuyo único acceso es por un serpenteante y pedregoso sendero en lo alto de precipicios que ciñen el río que
pasa por debajo.
Hasan urdió una treta que le permitió apoderarse de la fortaleza de Alamut sin derramamiento de sangre,
después de expulsar al antiguo dueño. Desde ese momento, hasta su muerte 35 años más tarde, nunca dejará la
fortaleza.
Una vez instalado, empezó una tarea de proselitismo y conquista de otros castillos que le permitiera
consolidar el control del territorio.
Los discípulos (fida'is) de la secta eran instruidos en los preceptos esotéricos que conformaban el credo
ismaelita, revisado por Hassan−i Sabbah, del mismo modo recibían un entrenamiento en las diferentes artes
del combate cuerpo a cuerpo el uso de tretas y técnicas de disfraz. Igual que los Templarios con quienes
estuvieron en buenas relaciones, se dividían en diferentes grados de iniciación desde los novicios hasta el gran
maestre. Sus principales enemigos eran los emires y visires selyúcidas y los que en su nombre mantenían la
administración y difundían las tesis suniíes.
El uso del asesinato selectivo como arma política no fue una invención de los asesinos, va aparejado a la
autoridad política desde que esta existe. La eliminación del que detenta el poder, es el método más rápido y
antiguo para un cambio radical de ese mismo poder.
Como precedente de grupo que usara este tipo de argumento de manera significativa, están los zelotes,
llamados "hombres del puñal". Una vez designada su victima, estos tenían la particularidad de emitir el voto
de ayuno: hasta haber conseguido su propósito, es decir, que no comerían o beberían hasta que hubieran
matado a su objetivo.
La primera victima de los discípulos de Alamut fue Nizam Al−Mulk, gran visir del sultán selyúcida Malîk
shah. A consecuencia de disturbios provocados por grupos ismaelitas, el sultán envió dos expediciones para la
conquista de Alamut y la pacificación del Kûhistan que fracasaron ambas. El viernes doceavo día del mes de
Ramadan de 485 (16 octubre 1092) un sufi golpeó con un puñal, al gran visir Nizam al−Mulk Tusi, cuando
este volvía desde la sala de audiencias a sus aposentos privados. El homicida era uno de los fida'is enviado por
El Viejo de la Montaña. Ese fue el primer asesinato político cometido por los ismaelitas de Alamut.
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Los asesinos solían usar el puñal, tomaban su tiempo para familiarizarse con las costumbres de su victima y a
menudo, se hacían emplear a su servicio. Ese tipo de plan podía tomar meses, pero resultaba infalible. No
siempre el fin era matar al objetivo, a veces se trataba de dar un mensaje contundente al designado. Una
anécdota: Después de sobornar a uno de los eunucos de un sultán que se mostraba reacio a las tesis ismaelitas,
le fue entregada una daga al eunuco con ordenes precisas de clavarla en la cabecera de la cama de su señor,
cuando este durmiera. Al despertar, el sultán fue presa de una viva inquietud ignorando por completo quién
había podido clavar allí aquel puñalpero sospechando sin ningún tipo de dudas por ordenes de quién había
sido. Huelga decir que después de ese episodio buscó la paz con aquel grupo de creyentes.
Sin embargo muchos otros no tuvieron esa suerte y perecieron a manos de los adeptos de la secta de Alamut.
Saladino fue uno de los pocos que sufrió dos atentados por parte de enviados de la secta y que escapó
milagrosamente de la muerte. Una de sus victimas más importantes fue Conrado de Monferrato rey de
Jerusalén, este fue asesinado por dos adeptos de la secta de Alamut, después de hacerse pasar por religiosos
cristianos y ganarse su confianza. Una vez más, usando una de sus armas favoritas, lo apuñalaron hasta acabar
con su vida.
FANATISMO DEL SIGLO XI = FANATISMO DEL SIGLO XXI?
A raíz de los atentados del 11 de Septiembre de 2001, muchas son las voces que hablan y opinan acerca del
terrorismo islámico, y no pocos son los que se dedican a indagar en sus causas últimas, buceando en la
historia y en la pseudoteología islámica. No pocas son las ocasiones en las que se ha visto comparar a los
modernos terroristas con los antiguos hashashin, y a Osama Ben Laden con su líder, el Viejo de la Montaña
(Hassan−i Sabbah ). Esta comparación, llamativa y sugestiva para cualquier profano, y más aún para los
aficionados a las tramas alambicadas de la historia−ficción, no parece resistir un mínimo análisis; más bien se
debe a una arbitraria asociación, sin más fundamento que un conocimiento muy superficial y sin más
intención que la de darse ínfulas de encontrar oscuros hilos donde realmente no hay nada.
Y como la mejor manera de diferenciar dos cosas es conocerlas medianamente bien, realicemos una breve
semblanza de la secta medieval de los Asesinos y veamos si tiene mucho o poco que ver con el actual azote
terrorista.
La palabra hashashin parece significar consumidor de hachís, de acuerdo con la tradición que nos muestra a
los Asesinos como dispuestos a entregar su vida para cometer un crimen con la convicción de alcanzar el
Paraíso; Paraíso que ya habrían paladeado tras ser convenientemente drogados durante varios días y situados
en medio del harén de su líder. Tenemos noticias de los Asesinos a través de diversas fuentes medievales, con
datos de cronistas como Marco polo o Guillermo de Tiro. Su faceta más conocida es la del asesinato (palabra
que parece derivar precisamente de su nombre árabe) político, que era fundamentalmente altamente selectivo
al escoger sus blancos. Conrado de Montserrat, rey de Jerusalén, dos grandes maestres del Temple y varias
grandes personalidades musulmanas cayeron debido a acciones suyas. El propio Saladino se vio obligado a
volver con el rabo entre las piernas de una campaña de castigo contra ellos cuando descubrió que lo más
selecto de su guardia personal eran miembros de la secta disfrazados que le dieron la oportunidad de llegar a
un acuerdo con el Viejo de la Montaña para eludir la muerte.
No es un hecho aislado el enfrentamiento de los Asesinos con otras facciones mahometanas. En varias
ocasiones llegaron incluso a aliarse con los príncipes cristianos de Tierra Santa contra sus supuestos hermanos
de fe. De hecho, los Asesinos eran una secta islámica herética, si es que cabe aplicar este adjetivo a un grupo
mahometano; esto es, eran una escisión de una escisión de la escisión chíita. Como sin duda conoce el lector,
a la muerte de Alí, el yerno del profeta Mahoma, y de su hijo Hussein, el Islam se escinde entre sunnitas y
chiítas; me permito remitirme al número de Abril de 2004 de la revista Arbil para que el lector interesado
encuentre un breve esquema de las diferencias entre ambas corrientes. La Chía, a su vez, se dividirá más
adelante entre los duodecimanos (mayoritarios) y los septimanos o ismaelitas, para quienes Ismael fue el
séptimo y último imán. Los hashashin se escindieron a su vez de esta secta por una disputa acerca de la
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sucesión en el imanato: a finales del siglo XI, en Egipto, donde los ismaelitas ostentaban el poder, los
mercenarios mamelucos colocaron a un hijo del califa Mustansir como nuevo imán, cuando este había
designado anteriormente a otro, llamado Nizar. Hassan Sabbah, el primer Viejo de la Montaña, permaneció
leal a Nizar y estableció su propio grupo en Persia, encontrándose su base principal en la fortaleza de Alamut,
el Nido de las Águilas, en las montañas cercanas al mar Caspio, extendiéndose pronto su control a los
ismaelitas de Siria. Como Nizar fue ejecutado en Egipto sin designar sucesor, el imanato, desde un punto de
vista nizarí, quedó desierto, y Hassan asumió el título de representante del imán (Hujja), pero sin declararse él
mismo imán.
Su inferioridad numérica ante sus diversos enemigos (seléucidas, el califa de Bagdad, etc) parece ser que fue
lo que les llevó a seguir la táctica del asesinato selectivo, que empezó en 1092 con el atentado contra el
estadista Nizam al−Mulk cuando iba hacia Bagdad. Los más fanáticos seguidores de la secta, los fidai, eran
los encargados de ejecutar estas tareas, que se seguían normalmente de una matanza espontánea de ismaelitas
por parte de la población de la ciudad donde se producía el hecho. Los nizaríes fueron, así pues, replegándose
cada vez más hacia posiciones fuertes en el campo. En 1135, gobernando ya Kiya, el sucesor de Hassan,
asesinaron al propio califa Mustarshid.
Si nos ceñimos al aspecto religioso−intelectual de los Asesinos, la escisión nizarí derivó progresivamente
hacia unos planteamientos gnósticos que tenían que ver cada vez menos con el chiísmo ortodoxo. Previamente
a la eclosión del sufismo, parecen haber sido ellos los que, dentro del Islam, representaron la corriente
sincrética y gnóstica identificable también en algunas sectas cristianas. Corriente que, aprovecho para señalar,
algunos historiadores de los que a mí me gusta llamar de ciencia−ficción pretenden enlazar con la supuesta
herejía templaria, por supuesto, aplaudida con entusiasmo; son los paladines conscientes o inconscientes de la
perspectiva histórica de la New Age. Como bien sostiene mi buen amigo Alejandro Rodríguez de la Peña, la
historiografía seria moderna ha determinado claramente que las supuestas desviaciones del Temple no fueron
más que infundios de Felipe el Hermoso de Francia y su ministro Nogaret para destruir la Orden; los
templarios, considerados en conjunto, fueron una orden de caballeros cristianos, al servicio del Papa y de toda
la Cristiandad, humanos y pecadores por ende como cualesquiera otros, pero no una sarta de herejes. Las
fantasías quedan muy bien en las entretenidas, aunque tremendamente dañinas, novelas que proliferan
últimamente, y que dan lugar a fenómenos tan estrafalarios como el de las peregrinaciones cuasi−rituales que
llevan unos años produciéndose en Montségur, en Francia, después del boom de los libros del alemán Peter
Berling.
Pues bien, y retomando nuestro tema principal, esa heterodoxia gnóstica llevó a Hassan II, el tercero de los
sucesores del primitivo Viejo de la Montaña, a convocar el decimoséptimo día del mes de Ramadán a todos
los nizaríes de Persia para proclamar la Resurrección (Qiyama). Esta consistió en derogar las leyes religiosas
y civiles, comenzando por beber vino en el mes del ayuno; desde ese momento, la única ley a seguir era la
palabra del imán, lo que en la práctica era la palabra del propio Hassan, que seguía siendo considerado como
su representante.
En general, la pseudoteología ismaelita se puede considerar heredera de muchos conceptos de Plotino y la
escuela neoplatónica. La Palabra se considera como la Primera Inteligencia, que no es parte de la creación,
sino el acto mismo de la creación, el nexo entre el Absoluto, que resulta completamente incognoscible, y el
mundo creado. Después viene una alambicada y, por lo demás divertida, sucesión de inteligencias por niveles,
que justifica la existencia del mundo material. Al parecer, el arcángel jefecillo de la tercera inteligencia se
negó a asistir a una convocatoria de la primera, por lo que fue desterrado junto con todos sus compadres de
nivel al último nivel, ascendiendo el resto de inteligencias un puesto en el escalafón. Entonces se transformó
en el Demiurgo y convenció al resto de entes de su nivel para seguirle y formar el mundo material, que es
concebido como una especie de vía expiatoria para conseguir recuperar niveles. Todo este proceso se repite en
ciclos de 129600 millones de años (vamos que el Big Bang fue antesdeayer, como quien dice) hasta que la
creación se restaura a su estado original.
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La Resurrección nizarí fue, supuestamente, uno de los puntos en los que se subió un escalón, de manera que la
distinción entre saber esotérico y exotérico dejó de tener sentido. Esa fue la razón por la que se podía
prescindir de las normas externas, pues, como buenos gnósticos, concluyeron que la verdadera religión era
una cuestión de conocimiento interno para iniciados. Conocimiento que se traducía en la devoción sin límite
hacia el imán, título que, por cierto, se arrogó ya directamente sin tapujos el sucesor de Hassan II, Mohammed
II, a partir de otra cuidada elaboración de la sucesión espiritual en el imanato. Todos los que rechazan al imán
son el Pueblo de la Oposición, y, en realidad, son no−existentes; los ismaelitas que no participaron en la
Resurrección son el Pueblo del Orden, que también resulta ser no−existente. El Pueblo de la Unión es el único
que se salva; por ello los ismaelitas no prestaban gran atención al proselitismo, comportándose de manera
bastante más coherente que los actuales Testigos de Jehová ¿Cómo explicar que el resto del mundo pareciese
seguir igual después de la Resurrección? Daba igual, si incluso el tiempo había terminado como tal.
Naturalmente, no pasó mucho tiempo hasta que esta situación insostenible estallase.
Entre tanto, los nizaríes sirios llevaban a cabo también su versión particular de la Resurrección, guiados por su
líder Rashid al−Din Sinan. Más apegados al terreno, quizás por la doble tenaza a la que les sometían Saladino
y los francos, se dedicaron a cuestiones de índole más práctica. Aliados de conveniencia de cada uno de los
dos poderes, llegaron incluso a proponer al rey Amalrico de Jerusalén convertirse al cristianismo y aliarse
contra el poder sunní. Esta conversión, impensable en un chiíta convencional, puede explicarse porque Sinan
creía poder interpretar esotéricamente el cristianismo sin diferencia alguna con el Islam: un gnóstico en toda
regla. Fueron precisamente los Templarios los que impidieron esta infiltración de imprevisibles consecuencias
mediante distintas maniobras de fuerza; a la muerte de Amalrico, el proyecto quedó olvidado.
El hijo de Mohammed II, Hassan III, que ascendió al poder en 1210, revocó la Resurrección promovida por su
abuelo y por su padre, y reintrodujo el Islam exotérico. Pero no cualquier Islam; ¡adoptó el sunnismo!
Curiosamente, obligó a su pueblo a convertirse al sunnismo amparado en su condición de imán: la situación
roza el surrealismo. Se alió con el califa de Bagdad y, por primera vez, llevó a sus súbditos a la guerra abierta,
abandonando la tradicional técnica terrorista, y expandiendo su territorio.
En 1221, Hassan muere de disentería y le sucede Mohammed III, su hijo adolescente, un psicópata de perfil
similar al de los más depravados emperadores de la Roma decadente, y que deshizo la obra de su padre para
retomar el estilo nizarí tradicional (lo que no supuso un esfuerzo especial para sus súbditos, que habían
asumido el sunnismo únicamente de cara a la galería). Para acabar de rematar este cúmulo de despropósitos, el
ideólogo de este regreso al futuro fue un chiíta duodecimano llamado Nasir al−Din Tusi; la confusión,
llegados a este punto, ya es insalvable...
En 1256, Oulagu Khan, nieto de Genghis Khan llegó con sus tropas al territorio nizarí de Quhistán y cercó el
castillo de Maymun Diz, donde residía el nuevo soberano de los Asesinos, Khur Shah. Derrotado por el
poderío mongol, acompañó a Oulagu para facilitar la caída de las fortalezas de la secta una tras otra.
Completada la conquista, y siguiendo las pautas de comportamiento de las hordas mongolas, los Asesinos de
Persia fueron sistemáticamente exterminados y borrados para siempre como poder real de la faz de la Tierra.
En Siria, sin embargo, los mongoles fueron parados en seco por los mamelucos del sultán Baibars, y los
nizaríes aliados con éste sobrevivieron, perdurando hasta nuestros días; en Egipto, se sigue profesando la
creencia fatimita en pleno siglo XXI, aunque, naturalmente, prescindiendo de los rasgos más folklóricos de los
antiguos Asesinos.
De los Asesinos originales, algunos consiguieron sobrevivir en Persia y se dice que todavía a principios del
siglo XX quedaban unos pocos en Quhistán. Aparentemente, los imanes nizaríes continuaron viviendo en
secreto en Azerbaiyán tras la caída de Alamut, desde donde enviaron misioneros a la India en el siglo XIV. En
el siglo XIX, el imán ismaelita Hasan Alí recibió el título de Agha Khan del Shah de Persia, pero debido a
problemas políticos, tuvo que exiliarse a la India, donde fue recibido como imán por los khojas, la comunidad
ismaelí que allí perduraba. Sus derechos fueron puestos en duda en un principio, y Sir Joseph Arnold recibió
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la misión de investigar el trasfondo del asunto. Su informe fue netamente favorable a las reclamaciones del
Agha Khan, y se determinó que, sin duda alguna, los khojas eran los herederos de los antiguos Asesinos. Este
ismailismo hindú vuelve a reflejar palpablemente el carácter netamente gnóstico de la secta, al haber
identificado a Vishnú con el propio Alí, el yerno de Mahoma.
Conclusiones
Tas este somero repaso a la secta de los Asesinos, dudo que ninguno de nuestros lectores haya encontrado
razón de peso que asimile esta secta a Al−Qaeda. Las diferencias son palpables:
− En el aspecto religioso, Bin Laden y los suyos son sunníes radicales, próximos al régimen talibán y
enemigos a muerte de los chíies a quienes consideran herejes despreciables. Prueba de ello es el perfil de
todos los detenidos en las diversas intentonas terroristas; siempre sunníes, y casi siempre procedentes de
países donde el chiísmo prácticamente no existe o es duramente perseguido.
− En el aspecto filosófico, los hashashin no eran musulmanes puros. Empapados de gnosticismo, acogían con
los brazos abiertos lo mismo a una deidad hindú que el bautismo cuando ello les convenía. Un sincretismo
semejante es totalmente inimaginable en uno de los modernos terroristas.
− En el aspecto geopolítico, estamos comparando un poder que se asemejaba a un Estado embrionario con
una red terrorista internacional con más o menos apoyos, pero sin soberanía sobre territorio alguno.
− En el aspecto estratégico, los hashashin llevaban a cabo una guerra de supervivencia, estrictamente
defensiva (salvo en las últimas épocas), y sin un enemigo fijo. Todo dependía del equilibrio de poder en la
zona en cada momento. La obsesión del terrorismo islámico es causar el máximo daño a Occidente, sin tener
en cuenta
− En el aspecto táctico, el asesinato selectivo de los hashashin nada tiene que ver con los atentados masivos
de los terroristas islámicos actuales. Aquellos pretendían reducir al máximo la magnitud de un conflicto que
podía extinguirlos; estos pretenden precisamente encender una llama de destrucción que aniquile a Occidente
con la ayuda de Alá.
En fin que claramente se ve que estamos mezclando churras y merinas y confundiendo huevos con castañas.
Que duda cabe que ambos, los de antes y los de ahora, creían que si morían por Alá iban al Paraíso. Bueno es
que lo tengamos en cuenta a la hora de juzgar la timorata y entreguista política de nuestros gobiernos.
Y, cuando nos haga falta en un futuro que no sé si será lejano o cercano, nos vendrá bien recordar la tesis de
San Bernardo de Claraval: El Caballero de Cristo mata con la conciencia tranquila y muere aún con más
tranquilidad, pues al morir se beneficia a sí mismo y al matar beneficia a Cristo. Porque él no lleva su espada
sin razón; él es el ministro del Dios para el castigo del mal y la exaltación del bien.
BIBLIOGRAFÍA
El terrorismo islámico y los hashashin. Una infundada comparación (Arturo Fontangordo)
Los Asesinos. Tópicos y otras manipulaciones interesadas
La secta de los asesinos (Francisco Pérez de Antón )
El nacimiento del terrorismo en el siglo XII. El abuelito de Osama bin Laden (Juan Agullo)
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